Vanessa Montfort

Si El ingre­dien­te secre­to logró sor­pren­der a pro­pios y a extra­ños con una poten­te his­to­ria que abar­ca bue­na par­te del siglo XX en Madrid, Mito­lo­gía de Nue­va York, como la pri­me­ra, publi­ca­da por Algai­da Edi­to­res, ha resul­ta­do ser la con­fir­ma­ción de Vanes­sa Mont­fort (Bar­ce­lo­na, 1975) como una de las mejo­res escri­to­ras de su gene­ra­ción. Pasa­rá a la his­to­ria, ade­más, por ser la pri­me­ra «chi­ca Ate­neo»: Dos nove­las publi­ca­das y, con ambas, ha logra­do el reco­no­ci­mien­to del jura­do de los Pre­mios Ate­neo de Sevi­lla. En el pri­mer caso, en la cate­go­ría «Ate­neo Joven» y con este thri­ller del que habla­re­mos con ella, el vete­rano «Ate­neo».

Ya tene­mos aquí la nove­la. Y ha sido una sorpresa.

¿Recuer­das cuan­do en Sevi­lla me pre­gun­tas­te si la nove­la era rea­lis­ta y yo te dije «bueeeeno»…? [se ríe].

Me ha gus­ta­do mucho el jue­go que has desa­rro­lla­do con Bene­dict Abbott, el nove­lis­ta que, ade­más, fue el seu­dó­ni­mo con el que te pre­sen­tas­te al Pre­mio Ate­neo, con el per­so­na­je de Dan Rogers. Abbott es el pro­ta­go­nis­ta que con­ti­nua­men­te hace callar al narrador.

Salió muy deslenguado.

Es como si leyé­ra­mos un audio­co­men­ta­rio de la novela.

Pues es una bue­na metá­fo­ra, no se me había ocu­rri­do. Que­ría con­tar una his­to­ria sobre los lími­tes de la reali­dad y la fan­ta­sía. En espe­cial en estos tiem­pos que vivi­mos, en los que tene­mos autén­ti­cas ten­ta­cio­nes de fabri­car­nos nues­tra pro­pia vida, des­pe­gar­nos de la reali­dad ima­gi­nan­do el per­so­na­je que que­re­mos ser con el ries­go de que pue­da devo­rar­nos en algún momen­to. Es, sobre todo, la his­to­ria de Lau­ra, la pin­to­ra. Me pre­gun­té de qué mane­ra podía con­tar­la. Soy adic­ta a este tipo de pelí­cu­las como La his­to­ria inter­mi­na­ble, que ya me pro­du­jo la heri­da en su momen­to, cuan­do era muy peque­ña, o La rosa púr­pu­ra del Cai­ro (es que soy muy una­mu­nia­na tam­bién). Me encan­tan esos per­so­na­jes que se enfren­tan al autor, en tea­tro los hago mucho, hago que rom­pan la cuar­ta pared, que sal­ten del esce­na­rio y se enfren­ten al crea­dor o inclu­so, sin moles­tar dema­sia­do, a la pla­tea. Esa pared no sé cómo la lla­ma­ría­mos en un libro, se tra­ta de que rom­pie­ra el papel, salie­ra y habla­ra con el lec­tor. No es algo nue­vo pero sí pue­de resul­tar curio­so que sea en un thri­ller y, por otra par­te, que sea un per­so­na­je el que se enfren­te a su autor y que se pue­dan leer dos nove­las en una sin que impli­que pro­ble­mas a los lec­to­res. Por aho­ra no he teni­do que­jas, ni siquie­ra con los afi­cio­na­dos al géne­ro, pero me sien­to en la obli­ga­ción de adver­tir que no se tra­ta de un thri­ller al uso. Está den­tro de una nove­la de cor­te fantástico.

Ade­más, la nove­la for­ma par­te de la pro­pia fic­ción, inclu­so, cuan­do se cita una pági­na del libro, pode­mos com­pro­bar que se tra­ta del que tene­mos en las manos. Y tam­bién es un lienzo.

Exac­to. Y el lec­tor tam­bién lo es, si se deja engullir.

Sería lo ideal, sig­ni­fi­ca­ría que has logra­do controlarle.

