Sergio del Molino

En 2016 Ser­gio del Molino sor­pren­dió a todos con un con­cep­to que corrió como la pól­vo­ra: el de la «Espa­ña vacía». Y no por ser un con­cep­to que refle­ja­se algo de lo que nadie hubie­se oído hablar, sino por­que vino a poner el foco de aten­ción sobre una reali­dad que esta­ba ahí des­de hacía mucho tiem­po. Y, lo que fue aún más extra­or­di­na­rio, logró situar­la en la agen­da social y polí­ti­ca de nues­tro país.

La tesis de La Espa­ña vacía. Via­je por un país que nun­ca fue (Tur­ner, 2016) es de sobra sabi­da: la mayor par­te de los habi­tan­tes espa­ño­les se con­cen­tra en peque­ñas áreas urba­nas, mien­tras que la otra par­te vive en áreas des­po­bla­das que lle­gan a tener una den­si­dad de pobla­ción seme­jan­te a Siberia.

Con rigor his­tó­ri­co y con ame­ni­dad, el libro mos­tró que este fenó­meno no es úni­ca­men­te un pro­ble­ma esta­dís­ti­co, un mero bai­le de cifras de un lado a otro, sino que se tra­ta de un com­ple­jo pro­ce­so demo­grá­fi­co, his­tó­ri­co, socio­ló­gi­co y polí­ti­co, que hun­de sus raí­ces en el ima­gi­na­rio colectivo.

De todas estas cues­tio­nes, que for­man par­te de la cul­tu­ra de nues­tro país, así como de un libro tan sin­gu­lar como este, de sus orí­ge­nes, de su pro­ce­so de crea­ción, de sus mode­los de refe­ren­cia, de sus difi­cul­ta­des implí­ci­tas, tuvi­mos opor­tu­ni­dad de hablar con su autor, Ser­gio del Molino.

¿Cuál fue el ori­gen de La Espa­ña vacía?

Los libros no tie­nen un úni­co ori­gen, sino que madu­ran en la cabe­za de sus auto­res duran­te mucho tiem­po. La Espa­ña vacía tuvo dos orí­ge­nes: uno remo­to y otro direc­to. El ori­gen remo­to es la rela­ción del pai­sa­je penin­su­lar con la tra­di­ción lite­ra­ria espa­ño­la y con mis pro­pios via­jes. Este es un tema que a mí me intri­ga mucho. Con el paso del tiem­po, todo eso va crean­do un dis­cur­so que aca­ba calan­do en la escritura.

El ori­gen recien­te se encuen­tra en mi libro Lo que a nadie le impor­ta (Ran­dom Hou­se, 2014) en el que yo dia­lo­ga­ba con mi abue­lo, que murió cuan­do yo tenía 17 años. Este libro con­sis­tía en un jue­go de espe­jos entre su vida y la mía: la figu­ra de mi abue­lo me per­mi­tía reco­rrer la his­to­ria del siglo XX de Espa­ña. Pues bien, una de las líneas argu­men­ta­les de este libro era la rela­ción que tenía mi abue­lo con el paisaje.

¿Cómo era esa relación?

Mi abue­lo nació en un pue­blo de Ara­gón en el que nun­ca vivió: tan solo pasó algún verano en él. Sin embar­go, cuan­do se jubi­ló, invir­tió todo su dine­ro en refor­mar una casa de aquel pue­blo. Es decir, que de ser un emplea­do de El Cor­te Inglés pasó a con­ver­tir­se en un cam­pe­sino. Den­tro de la fami­lia, vivi­mos ese pro­ce­so de trans­for­ma­ción entre ano­na­da­dos y asus­ta­dos: una per­so­na que había sido com­ple­ta­men­te urba­na y que ni siquie­ra había teni­do un huer­to, de repen­te, de la noche a la maña­na, se con­vier­te en un cam­pe­sino que se vis­te con su boi­na, con sus botas de mon­ta­ña, que cui­da de su peque­ña par­ce­la de tie­rra, etcé­te­ra. Eso me dio la opor­tu­ni­dad de pen­sar en cómo los pai­sa­jes sim­bó­li­cos y las mito­lo­gías fami­lia­res mar­can nues­tra iden­ti­dad. Esta refle­xión, sobre cómo nos con­di­cio­nan ambos ele­men­tos, ya se encon­tra­ba en aquel libro.

¿Cómo fue el sal­to de ese ger­men con­te­ni­do en Lo que a nadie le impor­ta a lo que lle­gó a ser La Espa­ña vacía?

