Ricardo Belo de Morais

Pasar bue­na par­te de una fría tar­de inver­nal con­ver­san­do con un escri­tor que ha leí­do con tan­ta devo­ción a Fer­nan­do Pes­soa resul­ta un raro pla­cer ines­ti­ma­ble. Si, ade­más, pue­des hacer­lo en un lugar tan emble­má­ti­co como la Casa Museo Fer­nan­do Pes­soa de Lis­boa, don­de vivió uno de los auto­res lla­ma­dos a cam­biar el rum­bo de la lite­ra­tu­ra, enton­ces ese raro pla­cer se con­vier­te de pron­to en una de esas casua­li­da­des cós­mi­cas con las que a veces, en muy con­ta­das oca­sio­nes, te obse­quia la vida.

A sim­ple vis­ta pare­cía un acon­te­ci­mien­to pro­gra­ma­do con pre­ci­sión mili­tar, pero lo cier­to es que todo fue pro­duc­to del azar, o mejor dicho, de una ines­pe­ra­da suma de casua­li­da­des: la casua­li­dad de haber leí­do en casa, algu­nos días antes del via­je a Lis­boa, en uno de esos paseos abu­rri­dos en inter­net, una entre­vis­ta a Ricar­do Belo de Morais en la que habla­ba sobre sus últi­mos libros; la casua­li­dad de haber­lo encon­tra­do allí, aque­lla fría maña­na de diciem­bre, detrás de la puer­ta de acce­so de cris­tal, con su amplia son­ri­sa, reci­bien­do a los visi­tan­tes de la Casa Museo Fer­nan­do Pes­soa; la casua­li­dad de que ese mis­mo día tuvie­se tiem­po, un poco más tar­de de haber­lo cono­ci­do y haber com­par­ti­do con él intere­ses mutuos sobre Pes­soa, para rea­li­zar una entre­vis­ta dema­sia­do pre­cia­da como para no haber podi­do pre­pa­rar­la con más calma.

En la pri­me­ra plan­ta de la Casa Museo, había una expo­si­ción sobre los auto­res que se reu­nie­ron alre­de­dor del pro­yec­to efí­me­ro de la revis­ta «Orpheu», un gru­po del que Pes­soa tam­bién for­ma­ba par­te. En la segun­da plan­ta, a lo lar­go de las vitri­nas de cris­tal colo­ca­das alre­de­dor de la sala de con­fe­ren­cias, otra expo­si­ción sobre la obra de Ángel Cres­po, poe­ta, tra­duc­tor de Pes­soa al cas­te­llano y autor de obras de refe­ren­cia tan impor­tan­tes como La vida plu­ral de Fer­nan­do Pes­soa (Seix Barral) o Con Fer­nan­do Pes­soa (Huer­ga y Fie­rro). En la ter­ce­ra plan­ta, la expo­si­ción habi­tual de manus­cri­tos y obje­tos per­so­na­les de Pes­soa. Todo pare­cía haber­se con­fa­bu­la­do para hacer de aque­lla visi­ta un acon­te­ci­mien­to irre­pe­ti­ble; y de aque­lla entre­vis­ta, un encuen­tro memorable.

Con su cas­te­llano tru­fa­do con un lige­ro acen­to por­tu­gués, Ricar­do Belo de Morais, un nom­bre mayo­ri­ta­ria­men­te des­co­no­ci­do para el públi­co espa­ñol, diser­tó sobre su tem­pra­na pasión por Pes­soa, su tra­ba­jo en la Casa Museo, sus libros publi­ca­dos recien­te­men­te en por­tu­gués, Fer­nan­do Pes­soa para todas as pes­soasO quar­to alu­ga­do (ambos en la edi­to­rial Ver­so de Kapa), y tam­bién de la per­cep­ción actual de la obra de Pessoa.

