El género policiaco sigue ofreciéndonos nuevas voces en toda España, autores que están revitalizando la oferta con nuevos personajes y tramas que, por ubicación, tenemos más próximos. Desde luego, nada que ver con las intrigas nórdicas, los eruditos misterios provenientes de Italia y Francia, o los clásicos norteamericanos, pero tan llenas de personalidad y matices como las que provienen de esos u otros países. La periodista Susana Rodríguez Lezaun (Pamplona, 1967) es un nuevo fichaje a tener en cuenta. En su primera novela, Sin retorno, realiza un curioso giro al introducir a un personaje femenino, Irene Ochoa, que nada más comenzar la lectura asesina a su marido, y unas pocas páginas después comienza una relación con el inspector encargado del caso, Daniel Vázquez, quien también debe hacerse cargo de resolver unos misteriosos crímenes que se están cometiendo en Roncesvalles, donde inicia el Camino de Santiago. Difícil no sentir curiosidad hacia esta historia y ver qué mecanismos utiliza Rodríguez Lezaun para resolver el puzle.
¿Por qué novela policiaca? ¿Qué te llevó a escribir una obra de género?
Desde pequeña soy una devoradora de novela policíaca, de todos lo tiempos y de todos los países. Empecé con Agatha Christie, que era lo más amable, lo más accesible a un adolescente, pasé por Simenon, Mankell, Vázquez Montalbán, hasta llegar a los modernos, que me gustan todos, Jo Nesbø, Connelly…
Entonces la biblioteca de Irene, la protagonista de tu novela, podría ser un reflejo de la tuya.
Es la mía. Todo lo que hay lo tengo yo, Por supuesto en casa hay más variedad, no cito a Saramago, que me encanta, ni a José Luis Sampedro. Y Antonio Gala me conmueve. Leo de todo, pero con lo que realmente me entretengo y con lo que disfruto es con la novela negra.
Sin retorno se me ha hecho un poco extraña porque en un principio parece que va a tomar un camino y luego va por otro…
¡Sorpresa!
… y ese otro adquiere más importancia dejando al inicial en un segundo plano constante. ¿Cuál fue la historia que nació primero?
La de Irene. Surgió hace muchos años. Sabía cómo iba a empezar la novela el día que tuviera tiempo para escribirla. En mi cabeza ya había una semilla, la de una mujer que decide acabar con su marido, un hombre que la maltrata. Tenía claro que lo iba a matar en su casa provocando un incendio, y la veía sujetando la puerta para que no pudiera escapar, poniendo las toallas y después quitándolas para que no quedaran allí. Pero más allá de esa escena no sabía cómo continuaría. La idea fue creciendo en cuartillas a lo largo de los años, con anotaciones en cuadernos que a veces me encontraba. Hasta que llegó un momento en que las circunstancias se pusieron de mi parte y vi la continuación de la novela. De repente supe qué iba a pasar con Irene, qué iba a hacer el personaje. La veía con un policía, me pareció un dilema interesante que se le podía plantear a él, y a mí los dilemas me gustan mucho.
El tema de los maltratos está muy presente, y me ha interesado mucho cómo reflejas la situación de algunos compañeros policías, que tienen situaciones personales en los que encontramos una raíz violenta, ya sea verbal o psicológica. En tu libro tienen mucha importancia porque encontramos casos de parejas que no funcionan, que no están bien.
Nada es lo que parece. Todos tenemos una vida que permanece detrás nuestro. Cuando salgas de esta habitación volverás a ser una persona con tu tus problemas, tus relaciones, tus dudas, tus miedos, tus alegrías. En una novela, el lector tiene derecho a conocer a todos los personajes que aparecen, aunque sea mínimamente. Saber que Teresa está embarazada y tiene miedo porque ella fue una niña abandonada; leer que Ismael tiene dos hijos y parece feliz, pero no lo es. Lo que más me gusta de la vida son las personas, y verlas y pensar y elucubrar sobre cómo serán cuando estén en su casa. Y creo que es un aliciente más para los lectores.
Sin duda acerca más a los personajes.
Es que son así, reales. La vida es una carrera de obstáculos y todo dependerá de lo ágil que seas para saltar. O de lo grande que sea el obstáculo. No es un camino de rosas, para nada. ¡Ojalá!
La historia de Ismael y Ana me ha interesado especialmente, muestras esa especie de racismo soterrado respecto a un compañero, Antonio, que es peruano.
Es un punto racista que niega pero que lleva dentro, un germen del que es difícil escapar. Y es algo muy común. Son aspectos que no se reconocen, todos conocemos a personas que no se consideran racistas pero que cuando se cruzan con una persona de color agarran el bolso. Tenemos que aprender a vivir en una sociedad multirracial.