Mi edi­to­ra, Pilar Álva­rez, se mos­tró muy intere­sa­da en que yo escri­bie­se un ensa­yo a par­tir de aque­lla refle­xión ini­cial. La Espa­ña vacía la escri­bí en muy poco tiem­po, por­que tenía aquel tra­ba­jo pre­via­men­te ela­bo­ra­do en el libro ante­rior. Solo me intere­sa­ba resal­tar la rela­ción con el paisaje.

Aun­que se ha publi­ci­ta­do como un ensa­yo, en él pode­mos encon­trar una mez­cla de géne­ros que va des­de el perio­dis­mo lite­ra­rio has­ta el rela­to de via­jes, pasan­do por la lite­ra­tu­ra tes­ti­mo­nial, el aná­li­sis polí­ti­co o el docu­men­to his­tó­ri­co. ¿Cómo ha con­se­gui­do con­ju­gar todos estos géneros?

Creo que con el ensa­yo ocu­rre como con la nove­la: ambos son cate­go­rías pro­tei­cas. Hay muchos tipos de ensa­yo, igual que hay muchos tipos de nove­la. Lo cier­to es que en mi narra­ti­va tam­bién me mue­vo entre la cró­ni­ca, el ensa­yo, la his­to­ria, etcé­te­ra, y lo voy mez­clan­do todo. Evi­den­te­men­te, La Espa­ña vacía no es un ensa­yo aca­dé­mi­co, no es un ensa­yo filo­só­fi­co ni de refle­xión; tam­po­co es un libro de His­to­ria (a pesar de que ten­ga muchos ele­men­tos de His­to­ria), sino que es un ensa­yo escri­to por alguien que cami­na, que obser­va cosas y lue­go las junta.

Tam­bién hay nume­ro­sas refle­xio­nes polí­ti­cas… ¿Cuá­les son sus mode­los de inspiración?

Me he ins­pi­ra­do mucho en el ensa­yo divul­ga­ti­vo de cor­te anglo­sa­jón. Por ejem­plo, me gus­ta mucho Bill Bry­son (William McGui­re «Bill» Bry­son, que a par­tir de una pri­me­ra per­so­na narra­ti­va va dibu­jan­do un mun­do muy par­ti­cu­lar. Ese tipo de ensa­yis­mo es el que me lla­ma la aten­ción y, sin embar­go, se da muy poco en Espa­ña. Aquí tene­mos un ensa­yo que se mue­ve entre dos polos opues­tos: entre lo muy aca­dé­mi­co o lo muy banal; no tene­mos un tér­mino medio. Este es el espa­cio que a mí me gus­ta ocu­par. Es evi­den­te que mis libros no pro­ce­den del ensa­yo aca­dé­mi­co. Lo que me intere­sa es uti­li­zar las herra­mien­tas de la cró­ni­ca para lle­var­las a ese nivel.

¿Cómo es el pro­ce­so de ela­bo­ra­ción de un ensa­yo tan diver­so como este: se dise­ña un plan para cada una de las par­tes o todos estos géne­ros flu­yen cuan­do uno se sien­ta delan­te del ordenador?

Yo escri­bo para saber lo que pien­so sobre lo que escri­bo. Eso quie­re decir que no pue­de haber una tesis muy con­so­li­da­da al prin­ci­pio. Ten­go que dejar mucho espa­cio para que las ideas, los libros, las lec­tu­ras se vayan mace­ran­do y vayan dibu­ján­do­me el libro. Es cier­to que sue­lo tener algu­nas ideas pre­vias sobre lo que quie­ro con­tar. Pero, sobre todo, ten­go que ir acla­ran­do la estra­te­gia a medi­da que escri­bo: has­ta dón­de quie­ro invo­lu­crar­me, has­ta dón­de quie­ro apa­re­cer, cómo de inva­si­vo va a ser lo que cuen­to, qué espa­cio va a ocu­par, etcé­te­ra. Esto sí que es una espe­cie de nor­ma o de decá­lo­go muy naíf que hago al prin­ci­pio, con el obje­ti­vo de saber los lími­tes en los que debo mover­me. Por supues­to me ocu­rrió con La Espa­ña vacía, pero tam­bién con el libro siguien­te, Luga­res fue­ra de sitio (Espa­sa, 2018), cuyo con­cep­to vehi­cu­lar era el de frontera.

Hable­mos un poco de este libro… ¿Qué impor­tan­cia tie­ne el con­cep­to de «fron­te­ra» en Luga­res fue­ra de sitio?