Ha habi­do comen­ta­rios muy diver­ti­dos res­pec­to a eso, gra­cias a esa rela­ción que estoy man­te­nien­do con los lec­to­res a tra­vés de face­book. Ese «más allá» del libro lo estoy vivien­do allí. Hay algu­nos que escri­ben casi en tiem­po real lo que están vivien­do y sin­tien­do con la lec­tu­ra. Expli­can cosas diver­ti­das. Una lec­to­ra de Aus­tria que lo com­pró en Espa­ña, esta­ba en casa, leyen­do en pija­ma, y tuvo que cerrar el libro por­que se sen­tía espia­da por el per­so­na­je. O un chi­co que iba en el metro y coin­ci­dió en la lec­tu­ra cuan­do Dan le dice al lec­tor que, en ese momen­to, debe ir en metro. Me dijo que ya no era que estu­vie­ra asis­tien­do a la vida del per­so­na­je, si no que el per­so­na­je le esta­ba leyen­do a él. Hay quien se ha sen­ti­do muy cer­cano y ha res­pi­ra­do con Dan. O qui­zás estoy con­tri­bu­yen­do gra­ve­men­te al gre­mio de psi­quia­tría de este país. Son cosas muy curio­sas. Se ha crea­do una pági­na de Ciu­dad Fic­ción en face­book de la que ni yo ni la edi­to­rial tenía­mos noti­cia y que ya cuen­ta con más de tres­cien­tos veci­nos. Por allí pulu­lan algu­nos per­so­na­jes del libro, inclu­so el pro­pio Dan Rogers que, sí, debo debo decir que soy yo. De vez en cuan­do apa­rez­co y jaleo al personal.

Al final has asu­mi­do al per­so­na­je. En la nove­la inclu­so es él quien fir­ma los agradecimientos.

Vi que el per­so­na­je iba a salir y no iba a ser yo. Me lo pasé tan bien con él… Es de esos que te aca­ban atra­pan­do y es un pena tener­lo que dejar, por­que no ten­go pre­vis­ta una secue­la. Cuan­do adver­tí que se esta­ba escri­bien­do sola por face­book a tra­vés de los lec­to­res, me metí para garan­ti­zar la seguridad.

Te ha absor­bi­do Dan pero tam­bién la ciu­dad. Has hecho de Nue­va York un per­so­na­je muy potente.

Algo que me lla­ma­ba mucho la aten­ción cuan­do estu­dia­ba lite­ra­tu­ra en el cole­gio era la visión que tenían los auto­res de la gene­ra­ción del 98 al lle­gar a Madrid. Baro­ja, Gal­dós… se acer­ca­ban a la gran urbe y la veían des­de fue­ra como un per­so­na­je más. Des­cri­bían des­de el tren esos pai­sa­jes aní­mi­cos como lo hacía Bram Sto­ker en Drá­cu­la, cuan­do narra­ba una tor­men­ta y ya no era la tor­men­ta, era Drá­cu­la. Esos esce­na­rios que son per­so­na­jes, algo que tam­bién qui­se hacer con Madrid en El ingre­dien­te secre­to, aun­que al final no me detu­ve tan­to en ello. Así es el Nue­va York que mues­tro. Me ayu­dó el hecho de que Nue­va York es una «meta­ciu­dad», está por enci­ma de los edi­fi­cios, es ese ima­gi­na­rio que yo veo y he inten­ta­do recrear para los lec­to­res. En algún momen­to el per­so­na­je lo des­cri­be como un arác­ni­do que inten­ta atra­par­te o una sire­na que te can­ta tum­ba­da en el río. Todos hemos vivi­do esas sen­sa­cio­nes en Nue­va York, pri­me­ro te des­bor­da pero, si te des­cui­das, aca­ba­rás que­dán­do­te, aun­que no sea lo que te con­ven­ga, aun­que no sepas qué hacer con tu vida, es igual. Te atra­pa. Es un orga­nis­mo vivo que cons­tan­te­men­te absor­be per­so­nas y expul­sa personajes.

Te trans­for­ma.

Cuan­do estás allí te com­por­tas de una mane­ra dis­tin­ta. El otro día, en un pro­gra­ma de radio, un cineas­ta que estu­dió en Nue­va York me decía que no había vis­to otra ciu­dad en la que hubie­ra tan­ta gen­te extra­ña que se esfor­za­ra por pare­cer estram­bó­ti­ca. Allí tie­nes la licen­cia para con­ver­tir­te en un per­so­na­je de ti mismo.

Los refe­ren­tes cul­tu­ra­les están muy pre­sen­tes en la obra, sobre todo los cómics. Es la ciu­dad que más veces ha apa­re­ci­do refle­ja­da en cual­quier dis­ci­pli­na artística.

