Nadeem Aslam

No he teni­do la opor­tu­ni­dad de cono­cer a muchos tipos capa­ces de hacer sal­tar por los aires las ideas sobre lo que está suce­dien­do en el mun­do median­te recur­sos tan bási­cos, pero tan repul­si­vos para quie­nes gozan del embro­llo meta­li­te­ra­rio, como los sen­ti­mien­tos, la fe o la ins­ti­tu­ción fami­liar. Nadeem Aslam (Guj­ran­wa­la, Pakis­tán, 1966) se reafir­ma en ello con su nue­va nove­la, El jar­dín del hom­bre cie­go (Edi­to­rial Mon­da­do­ri, 2013). La his­to­ria de dos mucha­chos paquis­ta­níes, ami­gos y her­ma­nos, que por pri­me­ra vez sepa­ran sus vidas cuan­do via­jan a Afga­nis­tán, a la gue­rra, para ofre­cer su ayu­da huma­ni­ta­ria a los civi­les. La incer­ti­dum­bre por el des­tino de ambos nos con­du­ce hacia su fami­lia, cuyos miem­bros refle­jan median­te sus expe­rien­cias, la situa­ción actual de Pakis­tán. El peso de la tra­di­ción, de la reli­gión islá­mi­ca, de la vio­len­cia, con­tras­ta con la belle­za del len­gua­je y de las des­crip­cio­nes poé­ti­cas de un escri­tor que nos some­te al ejer­ci­cio de ralen­ti­zar la lec­tu­ra para cap­tar los mati­ces que no ocul­ta pero que la ven­da ima­gi­na­ria de la inme­dia­tez pue­de impe­dir­nos asimilar.

¿Pue­des expli­car bre­ve­men­te qué te lle­vó a escri­bir esta nove­la, cómo te la plan­teas­te des­de un prin­ci­pio y su evo­lu­ción duran­te los cua­tro años y medio que te lle­vó acabarla?

Lo inten­ta­ré. Verás, hemos vivi­do una déca­da extra­or­di­na­ria, empe­zan­do con el 11‑S y ter­mi­nan­do con la Pri­ma­ve­ra Ára­be. Es una eta­pa mar­ca­da por dos muer­tes: la de Moha­med Atta y la de Moha­med Boua­zi­zi. Atta, como sabes, fue uno de los pilo­tos que se estre­lló con­tra las Torres Geme­las. Boua­zi­zi era el ven­de­dor de ver­du­ras tune­cino que se que­mó a lo bon­zo en diciem­bre de 2010 y murió unas sema­nas más tar­de, con­vir­tién­do­se en el már­tir que des­en­ca­de­nó las pro­tes­tas de la Pri­ma­ve­ra Ára­be. Entre esas dos muer­tes hemos teni­do la Gue­rra con­tra el Terror, la Gue­rra de la Yihad, el ase­si­na­to de Bena­zir Bhut­to, los ata­ques en Lon­dres y Madrid, la deten­ción y pos­te­rior ase­si­na­to de Bin Laden, y el cho­que pro­du­ci­do por la incom­pren­sión entre el Este y del Oes­te. Para que te hagas una idea de dón­de esta­mos aho­ra, hace poco me metí en Goo­gle y escri­bí en el bus­ca­dor «Pakis­tán es». La fun­ción que auto­com­ple­ta las bús­que­das me ofre­cía varias opcio­nes. Las cua­tro pri­me­ras eras «estú­pi­do», «peli­gro­so», «vio­len­to» y «un país terro­ris­ta». Lue­go escri­bí «Los Esta­dos Uni­dos son» y las pri­me­ras opcio­nes que apa­re­cie­ron fue­ron «no es par­te del mun­do», «el mal» y «no es un país, es un nego­cio». Así que, para res­pon­der a tu pre­gun­ta, con El jar­dín del hom­bre cie­go que­ría encon­trar una his­to­ria que con­cen­tra­ra el mayor núme­ro posi­ble de estos ele­men­tos que aca­bo de men­cio­nar, sin per­der las for­mas lite­ra­rias. Des­pués de tomar esta deci­sión, fui a bus­car a los per­so­na­jes, los que mejor me iban a ayu­dar a defi­nir la com­pli­ci­dad, la espe­ran­za, la deses­pe­ra­ción, la feli­ci­dad, la belle­za, den­tro de la déca­da trans­cu­rri­da entre esos dos hechos.