El pro­ble­ma es que el tér­mino «fron­te­ra» es tan poro­so, se pue­de uti­li­zar como metá­fo­ra de tan­tas cosas y se pue­de esca­par por tan­tos sitios, que había que aco­tar­lo de algu­na mane­ra. De no haber­lo hecho, hubie­se resul­ta­do algo inabar­ca­ble tan­to para mí como para el lec­tor. La solu­ción vino por la pro­pia aco­ta­ción físi­ca del con­cep­to de «fron­te­ra»: la línea des­de la que pasas de un país a otro. El libro gira en torno a esa idea con­cre­ta. Aun­que des­pués el tex­to se va cons­tru­yen­do de otra for­ma, es una nor­ma que te impo­nes para que el libro se man­ten­ga bien aco­ta­do den­tro de ese espa­cio conceptual.

Una de las carac­te­rís­ti­cas de su esti­lo es que pasa de una ter­ce­ra per­so­na imper­so­nal a la pri­me­ra per­so­na, de una pági­na a otra, o de un capí­tu­lo al otro, casi de mane­ra inme­dia­ta. ¿Cómo logra esa fluidez?

Con mucho ofi­cio: for­ján­do­te y liman­do mucho el tex­to. De hecho, creo que eso es lo menos intere­san­te de la escri­tu­ra, por­que es lo que se pue­de apren­der. Esto es una mera cues­tión téc­ni­ca: son tru­cos de pres­ti­di­gi­ta­dor que se pue­den apren­der. Pero lo que me intere­sa de la lite­ra­tu­ra es pre­ci­sa­men­te aque­llo que no es una mera cues­tión téc­ni­ca, lo que no se pue­de aprender.

¿Por ejem­plo?

Por ejem­plo, encon­trar el tono y la voz, que no se pue­den redu­cir a una cues­tión téc­ni­ca, y median­te los cua­les se pue­de decir cual­quier cosa (por reite­ra­ti­va que parez­ca o por ya sabi­da), pero de una mane­ra que parez­ca nue­va. Con­se­guir que parez­ca nue­va e impor­tan­te tie­ne un pun­to de magia cha­má­ni­ca que es difí­cil de expli­car: lo con­si­gues o no lo con­si­gues. Tie­ne que ver con cier­tas estra­te­gias de seduc­ción. No hay for­ma de ave­ri­guar cómo ni por qué sucede.

¿Se con­si­de­ra un perio­dis­ta que des­cri­be «obje­ti­va­men­te» la reali­dad o un nove­lis­ta que «pone el foco» en aque­llo que más le interesa?

Es que un perio­dis­ta (ni nadie, si vamos al caso) no pue­de des­cri­bir «obje­ti­va­men­te» la reali­dad. Solo se pue­de escri­bir de for­ma «sub­je­ti­va». Los escri­to­res no pue­den tras­cen­der su pun­to de vis­ta para adop­tar algo así como el pun­to de vis­ta de Dios.

Pero en sus libros hay muchas refe­ren­cias y muchos datos, diga­mos, «obje­ti­vos», que no depen­den del pun­to de vis­ta del autor.

Un dato no sig­ni­fi­ca nada en sí mis­mo, sino que sig­ni­fi­ca «algo» en fun­ción de cómo lo rela­cio­nes con otros datos, de cómo lo sitúes en un deter­mi­na­do con­tex­to. No hay nada «obje­ti­vo» en mane­jar datos: estás cor­tan­do, ses­gan­do, amplian­do o redu­cien­do el foco, y eso impli­ca inter­ve­nir sub­je­ti­va­men­te en los datos. Rei­vin­di­co la sub­je­ti­vi­dad: no hay otra for­ma de narrar. Me pare­ce la úni­ca for­ma hones­ta de comu­ni­car lite­ra­ria­men­te. Es como decir­le al lec­tor: «este soy yo, con mis vir­tu­des, con mis limi­ta­cio­nes, con mis defec­tos, etcé­te­ra, pero soy yo el que te estoy con­tan­do estas cosas». Como escri­tor, ten­go que jugar­me la cre­di­bi­li­dad, la con­fian­za del lec­tor, y esto solo pue­de lograr­se des­de una sub­je­ti­vi­dad radical.

Al escri­bir La Espa­ña vacía, ¿se sen­tía más como un perio­dis­ta o como un ensayista?

Como un narra­dor que uti­li­za dis­tin­tas estra­te­gias según con­vie­ne a sus fines. Ese narra­dor pue­de uti­li­zar tan­to las estra­te­gias de un perio­dis­ta como las de un ensa­yis­ta, o pue­de com­bi­nar­las al mis­mo tiem­po, en fun­ción de lo que quie­re con­tar y de la estra­te­gia a seguir en su libro. Yo nun­ca eli­jo un úni­co géne­ro, sino una com­bi­na­ción de ellos. En el caso de La Espa­ña vacía, me intere­sa­ba un libro que ape­la­ra a los lec­to­res, que gene­ra­se un deba­te. Las nove­las no gene­ran nin­gún deba­te, por­que no pue­des dis­cu­tir con ellas, pero pue­des dis­cu­tir con un libro como este. Por eso ele­gí ese for­ma­to con él: para poder uti­li­zar­lo en un deba­te o en una dis­cu­sión, para poder pole­mi­zar. Lo escri­bí des­de la posi­ción de un narra­dor que lee, que refle­xio­na, que cuen­ta historias.