Al ter­mi­nar el encuen­tro, la luz obli­cua de la tar­de empe­za­ba a poblar de som­bras las facha­das altas del Cam­po de Ouri­que. Un vien­to que cor­ta­ba la cara comen­zó a correr por las calles des­po­bla­das del barrio. Una cafe­te­ría cer­ca­na sir­vió de refu­gio ante la inmi­nen­cia del frío, que ame­na­za­ba con recru­de­cer­se a medi­da que avan­za­ba la noche. Cami­nan­do dis­traí­da­men­te por la calle, nos pare­ció ver a un hom­bre con un libro en la mano, ves­ti­do con som­bre­ro de ala ancha y gabar­di­na, con su bigo­te del­ga­do y sus gafas de alam­bre, dis­pues­to a subir al tran­vía que se diri­gía al centro.

El libro del des­aso­sie­go es la mejor puer­ta para entrar en el uni­ver­so de Pessoa

¿Cuán­do empe­zó su inte­rés por Fer­nan­do Pessoa?

Yo tenía 17 años cuan­do una tía mía, que era pro­fe­so­ra de Físi­ca y Quí­mi­ca en el Liceo, me pegó el inte­rés por Pes­soa. Pri­me­ro inten­tó ini­ciar­me en las cien­cias, pero ter­mi­nó por enten­der que estas mate­rias no eran las que más me intere­sa­ban, que yo me incli­na­ba hacia las Huma­ni­da­des. Lue­go empe­zó a ofre­cer­me libros de auto­res que qui­zás eran dema­sia­dos den­sos para mi edad, pero que me podían inte­re­sar. Ahí empe­cé a leer a Albert Camus, a Aldous Hux­ley y a poe­tas por­tu­gue­ses como Fer­nan­do Pessoa.

A dife­ren­cia de los otros auto­res, Pes­soa era por­tu­gués y tuve con él una cone­xión inme­dia­ta. En aque­lla épo­ca no era obli­ga­to­rio estu­diar a Pes­soa en el Liceo. Yo solo cono­cía algu­nos poe­mas de su libro Men­sa­je, y ella me ofre­ció una anto­lo­gía más amplia de poe­mas. Estos poe­mas me apa­sio­na­ron tan­to que, en las siguien­tes navi­da­des, me rega­ló la bio­gra­fía Extra­ño extran­je­ro, de Robert Bré­chon. Qui­zás era una obra dema­sia­do exhaus­ti­va para un chi­co de mi edad, pero a par­tir de ahí que­dé pren­da­do de la vida y de la obra de Pes­soa. Des­de enton­ces nun­ca he deja­do de bus­car­lo y de estu­diar­lo y de inten­tar cono­cer­lo mejor.

Fachada de la Casa Museo Fernando Pessoa.

Facha­da de la Casa Museo Fer­nan­do Pessoa.

¿Y su rela­ción con la Casa Museo Fer­nan­do Pessoa?

Estoy aquí des­de hace tres años. La ante­rior direc­to­ra de la Casa me ofre­ció la posi­bi­li­dad de per­te­ne­cer al equi­po. Yo era un visi­tan­te regu­lar de la Casa Fer­nan­do Pes­soa antes de tener la posi­bi­li­dad de empe­zar a tra­ba­jar aquí. Fue a tra­vés de la ges­tión de una empre­sa mix­ta, tan­to públi­ca como pri­va­da, que se ocu­pa­ba de las visi­tas cul­tu­ra­les a otros monu­men­tos cul­tu­ra­les de Lis­boa como el Cas­ti­llo de San Jor­ge, el Museo del Fado o el Museo de las Marionetas.

Esta empre­sa se que­dó tam­bién con la ges­tión de esta Casa Museo. En un momen­to deter­mi­na­do con­vo­ca­ron una pla­za para un tra­ba­ja­dor más cuyo tra­ba­jo fue­se reci­bir a los visi­tan­tes. Ade­más, el hecho de tra­ba­jar aquí me ofre­ció la opor­tu­ni­dad de acce­der al mate­rial biblio­grá­fi­co y la segu­ri­dad nece­sa­ria para empe­zar a escri­bir libros sobre Pessoa.

Si le pare­ce, háble­nos un poco de esos libros que ha escri­to. En medio de tan­ta biblio­gra­fía sobre Pes­soa, ¿cuál ha sido la orien­ta­ción que ha pre­ten­di­do dar­le a su obra?

