Roberto Enríquez

Rober­to Enrí­quez (quien fir­ma como Bob Pop en el dia­rio Públi­co y pare­ce tener tan­tas gafas como Imel­da Mar­cos zapa­tos) publi­ca su pri­me­ra nove­la en Caba­llo de Tro­ya. No podía ser en una edi­to­rial con otro nom­bre. Por­que Man­sos, que apa­ren­ta ser un bol­so de Her­mès, con­tie­ne en su inte­rior un mun­do ajeno a la super­fi­cia­li­dad y gla­mour pro­pios de seme­jan­te fachada.

Cuan­do Mateo, bebi­do, deci­de entrar en una sau­na gay, no es cons­cien­te de que ini­cia­rá un via­je a sus pro­pios infier­nos. Cono­ce allí a Darío, con quien ten­drá sexo de pago. El bol­so de Mateo des­apa­re­ce y des­cu­bre que alguien lo ha meti­do en una de las taqui­llas. No será posi­ble que el encar­ga­do, fiel y rigu­ro­so a las nor­mas, abra la taqui­lla para recu­pe­rar sus per­te­nen­cias. Debe­rá espe­rar a que el clien­te que tie­ne la lla­ve la abra. Pasan las horas, cre­ce la ten­sión entre los per­so­na­jes y Mateo mar­cha hacia el pasa­do reme­mo­ran­do expe­rien­cias dolo­ro­sas que harán cre­cer su angus­tia. La situa­ción se des­con­tro­la como un tren sin fre­nos y con­du­ce a un final inesperado.

Man­sos se pue­de inter­pre­tar como una nove­la muy per­so­nal, comen­zan­do con el protagonista…

… que no soy yo, pero eso me diver­tía. Podría ser Mateo si la vida de uno fue­ra todas sus para­noias, sus mie­dos, el temor a que algo no se cum­pla. Es per­so­nal en cuan­to que tiro de un mon­tón de mate­rial mío, que es lo que hace todo el que escri­be. Pero man­ten­go la dis­tan­cia, inclu­so juz­go al per­so­na­je des­de lo que yo pien­so de él.

Es intere­san­te, por­que dejas caer muchas opi­nio­nes sobre Mateo. Es un tipo que apor­ta una visión poco tra­ta­da res­pec­to a la sexua­li­dad y a sus expe­rien­cias pasadas.

Cuan­do ter­mi­né el libro me di cuen­ta de que Mateo recor­da­ba al pro­ta­go­nis­ta de Jue­gos de la edad tar­día, de Luis Lan­de­ro. Hay un momen­to en el que ha per­di­do todo el con­trol y ya no dis­tin­gue entre reali­dad y fic­ción, quién es, quien cree que es… La de Lan­de­ro es una nove­la que me fas­ci­na, me pare­ce mara­vi­llo­sa. En el caso de mi per­so­na­je, tie­ne cosas de otra mucha gen­te, podría ser per­fec­ta­men­te un com­pa­ñe­ro de piso de una de las secre­ta­rias de Dorothy Par­ker, con quien se encon­tra­ría algu­na maña­na de resa­ca. Es alguien que se ha cons­trui­do una per­so­na­li­dad a tra­vés de obje­tos, que son muy impor­tan­tes en el libro. Los obje­tos se anclan, le hacen tener cla­ro si se mien­te o se dice la ver­dad cuan­do ase­gu­ra ser quien es.

Nos has des­ve­la­do, a quie­nes no hemos visi­ta­do nun­ca una (lo digo en serio), el mis­te­rio de las sau­nas. Los hete­ro­se­xua­les en espe­cial, en algún momen­to, hemos esta­do ten­ta­dos por esa curio­si­dad res­pec­to a lo que suce­de o no en estos loca­les y la mayo­ría no damos el paso, por los moti­vos que sean…

… por higie­ne. Solo por eso no debe­ríais dar el paso (se ríe). No vas a encon­trar un sitio con más micro­bios, papi­lo­mas, hon­gos… Son luga­res a los que no pue­des entrar sobrio ni sin vacunar.