Y en un ámbito rural se nota más.
Claro, ten en cuenta que Pamplona es una ciudad muy pequeña, ahora somos bastantes más y de muchos más colores. Desde mi punto de vista esto enriquece, pero otros no lo ven así. Nos estamos esforzando por aprender a vivir en una sociedad nueva, y es lo que le pasa a Ismael, que de boca para fuera dice no tener prejuicios pero no los puede evitar.
Sin retorno es una novela coral, aparecen muchos personajes y todos tienen vida, como ya has comentado. Pero incluso te has preocupado por introducirnos a las víctimas, que habitualmente llegamos a conocer una vez ya han muerto.
Todos tienen su momento de protagonismo. Me gusta, por ejemplo, Walenty Poznan primera víctima del camino. Me ha gustado escribir su historia. Se trata de un hombre de cincuenta años que aparece enamorado de una chica de veintiocho que, evidentemente, cuando conoce sus intenciones le rechaza. Entonces Poznan se emborracha. Me gustó mucho escribir sobre Walenty. Las muestro como lo son, personas, no como víctimas.
En realidad, ya desde un principio rompes las reglas, sabemos quien ha matado a Marcos.
Lo que no te esperas es lo que va a hacer ella. El libro comienza con la ejecución del asesinato. Hay realidades que no puedes disfrazar. ¿Cómo maquillas a una mujer sujetando el pomo de puerta en la que al otro lado está su marido, quizás achicharrándose vivo? En una situación así, haces fuerza e intentas pensar en otra cosa, hasta que notas el calor.
Cuéntame cómo ha sido el trabajo de documentación. Estamos acostumbrados a leer historias policiacas y cada autor las aborda de una manera diferente, pero hay protocolos que no pueden obviarse o inventarse.
Soy periodista. Y como tal, no me invento nada. Es decir, todo el proceso que aparece en el libro es como es. Cuando he tenido dudas he acudido a la fuente. Cuando he necesitado tener detalles sobre el proceso policial he ido a la policía. Tuve la suerte de topar con una agente y una inspectora de la Policía Nacional de Pamplona que me aleccionaron sobre cómo es el proceso desde que se comete un crimen hasta que se resuelve o no. ¿Qué ocurre cuando aparece un cadáver? No llegan los forenses y se lo llevan, tienen que venir el juez y el secretario, tiene que haber un ordenamiento minucioso de todo lo que allí sucede. ¿Qué ocurre cuando se detiene a un sospechoso? Como detenido no puedes hablar con un policía si no está tu abogado presente, pero no puede intervenir. No es como en las películas, no puede abrir la boca durante el interrogatorio, salvo que se estén violando derechos flagrantes. No se puede hacer un registro si el detenido y su abogado no están presentes, y si el detenido está herido hay que esperar a que se recupere para poder realizar el registro. Todas esas cosas me las han enseñado en la Policía Nacional. Son como son, es lo que hay. No puedo ambientar una novela en Pamplona, o en Toledo, y emular el proceso policial que vemos en CSI porque no tiene nada que ver. Aquí somos mucho más garantes con las personas.
¿Has logrado marcarte una rutina de trabajo?
Qué va, aunque he intentado ser disciplinada. Lo que sí tengo es un guión novelado desde el primer momento con las ideas que tengo y de cómo va a ser la historia. Es un escrito de entre treinta y cuarenta páginas que voy modificando. Cambio párrafos, borro, quito, añado… También tengo un tablón en el que cuelgo fichas de los personajes con nombre, apellido, parentesco y un timeline de cómo se va desarrollando la acción para no equivocarme. Pero lo de la rutina, con el trabajo fuera y dentro de casa es complicado. Hay que encontrar momentos de concentración y, quizás, cuando está todo a tu favor para ponerte a escribir resulta que no tienes la cabeza.
¿Desde el primer momento sabes a donde te va a llevar la historia?
No. Tengo claro el principio y hasta la mitad, más o menos. La parte final suele evolucionar al tiempo que yo. Cuando escribo reviso el guión, veo lo que tengo para la siguiente escena y suele ocurrir que tengo a los personajes haciendo algo que no correspondería en ese momento, así que continúan hacia otro lugar de manera natural. Tacho el párrafo y avanzo.
Ya se había escrito alguna novela de género utilizando el Camino de Santiago. Recuerdo El juego de la oca, de Toti Martínez de Lezea, e incluso alguna serie de televisión. Parece haber un halo de misterio en el Camino.