En el libro hay mul­ti­tud de refe­ren­cias no solo lite­ra­rias, sino tam­bién cine­ma­to­grá­fi­cas o artís­ti­cas. ¿Cómo fue el pro­ce­so de documentación?

Hay muchas refe­ren­cias que tenía des­de hacía mucho tiem­po. Tam­bién hay docu­men­ta­ción nue­va, que tuve que tra­ba­jar de for­ma más sis­te­má­ti­ca. Inten­tas leer toda la biblio­gra­fía dis­po­ni­ble, igual que con cual­quier otro tema sobre el que quie­ras escri­bir. No tie­ne nin­gún mis­te­rio. Lo impor­tan­te es saber dón­de hay que buscarla.

El lec­tor pue­de que­dar­se un poco sor­pren­di­do al com­pro­bar que hay refe­ren­cias tan­to al Qui­jo­te como a Extremoduro…

Lo impor­tan­te no es la can­ti­dad de refe­ren­cias que pue­des encon­trar, ni su pro­ce­den­cia, sino cómo eres capaz de rela­cio­nar­la. La baja y la alta cul­tu­ra for­man par­te del mis­mo pai­sa­je, inci­den en la socie­dad de la mis­ma for­ma. Algu­nos dirán que no es lo mis­mo cual­quier rap que Tris­tán e Isol­da, pero ambos for­man par­te de la mis­ma cul­tu­ra. Lo que me intere­sa es cómo se rela­cio­nan ambas visio­nes de la reali­dad, cómo con­tri­bu­yen a dibu­jar una iden­ti­dad. Dicho de otra mane­ra, me intere­sa cómo las iden­ti­da­des se van con­fi­gu­ran­do a tra­vés de esos mitos. Hay una unión arque­tí­pi­ca entre el Qui­jo­te y Expe­dien­te X que no debe­ría sor­pren­der­nos. Lo que real­men­te cues­ta es rela­cio­nar­los conceptualmente.

¿Cómo se con­si­gue con­ci­liar toda esa docu­men­ta­ción tan dife­ren­te entre sí?

Como te digo, no es arduo acce­der a esa docu­men­ta­ción. Sobre todo, si tene­mos en cuen­ta las faci­li­da­des que exis­ten en la actua­li­dad, como los prés­ta­mos digi­ta­les de las biblio­te­cas. Aho­ra tie­nes un acce­so casi ili­mi­ta­do a toda la infor­ma­ción: úni­ca­men­te tie­nes que sen­tar­te, leer­la y vaciar­la. El tra­ba­jo inte­lec­tual­men­te duro es rela­cio­nar unas refe­ren­cias con otras.

Tam­bién se ha defi­ni­do el libro como una espe­cie de cró­ni­ca perio­dís­ti­ca. ¿Está de acuer­do con esa categoría?

Supon­go que sí tie­ne muchos ele­men­tos de cró­ni­ca, pero tra­to de no defi­nir­lo dema­sia­do. Bási­ca­men­te me limi­to a asen­tir o a negar lo que se ha dicho sobre él. No me impor­ta dema­sia­do cómo lo eti­que­tan los demás.

¿Cómo lo eti­que­ta­ría usted?

Como un ensa­yo, por­que es lo sufi­cien­te­men­te elás­ti­co como para englo­bar muchos ele­men­tos diferentes.

Pare­ce que el libro ha con­se­gui­do conec­tar con una sen­si­bi­li­dad muy actual, que es el aban­dono del cam­po espa­ñol por las admi­nis­tra­cio­nes públi­cas. ¿Cree que esta cir­cuns­tan­cia ha ayu­da­do a la difu­sión del libro o, por el con­tra­rio, que la publi­ca­ción del libro ha ayu­da­do a visi­bi­li­zar este problema?

Más bien creo que ha sido lo segun­do: que el éxi­to del libro ha tras­cen­di­do lo mera­men­te lite­ra­rio para ins­ta­lar­se en el dis­cur­so social y polí­ti­co. Estos temas no pare­cían inte­re­sar a nadie: las edi­to­ria­les no tenían el menor inte­rés en publi­car nada pare­ci­do, en los medios de comu­ni­ca­ción no apa­re­cía nada y en los pro­gra­mas elec­to­ra­les de los par­ti­dos polí­ti­cos no se hacía nin­gu­na men­ción al respecto.

