«The Raven» (Lou Reed, 2002)

Lou Reed (imagen promocional de Bang On PR) y Edgar Allan Poe (©Mark Summers).

Lou Reed (ima­gen pro­mo­cio­nal de Bang On PR) y Edgar Allan Poe (©Mark Summers).

A MODO DE RESEÑA

La idea de inves­ti­gar a Poe para tras­la­dar su obra a la músi­ca ocu­pó a Lou Reed duran­te una déca­da. Todo comen­zó en una fies­ta de Hallo­ween en casa del pro­duc­tor Hal Will­ner. Will­ner es cono­ci­do por sus dis­cos de tri­bu­to a músi­cos como Nino Rota, The­lo­nious Monk, Kurt WeillLeo­nard Cohen, reu­nien­do para cada pro­yec­to una gran varie­dad de artis­tas. Tam­bién solía rea­li­zar expe­ri­men­tos como poner a Sun Ra a inter­pre­tar can­cio­nes de Randy New­man, o a Bono reci­tan­do vie­jas can­cio­nes de pira­tas. La cosa fue muy bien: basán­do­se en su éxi­to, la Red Hot Orga­ni­za­tion (cuyos bene­fi­cios se des­ti­na­ban a la lucha con­tra el sida) lan­zó un tra­ba­jo sobre Cole Por­ter con músi­cos de pop y rea­li­za­do­res apor­tan­do su grano de are­na para hacer un video­clip con casi cada pis­ta; se ven­die­ron más de un millón de copias. Así que Will­ner se cen­tró en lo que más le gus­ta­ba, gra­bar lec­tu­ras de obras de escri­to­res (Burroughs, Gins­berg, Poe) con un fon­do musi­cal regis­tra­do expre­sa­men­te para ese dis­co; par­ti­ci­pa­ron ban­das y músi­cos como Sonic Youth, Phi­lip GlassJohn Cale. El dedi­ca­do a Poe (Clo­sed On Account Of Rabies, Mer­cury, 1997) es espe­cial­men­te curio­so, pues per­mi­te escu­char a Iggy Pop leyen­do El cora­zón dela­tor, a Marian­ne Faith­full abrien­do el dis­co con el poe­ma Solo (y en la cara B Anna­bel Lee), a Jeff Buc­kley (mori­ría poco des­pués) reci­tan­do Ula­lu­me, o al cineas­ta Abel Ferra­ra cerran­do con El cuer­vo.

Aque­lla noche de Hallo­ween, Will­ner sugi­rió a Lou Reed que leye­ra algu­nos ver­sos, y Reed que­dó hip­no­ti­za­do por la musi­ca­li­dad de estos. El eco de esas pala­bras le cau­ti­vó y dio para tres pro­yec­tos. El pri­me­ro fue el mon­ta­je tea­tral POEtry, con esce­no­gra­fía y direc­ción de Robert Wil­son, estre­na­do en diciem­bre de 2001 en la Brooklyn Aca­demy of Music. Wil­son ya había tra­ba­ja­do con músi­cos, extra­yen­do de ellos sus extra­va­gan­cias y obse­sio­nes: así devino la obra de Tom Waits en esa rare­za mara­vi­llo­sa titu­la­da The Black Rider, con­ti­nua­da por Ali­ceBlood Money (de esta últi­ma habla­re­mos en otra entre­ga de nues­tra serie). En el caso de POEtry, Lou puso su rein­ter­pre­ta­ción de los poe­mas de Poe, y Wil­son los trans­for­mó en una espe­cie de ópe­ra oní­ri­ca, con mul­ti­tud de gran­des ojos flo­tan­do y len­tos flui­dos de color rubí impreg­nan­do la habi­ta­ción y la cama de ébano de Lady Rowe­na, mien­tras el públi­co escu­cha­ba a dos tipos dife­ren­tes de narra­dor: el Vie­jo Poe se trans­for­ma en esa voz tan carac­te­rís­ti­ca de sus cuen­tos, en los que el rela­tor mira obse­si­va­men­te hacia el pasa­do y da cuen­ta de sus erro­res; el Joven apa­re­ce fas­ci­na­do con sus peca­dos y habla a tra­vés de las voces de sus per­so­na­jes feme­ni­nos: Anna­bel Lee, Eleo­no­ra, o la desea­ble Ligeia. Es como un cie­go imbé­cil embe­le­sa­do por un her­mo­so horror. Poco antes del estreno, el 25 de noviem­bre de 2001, Reed es entre­vis­ta­do por Jon Pare­les, y con­fie­sa al perio­dis­ta del New York Times su admi­ra­ción por el escri­tor: «Sen­ci­lla­men­te amo el len­gua­je de Poe. Creo que enca­ja­ría en mi idea de lo que pue­de ser el rock: la diver­sión del com­pás, el sexo y el empu­je vital, con el poder ver­da­de­ro del len­gua­je».

