«Verano en el lago»

Tras el cúmu­lo de pági­nas, de den­sas obras capi­ta­les (o no), de mamo­tre­tos en los que se vuel­can exce­si­vas ideas, uno siem­pre aca­ba reco­no­cien­do la tras­cen­den­cia y per­du­ra­bi­li­dad de lo sen­ci­llo, lo cer­cano, aque­llo que nos apro­xi­ma a todos a tra­vés de la expe­rien­cia y que algu­nos auto­res saben trans­mi­tir sin nece­si­dad de alar­dear de cono­ci­mien­tos más allá de los que se adquie­ren… viviendo.

Verano.en.el.lagoAlber­to Vige­va­ni fue un hom­bre cul­to que vivió y dis­fru­tó con los libros, no sólo escri­bien­do, sino tam­bién edi­tan­do los tex­tos que le intere­sa­ban en su edi­to­rial; difun­dien­do obras lite­ra­rias a tra­vés de dife­ren­tes publi­ca­cio­nes (en espe­cial el suple­men­to del dia­rio Libe­ra Stam­pa, que diri­gió duran­te ape­nas dos años, dejan­do una hue­lla aún recor­da­da); y ven­dien­do libros anti­guos en su míti­ca libre­ría, cuyo nom­bre le sir­vió tam­bién para bau­ti­zar a su edi­to­rial: Il Poli­fi­lo.

Rodea­do de inte­lec­tua­les, Vige­va­ni logró ser con­si­de­ra­do «el narra­dor de Milán», el escri­tor que más y mejor des­cri­bió la capi­tal de la región Lom­bar­da, sin olvi­dar a sus gen­tes y cos­tum­bres. No es des­me­su­ra­do afir­mar que fue uno de los padres de lo que se deno­mi­nó «neo­rrea­lis­mo», un géne­ro que pro­pi­ció gran­des obras lite­ra­rias y cine­ma­to­grá­fi­cas en Ita­lia. Una bue­na mues­tra de ello es Verano en el lago, recu­pe­ra­da por Minús­cu­la, un peque­ño rela­to en el que el joven Gia­co­mo, de ape­nas cator­ce años, pasa sus últi­mas vaca­cio­nes vera­nie­gas infan­ti­les, des­per­tan­do a la ado­les­cen­cia y a sus pri­me­ros deseos amorosos.

A pesar del tiem­po trans­cu­rri­do des­de su pri­me­ra publi­ca­ción, en 1958, la his­to­ria de Gia­co­mo nos pare­ce eter­na, tan cer­ca­na que muchos pode­mos sen­tir­nos iden­ti­fi­ca­dos con este cha­val intro­ver­ti­do, aman­te de los libros de aven­tu­ras y retraí­do con sus her­ma­nos mayo­res de quie­nes se sepa­ra duran­te la narra­ción por moti­vos obvios: Ste­fano y Cla­ra viven pen­dien­tes de sus jue­gos de seduc­ción y del depor­te duran­te las vaca­cio­nes. Pre­ci­sa­men­te la sole­dad en la que se encuen­tra pro­pi­cia que su aten­ción se des­vié hacia otro tipo de rela­cio­nes que acen­tua­rán su trans­for­ma­ción y carác­ter: Emi­lia, la nue­va cria­da de la villa don­de se hos­pe­dan, Andrew, un chi­co de diez años deli­ca­do de salud, con quien man­ten­drá una estre­cha amis­tad duran­te unos días casi al final del verano, y la madre de éste, la mis­te­rio­sa mujer cuya mira­da jamás olvidará.

A dife­ren­cia de otros rela­tos ini­ciá­ti­cos, Vige­va­ni pres­cin­de de des­crip­cio­nes exce­sí­va­men­te pasio­na­les, foca­li­zan­do la expe­rien­cia en la duda y, ante todo, la belle­za, puer­ta por la que el pro­ta­go­nis­ta entra­rá en su nue­va eta­pa ado­les­cen­te. Jus­ta­men­te el amor que le ins­pi­ran los per­so­na­jes con quie­nes se rela­cio­na vie­ne dado por la belle­za que trans­mi­ten. De ahí que ni la edad ni el géne­ro impor­ten para que Gia­co­mo se que­de pren­da­do de ellos, ni que el res­to de par­ti­ci­pan­tes en el jue­go (los tres cita­dos) evi­ten sucum­bir, a su mane­ra y en algún caso sin poder reac­cio­nar, ante alguien tan espe­cial. Es des­ta­ca­ble y emo­ti­va su rela­ción con Andrew, con quien lle­ga a esta­ble­cer una amis­tad más allá de las pala­bras, basa­da en el res­pe­to y el cariño.

Por supues­to, Vige­va­ni no olvi­da los esce­na­rios, ofre­cien­do una poé­ti­ca pos­tal del entorno, de los pai­sa­jes de Menag­gio y del lago Como (uno de los muchos que abun­dan en Lom­bar­día). Des­de el ini­cio del verano has­ta las pri­me­ras llu­vias de sep­tiem­bre acom­pa­ña­mos a Gia­co­mo sen­ta­dos en la barra de su bici y cono­ce­mos de pri­me­ra mano los luga­res por los que se mue­ve. En este pun­to hay que agra­de­cer la sutil y deli­ca­da tra­duc­ción de Fran­cesc Mira­vitlles, tarea difí­cil y que podría haber resul­ta­do empa­la­go­sa de no haber­se res­pe­ta­do la pro­sa del maes­tro milanés.

Desea­mos que se ani­me la publi­ca­ción en Espa­ña del res­to de la obra de Vige­va­ni, empre­sa nece­sa­ria para aca­bar de des­cu­brir a uno de los gran­des auto­res euro­peos del siglo XX.

* Verano en el lago. Alber­to Vigevani.
Tra­duc­ción de Fran­cesc Miravitlles.
Edi­to­rial Minús­cu­la (Bar­ce­lo­na, 2009).

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