Y no diga­mos en las tur­cas, como se expli­ca en el libro.

Son repug­nan­tes. No creo que las use nadie. Quien lo hace no vuel­ve, no sobre­vi­ve. Hay enfer­me­da­des tro­pi­ca­les que se ges­tan ahí.

Mejor las sau­nas fin­lan­de­sas, entonces.

Sí, pero mejor aún las ale­ma­nas, que son más lim­pias. Las otras son muy sórdidas.

Repre­sen­tas a Mateo en dos tiem­pos, algo muy suge­ren­te, para iden­ti­fi­car­nos con su situa­ción actual y por qué sufre de esa mane­ra debi­do a su expe­rien­cia ante­rior en la sau­na con Nacho, su pri­me­ra pare­ja. Hay un para­le­lis­mo entre los dos tiem­pos. Ese con­tras­te entre el pasa­do y el pre­sen­te de Mateo, ¿era algo preconcebido?

No, sur­gió mien­tras escri­bía. Hay cosas que nacen de ele­men­tos sen­so­ria­les que están solo en la fic­ción pero fun­cio­nan. Cuan­do Mateo escu­cha a Madon­na en la radio, recuer­da que tam­bién escu­chó esa can­ción en el paseo por el Reti­ro. La par­te del pasa­do en la sau­na tie­ne que ver con su nue­vo enfren­ta­mien­to a todo lo que está vivien­do allí pen­san­do en que ha per­di­do algo. Es uno de los ele­men­tos más impor­tan­tes el libro. La gran ense­ñan­za de la his­to­ria es que tener la razón no vale para nada y que uno no apren­de. Lo úni­co que cam­bia, en su situa­ción actual, es que cree tener el poder del dine­ro y se reve­la como algo que ade­más no exis­te por­que no lo tie­ne, lo que tie­ne son bille­tes de inter­cam­bio, tener dine­ro es otra cosa.

El rela­to tie­ne un toque de thri­ller.

Eso sí era volun­ta­rio. Me ape­te­cía mucho hacer una nove­la que fue­ra lle­van­do a la gen­te, que se leye­ra por­que ape­te­ce saber lo que va a pasar y el lec­tor va reci­bien­do hos­tias por todas par­tes. No que­ría sol­tar un coña­zo, sino narrar algo que engan­cha­ra. Como escri­tor me diver­tía ir enfren­tan­do al per­so­na­je a con­flic­tos que yo no sabía la mane­ra de resol­ver, enca­rán­do­me a ellos como escri­tor y, a la vez, como lec­tor, refle­xio­nan­do para des­cu­brir la for­ma en que iba tra­ba­jan­do en cada uno de ellos.

Tie­ne toques de nove­la de intri­ga clá­si­ca, con un per­so­na­je some­ti­do a una situa­ción muy ten­sa y casi en tiem­po real, es un mar­gen de unas seis horas. El gru­po de gen­te con el que debe rela­cio­nar­se ofre­ce dife­ren­tes carac­te­res muy en la línea del géne­ro, un micro­cos­mos, muy hitchcockiano…

Es lo que te decía, que­ría hacer una his­to­ria diver­ti­da que ani­ma­ra a la gen­te a seguir leyen­do. Y que tam­bién me resul­ta­ra diver­ti­da a mi.

La par­te más dra­má­ti­ca nos ofre­ce un per­so­na­je has­ta cier­to pun­to iné­di­to. Le some­tes a situa­cio­nes tre­men­das y, a pesar de la bre­ve­dad del libro, con­si­gues dete­ner­te en su infan­cia, en sus demo­nios inte­rio­res, duran­te dife­ren­tes eta­pas de su vida… Hay un desa­rro­llo del per­so­na­je muy poten­te. ¿Cómo lo trabajaste?

Lo que lee la gen­te en Man­sos es una par­te míni­ma de todo lo que he escri­to sobre él, de mane­ra más lineal, toman­do notas en un cua­derno, una espe­cie de «biblia» del personaje.