Y uno se pre­gun­ta el por­qué. ¿Por qué la hemos des­trui­do y recons­trui­do en nues­tros sue­ños tan­tas veces? ¿Por qué el cine siem­pre mues­tra sus visio­nes apo­ca­líp­ti­cas en Nue­va York? ¿Por qué le han can­ta­do tan­to? ¿Por qué se la escri­be, se la sue­ña, se la via­ja?. Pro­ba­ble­men­te es un lugar que hemos esco­gi­do, como tan­tos otros luga­res de pere­gri­na­ción, para que vaya mutan­do con los años (y mucho, en los siglos XIXXX), con­te­nien­do el ima­gi­na­rio de todos. ¿La razón? No ten­go ni idea, pero ha sido la esco­gi­da. Por supues­to ha influi­do el mar­ke­ting que se le ha hecho a tra­vés de la indus­tria cine­ma­to­grá­fi­ca, pero me pare­ce muy curio­so que se haya con­ver­ti­do en la mora­da de todos los super­hé­roes, tan­to de DC como de Mar­vel, que crea­ron los judíos orto­do­xos neo­yor­qui­nos y que, de algu­na mane­ra, son los habi­tan­tes de ese Olim­po con­tem­po­rá­neo que es Nue­va York, sin olvi­dar a los mitos del cine, del jazz, del funk, el pop, a los del Arte. Qui­zás ya no sea el cen­tro del mun­do finan­cie­ro, ni de la moda por aque­llo que dicen cada diez años de que «Nue­va York ya ha pasa­do», pero creo que sigue sien­do un refe­ren­te eterno al que nos vamos a diri­gir para expli­car lo que fui­mos. Por­que con­tie­ne dema­sia­das cosas. Y será, en el futu­ro, una acró­po­lis cuyas rui­nas visi­ta­re­mos, como la famo­sa ima­gen de El pla­ne­ta de los simios.

¿Te cos­tó que Nue­va York no absor­bie­ra el pro­ta­go­nis­mo de los personajes?

Es una lucha con­tan­te cuan­do tie­nes entre manos algo que te fas­ci­na tan­to. Era un esce­na­rio que esta­ba vivo tam­bién, con­vi­vía con los per­so­na­jes. Tra­tán­do­se, ade­más, de una nove­la con dos tra­mas cir­cu­lan­do, una a modo de thri­ller y otra más fan­tás­ti­ca, hay tan­tas cosas que resol­ver y hay que estar tan pen­dien­te de la estruc­tu­ra de prin­ci­pio a fin… No es como en otras nove­las que te dejas lle­var por los per­so­na­jes a medi­da que escri­bes. Por supues­to, es una his­to­ria de per­so­na­jes, por­que no sé hacer otra cosa, pero esta­ba muy preo­cu­pa­da por la tra­ma, en cómo dosi­fi­car las pis­tas que debían lle­var a dife­ren­tes pun­tos del libro a modo de reve­la­cio­nes. Tenía espa­cio para que me sor­pren­die­ran cosas, per­so­na­jes que empe­za­ron a cre­cer, como Elías Weis­berg, que iba a ser muy acce­so­rio al prin­ci­pio pero fue apa­re­cien­do en dife­ren­tes capí­tu­los has­ta el final, con­vir­tién­do­se en uno de los protagonistas.

Lau­ra, la mujer que via­ja a Nue­va York leyen­do el libro, es el gran descubrimiento.

Es el per­so­na­je que más evo­lu­cio­na. Todos los demás están suje­tos a un des­tino que más o menos yo tenía cla­ro. Lau­ra era un per­so­na­je saté­li­te. Me sor­pren­dió a mí mis­ma que los per­so­na­jes de Dan y Lau­ra se gus­ta­ran. No con­ta­ba con esa his­to­ria de ten­sión amo­ro­sa, por­que se pare­cen como un hue­vo a una castaña.

mitologia-de-nueva-yorkQuie­nes hemos cre­ci­do con el audio­vi­sual, en espe­cial con el cine, esta­mos muy acos­tum­bra­dos a visua­li­zar las nove­las usan­do téc­ni­cas cine­ma­to­grá­fi­cas. Algo que ya me pasó con tu pri­me­ra obra, El ingre­dien­te secre­to, es el uti­li­zar como recur­so el movi­mien­to de cáma­ra con­ti­nuo, nun­ca hay un plano fijo.