Fue a par­tir del éxi­to del libro cuan­do, en pri­mer lugar, cam­bió la sen­si­bi­li­dad del mun­do cul­tu­ral, que pasó de des­pre­ciar esos temas a publi­car muchos libros rela­cio­na­dos con ellos (libros que antes se publi­ca­ban en edi­to­ria­les muy peque­ñas, que nadie les hacía mucho caso o que direc­ta­men­te no se publi­ca­ban). Aho­ra hay muchos auto­res que han pasa­do de la mar­gi­na­li­dad al pri­mer plano. Y, des­de el ámbi­to cul­tu­ral, el tema fue pasan­do a otros ámbi­tos, como el de la política.

¿Cómo ha con­tri­bui­do el libro a visi­bi­li­zar la des­po­bla­ción de las zonas rurales?

Este es un pro­ble­ma que siem­pre ha esta­do pre­sen­te en el ámbi­to cul­tu­ral y polí­ti­co, aun­que de for­ma local y aca­dé­mi­ca. Nun­ca estu­vo en la agen­da, diga­mos, de los deba­tes par­la­men­ta­rios. Los cen­tros de inves­ti­ga­ción demues­tran que había un deba­te aca­dé­mi­co. El pro­ble­ma era que este deba­te no con­se­guía tras­cen­der los muros de la uni­ver­si­dad: nun­ca se veía en los medios de comu­ni­ca­ción; y, cuan­do se veía en ellos, era en medios loca­les, per­te­ne­cien­tes a los luga­res direc­ta­men­te afec­ta­dos por esta problemática.

Otra cues­tión impor­tan­te a raíz de la publi­ca­ción del libro es cómo ha cam­bia­do la for­ma de enfo­car el dis­cur­so. Ha pasa­do de pro­vo­car recha­zo, posi­ble­men­te por ser un dis­cur­so exce­si­va­men­te fol­clo­ris­ta, etno­ló­gi­co o endo­gá­mi­co, ence­rra­do en sí mis­mo, muy vol­ca­do en la nos­tal­gia, a ser un dis­cur­so sin esas con­si­de­ra­cio­nes nega­ti­vas. En el últi­mo capí­tu­lo del libro men­ciono una lis­ta de auto­res espa­ño­les que ya esta­ban tra­ba­jan­do sobre la memo­ria rural des­de hacía algún tiem­po, de una for­ma com­ple­ta­men­te dis­tin­ta a la tra­di­cio­nal, des­de un enfo­que que no tenía nada que ver con la inda­ga­ción auto­bio­grá­fi­ca. Lo que carac­te­ri­za a estos auto­res es que uti­li­zan esa memo­ria mito­ló­gi­ca y la lle­van a otro dis­cur­so. Ese cam­bio de dis­cur­so ha evi­den­cia­do que los enfo­ques ante­rio­res esta­ban muy gas­ta­dos y no intere­sa­ban a nadie. De repen­te, todo eso se ha reno­va­do y se ha refrescado.

¿Es cons­cien­te de haber crea­do casi una nue­va cate­go­ría, una nue­va eti­que­ta, la de «La Espa­ña vacía», que está en boga?

La ver­dad es que todo esto abru­ma un poco, sobre todo, por­que ha pasa­do muy poco tiem­po para dige­rir­lo. Lite­ra­ria­men­te hablan­do, inclu­so hay una biblio­gra­fía nue­va que se ha publi­ca­do des­pués del libro, que ha encon­tra­do aco­mo­do a par­tir de él. Soy cons­cien­te de ello, pero sola­men­te en par­te, por­que he segui­do tra­ba­jan­do y publi­can­do otros libros des­pués de La Espa­ña Vacía. En este sen­ti­do, inten­to seguir todo esto des­de cier­ta dis­tan­cia y ser tan espec­ta­dor como cual­quier otra per­so­na. Me pare­ce absur­do tute­lar per­ma­nen­te­men­te todo lo que ocu­rre. Pero, como sim­ple espec­ta­dor, me sor­pren­de mucho la reper­cu­sión que ha logrado.

¿Se incli­na por la expre­sión «la Espa­ña vacía» o, como se ha escu­cha­do en algu­nas oca­sio­nes, por «la Espa­ña vaciada»?