Es una orien­ta­ción muy espe­cí­fi­ca: no es la de los aca­dé­mi­cos o la de los inves­ti­ga­do­res como, por ejem­plo, Jeró­ni­mo Piza­rro; ni tam­po­co la orien­ta­ción comer­cial y dema­sia­do fácil que exis­te en otros muchos libros. Había una zona inter­me­dia que englo­ba tan­to a los jóve­nes como a los ancia­nos, a los estu­dio­sos y a los profesores.

Mi inten­ción era trans­mi­tir un Pes­soa con un len­gua­je amplio, apro­ve­chan­do mi expe­rien­cia como perio­dis­ta y como guía en las visi­tas guia­das por Lis­boa. Había una for­ma de comu­ni­car «para todos» que nadie esta­ba uti­li­zan­do en la blo­gos­fe­ra ni en las redes socia­les ni en los libros, y deci­dí ensa­yar esa opción.

oquartoalugadoPero se atre­vió no solo con un libro «divul­ga­ti­vo», por lla­mar­lo así, sino inclu­so con una novela…

Sí, en efec­to. O quar­to alu­ga­do («El cuar­to alqui­la­do»), cuyo sub­tí­tu­lo es A vida de Fer­nan­do Pes­soa revi­si­ta­da por um velho ami­go («La vida de Fer­nan­do Pes­soa revi­si­ta­da por un vie­jo ami­go»), es una bio­gra­fía nove­la­da. Mi pasa­je para el mun­do edi­to­rial es tam­bién un jue­go de fuer­zas del uni­ver­so. Tenía esta his­to­ria sobre la bio­gra­fía de Pes­soa narra­da por uno de sus hete­ró­ni­mos, Vicen­te Gue­des, que casi nadie cono­ce. Todo el mun­do cono­ce que el autor del Libro del des­aso­sie­go es Ber­nar­do Soa­res, pero pocas per­so­nas saben que Pes­soa creó a Vicen­te Gue­des antes de Ber­nar­do Soa­res, para lue­go aban­do­nar­lo inex­pli­ca­ble­men­te a los diez años de haber­lo creado.

Así, Vicen­te Gue­des es el pri­mer autor del Libro del des­aso­sie­go. En torno a 1920 Pes­soa deci­dió dejar de escri­bir tex­tos para este libro y lo aban­do­na tem­po­ral­men­te. En 1929 vuel­ve a reto­mar­lo, pero ya no con el semi­he­te­ró­ni­mo de Vicen­te Gue­des, sino con el de Ber­nar­do Soa­res, con el que empie­za a escri­bir de una mane­ra dife­ren­te: es un tex­to toda­vía dia­rís­ti­co, pero menos meta­fí­si­co que el ante­rior. Lo curio­so es que Pes­soa nun­ca acla­ró los moti­vos de este cam­bio de hete­ró­ni­mo, ni tam­po­co por qué Ber­nar­do Soa­res here­dó, si bien adap­tán­do­los, algu­nos tex­tos de Vicen­te Guedes.

¿Cuál fue su hipó­te­sis de par­ti­da para empe­zar a escri­bir el libro?

Pen­sé que Vicen­te Gue­des no figu­ra­ba entre los hete­ró­ni­mos uti­li­za­dos por Anto­nio Tabuc­chi, por Mário Cláu­dio o por José Sara­ma­go para algu­nas de las his­to­rias sobre Pes­soa más cono­ci­das por los lec­to­res, y que ahí podía tener una opor­tu­ni­dad para desa­rro­llar mi libro. Mi hipó­te­sis de par­ti­da fue ima­gi­nar que Vicen­te Gue­des era un ami­go real de Fer­nan­do Pes­soa, y que este últi­mo uti­li­za­ba el nom­bre de Vicen­te Gue­des como una espe­cie de testaferro.

¿Cómo ha sido la com­bi­na­ción de los ele­men­tos fic­ti­cios con los reales a la hora de escri­bir el libro?

La par­te fic­ti­cia es la que con­vier­te a Vicen­te Gue­des en una per­so­na real. Este vie­jo ami­go es el narra­dor que nos cuen­ta la his­to­ria de toda la vida adul­ta de Fer­nan­do Pes­soa en Lisboa.

