A MODO DE RESEÑA
La idea de investigar a Poe para trasladar su obra a la música ocupó a Lou Reed durante una década. Todo comenzó en una fiesta de Halloween en casa del productor Hal Willner. Willner es conocido por sus discos de tributo a músicos como Nino Rota, Thelonious Monk, Kurt Weill o Leonard Cohen, reuniendo para cada proyecto una gran variedad de artistas. También solía realizar experimentos como poner a Sun Ra a interpretar canciones de Randy Newman, o a Bono recitando viejas canciones de piratas. La cosa fue muy bien: basándose en su éxito, la Red Hot Organization (cuyos beneficios se destinaban a la lucha contra el sida) lanzó un trabajo sobre Cole Porter con músicos de pop y realizadores aportando su grano de arena para hacer un videoclip con casi cada pista; se vendieron más de un millón de copias. Así que Willner se centró en lo que más le gustaba, grabar lecturas de obras de escritores (Burroughs, Ginsberg, Poe) con un fondo musical registrado expresamente para ese disco; participaron bandas y músicos como Sonic Youth, Philip Glass y John Cale. El dedicado a Poe (Closed On Account Of Rabies, Mercury, 1997) es especialmente curioso, pues permite escuchar a Iggy Pop leyendo El corazón delator, a Marianne Faithfull abriendo el disco con el poema Solo (y en la cara B Annabel Lee), a Jeff Buckley (moriría poco después) recitando Ulalume, o al cineasta Abel Ferrara cerrando con El cuervo.
Aquella noche de Halloween, Willner sugirió a Lou Reed que leyera algunos versos, y Reed quedó hipnotizado por la musicalidad de estos. El eco de esas palabras le cautivó y dio para tres proyectos. El primero fue el montaje teatral POEtry, con escenografía y dirección de Robert Wilson, estrenado en diciembre de 2001 en la Brooklyn Academy of Music. Wilson ya había trabajado con músicos, extrayendo de ellos sus extravagancias y obsesiones: así devino la obra de Tom Waits en esa rareza maravillosa titulada The Black Rider, continuada por Alice y Blood Money (de esta última hablaremos en otra entrega de nuestra serie). En el caso de POEtry, Lou puso su reinterpretación de los poemas de Poe, y Wilson los transformó en una especie de ópera onírica, con multitud de grandes ojos flotando y lentos fluidos de color rubí impregnando la habitación y la cama de ébano de Lady Rowena, mientras el público escuchaba a dos tipos diferentes de narrador: el Viejo Poe se transforma en esa voz tan característica de sus cuentos, en los que el relator mira obsesivamente hacia el pasado y da cuenta de sus errores; el Joven aparece fascinado con sus pecados y habla a través de las voces de sus personajes femeninos: Annabel Lee, Eleonora, o la deseable Ligeia. Es como un ciego imbécil embelesado por un hermoso horror. Poco antes del estreno, el 25 de noviembre de 2001, Reed es entrevistado por Jon Pareles, y confiesa al periodista del New York Times su admiración por el escritor: «Sencillamente amo el lenguaje de Poe. Creo que encajaría en mi idea de lo que puede ser el rock: la diversión del compás, el sexo y el empuje vital, con el poder verdadero del lenguaje».
En 2002 llegó The Raven. A lo largo de dos horas y media, Lou nos propone un recorrido musical por el universo creativo de Poe, un trayecto que es aconsejable realizar con los ojos cerrados, dejándonos llevar por el sonido de las letras (quizá esa sea la razón por la que no se transcribieron en el libreto) y siendo conducidos por un narrador que trata de escapar de la mente de Reed. Pues este Poe no es exactamente el retratado por Oscar Halling en el famoso daguerrotipo, con el bigote y las cejas marcadas, y la amplia frente y el tímido mechón de pelo tratando de disimular las entradas sin poder abarcarlas. Es un Poe para el siglo XXI, reescrito por un hombre que rompió con varios de los tabúes y los excesos de sus contemporáneos. Ese realismo suyo (no diremos que sucio, pero sí polvoriento) invocaba fantasmas de los que no se quería hablar: el suicidio, la drogadicción, las desviaciones sociales y sexuales, el cinismo del rock. Añadiendo una pizca de compasión (algo inédito en el de Brooklyn) a la propia lectura efectuada por el músico. Tengo que dar la razón a Ignacio Julià cuando decía que «el humor, y el amor, redimen en sus canciones los más pútridos vapores de la calle, el inquietante perfume de la desesperación».