Por «la Espa­ña vacía», sin duda algu­na. «La Espa­ña vacia­da» es una hiper­co­rrec­ción del tér­mino que, ade­más de ser esti­lís­ti­ca­men­te muy fea (es caco­fó­ni­ca), inten­ta sub­ra­yar lo peor del movi­mien­to con­tra la des­po­bla­ción: el vic­ti­mis­mo. Y lo hace, inclu­so, des­de un pun­to de vis­ta de la cons­pi­ra­ción. Es cier­to que la des­po­bla­ción es con­se­cuen­cia de una serie de medi­das polí­ti­cas (tam­bién adop­ta­das en otros paí­ses, aun­que con menor fie­re­za que aquí), pero no se basa úni­ca­men­te en eso: tam­bién es con­se­cuen­cia de unas iner­cias eco­nó­mi­cas, de un sis­te­ma social, de un con­tex­to cul­tu­ral, de unos com­ple­jos pro­ce­sos demo­grá­fi­cos, etcé­te­ra. «La Espa­ña vacia­da» pare­ce ser el resul­ta­do de unos seño­res, ves­ti­dos de negro, que se reu­nie­ron en algún momen­to y toma­ron la deci­sión de «vaciar» el cam­po en con­tra de sus habi­tan­tes, y esto en abso­lu­to fue así.

Por muy ten­ta­dor que resul­te des­de el pun­to de vis­ta mili­tan­te, este me pare­ce un plan­tea­mien­to muy infan­til, mani­queo y reduc­cio­nis­ta. Y ade­más me pare­ce que pue­de con­ver­tir­se en par­te del pro­ble­ma, en lugar de ser par­te de la solu­ción: lo úni­co que va a con­se­guir es redun­dar en el vic­ti­mis­mo y recluir el movi­mien­to en el mis­mo lugar en el que esta­ba antes, que es la irrelevancia.

El diag­nós­ti­co del libro es demo­le­dor: la bre­cha que sepa­ra «la Espa­ña vacía» de «la Espa­ña de los cen­tros urba­nos» sigue cre­cien­do. ¿Cree que exis­te algu­na posi­bi­li­dad de conciliarlas?

Es muy difí­cil. Para que eso suce­da, ten­dría que cam­biar nues­tro modo de vida. Y no solo el nues­tro, sino en todas par­tes. No solo es muy impro­ba­ble que eso suce­da, sino que inclu­so habría que plan­tear­se si es desea­ble: no sé si rever­tir este pro­ce­so com­pen­sa­ría el sacri­fi­cio que impli­ca­ría para todos los ciu­da­da­nos. Todos los exper­tos seña­lan que se tra­ta de un fenó­meno total­men­te irreversible.

Una vez asu­mi­da la situa­ción, la acción polí­ti­ca que habría que lograr es que los habi­tan­tes de «la Espa­ña vacía» no se sien­tan ciu­da­da­nos de segun­da. Es indu­da­ble que este pro­ble­ma exi­ge un reque­ri­mien­to demo­crá­ti­co: el hecho de que sea un pro­ce­so irre­ver­si­ble no quie­re decir que las ins­ti­tu­cio­nes se que­den cru­za­das de bra­zos. Hay muchas cosas que hacer y ahí es don­de la polí­ti­ca tie­ne que intervenir.

¿Qué cosas habría que hacer?

Para empe­zar, hay que incor­po­rar el rela­to a la pri­me­ra línea polí­ti­ca. Y lue­go hay que res­tau­rar el prin­ci­pio de igual­dad a todos los habi­tan­tes de «la Espa­ña vacía», que son en torno a los nue­ve millo­nes. Al mar­gen de que las zonas afec­ta­das se pue­dan vol­ver a poblar o a reac­ti­var eco­nó­mi­ca­men­te, estos son dos impe­ra­ti­vos polí­ti­cos. En este sen­ti­do, la inac­ti­vi­dad o la pasi­vi­dad polí­ti­ca son inexcusables.

¿Cree que el libro ha con­tri­bui­do a derri­bar algu­nos pre­jui­cios rela­cio­na­dos con los rece­los con los que se miran los habi­tan­tes de ambas zonas, la rural y la urbana?

Lo de «derri­bar» pre­jui­cios pue­de que sea una afir­ma­ción un poco exce­si­va. Qui­zás sea más ade­cua­do decir que ha con­tri­bui­do a poner­los enci­ma de la mesa. Algo que me sor­pren­dió al escri­bir el libro fue dar­me cuen­ta de lo per­sis­ten­tes que son los pre­jui­cios, cómo aguan­tan las pilas de datos y las evi­den­cias que los con­tra­di­cen: el pre­jui­cio­so es com­ple­ta­men­te inmu­ne a la infor­ma­ción que le pon­gas delan­te. No creo que el libro haya con­tri­bui­do a «derri­bar­los», entre otras cosas, por­que los pre­jui­cios son muy pla­cen­te­ros: la gen­te sue­le vivir muy a gus­to con ellos. En todo caso, los pre­jui­cios se supe­ran de gene­ra­ción a gene­ra­ción. No es una cues­tión indi­vi­dual, sino evo­lu­ti­va: los pre­jui­cios que tie­nes a los vein­te años sigues tenién­do­los a los noven­ta. Es muy difí­cil que te los «derri­ben».

