Rubén Benítez Florido es un joven profesor de Filosofía que se siente feliz cuando escribe. La literatura es su pasión, la base sobre la que se sustentan sus artículos de ensayo, sus críticas sobre libros, cine, sobre viajes. Todo sus trabajos están impregnados de la ineludible atracción por la palabra escrita; el lenguaje literario lo usa con delicadeza, con cuidado, con la prudencia de quien es consciente de que el camino emprendido no es ni corto ni sencillo, y que solo desde la constancia y la ilusión podrá continuar mirándose cada día en el espejo sabiendo que hay vida más allá de las encorsetadas legislaciones educativas de turno que regulan su vocacional actividad docente. Nuestro laureado Alexis Ravelo lo ha considerado un intelectual, y nuestro admirado Emilio González Déniz un científico que analiza con microscopio las obras a las que se acerca para, posteriormente, compartirlas con el común de los mortales. Desde el amor a la sabiduría.
Cuando lo conocí, hace unos años, y me hizo partícipe de su trabajo, lo primero que pensé, el primer fogonazo, desde la perspectiva que te permite la distancia con la obra y su autor, fue que estaba ante alguien a quien podría estar leyendo, perfectamente, en uno de esos suplementos dominicales de periódicos que tantos ratos agradables me habían hecho pasar en aquellos tiempos, en los tiempos en los que el texto era más importante que la publicidad. Hoy, incluso sabiendo que tendría que soportar la retahíla de consejos publicitarios, si supiera que RBF escribe uno de sus artículos o se publica una de sus entrevistas, volvería a comprar alguno de esos suplementos. Seguro. Porque, posiblemente, estemos ante alguien que pertenece a esa nueva generación de jóvenes canarios que cada día se empeña en recordarnos que el camino que queda por andar puede ser tortuoso y largo. Pero también sin un ápice de ilusión menos que la de los que hasta aquí nos trajeron. Y, en su caso, con pasión. Como debe ser.
Busco mi propia voz porque esa es la tarea más importante de un escritor
En la presentación de Ninguna tregua al olvido, tu último libro, te escuché decir que te hace feliz escribir, única razón por la que te dedicas a ello. ¿Hasta qué punto de felicidad?
La escritura es el espejo en el que uno se mira. En otros ámbitos de la vida puede medirse tu implicación, pero en la escritura lo que no tiene sentido es engañarse a uno mismo, se escribe a corazón abierto o no se escribe, es el acto más conectado con el yo más auténtico y por tanto el que me produce mayor felicidad. No entiendo a los autores que dicen que para ellos escribir es un sufrimiento, que les cuesta lo indecible; para mí escribir es una actividad a la que dedico horas que me hacen feliz. Lo soy mientras escribo.
En ese mismo acto, el escritor Emilio González Déniz, que te acompañaba en la mesa, consideró que tu trabajo se asemeja a las matrioskas rusas, en el sentido de que escribes sobre lo escrito, completando un círculo y convirtiendo tu obra en una expresión cultural no exenta de recursos literarios. ¿Estás de acuerdo?
Completamente de acuerdo. Creo que hizo un análisis muy acertado, él hablaba del hipertexto, del acto de la lectura como un acto de creación literaria. No hay diferencia en las dos facetas, la de escritor y la de lector. Yo leo para escribir y escribo para seguir leyendo, son las dos caras de una misma moneda. A través de la escritura trato de entender el mundo que me rodea y a mí mismo, los libros que leo son los materiales que me sirven para comprender ese mundo. Por eso, la lectura y la escritura son inseparables, están insertas en el mismo proceso.
Cuando se acerca uno al trabajo que has realizado hasta el momento, a veces se tiene la sensación de estar ante un periodista, aunque no lo seas, especializado en los llamados medios culturales, que domina diferentes registros y que va incorporando a su quehacer nuevas pasiones, inquietudes. ¿Qué opinas?
No me parece desacertado, está muy bien, aunque seguramente esa impresión está muy relacionada con los medios en los que publico. Publico en periódicos locales, páginas relacionadas con la cultura pero con formato periodístico, que intentan llegar a un público amplio, con tono divulgativo, no algo especializado. Esa es mi voluntad.