¿Estás de acuer­do con quie­nes afir­man que ofre­ces una visión muy oscu­ra del islam?

No, no estoy de acuer­do. Hay gen­te que lo dice, pero tam­bién hay quien opi­na que mis libros son exqui­si­tos y bellos. Cuan­do ter­mi­né el manus­cri­to, hace un año y medio, lo envié a mis edi­to­res occi­den­ta­les, inclu­yen­do a los de Espa­ña, y tam­bién a los edi­to­res de India y Pakis­tán. La res­pues­ta inva­ria­ble de los paí­ses occi­den­ta­les fue: «Esta nove­la es oscu­ra, melan­có­li­ca, dura». Sin embar­go, los edi­to­res orien­ta­les, como res­pues­ta tam­bién inva­ria­ble dije­ron: «Este libro es bello, es una his­to­ria muy boni­ta». El mis­mo tex­to fue per­ci­bi­do de dos mane­ras dis­tin­tas. Creo que depen­de de en qué te fijes. En India y Pakis­tán, no es que no sean cons­cien­tes de nues­tra oscu­ri­dad, por­que la oscu­ri­dad y el hecho de que el libro fue­ra duro tam­bién se había men­cio­na­do, pero se hizo como segun­do o ter­cer nivel. Mien­tras que la belle­za del libro tam­bién se cita­ba en occi­den­te como segun­do o ter­cer valor. Como escri­tor, no te sien­tas y deci­des poner en la balan­za cin­co kilos de melan­co­lía y dos de belle­za. El libro sale como sale. De lo que sí soy cons­cien­te es de que ni el islam, ni Pakis­tán, ni los paí­ses en desa­rro­llo son oscu­ros ni están fal­tos de esperanza.

No cal­cu­las el peso en la balan­za, pero reco­no­ce­rás que sí bus­cas el equi­li­brio entre lo tre­men­da­men­te dra­má­ti­co y lo tre­men­da­men­te bello de la his­to­ria que narras.

Es un buen comen­ta­rio. Pero he de sub­ra­yar que ten­go muy mala ima­gi­na­ción. No me podía haber inven­ta­do nada de la nove­la. Todo lo que he escri­to en ella se basa en la reali­dad. Evi­den­te­men­te todo el tex­to está mon­ta­do de mane­ra nove­les­ca, pero los inci­den­tes, los ele­men­tos difí­ci­les de leer y de enten­der se basan en hechos verí­di­cos. Y la razón para con­cen­trar­me en cir­cuns­tan­cias difí­ci­les es por­que quie­ro dejar a mis per­so­na­jes que cai­gan en esas difi­cul­ta­des y ver cómo salen de ellas, en esos con­tex­tos. Esta es mi cuar­ta nove­la. Y aho­ra me empie­zo a dar cuen­ta de que yo tra­ba­jo en modo trá­gi­co. Hay gen­te que escri­be nove­las de humor. No soy uno de ellos. Ya he acep­ta­do que este es mi estilo.

En El jar­dín del hom­bre cie­go apor­tas el valor los sen­ti­dos, no solo con la idea del invi­den­te como metá­fo­ra de una cegue­ra gene­ral, inclu­yes otros. Al prin­ci­pio de la nove­la, cuan­do Jeo y Mikal comien­zan su aven­tu­ra y oyen una bata­lla a lo lejos, alguien les dice «ese es el soni­do habi­tual del mun­do, lo que ocu­rre es que no lo oímos. Solo en algu­nos lugares».