Qui­zás sea mejor decir que el libro ha ayu­da­do a fomen­tar el deba­te, o a plan­tear el deba­te des­de cero. Lo que no me pare­ce acer­ta­do es poner­nos a deba­tir des­de el pre­jui­cio. Si que­re­mos plan­tear la cues­tión en serio, hay que empe­zar el deba­te des­de el prin­ci­pio demo­crá­ti­co de que todos los ciu­da­da­nos somos iguales.

¿Cuál le gus­ta­ría que fue­se el men­sa­je recor­da­do por el lec­tor tras leer La Espa­ña vacía?

Eso es algo muy sub­je­ti­vo. Nun­ca espe­ré que el libro fue­se a tener una lec­tu­ra tan emo­cio­nal como la que ha teni­do. Muchos lec­to­res han sen­ti­do que el libro está hablan­do de su memo­ria per­so­nal, de su pue­blo, de su mito­lo­gía fami­liar, etcé­te­ra. Es como si se hubie­se con­ver­ti­do en una vin­di­ca­ción espe­cial, muy ínti­ma para ellos. Esta reac­ción me sor­pren­dió por­que, al tra­tar­se de un ensa­yo, con­ce­bía el libro como algo de acce­so un poco difí­cil, con unas con­clu­sio­nes un poco anti­pá­ti­cas. Pero muchos lec­to­res aje­nos al dis­cur­so lite­ra­rio lo han tras­la­da­do a su terri­to­rio per­so­nal. Más allá de eso, no soy capaz de pre­ver las reac­cio­nes de los lectores.

Pare­ce que des­de hace un tiem­po asis­ti­mos a una espe­cie de «boom» del ensa­yo espa­ñol, muy cer­cano al perio­dis­mo lite­ra­rio, de tin­tes auto­bio­grá­fi­cos, con auto­res y auto­ras como Jor­ge Carrión, Mar­ta Rebón, Álex Chi­co, Reme­dios Zafra, etcé­te­ra. ¿Qué opi­na de este fenómeno?

Es cier­to que el ensa­yo pare­ce encon­trar­se en un perío­do de reno­va­ción, pero el con­cep­to de «boom» no me pare­ce el más ade­cua­do, por­que creo que que­dó inva­li­da­do jus­to des­pués del pro­pio «boom» lati­no­ame­ri­cano. Mi edi­to­rial, Tur­ner, antes de publi­car­me a mí, ape­nas tenía en su catá­lo­go ensa­yis­tas jóve­nes. Tenían a ensa­yis­tas de cor­te más aca­dé­mi­co, de cier­ta edad, como Car­los Gar­cía Gual, pero muy pocas incor­po­ra­cio­nes de auto­res espa­ño­les más jóve­nes. Ape­nas exis­tía la cate­go­ría de «ensa­yo espa­ñol», y enci­ma era un ensa­yo muy diver­so, muy sub­je­ti­vo, espe­cial­men­te vin­cu­la­do a la narrativa.

Aun­que hablar de «boom» me parez­ca exce­si­vo, es cier­to que hay un pro­ce­so de reno­va­ción del ensa­yo espa­ñol. Y tam­bién un cam­bio en los gus­tos de los lec­to­res. Has­ta hace muy poco tiem­po los gus­tos de los lec­to­res eran muy mono­lí­ti­cos: no podías sacar­los del ámbi­to de la nove­la con­ven­cio­nal. En la actua­li­dad, aun­que la nove­la con­ven­cio­nal sigue domi­nan­do el pano­ra­ma, pare­ce que se ha abier­to una bre­cha en los esca­pa­ra­tes de las libre­rías para otro tipo de libros, no solo ensa­yís­ti­cos, sino libros híbri­dos, que mez­clan muchos géne­ros. Ni siquie­ra creo que sea un fenó­meno que pue­da redu­cir­se úni­ca­men­te a la lite­ra­tu­ra en espa­ñol, sino que se tra­ta de un pro­ce­so más amplio, casi una ten­den­cia de la lite­ra­tu­ra occi­den­tal: esa mez­cla entre cró­ni­ca, auto­bio­gra­fía, ensa­yo, etcé­te­ra. Mez­clas todos estos ele­men­tos y escri­bes libros que son úni­cos. Creo que esta ten­den­cia sin­to­ni­za con una sen­si­bi­li­dad del lec­tor que antes no exis­tía. Podría­mos decir que exis­te un cier­to ago­ta­mien­to del lec­tor de nove­las mains­tream, de rai­gam­bre deci­mo­nó­ni­ca, y que ese nue­vo lec­tor bus­ca nue­vas lecturas.