Todos los años hay peregrinos que tienen indisposiciones, accidentes, es un camino muy duro y no todo el mundo está preparado para afrontarlo físicamente. En el camino navarro, sobre todo en el inicio, estás atravesando los Pirineos, hay pendientes, hay caminos que son senderos de cincuenta centímetros de anchura. Ambientarlo en el inicio del camino, es algo simbólico, sin mayor connotación que la coincidencia, porque Roncesvalles es donde comienza el camino de Santiago y también donde empieza la aventura del libro, que es la de Irene y David. Lo podría haber ambientado en cualquier otro punto del recorrido, pero el hecho de que sea el inicio, con todas las leyendas que hay alrededor de Roncesvalles, de Ibañeta, del Puerto de Erro, llama al misterio.
Uno de los alicientes de cualquier novela del género es conocer a quien se hace cargo de la investigación. ¿Cómo describirías a David Vázquez, el inspector de Sin retorno?
¿Aparte de alto y guapo? Es una persona normal, no tiene ningún don especial. No es especialmente intuitivo, necesita las pruebas, pero sí es deductivo, por eso es inspector. No intuye las cosas de manera especial. Es un hombre que tiene miedo a perder su pareja, a dejar impune un asesinato.
En un momento de la novela nos encontramos con una de esas constantes del género para reflexionar, cuando el padre Cano le pregunta a Daniel si parte de la base de que todo el mundo es culpable y debe demostrar su inocencia o prefiere pensar que todos llevamos un inocente dentro.
Claro. ¿Seríamos capaces de cualquier cosa? Esa es una pregunta que asusta. Porque se puede robar para comer, por necesidad existen miles de excusas. Pero robar una vida es muy serio, eso no tiene vuelta atrás. Puedes devolver lo que has robado, dependiendo del daño que hayas hecho, pero cuando quitas una vida no hay más. Creo que todo el mundo es capaz de todo o no, cualquier individuo sería capaz de matar a un semejante.
¿Es uno de los pesos que tiene Irene?
Sin duda. Ha iniciado un camino del que no puede volver. Su única posibilidad es seguir adelante. Va haciendo remiendos.
¿Y hacia dónde crees que va esa relación con David?
Pues lo sé porque he escrito el segundo libro. Tiene varias posibilidades, el problema es si él la llegará a descubrir, porque el inspector Redondo tiene sus dudas respecto a si las muertes han sido del todo naturales, pero como no tiene por dónde avanzar queda todo pendiente. El segundo libro ahonda en esta relación y en las dudas.
¿Te la has planteado como serie?
Voy escribiendo, el segundo está en manos de mi agente y ya estoy trabajando en un tercer libro, pero no es una trilogía. Simplemente es un personaje que me gusta cómo evoluciona, junto al resto. Quiero que los lectores los conozcan, les cojan cariño y les acompañen.
Además del proceso de documentación, ¿qué otras cosas te aporta el periodismo al enfrentarte a la ficción?
Cuando leyó el primer borrador mi editora me dijo que se notaba mucho que soy periodista, que voy al hecho, al grano, adornando poco la ficción El periodismo me aporta trabajar con los datos y volcarlos. Lo que yo sé lo sabes tú como lector. No hay más información que la que lees en el libro. Un periodista cuenta lo que sabe. Eso es lo que hay. He tenido que aprender a adornar, a ser más escritora y menos periodista. Y es algo que me cuesta.
¿Te ha resultado complicado enfrentarte a los diálogos?
Bueno, no tanto. Hablo mucho, me gusta conversar con la gente. Los diálogos le dan a cualquier novela una agilidad tremenda, es un recurso estupendo para contar y situar las cosas. El narrador está cuando tiene que estar, pero quiero que sean los personajes quienes cuenten la historia, cada uno en su momento, para que avance a través de ellos, de cómo viven y lo que les pasa.
Como periodista, ¿has trabajado en sucesos?
No, hice tribunales durante un tiempo breve e intenso, y me gustó, la verdad. Lo que peor llevaba era el tiempo de espera, pero los juicios eran muy entretenidos y llegué a la conclusión de que nunca podría ser jurado porque me lo creo todo. Tengo muy desarrollada la empatía, si el acusado pone cara de pena estoy perdida. O igual podría empatizar con la víctima y no escuchar el relato del acusado. No podría ser imparcial.
¿Y como escritora lo eres?
Tampoco. Y el escritor que diga que es imparcial miente. Siempre tienes especial predilección por un personaje o por una trama. Y a veces tienes muchas ganas de quitarte de enmedio a algunos personajes. Les das cuatro pinceladas pero ya ves claramente que los mantienes por necesidad y los haces desaparecer.
A veces los personajes indeseables son los que más vida dan al libro.
Por eso los mantenemos, pero no tienen porqué caerte simpáticos.
* Sin retorno. Susana Rodríguez Lezaun.
Editorial Debolsillo (Barcelona, 2015).