Ese es par­te de mi pro­yec­to. Si habla­mos de Mapa para aman­tes per­di­dos o de La casa de los sen­ti­dos, en ambas nove­las juga­ba con la idea de que nues­tro cuer­po está reple­to de códi­gos —socia­les, polí­ti­cos, reli­gio­sos — , y lo hemos con­ver­ti­do en un cam­po de bata­lla. Inclu­so exis­te una rama del islam en la que se afir­ma que tene­mos que negar nues­tro pro­pio cuer­po, que el deseo sexual es malo, que ya encon­tra­re­mos el equi­va­len­te de todos esos sen­ti­dos en el paraí­so, que aho­ra esta­mos en la Tie­rra para ser juz­ga­dos el Día del Jui­cio Final y com­pro­bar nues­tra capa­ci­dad de resis­ten­cia fren­te al peca­do. En todas mis nove­las los sen­ti­dos se lle­van al pri­mer plano para decir que esta vida tam­bién impor­ta. La músi­ca impor­ta, el per­fu­me impor­ta, la vis­ta impor­ta, los sabo­res importan.

Me gus­tó lo que dijis­te en una entre­vis­ta con res­pec­to al impac­to que sufren los ado­les­cen­tes cuan­do se enfren­tan a la reali­dad, cuan­do salen al mun­do. Hay un pasa­je en el libro, cuan­do se narra cómo van cam­bian­do en la facha­da de la escue­la el lema sobre la edu­ca­ción («La edu­ca­ción es la base de la ley y el orden», lue­go «La edu­ca­ción islá­mi­ca es la base de la ley y el orden», más tar­de «El islam es la base de la ley», o «El islam es el obje­ti­vo de la vida»…). Para una men­te nue­va e inquie­ta como la de un niño o un ado­les­cen­te es un autén­ti­co lío.

Abso­lu­ta­men­te. Cynthia Ozick dijo en una oca­sión que la lite­ra­tu­ra de la con­cien­cia es la con­fu­sión de los inge­nuos. Los niños, los inde­fen­sos, la gen­te que tie­ne algu­na dis­ca­pa­ci­dad men­tal, los que pre­gun­tan siem­pre «¿Por qué?». Esa con­fu­sión que tie­ne un niño cuan­do inten­ta com­pren­der el mun­do. Creo que, en cier­to modo, tam­bién pro­cu­ro escri­bir mi par­ti­cu­lar lite­ra­tu­ra de la con­cien­cia, tra­to de ver por qué el mun­do es como es, por qué tenien­do tan­tas cosas bellas exis­ten las ene­mis­ta­des, las gue­rras… ¿Cómo casa todo esto? El ver­da­de­ro res­pe­to se lo debe­mos a los jóve­nes. Cuan­do salen al mun­do con idea­les, con mora­li­dad, con éti­ca, el mun­do les dice «sé corrup­to», «haz cosas malas», «echa la éti­ca y la moral a la basu­ra que aquí estás para otra cosa». Ese cho­que tan bes­tia me intere­sa cada vez más. No qui­se abor­dar antes el tema para no fal­tar­les el res­pe­to. Cuan­do escri­bí mi pri­me­ra nove­la era un cha­val, y la mayo­ría de los per­so­na­jes eran de media­na edad. Me pasó lo mis­mo con el segun­do y con el ter­ce­ro. Aho­ra que empie­zo a ser algo mayor es cuan­do me sien­to sufi­cien­te­men­te equi­pa­do para hablar de los jóve­nes y de su confusión.

El con­flic­to gene­ra­cio­nal en Pakis­tán ¿es más evi­den­te en las mujeres?

Sí, por­que las muje­res tie­nen más que per­der. Y tie­nen que apren­der a levan­tar­se, a desa­rro­llar ese saber hacer para sobre­vi­vir. Por­que si se dejan se les qui­ta­rá todo. Las per­so­nas más fuer­tes que conoz­co son las muje­res de India y Pakis­tán. Lo de que las muje­res madu­ran antes que los hom­bres es en todas par­tes. Una vez esta­ba con un gru­po de ami­gos, chi­cos y chi­cas, y la mayo­ría de los hom­bres decían que sus vein­te años habían sido un desas­tre, muy difí­ci­les. Las chi­cas esta­ban mirán­do­les y res­pon­die­ron que sus vein­te años fue­ron estu­pen­dos, lo peor para ellas fue la ado­les­cen­cia. Es decir, que los pro­ble­mas de la vida les lle­gan antes a las mujeres.