En un momen­to deter­mi­na­do de sus vidas, Vicen­te Gue­des le comu­ni­ca a Fer­nan­do Pes­soa que tie­ne ambi­cio­nes lite­ra­rias y le pide que deje de uti­li­zar su nom­bre para fir­mar sus tex­tos. Este sería el moti­vo por el que Fer­nan­do Pes­soa dejó de uti­li­zar el nom­bre de Vicen­te Gue­des en el Libro del des­aso­sie­go, si bien Vicen­te Gue­des nun­ca deja­ría de ser su ami­go, al tiem­po que ten­dría una posi­ción pri­vi­le­gia­da para obser­var la vida de Pes­soa, para poder con­tar­nos todo lo que no se sabía de la vida de Pes­soa en aquel momento.

¿Y el pro­ce­so de publi­ca­ción del libro?

Cuan­do las res­pon­sa­bles de la edi­to­rial Ver­so de Kapa se muda­ron a un edi­fi­cio en el que Pes­soa había vivi­do, qui­sie­ron publi­car al menos un libro sobre Pes­soa. Como ellas sabían que yo tra­ba­ja­ba en la Casa Museo, me pre­gun­ta­ron si tenía algo que se pudie­se ajus­tar a ese cri­te­rio. Lo escri­bí en ape­nas tres meses y medio, pero hay que tener en cuen­ta que yo tenía toda la his­to­ria de O quar­to alu­ga­do en mi cabe­za des­de hacía mucho tiempo.

Ade­más, para la edi­ción defi­ni­ti­va del libro tuvi­mos la suer­te de con­tar con la cola­bo­ra­ción de Jeró­ni­mo Piza­rro, uno de los mejo­res inves­ti­ga­do­res de Pes­soa en la actua­li­dad. Tras leer el manus­cri­to ori­gi­nal, escri­bió un pre­fa­cio a peti­ción mía. Inclu­so me pasó docu­men­tos de la Biblio­te­ca Nacio­nal que él mis­mo había des­ci­fra­do y que Pes­soa había escri­to con el nom­bre de Vicen­te Gue­des. Así que, cuan­do todo el mate­rial ya estu­vo pre­pa­ra­do para publi­car, sabía­mos que era un libro bas­tan­te fiel a la reali­dad, por­que nun­ca un inves­ti­ga­dor pre­mia­do se per­mi­ti­ría pro­lo­gar un libro que no estu­vie­se en condiciones.

¿Cum­plió las expec­ta­ti­vas depo­si­ta­das en él?

Este libro se publi­có en 2014 y, aun­que su lan­za­mien­to no fue nada extra­or­di­na­rio, las ven­tas fue­ron bas­tan­te bue­nas para un escri­tor que publi­ca su pri­me­ra nove­la. Yo tenía otros libros publi­ca­dos, pero eran de poe­sía. Así que esta fue mi pri­me­ra aven­tu­ra en prosa.

paratodasaspessoasCuén­te­nos la his­to­ria de su segun­da incur­sión en Pessoa.

Como las cosas fue­ron tan bien con O quar­to alu­ga­do, deci­dí escri­bir el libro divul­ga­ti­vo Fer­nan­do Pes­soa para todas as pes­soas («Fer­nan­do Pes­soa para todas las per­so­nas»), de acuer­do con dos expe­rien­cias muy dife­ren­tes pero pare­ci­das entre sí. Por un lado, ten­go un pro­yec­to en Face­book que se lla­ma O meu Pes­soa: en esta pági­na estoy en con­tac­to todos los días con lec­to­res de Pes­soa, en espe­cial con lec­to­res de Por­tu­gal, de Bra­sil y de otros paí­ses de len­gua ofi­cial por­tu­gue­sa. Por otro lado, tam­bién estoy en con­tac­to con los alum­nos que vie­nen a la Casa Museo: alum­nos con esas expre­sio­nes de abu­rri­mien­to; alum­nos que no quie­ren estar aquí ni estu­diar a Fer­nan­do Pes­soa. Lo que inten­ta­mos aquí es lle­gar al hom­bre lla­ma­do «Fer­nan­do» y, des­de ahí, lle­gar al escri­tor lla­ma­do «Pes­soa». Es decir, que los alum­nos entren en con­tac­to con sus excen­tri­ci­da­des, con sus roman­ces, con sus cosas de hom­bre corrien­te —que tam­bién lo fue — , y hacer­les salir de aquí con otra visión de Pes­soa para faci­li­tar­les su estudio.

