Escuchad esta pieza, con todos vuestros oídos. Con la espalda y las plantas de los pies. Está concebida para atravesar los espacios entre los átomos. Ocurre con White Light / White Heat (publicado en 1968), el álbum posterior al de la complicada colaboración con Nico, que retrata a base de desastres técnicos (lo contrario de lo que en un primer momento pretendían) una carrera hacia su separación definitiva de la Factory de Andy Warhol. Morrison, Reed, Cale y Tucker acordaron entre ellos que aquel sería su «año blanco».
«The Gift» está inspirada en el cuento La lotería de Shirley Jackson (apareció en The New Yorker en junio de 1948), y responde a la creciente necesidad de Lou Reed de preocuparse por las letras, característica que le apartaría de la banda muy poco a poco. Stearling Morrison diría años después que al resto de la banda lo que le interesaba era «cómo tirar la casa abajo», pero Reed siempre tuvo una inclinación más intelectual por la música que, por ejemplo, Maureen Tucker, cuya precisión percutiva les acercaba más al delirio y el trance espiritual, o al ritual religioso, que a la distancia filosófica tan característica del cuarteto y, de paso, tan propia de la mitología popular sobre Nueva York que Reed conocía tan bien.
Lo cierto es que Reed tuvo a lo largo de su carrera muchas oportunidades para desarrollar su instinto poético. La canción «Pale blue eyes», del primer disco de la Velvet, es una oda que Reed escribió en Syracuse, casi diez años antes, y trataba de una novia que tuvo allí. Más tarde, cuando ya andaba en solitario, publicó en The Paris Review (número 53, invierno de 1972) un poema titulado The Murder Mystery (variación de la canción de mismo título para el disco de debut de la banda), que encajaba muy bien con las letras que escribió para este disco: versos interminables, crudos, llenos de aliteraciones y saludos a Walt Whitman. Una de sus cimas como músico-escritor es el álbum conceptual The Raven, del que ya dimos buena cuenta en nuestra Discoteca Literaria.
Por un lado, tenemos la tensión entre arte y ruptura, entre cultura popular y elitismo, entre clase e indolencia. Por otro, la propia tensión en el Lou Reed creador, el conflicto entre música y narrativa: los músicos siempre aspiran a contar historias, y los escritores envidian la influencia tan primitiva que una melodía o un ritmo puede ejercer en el oyente. Lou Reed quería componer un cuento sin música, pero al mismo tiempo quería un tema narrativo que invitase a bailar. Gran parte de las frustraciones que Reed tuvo como artista se pueden explicar en el hecho de que tal vez escogiera un vehículo de expresión que no se correspondía en ese momento con su deseo más profundo. No todos los músicos soportan esta tensión, y acaban dejándose llevar por una cosa u otra: el mismo Stearling Morrison acabó como profesor de lengua, y se harta de decir que nunca se ha detenido demasiado en analizar las letras de las canciones.
También dijo una vez Morrison algo que explica muy bien a la Velvet: «sabíamos ponernos las cosas difíciles los unos a los otros». Y esta canción, o relato con música, de Lou Reed, lo resume muy bien. El origen, más o menos aceptado, lo cuenta John Cale, el sistema nervioso azul de la Velvet, la voz que recita de fondo en «The Gift»: «es una historia que Lou había escrito hacía mucho tiempo, durante su estancia en la Universidad de Syracuse. Yo tuve la idea de hacerla recitada. Teníamos una pieza instrumental titulada “Booker T.” [la habían tocado varias veces a lo largo del año anterior] y decidimos combinarlas, improvisando».
La canción está dividida en dos canales. En uno, el de la derecha, suena toda la música, las guitarras distorsionadas, la percusión, el bajo ultrasaturado de Cale. En el canal de la izquierda oímos la romántica historia de Waldo Jeffers, que lleva un tiempo (más de dos meses) separado de su novia, Marsha Bronson, y que cuando ya no aguanta más sin verla («había alcanzado su límite»), tiene la idea de enviarse a sí mismo por correo urgente.
En aquel entonces, la mayoría de tocadiscos eran de tipo monoaural. Se perdía parte del sonido, todo temblaba y crujía, a menudo no se entendía nada, y a veces era indistinguible la voz de los graves, pero la contundencia resultante marcó un punto de inflexión en la comprensión del ruido analógico, y también se logró adivinar hasta dónde podía aguantar una mesa sin quemarse como Waldo Jeffers. Gary Kellgran, el ingeniero de sonido, paraba las grabaciones a gritos: «No podéis seguir así. Todos los indicadores están en rojo». Hubo bastantes acoples y fallos que formaron parte del disco: atención al golpe del micrófono en el minuto 07:58 de «The Gift». Morrison nos resume la experiencia de la grabación: «En conjunto, creo que el álbum es un fracaso técnico. Queríamos hacerlo todo a la vez, en directo, pero las condiciones del estudio no lo permitían. Se filtraban un montón de ruidos».
Pero, ¿acaso la literatura no es sino la filtración de un montón de ruidos?
* Foto de cabecera: Lou Reed, en una imagen promocional de 1967 (©Verve/Universal Music Group).