Decía Ortega que «la claridad es la cortesía del filósofo». Siempre me ha parecido que una filosofía académica, elitista, está muerta, no sirve para nada. La misión del filósofo es acercarla al público y que después este haga lo que quiera con ella, si no, la filosofía se amuralla, se encierra en sí misma y pierde su sentido.
Entre la claridad y rigor de la filosofía y la idea de amplificar su mensaje, creo que mi estilo da ese tono periodístico del que hablas. Si hablas de cine, de arte o de Filosofía, que no solo te entienda la gente especializada, sino que sea accesible a la mayoría. Un cronista cultural en ciernes, si quieres.
Yo leo para escribir y escribo para seguir leyendo
Volviendo a tu última obra. Decías que no concederle ninguna tregua al olvido es estar a la altura de las circunstancias. Ya esa idea aparece reflejada en Palos de ciego, tu primer libro, de forma sucinta, cuando, en referencia a Onetti, se considera que la escritura «no es sino un acto de rebeldía contra el olvido». ¿Te obsesiona el olvido?, ¿por qué?, cuando a veces el olvido puede llegar a ser un bálsamo.
Sí, es verdad, pero claro, aquí el olvido tiene otro sentido del que creo que tú usas, lo utilizas en sentido epistemológico, lo que no conozco no me hace daño, esa lucidez que a veces te conduce a un pesimismo. Decía Saramago que «el pesimista no es más que un optimista bien informado», pero aquí, en mi libro, el olvido tiene un sentido existencial. Quiero conocer, saber interpretar el mundo que me rodea, el olvido del que yo hablo es este último, el existencial, el que quiere decir que somos olvido. Como decía Heidegger, «somos seres para la muerte», somos el único animal que tiene conciencia de su levedad, que diría también Kundera en La insoportable levedad del ser. Somos el único animal que tiene conciencia de su futilidad, de que estamos en tránsito, de que la vida no es más que una estación de paso.
Dentro de un par de generaciones, con suerte, nadie se acordará de nosotros, como yo no lo hago con mis bisabuelos o tatarabuelos, lo mismo ocurrirá conmigo. Es una perspectiva existencial que no te obliga a vivir en el pesimismo, sino al revés, aprovechar el tiempo al máximo para desarrollar tu propio proyecto de vida, en un proyecto «ético – estético», que defendía Nietzsche. Poner los medios adecuados para ser feliz. Eso se puede conseguir a través del arte, en este caso de la escritura. Con un poco de suerte lo que escribo se leerá en el futuro, perdurará a través del tiempo, se convierte la escritura en un antídoto contra el olvido además de una efímera ayuda para la salvación, te permite entenderte personalmente, identificarte en medio del complejo mundo que te rodea.
En este libro, a diferencia de los anteriores, pareces incorporar a tus intereses los viajes y el cine. ¿Qué te hizo actuar de este modo?
Salió de manera natural, simplemente me he dado cuenta de que son formas interesantes de hacer literatura. Antes no lo contemplaba, solo formaban parte de mis intereses la filosofía y la literatura. Pero me he descubierto que son inquietudes muy presentes en mi vida, que pueden ayudarme a hacer Literatura, sentirme reflejado en unos personajes que en última instancia me ayudan a hablar de mí. Y los viajes porque son una metáfora de la vida. La vida es un viaje con comienzo y final en el que vamos recorriendo un camino que nos transforma.
Desde los Pirineos a la Patagonia, mundo de habla hispana, he comprobado que hay un lector amplio y eso me ha liberado
Llueve sobre mojado, tu segundo libro, diría que no es una continuación de Palos de ciego, algo que te he leído en varias ocasiones, pero sin embargo están presentes muchos de los autores que, desde mi punto de vista, aparecen como referentes en tus trabajos: Onetti, Borges, Vargas Llosa, García Márquez, Muñoz Molina, Javier Marías… ¿Cuáles son las diferencias que hacen al lector sentirse ante una nueva obra?
Es problemático hablar de continuidad en lo que he escrito hasta ahora porque esencialmente son libros misceláneos, recopilo artículos publicados anteriormente a los que trato de darles un hilo conductor. Por eso no creo que se pueda hablar de continuidad.