A par­tir de estas dos expe­rien­cias escri­bí el libro, que es una espe­cie de visi­ta guia­da a la vida y a la obra de Fer­nan­do Pes­soa, con el obje­ti­vo de faci­li­tar por pri­me­ra vez, o aca­so un poco más, la entra­da al uni­ver­so de Pes­soa. En este libro hay des­crip­cio­nes del ortó­ni­mo Pes­soa, de los hete­ró­ni­mos, de su vida pri­va­da, de sus pasio­nes y de sus amo­res, de sus ami­gos, de sus per­so­na­li­da­des fic­ti­cias que no lle­ga­ron a ser hete­ró­ni­mos, de sus influen­cias lite­ra­rias, de los hoga­res en los que vivió, y tam­bién un capí­tu­lo dedi­ca­do a los apócrifos.

¿Los «apó­cri­fos»?

Son aque­llos tex­tos anó­ni­mos o de otros escri­to­res que cir­cu­lan en inter­net y que nada tie­nen que ver con Pes­soa, pero que la gen­te los com­par­te una y otra vez como si los hubie­se escri­to él. Como uno de mis obje­ti­vos tam­bién es hacer peda­go­gía, esta cues­tión me preo­cu­pa­ba mucho.

Bas­ta echar un vis­ta­zo en la red y entrar en pági­nas de lite­ra­tu­ra para leer supues­tas fra­ses de Pes­soa que en reali­dad nun­ca escri­bió. Como la gen­te com­par­te esos men­sa­jes, en poco tiem­po pode­mos tener miles o millo­nes de per­so­nas per­pe­tuan­do y repi­tien­do esos erro­res, asi­mi­lan­do esas fra­ses que Pes­soa nun­ca escri­bió. Por eso me pare­ció tan impor­tan­te empren­der esta lucha con­tra los apó­cri­fos de Pessoa.

¿Has­ta qué pun­to es Pes­soa un pre­cur­sor de ideas que se exten­die­ron pos­te­rior­men­te en lite­ra­tu­ra y en filo­so­fía, como el uso de la hete­ro­no­mía o la muer­te del sujeto?

Es muy pro­ba­ble que estos logros los con­si­guie­se Pes­soa sin ser ple­na­men­te cons­cien­te de lo que esta­ba hacien­do, de que esta­ba en un cam­bio de direc­cio­nes. En la actua­li­dad sabe­mos que él sin­tió como algo natu­ral ese deseo de crear «otros», sus hete­ró­ni­mos, y de uti­li­zar­los en su vida dia­ria des­de los cin­co años. Su padre había falle­ci­do poco antes y un tío de Pes­soa lo sus­ti­tu­ye en la tarea de edu­car­lo. Este tío suyo, el tío Taco, lo lle­va­ba a dar lar­gos paseos por Lis­boa. Tam­bién lo lle­va­ba a cier­tos perió­di­cos don­de tenía algu­nos ami­gos. En estos perió­di­cos, el tío Taco jun­to con sus ami­gos perio­dis­tas, crea­ban un peque­ño gru­po de tea­tro for­ma­do por arque­ti­pos de aque­llas figu­ras socia­les más fáci­les de uti­li­zar para hacer crí­ti­ca social —el obis­po al que le gus­ta­ban las muje­res, el gene­ral que en reali­dad era un cobar­de o el polí­ti­co corrup­to — . El niño Pes­soa veía a estos adul­tos divir­tién­do­se con estas «crea­cio­nes». Y así, el hecho de crear «otras per­so­na­li­da­des» empie­za a ser algo habi­tual para él.