Qué curio­so. Qui­zás es por­que la his­to­ria tam­bién la cuen­ta el entorno de los per­so­na­jes, de igual mane­ra que creo que a los per­so­na­jes los defi­nen más el cómo dicen las cosas que lo que dicen. Son esos peque­ños deta­lles que siem­pre están a nues­tro alre­de­dor y que, si hicie­ra cine, me gus­ta­ría cap­tar en una pelí­cu­la. Hay una serie de suge­ren­cias que le das al lec­tor para que se ima­gi­ne su pro­pio mun­do, pero tam­bién ayu­da situar­le en esa Nue­va York que estás vien­do y que ha sido inven­ta­da por todos. La ciu­dad que apa­re­ce en la nove­la, sal­vo a los ojos de Lau­ra, no es para nada rea­lis­ta, es una cate­dral que quie­ro poner en pie y que está for­ma­da por todas las Artes que han hecho que Nue­va York sea lo que es y que nos da esa sen­sa­ción de irrea­li­dad cuan­do lle­ga­mos. Para eso había que tomar muchas deci­sio­nes y cons­truir un mun­do en la Ciu­dad Fic­ción que tam­bién fue­ra vero­sí­mil; que tuvie­ra unas nor­mas que yo no me pue­do sal­tar; que Dan Rogers vivie­ra en un entorno rodea­do de colo­res puros para que se sor­pren­da a tra­vés de lo que ve a tra­vés de Lau­ra. El mun­do de Dan es más plano, todo tie­ne un tono de belle­za cine­ma­to­grá­fi­ca. El con­jun­to lo ten­go que visua­li­zar yo pri­me­ro. Una vez lo he recrea­do me ape­te­ce poner­lo en la nove­la, escri­bir­lo y que otro lo pue­da vivir conmigo.

Siguien­do con la retahí­la de per­so­na­jes, tam­bién me ha gus­ta­do Barry, el ascensorista.

Es el favo­ri­to de Javier Reverte.

¿Sí?

Le ape­te­cía salir a tomar unas copas con él [se ríe]. Barry es bueno, es como un niño gran­de, en ese sen­ti­do se pare­ce a Elías. Ade­más de su memo­ria pro­di­gio­sa tie­ne un peque­ño gran plan para sal­var al mun­do. El hecho de que se dedi­que a res­ca­tar a esos per­so­na­jes que, más que super­po­de­res tie­nen super­ta­ras, para sacar­las del arro­yo y trans­for­mar su defec­to en vir­tud, ya le hace entra­ña­ble. Fue el pri­mer per­so­na­je que salió de la nove­la, des­pués del pro­ta­go­nis­ta, como gran ami­go que repre­sen­ta­ra con Dan el «yin y el yang».

Un aspec­to impor­tan­te de la nove­la es el con­cep­to de «jue­go». El pro­pio de la narra­ción y el tuyo, cla­ro, con el lec­tor, y que lle­ga a for­mar par­te inclu­so del libro físico.

El mun­do del jue­go vino des­pués. Que­ría que la nove­la repre­sen­ta­ra un jue­go para el lec­tor. Así que pen­sé que debía impreg­nar­lo de él. Al prin­ci­pio iba a ser una atmós­fe­ra, iba a estar implí­ci­to en la vida del pro­ta­go­nis­ta, sin saber siquie­ra a qué iba a jugar. Podría haber­se dedi­ca­do a las apues­tas en las carre­ras de caba­llos. Al final fue el black­jack, cuyas reglas des­co­no­cía. Conoz­co el póquer, don­de pue­des lle­gar a con­tro­lar la par­ti­da. Pero el black­jack es muy dife­ren­te, es una rule­ta rusa. Lo que cuen­ta es el ries­go. Es el más aza­ro­so de todos los jue­gos de nai­pes. Todo depen­de de cuán­tas car­tas deci­das coger, de cuán­do deci­des dejar de pedir y plan­tar­te, como en la vida. Esto ya me pare­cía, para un per­so­na­je que se rebe­la con­tra un des­tino impues­to, un gui­ño mor­bo­so del autor. El mun­do de las subas­tas tam­bién era otro jue­go; el que man­tie­ne Dan Rogers con el lec­tor es otro. Siem­pre está pre­sen­te. Asu­mí el ries­go des­de el prin­ci­pio –lo que supu­so algu­nos jaleos con la edi­to­rial para poner­nos de acuer­do, sobre todo por el follón de la nume­ra­ción de las pági­nas al edi­tar­lo, por­que esa nume­ra­ción tam­bién for­ma par­te de la nove­la– cuan­do el per­so­na­je le lan­za un reto al lec­tor dicién­do­le que pue­de aho­rrar­se la lec­tu­ra de cua­tro­cien­tas pági­nas, pasan­do a la pági­na X o leer lo que tie­ne que con­tar­le sin caer en la ten­ta­ción de irse a esa pági­na. Depen­dien­do de lo se haga, se lee­rá una nove­la u otra. Has­ta aho­ra los lec­to­res han sido bene­vo­len­tes con el per­so­na­je y han deci­di­do esperar.

