Rafael Gumucio

Un direc­tor de cine que espe­ra, ilu­sio­na­do, poder lle­var a cabo su nue­va obra gra­cias al dine­ro que ha podi­do reu­nir. Un con­ta­ble, ami­go del direc­tor, que le con­fie­sa haber­se apo­de­ra­do de ese dine­ro y que des­apa­re­ce de la noche a la maña­na. Un mun­do que se derrum­ba en un país, Chi­le, que no aca­ba de encon­trar su Nor­te, corrup­to, endeu­da­do, des­equi­li­bra­do social­men­te… La come­dia de la vida, la far­sa que nos rodea, narra­da por uno de los auto­res que mejor retra­ta el fra­ca­so des­de la iro­nía, Rafael Gumu­cio, en su últi­ma nove­la, La deu­da, edi­ta­da por Mon­da­do­ri. Habla­mos con él sobre el libro, la crea­ción lite­ra­ria… y Chile.

¿Cuál ha sido la reac­ción en Chi­le con res­pec­to a la publi­ca­ción de La deu­da?

Los lec­to­res han sido bas­tan­te recep­ti­vos, es un libro que se ha ven­di­do bas­tan­te. Tam­bién ha sido bien reci­bi­do por los libre­ros, que es gen­te que impor­ta y sabe de libros. La crí­ti­ca ha sido com­ple­ja. Algu­nos crí­ti­cos no supie­ron qué decir ni cómo decir­lo, otros fran­ca­men­te se hicie­ron eco de todas sus frus­tra­cio­nes… Gene­ral­men­te ha sido una crí­ti­ca un poco provincial.

¿Te refie­res a una crí­ti­ca some­ti­da a medios vin­cu­la­dos con cier­tas ten­den­cias políticas?

Bueno, en Chi­le casi todos los medios son de dere­chas, pero yo tra­ba­jo en casi todos ellos, así que eso no impli­ca nada, no voy a ir de víc­ti­ma polí­ti­ca. Sin embar­go algún crí­ti­co que otro pue­de ser víc­ti­ma de su pro­pia igno­ran­cia o de su pro­pia capa­ci­dad crítica.

Dices en La deu­da que toda nove­la está hecha de malentendidos.

Me baso en la idea de que muchas nove­las tie­nen como títu­lo un malen­ten­di­do. La más famo­sa es Almas muer­tas, de Niko­lái Gógol, títu­lo en el que plan­tea un jue­go de pala­bras: se refie­re a per­so­nas sin alma y tam­bién a sier­vos que están muer­tos pero que pue­den com­prar­se. Gógol creó toda una nove­la en base a esta doble inter­pre­ta­ción. Es muy común en muchas obras lite­ra­rias abor­dar esos malen­ten­di­dos que con­du­cen a algo.

¿Es cier­to que La deu­da nació como guión cine­ma­to­grá­fi­co y se trans­for­mó en una nove­la que se tuvo que redu­cir considerablemente?

Como guión duró una sema­na, así que se tra­tó de un pri­mer impul­so, lo que me per­mi­tió sen­tar­me y comen­zar a tra­ba­jar. Hablé con bue­nos ami­gos que tra­ba­jan en el cine y a todos les pare­ció muy diver­ti­do hacer una pelí­cu­la chi­le­na sobre cómo se hacen las pelí­cu­las chi­le­nas, una odi­sea mucho más intere­san­te que las pro­pias pelí­cu­las. Lue­go me di cuen­ta de que lo que me intere­sa­ba era la des­crip­ción de los per­so­na­jes y sus esta­dos de áni­mo más inter­nos, algo que no se pue­de ver en el cine, por lo que me decan­té por la nove­la. Sin embar­go sigue tenien­do momen­tos y rit­mos cine­ma­to­grá­fi­cos. El voca­bu­la­rio del cine está muy pre­sen­te de mane­ra subterránea.

Inclu­so en la segun­da par­te uti­li­zas mucho los «giros de cámara».

Sí, todo eso que­dó, la pla­ni­fi­ca­ción, los pri­me­ros planos…

¿Con­si­de­ras que tu pro­ta­go­nis­ta, Fer­nan­do Girón, es un hom­bre incómodo?