Lue­go, en Dur­ban, esta ten­den­cia a crear «otros» mun­dos se iba a acen­tuar toda­vía más por­que se con­ver­ti­rá en un medio de super­vi­ven­cia. Hay que pen­sar que Sudá­fri­ca no era su mun­do, no era Por­tu­gal, no era Lis­boa, no era su civi­li­za­ción, no era su len­gua —él empie­za a uti­li­zar allí de mane­ra habi­tual el inglés — , y Pes­soa tam­po­co era un chi­co depor­tis­ta como sus otros com­pa­ñe­ros en el Liceo. Pes­soa se sien­te cada vez más solo a medi­da que su madre y su padras­tro están cada vez más uni­dos aten­dien­do a su nue­va fami­lia. Pues bien, hay estu­dios que seña­lan que esta ten­den­cia a crear hete­ró­ni­mos no fue más que una mane­ra de reac­cio­nar ante la nue­va situa­ción, un inten­to de pro­te­ger­se a sí mis­mo ante el «sín­dro­me de la madre muerta».

Explí­que­nos eso del «sín­dro­me de la madre muerta».

Su madre esta­ba viva y por supues­to seguía sien­do su madre, pero esta­ba «muer­ta» —meta­fó­ri­ca­men­te hablan­do— debi­do a la tris­te­za que le había pro­du­ci­do el falle­ci­mien­to de su mari­do y tam­bién del bebé Jor­ge —el her­mano peque­ño de Pes­soa — . Ella fue una mujer que se casó con otro hom­bre y empe­zó a tener otros hijos a los que tenía que dar­les su amor.

Hay otra cues­tión muy rara, pero qui­zás más impor­tan­te lite­ra­ria­men­te. Una cues­tión que demues­tra una gran inte­li­gen­cia: todos los escri­to­res han bus­ca­do su ins­pi­ra­ción en el exte­rior de sí mis­mos o de la escri­tu­ra, pero Pes­soa la encon­tró den­tro de sí mis­mo, den­tro de la pro­pia escri­tu­ra. De hecho, uno de los hete­ró­ni­mos, Alber­to Caei­ro, es el maes­tro tan­to del pro­pio Pes­soa como del res­to de los hete­ró­ni­mos. Caei­ro se cons­ti­tu­ye, por tan­to, como el pun­to prin­ci­pal de ins­pi­ra­ción de todos los hete­ró­ni­mos y del pro­pio Pes­soa. Esto es algo que nadie ha vuel­to a repe­tir en literatura.

Se sue­le hablar de Pes­soa como un autor extem­po­rá­neo, pero ¿cuál es real­men­te la rela­ción de Pes­soa con su época?

Pes­soa tie­ne la capa­ci­dad de absor­ber las corrien­tes lite­ra­rias, inte­lec­tua­les y filo­só­fi­cas de su épo­ca, como alguien capaz de hacer la sín­te­sis de todas, para al final con­cluir que no per­te­ne­ce a nin­gu­na de ellas. Esto ocu­rre inclu­so con aque­llas corrien­tes que ha crea­do él mis­mo y que, algún tiem­po más tar­de, aban­do­na sin expli­ca­ción. Para Pes­soa, la moder­ni­dad con­sis­te en recha­zar todas las corrien­tes, o tomar de ellas algún que otro pun­to que para él es esen­cial. Esto se resu­me en aque­lla expre­sión que Pes­soa escri­be a tra­vés de Álva­ro de Cam­pos: «Aba­jo los “istas” de todos los “ismos”».

Efigie de Fernando Pessoa, obra de Lagoa Henriques.

Efi­gie de Fer­nan­do Pes­soa, obra de Lagoa Henriques.

¿Qué lec­ción podría extraer el lec­tor actual de la obra de Pessoa?

La lec­ción de no que­dar­nos en un lugar con­for­ta­ble. Habi­tual­men­te hace­mos todo lo posi­ble para que­dar­nos úni­ca­men­te en ese lugar, pero Pes­soa inten­ta salir cons­tan­te­men­te de este lugar de con­fort. Él tuvo que sobre­vi­vir a sus enemi­gos, a las difi­cul­ta­des de la edi­ción lite­ra­ria, a los cam­bios filo­só­fi­cos, reli­gio­sos y polí­ti­cos en Por­tu­gal, y no obs­tan­te seguir con su abso­lu­ta inde­pen­den­cia inte­lec­tual. Esto es algo que le cos­tó su pro­pia liber­tad, por­que ter­mi­na su vida con la prohi­bi­ción de la cen­su­ra del gobierno de Salazar.