¿Te has deja­do muchas cosas en ese cuaderno?

Muchí­si­mas, había más his­to­rias cru­za­das que no me intere­sa­ban como lec­tor, que era como me enfren­té al libro. Como lec­tor claus­tro­fó­bi­co, ade­más. No se lo ense­ñé a nadie, has­ta que iba más o menos por la mitad, se lo mos­tré a mi edi­tor, Cons­tan­tino Bér­to­lo, y a Belén Gope­gui, que me ani­ma­ron a ter­mi­nar, por­que yo no sabía que tenía un libro. Había una his­to­ria que me ape­te­cía con­tar de un modo muy deter­mi­na­do, me pare­cía impor­tan­te tra­ba­jar el len­gua­je narra­ti­vo, pero no tenía cla­ro como ter­mi­nar­lo. Has­ta que no aca­bé no se lo vol­ví a ense­ñar a nadie. Pien­sa que ven­go de la pren­sa dia­ria y del blog, don­de cada cosa que escri­bo sale al aire. Que­ría que el libro y la his­to­ria fue­ran tan oscu­ros como el lugar don­de tenía meti­do al per­so­na­je. Y yo me con­ta­gié de esa sen­sa­ción claus­tro­fó­bi­ca. No que­ría inter­fe­ren­cias de otra gen­te ni aver­gon­zar­me con su lec­tu­ra. En defi­ni­ti­va, que­ría hacer la lite­ra­tu­ra que me ape­te­cía leer.

mansosJue­gas mucho con el len­gua­je, hacien­do uso de dife­ren­tes esti­los, des­de tex­tos que pare­cen men­sa­jes saca­dos del twit­ter has­ta diá­lo­gos ela­bo­ra­dí­si­mos, jue­gos de pala­bras… Es algo que ten­drás muy asu­mi­do por tu tra­ba­jo en la pren­sa diaria,en la que siem­pre hay limi­ta­cio­nes de espa­cio, tus escri­tos en el blog y las ganas que tuvie­ras de desa­rro­llar un esti­lo narra­ti­vo más clásico.

Me ape­te­cía que fue­ra algo com­pac­to y el len­gua­je me ayu­da­ba a hacer­lo sóli­do. Gran par­te del mate­rial que lue­go usé para la nove­la lo escri­bí a mano en el cua­derno que te comen­ta­ba. Las fra­ses sur­gían del soni­do de la plu­ma sobre el cua­derno, y eso me daba la cla­ve. Los cam­bios de rit­mo eran pri­mor­dia­les. Y todos los via­jes al pasa­do con los epi­so­dios que me ape­te­cían con­tar, con ele­men­tos que podían dar­le otro aire, qui­se que no lle­va­ran al lec­tor a que se le caye­ra el libro de las manos. Cuan­do veía que entra­ba algún ele­men­to que airea­ba la his­to­ria, lo eli­mi­na­ba. Es una nove­la de len­gua­je. Las cosas que pasan son así por­que yo las he nom­bra­do. Hay mucha fic­ción que se va labran­do a tra­vés de las pala­bras que el escri­tor va esco­gien­do y hace fluir esce­nas y situa­cio­nes. Es una sen­sa­ción muy rara pero satisfactoria.

¿El títu­lo te vino enseguida?

Vie­ne de la fra­se «¡Qué man­sos os vol­véis cuan­do folla­mos!». No tenía títu­lo cuan­do la comen­cé, me lle­gó esa fra­se y no qui­se pen­sar en nin­gún otro. Lle­gó. En defi­ni­ti­va que­ría con­tar la his­to­ria de un man­so y no nece­sa­ria­men­te ino­fen­si­vo. Mateo se con­si­de­ra un tipo bueno, pero es mucho peor. Es sen­si­ble pero ya no es ani­mal. Era intere­san­te enfren­tar­le a una situa­ción como el sexo, que para mi es lo más ani­mal, y ver de qué mane­ra resol­vía la situa­ción de un modo tan poco animal.

¿Te cos­tó mucho dar por aca­ba­da la novela?