Imagen promocional del montaje original de «POEtry».

Ima­gen pro­mo­cio­nal del mon­ta­je ori­gi­nal de «POEtry».

En 2002 lle­gó The Raven. A lo lar­go de dos horas y media, Lou nos pro­po­ne un reco­rri­do musi­cal por el uni­ver­so crea­ti­vo de Poe, un tra­yec­to que es acon­se­ja­ble rea­li­zar con los ojos cerra­dos, deján­do­nos lle­var por el soni­do de las letras (qui­zá esa sea la razón por la que no se trans­cri­bie­ron en el libre­to) y sien­do con­du­ci­dos por un narra­dor que tra­ta de esca­par de la men­te de Reed. Pues este Poe no es exac­ta­men­te el retra­ta­do por Oscar Halling en el famo­so dague­rro­ti­po, con el bigo­te y las cejas mar­ca­das, y la amplia fren­te y el tími­do mechón de pelo tra­tan­do de disi­mu­lar las entra­das sin poder abar­car­las. Es un Poe para el siglo XXI, rees­cri­to por un hom­bre que rom­pió con varios de los tabúes y los exce­sos de sus con­tem­po­rá­neos. Ese rea­lis­mo suyo (no dire­mos que sucio, pero sí pol­vo­rien­to) invo­ca­ba fan­tas­mas de los que no se que­ría hablar: el sui­ci­dio, la dro­ga­dic­ción, las des­via­cio­nes socia­les y sexua­les, el cinis­mo del rock. Aña­dien­do una piz­ca de com­pa­sión (algo iné­di­to en el de Brooklyn) a la pro­pia lec­tu­ra efec­tua­da por el músi­co. Ten­go que dar la razón a Igna­cio Julià cuan­do decía que «el humor, y el amor, redi­men en sus can­cio­nes los más pútri­dos vapo­res de la calle, el inquie­tan­te per­fu­me de la deses­pe­ra­ción».

En el libre­to, Reed dice: «Poe es el más clá­si­co de los escri­to­res nor­te­ame­ri­ca­nos, un autor pecu­liar­men­te más cer­cano a este nue­vo siglo que al suyo. Obse­sio­nes, para­noia, actos volun­ta­rios de auto­des­truc­ción nos rodean cons­tan­te­men­te […] He releí­do y rees­cri­to a Poe para hacer las mis­mas pre­gun­tas nue­va­men­te. ¿Quién soy? ¿Por qué me atrae hacer lo que no debo? He lucha­do con este pen­sa­mien­to innu­me­ra­bles veces: el impul­so del deseo des­truc­ti­vo… el deseo de la humi­lla­ción pro­pia». Lue­go cita a Poe como padre de William Burroughs y Hubert Selby, a quie­nes inten­ta diluir en su melo­día. Y se pre­gun­ta: «¿Por qué hace­mos lo que no debe­mos? ¿Por qué ama­mos lo que no pode­mos tener? ¿Por qué nos apa­sio­na lo que está mal? ¿Qué que­re­mos decir con “mal”?».

The Raven es un com­pen­dio de amor y muer­te. Lou está ena­mo­ra­do de la obra de Poe y no se rubo­ri­za a la hora de admi­tir que el dis­co «está hecho de amor». Se can­ta al exce­so, inclu­so con cier­ta afec­ta­ción, con inten­si­dad pavo­ro­sa. «Me lan­cé hacia ello como un rott­wei­ler per­si­guien­do un hue­so ensan­gren­ta­do», nos dice Lou. A ratos pode­mos intuir esos mor­dis­cos sobre el hue­so al fon­do de la «cie­ga rabia» que da títu­lo a uno de los temas. La muer­te es tra­ta­da con la rigi­dez e impa­si­bi­li­dad de la métri­ca ori­gi­nal de Poe, pero en lugar de des­pe­dir­se con la fór­mu­la Nun­ca más (Never­mo­re) salu­da al oyen­te con un Eter­na­men­te (Fore­ver­mo­re).