Es como en las nove­las aque­llas de «Esco­ge tu pro­pia aventura».

Era adic­ta a esos libros.

El lec­tor tam­bién debe esco­ger la voz que quie­re seguir: la de Abbott, que es el narrador/novelista o la de Dan, por­que en base a esa selec­ción acep­ta­rá una ver­sión u otra de la historia.

La «his­to­ria real» está entre las dos.

Se com­ple­men­tan.

Cla­ro, inclu­so en la pági­na de face­book dedi­ca­da a Ciu­dad Fic­ción, como los que par­ti­ci­pan sacan sus pro­pias con­clu­sio­nes, se deba­te sobre las dos ver­sio­nes. Así que en esa espe­cie de secue­la que esta­mos hacien­do, Dan ya se ha rebe­la­do y dice que ni Abbott, ni Mont­fort. Nadie cono­ce su his­to­ria. El últi­mo comen­ta­rio que ha deja­do es que arran­quen todos la pági­na 418 del libro por­que no está de acuer­do en lo que se dice en ella.

Todo esto es muy teatral.

Mucho.

Y pen­san­do en eso y en tu expe­rien­cia como dra­ma­tur­ga, me ha veni­do la ima­gen del apuntador.

Es que en reali­dad es eso, es como si fue­ran «apar­tes» del per­so­na­je. Como en las pelí­cu­las de Woody Allen que, de repen­te, un per­so­na­je se diri­ge al espec­ta­dor salién­do­se de la his­to­ria, rom­pien­do la cuar­ta pared y expli­cán­do­le direc­ta­men­te lo que quie­re con­tar. Sí, mira, son los vicios de una, que van salien­do por ahí [se ríe].

Bueno, es una mane­ra de demos­trar que se está pen­dien­te y que quien escri­be recuer­da que al otro lado de las pági­nas hay alguien que lee.

Y me da can­cha que el per­so­na­je le hable al lec­tor de lo que supo­ne el pro­pio pro­ce­so crea­ti­vo de la nove­la, con todas las teo­rías que ha ido meta­bo­li­zan­do sobre el mun­do de la fic­ción para esca­par de ella, por­que en defi­ni­ti­va lo que quie­re es brin­car al otro lado. Por eso lan­za men­sa­jes en una bote­lla y se sien­te atra­pa­do. Y quien escri­be apren­de mucho del pro­pio per­so­na­je. Me pre­gun­ta­ron si pen­sa­ba como él cuan­do dice que el escri­tor no inven­ta las his­to­rias sino que las des­cu­bre, y que no escri­be los per­so­na­jes sino que los escu­cha. Y tuve que res­pon­der que no, no es lo que pien­so. Me reser­vo el dere­cho de no estar de acuer­do con mi pro­pio per­so­na­je. Por eso en face­book tene­mos nues­tras bron­cas. Al final aca­ba­ré para que me aten [se ríe].

Hil­va­nar­lo todo para aca­bar la nove­la debió ser difícil.