Es curio­so. Se me aca­bó sola. El final es de manual de libro de guio­nis­ta. Aque­llo de «si un per­so­na­je apa­re­ce en esce­na con una pis­to­la tie­ne que usar­la». Esta­ba escri­bien­do y suce­dió. Se aca­bó la his­to­ria. Me dio un ata­que de páni­co por­que yo que­ría redi­mir al per­so­na­je. Me daba mie­do hacer una nove­la de final apre­su­ra­do. La releí varias veces y noté que sin dar­me cuen­ta había esta­do jugan­do con eso. Pre­ci­sa­men­te hacia el final había ralen­ti­za­do mucho la narra­ción para que la hos­tia fue­ra mucho más con­tun­den­te. No deci­dí el momen­to de aca­bar la nove­la, sen­ci­lla­men­te lle­gó así, de hecho pen­sa­ba dedi­car­le más tiem­po y me encon­tré con que no era necesario.

Asu­mis­te un ries­go tre­men­do, con un final tan poco habi­tual. Es de aque­llos que, si no se hacen bien, te des­tro­zan la novela.

Tenía mucho mie­do con eso. Pero mira, coin­ci­dió que la mis­ma sema­na en que la aca­bé, vi el final de Los Soprano. Mucha gen­te me había dicho que era una mier­da y a mi me encan­tó, lo vi como el úni­co final posi­ble. Y con el libro me pasó lo mis­mo, enten­dí que debía ser así y que no lo había esco­gi­do yo, me vino dado por todo lo que había ido escribiendo.

Darío. ¿Cómo le defi­ni­rías en la historia?

Es un buen tío. Pero por dine­ro, que no sé qué valor tie­ne. En gran par­te tie­ne un pun­to intere­san­te para mi. Es un lec­tor de la nove­la, está leyen­do a Mateo y fli­pa. Hay un momen­to en que supera su inte­rés por él y lo que le mue­ve es la curio­si­dad. Se que­da engan­cha­do con la historia.

¿Sería el per­so­na­je con el que se sen­ti­ría iden­ti­fi­ca­do el lec­tor como tal?

Sí, pero a la vez tie­ne algo que para mi es muy intere­san­te enfren­ta­do con Mateo y es que es un super­vi­vien­te. Y eso es lo que más mie­do le da a Mateo: enfren­tar­se a un super­vi­vien­te, por­que lle­ga un momen­to en que es cons­cien­te de que él no va a sobre­vi­vir a nada. Todo lo que car­ga Mateo no le con­vier­te en super­vi­vien­te, sino en dam­ni­fi­ca­do. Darío es un per­so­na­je posi­ti­vo pero no una bue­na per­so­na, por­que tam­po­co sé lo sufi­cien­te sobre él. Tie­ne algo posi­ti­vo, su instinto.

¿Has empe­za­do a usar un nue­vo cuaderno?

No ten­go ni tiem­po niga­nas de meter­me pre­sión. Y en esto soy un poco vedet­te de El Molino, por­que el pro­ce­so de escri­tu­ra con­ti­núa con la pro­mo­ción, inter­ac­tuan­do con la gen­te. No quie­ro estar en otro rollo has­ta que no me entre total­men­te este libro, que para mi pue­de tener más rami­fi­ca­cio­nes que el puro obje­to. Com­par­tir­lo, hablar sobre él, me divier­te horro­res. Ade­más me con­si­de­ro muy acce­si­ble, en la red ten­go mon­to­nes de pues­tos de pipas, y se me pue­de encon­trar de mil mane­ras, soy «cero» mis­te­rio­so y estoy abier­to a opi­nio­nes y a man­te­ner diá­lo­gos con los lec­to­res. Aun­que no pue­da apor­tar nada más al libro, por­que ya digo en él todo lo que quería.

* Foto de Rober­to Enrí­quez: ©Mau­ri­cio Rétiz.

* Man­sos. Rober­to Enríquez.
Edi­to­rial Caba­llo de Tro­ya (Madrid, 2010).

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