elcuervoEl ter­cer pro­yec­to deri­va­do del estu­dio de Poe por par­te de Reed fue la nove­la grá­fi­ca El cuer­vo (Alfa­bia, 2010. Tra­duc­ción de José Macha­do), con ilus­tra­cio­nes del lom­bar­do Loren­zo Mat­tot­ti, gana­dor del pre­mio Eis­ner por su adap­ta­ción del per­so­na­je clá­si­co de la lite­ra­tu­ra Doc­tor Jekyll y Mis­ter Hyde. Lou com­ple­tó una exhaus­ti­va bús­que­da del ilus­tra­dor, has­ta dar con su plan­tea­mien­to de insec­tos bípe­dos, fon­dos futu­ris­tas, un empleo de colo­res carac­te­rís­ti­co de Georg Grosz, un expre­sio­nis­mo lim­pio de tonos uni­for­mes, con­tor­nos de pesa­di­lla abs­trac­ta, figu­ras en escor­zo que dan­zan como las silue­tas de Matis­se y remi­nis­cen­cias del movi­mien­to Die Brüc­ke. Más allá del reco­no­ci­mien­to y la téc­ni­ca con la plu­ma de Mat­tot­ti, o su leja­nía de las lito­gra­fías clá­si­cas sobre el poe­ma (como las de Manet), lo que segu­ra­men­te con­ven­ció al neo­yor­quino fue la par­ti­cu­lar con­cep­ción de este sobre el arte del cómic, cuyas pre­mi­sas son: el tex­to for­ma par­te de la fun­ción de la ilus­tra­ción, en el sím­bo­lo y en el sig­ni­fi­ca­do, por lo tan­to hay varia­das inter­pre­ta­cio­nes del mis­mo; de igual for­ma, hay que encon­trar el modo de des­per­tar la sen­si­bi­li­dad del lec­tor, de mane­ra que para algu­nas de sus impac­tan­tes his­to­rias Mat­tot­ti se sir­ve de músi­cos o cineas­tas jun­to a la des­tre­za con el color. En este caso, Lou rees­cri­be las letras de su dis­co, mez­cla y reto­ca sus per­so­na­les varia­cio­nes de los poe­mas de Poe y desa­rro­lla cier­tos deta­lles que no lle­gó a ela­bo­rar en el dis­co (o no ela­bo­ró dema­sia­do bien), como el entorno de pesa­di­lla de los cuen­tos o la rela­ción per­tur­ba­da del indi­vi­duo con res­pec­to a una socie­dad que no le com­pren­de. Por otro lado, Lou Reed nece­si­ta­ba ahon­dar en la atmós­fe­ra recrea­da en el espec­tácu­lo tea­tral, pero al no tener la capa­ci­dad de adap­tar­lo a un for­ma­to mane­ja­ble (POEtry cons­ti­tuía una expe­rien­cia colec­ti­va), se decan­tó por el poe­ma ilus­tra­do para tras­la­dar par­te de las impre­sio­nes que gene­ró y, en últi­ma ins­tan­cia, esti­mu­lar todos los sen­ti­dos del públi­co. El fin no era ofre­cer una ima­gen fia­ble del mito del escri­tor, sino apro­ve­char (casi como una excu­sa) la oscu­ri­dad que Poe depo­si­tó en sus rela­tos y poe­mas para cons­truir a par­tir de ahí un retra­to de nues­tro mundo.

Y es que Lou Reed no uti­li­za sus refe­ren­tes del modo que haría­mos cual­quie­ra de noso­tros. Si pue­de retor­cer esa ins­pi­ra­ción para ver cuán­to da de sí, inclu­so lle­gan­do a rom­per­la, lo hará. Abrió los ojos con la dan­za y el tea­tro, nos obli­gó a cerrar­los con el dis­co, y vol­vió a pedir que los abrié­ra­mos para con­tem­plar las som­bras de la nove­la grá­fi­ca. Pare­ce que con ese par­pa­deo ralen­ti­za­do, Reed ha des­pro­vis­to a Poe de todos los adje­ti­vos que por un tiem­po le hemos col­ga­do como a un abe­to navi­de­ño y se ha que­da­do con lo fun­da­men­tal, lo que intere­sa con­tar en nues­tra épo­ca. Esto hace que el dis­co sea irre­gu­lar, que haya momen­tos gro­tes­cos o direc­ta­men­te pres­cin­di­bles, pero tam­bién que resul­te muy auténtico.

(Con­ti­nuar –>)

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