La idea original era tan sencilla como esto: invertir los papeles. Buscar un autor que se prestara a preparar unas pocas preguntas, y que el entrevistador (o entrevistado, mejor dicho) fuese totalmente honesto en sus respuestas. La intención era jugar con el planteamiento, no hacer algo excesivamente sesudo, pero sin llegar a una completa relajación.
Como soy liante por naturaleza, y me gusta cargar las cosas (porque, según lo comprobado, siempre se acaban dejando muchos elementos fuera), quise dar una vuelta más al ejercicio y añadí dos circunstancias más. Yo tomaría la posición del lector para estudiar la obra del escritor en cuestión, (limitando así las conversaciones a sus libros, dejando de lado la teoría literaria). En segundo lugar, como extensión de la premisa anterior, el escritor debía ser alguien con quien no hubiera logrado conectar. No una persona que me cayera mal, sino un autor de cuyos libros siempre espero una gran transformación y que suele dejarme frío, como se dice vulgarmente. Esto nada tiene que ver con aspectos formales o estéticos (indudablemente el sujeto de la entrevista los maneja con maestría y me obliga a prestarle atención); me refiero a una desconexión que nace de mi reacción personal, y por qué no, llena de prejuicios.
De Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) conocía los libros que con más frecuencia se citan: La asesina ilustrada (Tusquets, 1977 // Lumen, 2005); Historia abreviada de la literatura portátil (Anagrama, 1985); Bartleby y compañía (Anagrama, 2001), París no se acaba nunca (Anagrama, 2003), Dublinesca (Seix Barral, 2010). En su favor diré que nunca he abandonado ningún libro suyo a la mitad, y que al finalizar jamás he pensado en emborracharme. Me permito acusarle de mi fascinación por Claudio Magris y Giani Stuparich. Siento curiosidad por saber si escucha a Chet Baker sentado frente a la mesa o echado en el suelo. Quienes le conocen bien, me cuentan que en el fondo es como un niño. Tiene carné oficial de raro, y conmigo fue generoso. Extraña forma de vida (Anagrama, 1997) es su libro menos vilamatiano, y al mismo tiempo es la mejor recomendación que conozco para empezar a leerle; contiene una cita que me gusta especialmente: «La vida es demasiado breve como para vivir el número suficiente de experiencias, es necesario robarlas». Creo que no podría citar a un escritor más intuitivo, con ese gruñido en el alma tan significativo en el arte de aprender a equivocarse.
Me preparé bien para la entrevista. Aún tengo cerca el volumen Vila-Matas Portátil (Candaya, 2007), que sigo leyendo porque está lleno de sorpresas hasta la contraportada. Me serví de una hipnótica palabrería escrita para el personaje de la cubierta del libro recién citado, ese señor de mirada brillante y sonrisa forzada, como masticada, metido en un abrigo tan desconcertado como el hombre envuelto en él. Con el aspecto lúdico de mi propuesta, supuse que sería un reto fácil de aceptar; sin embargo, tal vez porque me convenía más aprender teorías que despistar, Vila-Matas no mostró ningún entusiasmo por ese hipotético encuentro con un lector que yo le planteaba. Le interesaba más el intercambio de papeles inicial. Replicó con un argumento irrebatible: «No quiero que me hables como si fueras yo. Quiero que, en cinco preguntas, tengamos un retrato tuyo de 2015, una especie de “retrato del artista adolescente”». En otras palabras: todo el juego que quieras, pero sin olvidar la esencia de cualquier entrevista de este tipo, conocer mejor a un escritor.
Salvo algunas correcciones minúsculas para unificar el tono y el tratamiento entre los interlocutores, este fue el resultado. No duden que todo lo escrito a partir del próximo punto es rigurosamente cierto.
1.
V‑M: Buenas noches, primera pregunta: ¿Eres Hanna O. Semicz?
DJM: No. Intentó hacerse pasar por mí, pero lo descubrimos a tiempo.
2.
V‑M: ¿Tu primer libro era autobiográfico? Es algo que los escritores suelen negar.
DJM: No lo era para mí, pero seguro que hay montones de pasajes donde el lector puede pensar que sí. Es curioso que me lo preguntes, porque ahora me doy cuenta de que cuando intento ser preciso con los elementos autobiográficos, no me reconozco en ellos.
En aquel entonces, con el primer libro, pensaba que era una cuestión de la voz que usaba: si empleaba la tercera persona, creía hablar más de mí, y en cambio la primera persona añadía distanciamiento. Pero no es tan sencillo. Aparte de esto, quería impresionar a todo el que me leyese y no sabía del todo lo que estaba haciendo.
3.