Sí, mucho. Es, sobre­to­do, un hom­bre esté­ril. No pue­de crear y está a medias; tie­ne cul­tu­ra, inte­li­gen­cia, pero es inca­paz de crear nada.

La his­to­ria de Juan Anto­nio Riquel­me, el con­ta­ble del pro­ta­go­nis­ta, está basa­da en un hecho real…

Sí, pero muy cam­bia­do. La pren­sa lo lla­mó «el con­ta­dor de las estre­llas», buen títu­lo para un libro de psi­co­ma­gia, por cier­to. Fue el caso de un con­ta­ble que tenía a muchos famo­sos como clien­tes, les esta­fó a todos de una mane­ra espec­ta­cu­lar, des­apa­re­ció y al cabo de los años vol­vió de nue­vo a Chi­le para hacer­se car­go de su cri­men. Eso es lo úni­co verí­di­co, el res­to es todo ficción.

Girón y Riquel­me, el esta­fa­do y el esta­fa­dor, se van per­si­guien­do duran­te toda la nove­la en base a una amis­tad que pare­ce más supues­ta que real.

No es una amis­tad ver­da­de­ra, cier­to. Fer­nan­do Girón es de esas per­so­nas que tie­ne ami­gos pero no hace nin­gún ges­to hacia ellos. Hay una com­pli­ci­dad con Riquel­me, pero no se les pue­de con­si­de­rar ami­gos. Hay otros per­so­na­jes que sí demues­tran su amis­tad, aun­que van algo con­fun­di­dos con res­pec­to a eso, cam­bian de pre­fe­ren­cias como de chaqueta.

La.deudaLa cul­pa tam­bién está muy pre­sen­te en el libro. El pro­ta­go­nis­ta no deja de pre­gun­tar­se qué hizo mal, por qué se han por­ta­do así con él, en qué ha fallado…

Me intere­sa mucho la cul­pa, es muy nove­les­ca. Las nove­las ofre­cen la expli­ca­ción de algu­nos actos y la cul­pa es un argu­men­to fun­da­men­tal. Yo fui edu­ca­do en un cato­li­cis­mo de izquier­das, que te per­mi­te el divor­cio, el abor­to, te per­mi­te todo, pero no librar­te de la cul­pa. En cam­bio, el cato­li­cis­mo de dere­chas es menos cul­po­so. En el libro refle­jo una posi­ción ambi­va­len­te, conoz­co lo malo que tie­ne la cul­pa, lo inú­til que es pero, sin ella, ¿qué que­da?, ¿en qué estamos?.

No dejas al mar­gen las dife­ren­cias socia­les. Y lo haces, de entra­da, con la pro­pia espo­sa de Girón, que pro­vie­ne de la alta sociedad.

No es tan dife­ren­te a lo que suce­día en Madrid o Bar­ce­lo­na en la déca­da de los ’60… Euro­pa creó una capa de nie­bla res­pec­to a estos temas, pero siguen exis­tien­do. Lo que pasa es que es mucho más difí­cil de retra­tar lo que suce­de en Chi­le, es más sal­va­je. Ese aspec­to de la nove­la es uni­ver­sal. Se hizo una ver­sión chi­le­na de Cuén­ta­me, la serie de tele­vi­sión, y es prác­ti­ca­men­te igual que la espa­ño­la, excep­to por la épo­ca refle­ja­da. Nues­tros 80 refle­jan la déca­da de los 60 en Espa­ña. Pero sal­vo eso, es idéntica.

En la segun­da par­te del libro hablas del MOP-Gate (una tra­ma de corrup­ción en la que se vio envuel­to el Minis­te­rio de Obras Públi­cas y el de Defen­sa).