En el libreto, Reed dice: «Poe es el más clásico de los escritores norteamericanos, un autor peculiarmente más cercano a este nuevo siglo que al suyo. Obsesiones, paranoia, actos voluntarios de autodestrucción nos rodean constantemente […] He releído y reescrito a Poe para hacer las mismas preguntas nuevamente. ¿Quién soy? ¿Por qué me atrae hacer lo que no debo? He luchado con este pensamiento innumerables veces: el impulso del deseo destructivo… el deseo de la humillación propia». Luego cita a Poe como padre de William Burroughs y Hubert Selby, a quienes intenta diluir en su melodía. Y se pregunta: «¿Por qué hacemos lo que no debemos? ¿Por qué amamos lo que no podemos tener? ¿Por qué nos apasiona lo que está mal? ¿Qué queremos decir con “mal”?».
The Raven es un compendio de amor y muerte. Lou está enamorado de la obra de Poe y no se ruboriza a la hora de admitir que el disco «está hecho de amor». Se canta al exceso, incluso con cierta afectación, con intensidad pavorosa. «Me lancé hacia ello como un rottweiler persiguiendo un hueso ensangrentado», nos dice Lou. A ratos podemos intuir esos mordiscos sobre el hueso al fondo de la «ciega rabia» que da título a uno de los temas. La muerte es tratada con la rigidez e impasibilidad de la métrica original de Poe, pero en lugar de despedirse con la fórmula Nunca más (Nevermore) saluda al oyente con un Eternamente (Forevermore).
El tercer proyecto derivado del estudio de Poe por parte de Reed fue la novela gráfica El cuervo (Alfabia, 2010. Traducción de José Machado), con ilustraciones del lombardo Lorenzo Mattotti, ganador del premio Eisner por su adaptación del personaje clásico de la literatura Doctor Jekyll y Mister Hyde. Lou completó una exhaustiva búsqueda del ilustrador, hasta dar con su planteamiento de insectos bípedos, fondos futuristas, un empleo de colores característico de Georg Grosz, un expresionismo limpio de tonos uniformes, contornos de pesadilla abstracta, figuras en escorzo que danzan como las siluetas de Matisse y reminiscencias del movimiento Die Brücke. Más allá del reconocimiento y la técnica con la pluma de Mattotti, o su lejanía de las litografías clásicas sobre el poema (como las de Manet), lo que seguramente convenció al neoyorquino fue la particular concepción de este sobre el arte del cómic, cuyas premisas son: el texto forma parte de la función de la ilustración, en el símbolo y en el significado, por lo tanto hay variadas interpretaciones del mismo; de igual forma, hay que encontrar el modo de despertar la sensibilidad del lector, de manera que para algunas de sus impactantes historias Mattotti se sirve de músicos o cineastas junto a la destreza con el color. En este caso, Lou reescribe las letras de su disco, mezcla y retoca sus personales variaciones de los poemas de Poe y desarrolla ciertos detalles que no llegó a elaborar en el disco (o no elaboró demasiado bien), como el entorno de pesadilla de los cuentos o la relación perturbada del individuo con respecto a una sociedad que no le comprende. Por otro lado, Lou Reed necesitaba ahondar en la atmósfera recreada en el espectáculo teatral, pero al no tener la capacidad de adaptarlo a un formato manejable (POEtry constituía una experiencia colectiva), se decantó por el poema ilustrado para trasladar parte de las impresiones que generó y, en última instancia, estimular todos los sentidos del público. El fin no era ofrecer una imagen fiable del mito del escritor, sino aprovechar (casi como una excusa) la oscuridad que Poe depositó en sus relatos y poemas para construir a partir de ahí un retrato de nuestro mundo.
Y es que Lou Reed no utiliza sus referentes del modo que haríamos cualquiera de nosotros. Si puede retorcer esa inspiración para ver cuánto da de sí, incluso llegando a romperla, lo hará. Abrió los ojos con la danza y el teatro, nos obligó a cerrarlos con el disco, y volvió a pedir que los abriéramos para contemplar las sombras de la novela gráfica. Parece que con ese parpadeo ralentizado, Reed ha desprovisto a Poe de todos los adjetivos que por un tiempo le hemos colgado como a un abeto navideño y se ha quedado con lo fundamental, lo que interesa contar en nuestra época. Esto hace que el disco sea irregular, que haya momentos grotescos o directamente prescindibles, pero también que resulte muy auténtico.