V‑M: Ya has escrito y publicado, tengo entendido, un segundo libro. No voy a preguntarte por él, que sería lógico después de la pregunta sobre el primer libro, sino que voy a preguntarte por algo que en el fondo puede acabar teniendo más relación de lo que parece con esas dos primeras preguntas. Y si no la tiene, es igual. Tercera de las cinco preguntas: ¿Te has obligado alguna vez a escribir, durante los primeros quince minutos de una mañana cualquiera, todo lo que se te pase por la cabeza, sin artificios y sin hipocresía? Si ya lo has hecho, sabrás que es un ejercicio estimulante porque escribes, entre otras cosas, lo que crees que no interesa y que, sin embargo, podría ser que interesara.
DJM: Sí, tiene que ver con la segunda pregunta. Cuando estaba con el primer libro hacía este ejercicio y otros parecidos porque el personaje real en el que se basaba la novela realizaba tareas de este tipo, aunque no fuera escritor de ficción. El único problema que encontraba era que no sabía muy bien qué hacer con lo que salía, aunque en efecto era estimulante. En el segundo libro ocurrió que me obligué a escribir solo cuando tuviera realmente ganas de hacerlo, aunque tuviera la historia mucho más pensada. Desde luego, en ambos casos las partes que me parecen mejores son aquellas en las que dejaba de lado los intentos de trucos y artificios. Los últimos tres años he escrito de noche, y no ha salido nada productivo de ahí excepto algún cuento aislado…; hace pocos meses encontré por fin algo en lo que trabajar sin tener que razonarlo todo (es un problema que trato de resolver: dejar de pensar tanto las cosas y ponerme a narrar sin ayuda de ninguna clase). Creo que algo positivo ha sido el dejar el análisis para la tarea de los artículos (ese es su sitio) y descubrir recientemente que en la narración las reglas las puedo poner yo en lugar de darme cabezazos contra un muro (lo de impresionar con la estructura… de nuevo los artificios). Así que voy a incluir de nuevo ese ejercicio que describes; confío en que mejoraré con ello.
4.
V‑M: Yo creo que la ficción es siempre experimentación y que cuando deja de serlo deja de ser ficción. ¿Te sientes atraído a probar cosas nuevas cuando escribes ficción? Concretamente la pregunta es: ¿Te sientes atraído cuando escribes ficción a orientarte hacia cosas extrañas?
DJM: Si por cosas extrañas entendemos cosas incómodas, la respuesta es un rotundo sí. Pienso mucho en la cuestión del mal, y me pregunto a menudo por qué me atrae tanto lo que me produce culpabilidad e incertidumbre… Claro que, ¿qué sería de la escritura sin esa culpabilidad y esa incertidumbre? Creo que sin debilidad tampoco podríamos hacer ficción. Sobre las cosas nuevas: sé que se emplea en clave positiva, pero no me gustaría que usaran para mí la frase «lo ha vuelto a hacer». No tengo claro cómo se puede lograr que cada vez, que cada libro, sea algo distinto (dentro de que cada uno escribe sobre sus propios temas y obsesiones, evidentemente)… No estoy de acuerdo con que se pueda controlar a voluntad, por mucho oficio que se tenga, esa atracción. El mejor modo de explicar lo que pienso es que nunca sé cómo llega (si bien conozco mis intereses), pero cuando aparece el impulso, la necesidad o lo que sea, el ímpetu es más fuerte que mi moral y yo… En fin, el espíritu sopla donde quiere y rara vez lo hará hacia terrenos que conocemos de sobra.
5.
V‑M: ¿Crees que en el futuro seguirás sintiendo —como imagino que sientes ahora, en tus comienzos— que te juegas mucho cuando escribes?
DJM: Creo que, desde que uno toma conscientemente la decisión de ponerse a escribir, es continua esa sensación de jugarse mucho más que cosas banales como la fama, el dinero o el prestigio…; cosas más rápidas y sencillas de obtener —o a cambio de un menor desgaste— por otros medios. No hablo solo por el aspecto económico-laboral; no sé cómo será el futuro, solo pienso que si no hay nada que decir, lo mejor es el silencio. No sé si será verdad eso de que si uno no encuentra su hueco con los primeros libros, es casi imposible lograrlo más tarde… me parece que siempre existe la oportunidad de hacerlo bien, y la posibilidad de encontrar y compartir esa curiosidad insondable que hay detrás de cada obra honesta, de decir algo útil para los demás y para ti mismo… creo que cualquier libro es un comienzo, aunque se escriba de cosas similares y uno llegue a creer que escribe sobre un tema único. Para mí escribir es un acto de voluntad que, una vez se ejerce, conlleva una responsabilidad que no deberíamos esquivar.
V‑M: Una vez dentro, hasta el cuello, que decía Céline.
* Sobre la imagen de cabecera:
Día del Libro del año 2010. Una chica se acercó a Enrique Vila-Matas con un ejemplar de Dublinesca, para que lo firmara a nombre de Daniel. Ella le dijo que Daniel no podía acudir, pues en ese momento estaba firmando en la caseta de al lado, perteneciente a la ya desaparecida Librería Catalonia. Ese tal Daniel era yo. No nos encontramos en la siguiente hora punta.
(N. del Ed.: Agradecemos a Enrique Vila-Matas su colaboración en este experimento).