Borges podía convertirse en un clásico, igual que Alejo Carpentier o Mario Vargas Llosa; en cambio Julio Cortázar nunca dejaría de ser joven, antiburgués, francotirador, cómplice del lector, un jugador, sin dejar de ser, al mismo tiempo, un gran lector, un escritor culto, un amante de la pintura, de la música y de la literatura llamada «menor». Cristina Peri Rossi, Julio Cortázar y Cris. |
Julio Cortázar solía decirle a Cristina Peri Rossi que era inmortal, como aquel personaje de Borges que se embarcó en una eternidad indeseable y absurda de la que acabó renegando. Pero se equivocó.
Se equivocó porque, como rezan los versos de Vallejo («Me moriré en París con aguacero / un día del cual tengo ya el recuerdo»), que él se empeñó en cumplir al pie de la letra, murió una lluviosa mañana de febrero en París.
Aunque ahora ya sea un dato insignificante y carente de valor como una moneda obsoleta y desgastada, porque para tristeza de sus incontables seguidores el hecho de saberlo no va a devolverlo a la vida, una de las cosas que desvela el libro de Peri Rossi es que Cortázar no murió de leucemia, que era hasta ahora la versión oficial según Mario Muchnick en Lo peor no son los autores («Hacía varios años que tenía leucemia, pero nosotros no lo sabíamos y él, en principio, tampoco»), sino de sida, una enfermedad que en aquel momento, febrero de 1984, aún carecía de nombre. Y mucho menos de un tratamiento eficaz que retrasara lo inevitable.
Al parecer, según Peri Rossi, Carol Dunlop, la mujer de Cortázar, que moriría algunos años antes a pesar de ser mucho más joven, y él mismo, recibieron una transfusión masiva de sangre infectada en un hospital del sur de Francia. Un error imperdonable por el que años más tarde dimitiría de su puesto el ministro de sanidad francés.
Así que lo de menos es el nombre de la enfermedad que se llevó a Julio Cortázar, leucemia o sida, qué más da. Lo único realmente importante es el sentimiento de orfandad que dejó no solo entre sus numerosos lectores, sino también, y sobre todo, entre sus amigos más cercanos, entre los que figura la autora del libro.
En Julio Cortázar y Cris, Peri Rossi traza una semblanza nada académica ni solemne –ambos autores rechazan el academicismo y la solemnidad– del Gran Cronopio gracias a una colección de anécdotas y fragmentos de conversaciones que la autora saca del baúl de los recuerdos para los lectores más mitómanos.
Peri Rossi logra que, además de su propia voz, suene entre las páginas del libro la de Julio Cortázar a través de múltiples conversaciones y de cartas intercambiadas cuando todavía el género epistolar era una prolongación de la vida y un arte.
Por ejemplo, los lectores podrán corroborar la afición de Julio Cortázar al boxeo, a la ópera y al jazz; su rechazo a los que trataban de canonizarlo en vida; su decidida apuesta por la revolución cubana primero, y por la nicaragüense después, que él veía como una oportunidad de no repetir los errores de la primera; su afición por los dinosaurios y por los caleidoscopios, que con frecuencia le enviaba a Peri Rossi desde cualquier parte del mundo; su ruptura con su primera mujer, Aurora Bernárdez, debido a su relación con Ugné Karvelis; su otra ruptura con Ugné Karvelis debido a los celos que ella le profesaba.
Y por supuesto, el origen y la motivación de los quince poemas inolvidables dedicados a Cris, a ella, la autora del libro, y cuyos versos los mitómanos que se acercan al cementerio de Montparnasse en París para visitar la tumba de Cortázar pueden leer encima de su lápida:
Creo que no te quiero / que solamente quiero la imposibilidad / tan obvia de quererte / como la mano izquierda / enamorada de ese guante / que vive en la derecha. «Otros cinco poemas para Cris». |
En definitiva, un libro que además de su amenidad y de su valor como testimonio personal, contribuye a aumentar la proyección del mito en el que Cortázar, seguramente muy a su pesar, se ha convertido.
Foto de Cristina Peri Rossi y Julio Cortázar, de archivo sin autoría.
* Julio Cortázar y Cris. Cristina Peri Rossi.
Ediciones Cálamo (Palencia, 2014).