No te pue­des ima­gi­nar. Estu­ve un año pen­sán­do­la, dos años escri­bién­do­la y casi otro año corri­gien­do. Deján­do­la dor­mir, deján­do­la leer, qui­tan­do un capí­tu­lo, ponien­do otro, dan­do más luz a un per­so­na­je, borran­do mis pro­pias hue­llas. Creo que nun­ca en la vida me ha cos­ta­do tan­to algo. De por sí el thri­ller es difi­ci­lí­si­mo como géne­ro, es una autén­ti­ca locu­ra embar­car­se en él. Quien esté acos­tum­bra­do a escri­bir­lo lo ten­drá más fácil, pero si es la pri­me­ra vez y enci­ma lo mez­clas con otro géne­ro… Cada per­so­na­je tie­ne que apor­tar una cla­ve, se tie­nen que diri­gir las sos­pe­chas hacia unos u otros… Com­pa­ro esta nove­la con un óleo de sie­te capas. En la pri­me­ra das un color, con la segun­da empie­zas a dibu­jar, en la ter­ce­ra das volu­men, sacas las for­mas. Algo así. Aca­be con­ten­ta aun­que exhaus­ta. Pero es que ni con la pri­me­ra nove­la tuve tan­to tra­ba­jo. Cla­ro que aquí he nece­si­ta­do más docu­men­ta­ción. Fíja­te que con­tie­ne refe­ren­cias a ochen­ta pelí­cu­las. Vis­tas y vuel­tas a ver. Algu­nas apa­re­cen como deta­lles peque­ños y otras en el mapa, pero hay más de las que pare­cen a sim­ple vis­ta. He des­car­ta­do otras pelí­cu­las que tam­bién he teni­do que visio­nar. El dibu­jo de los per­so­na­jes que, al per­te­ne­cer éstos a un mun­do no rea­lis­ta, han de ser más vero­sí­mi­les para que a los lec­to­res les impor­te lo que les suce­de. Conoz­co a mis per­so­na­jes al deta­lle, es algo muy mani­do, que se sue­le decir siem­pre, pero en este caso es así, ten­go una ficha de cada uno.

Eso te ser­vi­rá para facebook.

Cla­ro, los ten­go cala­dí­si­mos. El tono de Dan Rogers me sale a la per­fec­ción. Pero te digo una cosa, estoy muy celo­sa, por­que le han hecho un club de fans a él y no a mí. La gen­te le agre­ga como con­tac­to, inclu­so advir­tien­do en su per­fil que es un personaje.

Pero esto tie­ne rela­ción con algo que has dicho antes, y que me pare­ce muy intere­san­te, sobre el pro­ce­so de correc­ción: Ese borra­do de tus hue­llas en el libro.

Sí, es que no pue­de que­dar nada del escri­tor. Al menos yo lo pro­cu­ro. Tam­bién depen­de de lo que de per­so­nal ten­ga la nove­la. En este caso, Nue­va York es algo per­so­nal por cir­cuns­tan­cias fami­lia­res y me ape­te­cía escri­bir sobre la ciu­dad. Pero tenía cla­ro que no iba a con­te­ner nada auto­bio­grá­fi­co. Habrá quien pre­fie­ra dejar su «yo» en las nove­las, pero creo que el mun­do del escri­tor se pare­ce al del actor. No sería capaz de inter­pre­tar siem­pre per­so­na­jes que corres­pon­die­ran a un deter­mi­na­do per­fil. Pre­ci­sa­men­te lo boni­to de actuar es poder vivir mun­dos muy dife­ren­tes y muchas vidas en una. Eso es lo que me ape­te­ce como escri­to­ra. Si escri­bie­ra siem­pre mi pro­pia vida no sal­dría de ahí. De hecho la pró­xi­ma nove­la será de aven­tu­ras. Mi esti­lo lite­ra­rio será que nun­ca se sabrá por dón­de voy a salir en el siguien­te libro.

Pasas de escri­to­ra a personaje.

Meta­fic­ción pura y dura.

Y la pró­xi­ma, dices, de aventuras.

Aven­tu­ras marí­ti­mas, con heroí­na pro­ta­go­nis­ta. Es una mujer que via­ja a bor­do de un vele­ro y debe lle­gar a Áfri­ca en sie­te días. Solo nave­ga con el recuer­do de su mari­do, que per­ma­ne­ce con ella físi­ca­men­te. Es una his­to­ria tre­men­da de amor y la aven­tu­ra de una per­so­na que debe apren­der a nave­gar sola. La his­to­ria tam­bién tie­ne un enig­ma al fon­do. Va a ser una metá­fo­ra de la muer­te de Euro­pa. Está prác­ti­ca­men­te escri­ta, pero aho­ra me pasa­ré un tiem­po repa­san­do y rees­cri­bien­do, pero no deja­ré pasar tan­to tiem­po como entre las dos primeras.

Foto­gra­fía de Vanes­sa Mont­fort: Luismagerit/Wikimedia.

* Mito­lo­gía de Nue­va York. Vanes­sa Montfort.
Algai­da Edi­to­res (Madrid, 2010).

SI TE HA GUSTADO, ¡COMPÁRTELO!