De acuerdo. Pero ese es el punto de vista del autor. Desde el punto de vista del receptor de ese mensaje, que lo recibe desde la lejanía, debe profundizar mucho para notar esa diferencia, ya que no existe compromiso con el autor ni su obra, sino con los referentes que aparecen reflejados en cada libro.
En ese sentido no he seguido un orden. He ido picoteando, por decirlo de alguna manera, una lectura me ha llevado a la otra, los autores son todos los que están pero no están todos los que son.
Y siendo ambos, Palos de ciego y Llueve sobre mojado, tus «óperas primas», ¿qué y cuánto has cambiado con respecto a Ninguna tregua al olvido? ¿En qué eres diferente?
Te contesto con lo que me decía un lector: «Se nota que tienes una prosa más sencilla, la otra era más abigarrada, más compleja, con más oraciones subordinadas». Creo que es verdad. En los primeros necesitaba demostrarme que era capaz de escribir un libro, un proyecto divulgativo que hablara sobre Filosofía y Literatura, algo que hace muy poquita gente en España, en la Península, y en Canarias creo que nadie, ahora mismo. Me refiero a hablar de ambas disciplinas con profundidad y en un tono ameno. Eso era un reto que me podía, ciertamente, pero mientras voy publicando he descubierto que ese reto era asequible y que llega a buen término. Cuando voy sintiéndome seguro en esa labor creo que me voy relajando y ya no estoy tan preocupado por finalizar el libro, sino por expresar fielmente y transmitir con sencillez lo que quiero. Digamos que una vez asumido que soy capaz de ser un cronista cultural, por utilizar tu expresión, mi escritura se relaja y me siento más cómodo, más libre.
También tenía que demostrarme que era capaz de salir de Canarias, del ámbito local, saber si podría ser leído por un lector más amplio. Y así ha ocurrido, porque dos de mis libros, los primeros, han sido publicados en Canarias y otros dos en la Península, y otros lectores se han interesado por mi trabajo. Desde los Pirineos a la Patagonia, mundo de habla hispana, he comprobado que hay un lector amplio y eso me ha liberado.
La tarea más importante del ser humano es reinventarse a través del arte
Háblame de tu tercer libro, Sísifo merece ser feliz, no lo he leído. Aunque por el título presiento que, con referencia al personaje mitológico griego, parece resumir, de nuevo, esa preocupación que muestras en la mayoría de tus textos sobre, digamos, la levedad del ser, la incomunicación y la insolidaridad, la temporalidad como único fin y tu insistencia en no claudicar ante las circunstancias.
Sísifo, personaje de Camus que sube y vuelve a subir la roca a la montaña, es un símbolo. Refleja el sinsentido de la existencia, la carga que supone una existencia carente de dioses. Venimos a un mundo que muchas veces es hostil, cruel. Pero Camus no se queda ahí, dice que el individuo moderno tiene que asumir la carga y su sinsentido representado por la pesada roca, subir la montaña y aun así buscar un sentido a su existencia, desde la inmanencia y no desde la trascendencia, que es lo que tradicionalmente ha hecho la religión, en la que es Dios quien da ese sentido a nuestra existencia. Somos nosotros por nosotros mismos quienes tenemos que darle sentido a la existencia, y eso entronca con lo que decía antes sobre el proyecto «ético – estético». La tarea más importante del ser humano es reinventarse a través del arte.
Lo que digo es Sísifo merece ser feliz, pero no por confianza en un dios, sino por nosotros mismos, por nuestra existencia. Debemos asumir que vivimos en un mundo despoblado de dioses y que no existe consuelo ni en la religión ni en la política, sustituto laico de la religión, ni en cualquier relato social, sino desde, y a partir de nosotros mismos. Por eso también escribo.
Combinas con cierta facilidad expresiones como padecimiento de la literatura y que escribir te hace feliz. ¿Son compatibles ambos hechos?
En el arte, la escritura en este caso, lo que debe hacer el autor, el creador, como dice Vargas Llosa en su teoría sobre el deicidio, es asumir el papel de dios, darles vida a sus personajes, los hace a su imagen y semejanza. Comparto esta tesis del deicidio hasta cuando escribo ensayo, transformando este padecimiento en algo bello, por eso me gusta Onetti.