Es como si duran­te toda su vida Pes­soa escu­cha­se una voz inte­rior que le dije­se: «Voy a escri­bir lo que creo; voy a publi­car con mi dine­ro aque­llos artis­tas en los que creo, aun­que sean mal­di­tos y nadie más los quie­ra publi­car; voy a seguir escri­bien­do sin recu­rrir a dro­gas que me cam­bien la sen­si­bi­li­dad; voy a con­ti­nuar sin qui­tar­me la vida a pesar de tener todo en con­tra». Su obra reac­cio­na con­tra todo lo nega­ti­vo que tuvo en su vida.

¿Podría poner­nos algún ejem­plo sobre esta for­ma de reac­cio­nar con­tra todo lo nega­ti­vo que tuvo en su vida?

Pes­soa uti­li­zó una crea­ción suya, una par­te de su psi­que, como fue su hete­ró­ni­mo Álva­ro de Cam­pos, para trans­for­mar todo lo nega­ti­vo de su exis­ten­cia —la frus­tra­ción, el des­aso­sie­go, la tris­te­za, el abu­rri­mien­to— en algo ori­gi­nal y bello. Álva­ro de Cam­pos se con­vier­te, de este modo, en una espe­cie de «her­mano en las tinie­blas» del que se vale Fer­nan­do Pes­soa para tener algo de luz cuan­do esta le fal­ta­ba en su vida. Crear una sal­va­ción den­tro de sí mis­mo es un hecho extra­or­di­na­rio. Ocu­rre tam­bién con el Libro del des­aso­sie­go, al que Pes­soa lla­ma con toda natu­ra­li­dad «una basu­ra des­or­ga­ni­za­da de sus sen­sa­cio­nes», un libro uni­ver­sal que lec­to­res de todas las lati­tu­des son capa­ces de apreciar.

Para el lec­tor que no conoz­ca a Pes­soa, ¿cuál diría usted que es la mejor for­ma de tomar con­tac­to con su par­ti­cu­lar uni­ver­so creativo?

El Libro del des­aso­sie­go es la mejor puer­ta para entrar en el uni­ver­so de Pes­soa. Es cier­to que hay per­so­nas a las que les pue­de gus­tar más la poe­sía —como a mí, que entré a Pes­soa por la puer­ta de la poe­sía — , pero en la actua­li­dad con­si­de­ro que en este libro se encuen­tra todo lo impor­tan­te de su obra: por supues­to está Pes­soa, pero tam­bién hay tra­zos de otros hete­ró­ni­mos poe­tas —como Álva­ro de Cam­pos, Ricar­do Reis o Alber­to Caei­ro — , y de otros hete­ró­ni­mos como Ricar­do Mora, el filó­so­fo, o el barón de Tei­ve, que tam­bién escri­bió algu­nos frag­men­tos del libro.

¿Cuál diría que es la sin­gu­la­ri­dad más impor­tan­te de este libro?

El Libro del des­aso­sie­go es un com­pen­dio de esti­los cuyo con­te­ni­do Pes­soa nun­ca se preo­cu­pó de uni­for­mar, pero en cam­bio sí lo hizo con el autor. El hecho de haber crea­do a Ber­nar­do Soa­res —y antes que él, a Vicen­te Gue­des — , fue la mane­ra que Pes­soa encon­tró para dar­le uni­dad a algo tan des­or­ga­ni­za­do como una mon­ta­ña de pape­les. Al final, esta mon­ta­ña de pape­les fue crea­da por un autor que algu­nos días esta­ba tris­te, otros días esta­ba con­ten­to, otros esta­ba filo­só­fi­co, otros pen­sa­ti­vo, y otros días en los que sim­ple­men­te esta­ba descriptivo.

Foto­gra­fías de Rubén Bení­tez Florido.

DOCUMENTAL

GRANDES PORTUGUESES: FERNANDO PESSOA (RTP, 2007)

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