¿Por qué cree que se está pro­du­cien­do este cam­bio en la sen­si­bi­li­dad del lector?

Tenien­do en cuen­ta que la nove­la es la que domi­na el mer­ca­do, creo que los lec­to­res bus­can en este otro tipo libros una ver­dad que no son capa­ces de trans­mi­tir los arti­lu­gios de fic­ción. Sin que poda­mos hablar de algo así como una cri­sis, es cier­to que se han abier­to algu­nas bre­chas tan­to por par­te de las edi­to­ria­les como por par­te de los lec­to­res, así como de la crí­ti­ca lite­ra­ria e inclu­so de las libre­rías. Y esto era algo que antes no ocu­rría: había libros que esta­ban con­de­na­dos de ante­mano a la mar­gi­na­li­dad. Esos mis­mos libros que antes no intere­sa­ban, o que intere­sa­ban a muy poca gen­te, aho­ra tie­nen lec­to­res. Pero este fenó­meno no está abrien­do una vía de agua a la narra­ti­va, por decir­lo de algu­na mane­ra. En todo caso, ambas ten­den­cias con­vi­ven pacíficamente.

Este cier­to auge del ensa­yo del que esta­mos hablan­do, ¿diría que es una moda pasa­je­ra o tie­ne volun­tad de permanencia?

Oja­lá que haya veni­do para que­dar­se. Veni­mos de una socie­dad cuyas tasas de anal­fa­be­tis­mo eran escan­da­lo­sas has­ta hace muy poco tiem­po. Lo mis­mo que el por­cen­ta­je míni­mo de per­so­nas con estu­dios uni­ver­si­ta­rios. Con­vie­ne tener en cuen­ta que Espa­ña se ha incor­po­ra­do muy tar­de a la cul­tu­ra de masas, cuan­do el res­to del mun­do (o, sin ir tan lejos, el res­to de Euro­pa) ya se había incor­po­ra­do a la indus­tria cul­tu­ral des­de hacía tiem­po. Del mis­mo modo que esta incor­po­ra­ción se pro­du­jo tar­de, la sofis­ti­ca­ción del gus­to tam­bién ha lle­ga­do más tar­de que en otros países.

Por mucho que nos entren ganas de llo­rar cada vez que se publi­can las esta­dís­ti­cas de los índi­ces de lec­tu­ra, el auge del ensa­yo es un sín­to­ma de un públi­co cada vez más cul­ti­va­do y más exi­gen­te. Los edi­to­res sos­tie­nen que nun­ca se ha leí­do en Espa­ña como aho­ra, igual que nun­ca ha habi­do esa masa de lec­to­res con capa­ci­dad para lle­gar a este tipo de libros. Esto es un sín­to­ma de madu­rez, un aspec­to muy posi­ti­vo de la cul­tu­ra, mucho más sig­ni­fi­ca­ti­vo que que­jar­nos siem­pre por­que en nues­tra socie­dad no lee nadie. La mejor prue­ba de ello es que un autor como yo, no solo con­si­gue publi­car lo que escri­be, sino que ade­más tie­ne una masa de lec­to­res. En la Espa­ña de los años cin­cuen­ta hubie­se sido algo impensable.

¿Podría decir­se que la lite­ra­tu­ra veni­de­ra será una lite­ra­tu­ra que pro­fun­di­ce en esta idea del mes­ti­za­je, de la mez­cla de géneros?

Al menos, será la lite­ra­tu­ra que pre­ten­da decir algo impor­tan­te, o que pre­ten­da lle­gar a los lec­to­res. Hay que tener en cuen­ta que la narra­ti­va con­ven­cio­nal aho­ra está en manos de otros dis­cur­sos dis­tin­tos de la lite­ra­tu­ra, como las series de tele­vi­sión, que están sus­ti­tu­yen­do el hue­co antes ocu­pa­do por la fic­ción literaria.

Creo que la lite­ra­tu­ra inten­ta­rá bus­car aco­mo­do en esos dis­cur­sos híbri­dos, for­ma­dos por mez­clas de géne­ros. En ese terreno es imba­ti­ble. Una pla­ta­for­ma digi­tal pue­de com­pe­tir con cual­quier narra­ción de fic­ción, pero no pue­de hacer­lo con un libro con carac­te­rís­ti­cas como las que hemos men­cio­na­do. Y los lec­to­res van a ir a bus­car­lo, por­que remi­te a un prin­ci­pio emo­cio­nal que úni­ca­men­te la lite­ra­tu­ra te pue­de ofre­cer. Es la úni­ca for­ma de que la lite­ra­tu­ra con­si­ga sobrevivir.

*Foto­gra­fías: ©Nie­ves Delgado.

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