Me intere­só mucho, mien­tras escri­bía la nove­la el caso tuvo un nue­vo esta­lli­do y se me empe­zó a colar en la tra­ma de mane­ra total­men­te ines­pe­ra­da. No tie­ne nada que ver con el caso del con­ta­ble, pero son his­to­rias con aspec­tos comu­nes: dine­ro, corrup­ción, robo y cul­pa. Y el lado teo­ló­gi­co, la corrup­ción del ser humano por el peca­do ori­gi­nal me pare­ció que fun­cio­na­ba. En la dis­tan­cia, en Espa­ña, creo que no resul­ta tan rara la cone­xión entre las dos tra­mas. Me entre­tu­vo mucho esta segun­da par­te. Girón se sien­te cul­pa­ble cuan­do no ha hecho nada y orgu­llo­so cuan­do le seña­lan con el dedo cul­pán­do­lo de corrup­to. Ser cul­pa­ble de un cri­men es mucho mejor que ser víc­ti­ma, mane­jas la situa­ción, eres el pro­ta­go­nis­ta. Está pre­sen­te en mucha lite­ra­tu­ra. El des­tino del pro­ta­go­nis­ta de El pro­ce­so es mucho más difí­cil que el de Cri­men y cas­ti­go. Josef K ni siquie­ra tie­ne un cri­men con el que con­so­lar­se… Es terri­ble, pero tam­bién uno de los gran­des chis­tes de la his­to­ria de la literatura.

¿Tu tra­ba­jo como arti­cu­lis­ta está cada día más fusio­na­do con el de narrador?

Yo deci­dí ser escri­tor y fui edu­ca­do en un mun­do y una épo­ca en el que ser escri­tor invo­lu­cra­ba a todos los aspec­tos de la lite­ra­tu­ra y de la comu­ni­ca­ción. Sar­tre nun­ca se pre­gun­tó «¿qué soy?». En His­pa­no­amé­ri­ca los pode­res son muy cerra­dos y los com­par­ti­men­tos más estan­cos. Nun­ca lo enten­dí así, para mi es igual escri­bir una colum­na, una nove­la, un poe­ma, un guión de radio… Hago mi tra­ba­jo adap­tán­do­me al géne­ro. La dife­ren­cia entre la nove­la y la cró­ni­ca es que en la últi­ma ten­go un púl­pi­to y les digo a los feli­gre­ses que crean en lo que digo por­que lo estoy dicien­do yo. En la nove­la son varios los pre­di­ca­do­res que dicen lo mis­mo y los feli­gre­ses se pre­gun­tan «¿a quién creo?».

Han pasa­do diez años des­de la publi­ca­ción de Memo­rias pre­ma­tu­ras, tu obra más cono­ci­da. Con la pers­pec­ti­va que da el tiem­po, ¿cam­bia­rías algo de lo que escri­bis­te en aque­llas memo­rias, ha cam­bia­do en algo tu visión res­pec­to a alguno de los epi­so­dios incluidos?

Me cues­ta mucho leer­lo de nue­vo. Lo he inten­ta­do y no haré como esos escri­to­res que dicen que no leen sus pro­pios libros, yo los leo siem­pre, me encan­tan. Cami­lo José Cela tam­bién lo hacía, cuan­do via­ja­ba leía sus libros para entre­te­ner­se. Memo­rias pre­ma­tu­ras me des­con­cier­ta. Para mi era un ejer­ci­cio lite­ra­rio del que tenía cla­ra la for­ma. Al con­tra­rio de lo que la gen­te cree, no era una con­fe­sión húme­da que me arran­qué del alma y que saqué como pude. Por supues­to, era un mate­rial ínti­mo, pero lo tra­ba­jé duran­te muchos años y con el que hice «cor­te y con­fec­ción». Me entre­tu­ve mucho en ello. Lo que más recuer­do es su for­ma, cómo armé y cons­truí el arco narra­ti­vo con ese pro­ta­go­nis­ta que se trans­for­ma. Es curio­so, pero jun­to a La deu­da, es el libro más arqui­tec­tó­ni­co que he hecho, son los más tra­ba­ja­dos en su estructura.

Foto­gra­fía de Rafael Gumu­cio: Rodri­go Fer­nan­dez (Wiki­pe­dia).

* La deu­da. Rafael Gumucio.
Mon­da­do­ri (Bar­ce­lo­na, 2009).

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