En medio de tu actividad personal literaria, has tenido una experiencia de trabajo en equipo, de la que me gustaría que me hablaras, aunque sea brevemente, «los papirómanos», con quiénes has colaborado en la publicación de dos libros, Papiromanía y Proesías. ¿Un divertimento no exento de gusto por la literatura?
Está clarísimo. Lo que nos une a los «papirómanos» es el amor por la literatura, con un carácter muy lúdico. La literatura también es un juego, un divertimento con el que se puede disfrutar colectivamente. Seguramente la actividad de escribir sea una de las más solitarias de este mundo por su propia naturaleza, el primer demonio del escritor es él mismo y sus dudas en todos los sentidos. Mucho esfuerzo y tiempo que a veces no llega a ningún lugar, por eso el primer demonio es uno mismo. Una cosa es empezar un libro y otra pensar en qué va a ocurrir en la página cincuenta o sesenta, ahí aparecen todas las dudas. Esa angustia se aplaca notablemente cuando vas en busca de tu tribu y tus obsesiones son compartidas. Me siento muy arropado con cuatro individuos que compartimos los mismos fantasmas literarios.
Mirar la vida a través de tus autores favoritos, ¿no es renunciar a tu propio yo creativo, literariamente hablando?
Decía Borges, en «Kafka y sus precursores», que «cada escritor tiene que buscar su propia tradición». Creo que lo que he hecho en mis libros es buscar mi propia tradición, estoy buscando los autores en los que apoyarme para bien o para mal. Cuando leo me busco a mí mismo porque esa es la tarea más importante de un escritor: buscar su propia voz, que no es más que un corolario o derivación del mandato socrático de conocerte a ti mismo. Busco mis autores, no tanto para saber lo que me gusta como para saber lo que no me gusta. Nos conocemos a lo largo de nuestra vida; termina con la muerte; toda obra es un proceso de búsqueda.
Dice Javier Cercas que «la novela es un género que hace preguntas», no hay diferencia entre novela y Filosofía. La solución de la novela es la propia pregunta que formula, es la verdad literaria, cada obra tiene que ser una espiral más en ese proceso de búsqueda con un objetivo inalcanzable, porque nunca vas a conocerte a ti mismo.
¿En qué ha cambiado aquel joven que con 18 años fue laureado en La Laguna por su trabajo poético o en el año 2000 por su relato corto?
Lo que había ahí era amor por la literatura, estaba en germen, no sabía qué iba a hacer, era todo una indagación después de haber estado estudiando Empresariales, donde no me sentía nada cómodo. Aquello para mí fue un renacimiento, tomar contacto con la libertad, la universidad, un contacto serio con la filosofía, fue el germen de lo que hago ahora; de aquellos polvos estos lodos. No escribo poesía, lo que hacía era fagocitar versos, era un insomne a causa de la literatura, imagen estética que me parece preciosa, un estudiante enfermo de literatura que imitaba a Fernando Pessoa, Ángel González, Alberto Caeiro…
¿Proyectos, ilusiones?
El artículo corto literario está muy bien, pero ya me he demostrado a mí mismo que soy capaz. He llegado como a una meta y ahora se me apetece seguir jugando, seguir buscando mi voz. Hay nuevos proyectos, claro, un libro que no sea tan misceláneo, que tenga un comienzo que haya que llevar hasta el final, ese es el siguiente paso, mi nuevo reto, no una recopilación de artículos, sino abarcar una obra con principio, desarrollo y final. Muñoz Molina me parece un buen referente, con su Ventanas de Manhattan o Todo lo que se va. Javier Cercas quizás está en la misma línea. No es fácil de definir, pero alguien lo ha llamado «autoficción». Por eso he decidido dejar el blog que tenía alojado en la cabecera digital del Canarias 7, «A vuelta de correo», para poder dedicarme exclusivamente a este nuevo proyecto. Publicar asiduamente en los medios digitales puede resultar una tarea agotadora, además de un trabajo muy mal recompensado, así que, después de tres años y medio, decidí dar por finalizado el blog y centrar todos los esfuerzos en el nuevo proyecto. Vamos a ver.