Vivir con un padre ateo y una madre fer­vien­te­men­te cre­yen­te, ¿te pro­por­cio­nó más equi­li­brio que desorden?

El matri­mo­nio de mis padres ha sido uno de los mayo­res rega­los que he reci­bi­do como nove­lis­ta. Y como ser humano. Es increí­ble ver cómo des­de un pun­to de vis­ta ideo­ló­gi­co y tem­pe­ra­men­tal son dis­tin­tos, pero se aco­mo­dan, siguen jun­tos y se aman. Y no sé qué acción de mi padre o de mi madre se basa en la reli­gión de ella o en el ateís­mo de él. Te cuen­to una his­to­ria: Mi tía, una mujer joven, de unos cin­cuen­ta años, falle­ció en Pakis­tán de un ata­que al cora­zón. Yo esta­ba de visi­ta en casa de mis padres y sonó el telé­fono. Lla­ma­ba el her­mano de mi madre para avi­sar que su espo­sa se aca­ba­ba de morir. Mi madre cogió el telé­fono, reci­bió la noti­cia y empe­zó a llo­rar des­con­so­la­da­men­te. Vino a la coci­na, don­de está­ba­mos mi padre y yo y nos dio la noti­cia sin sol­tar el auri­cu­lar. Des­pués de esto, siguió llo­ran­do, llo­ran­do… Pasa­ron diez segun­dos, vein­te, trein­ta, cua­ren­ta…, y yo, un hom­bre adul­to, no tenía ni idea de qué hacer. Pen­sé «¿qué hago? ¿Le cojo el auri­cu­lar del telé­fono? ¿Ten­go el dere­cho de hacer­lo? ¿Nece­si­ta pasar por ese pro­ce­so de llo­rar y llo­rar mien­tras su her­mano está al otro lado vien­do a mi tía que aca­ba de morir? ¿O igual está espe­ran­do que yo le coja el telé­fono y la con­sue­le?». Esta­ba para­li­za­do. Mi padre avan­zó muy tran­qui­lo, le puso sua­ve­men­te la mano en el hom­bro y le dijo «tene­mos que ayu­dar­le, no aña­dir más dolor a sus difi­cul­ta­des». Esa fue la cla­ve. De repen­te mi madre son­rió, absor­bió todo el dolor y empe­zó a pre­gun­tar­le a su her­mano cosas lúci­das como dón­de estás, dón­de están tus hijos, todas las cues­tio­nes prác­ti­cas. No estoy dicien­do que su dolor des­apa­re­cie­ra, pero mi padre le hizo ver que en ese momen­to su dolor no era lo más impor­tan­te, lo era el dolor de su her­mano y tenía que preo­cu­par­se por él. Siem­pre digo que no pode­mos sal­var­nos, tene­mos que ayu­dar­nos., Eso es lo que apren­do de ellos. Ha sido alu­ci­nan­te obser­var y con­vi­vir jun­to a ese matrimonio.

el-jardin-del-hombre-ciegoSofia, que había sos­te­ni­do su fe a lo lar­go de toda su vida, aban­do­na sus creen­cias en el lecho de muer­te y eso gene­ra gran­des dile­mas en Rohan, su mari­do. Y creo que el lec­tor tam­bién los hace suyos. Es un momen­to de tran­si­ción en la his­to­ria, hay una rup­tu­ra. Es una de las gran­des sor­pre­sas de la novela.

Sí, cla­ro. Es que cuan­do eres un cre­yen­te, como mi madre, la muer­te solo aca­ba con tu vida en la Tie­rra, por­que des­pués de la muer­te sigues exis­tien­do. Que­ría explo­rar esto. ¿Qué pasa? ¿Te ponen en la tum­ba pero sigues con una vida, en el paraí­so o en el infierno, o don­de sea que vayas? Eso es lo que cree mi madre. Cree que des­pués de morir, de ser ente­rra­da, den­tro de no se sabe qué can­ti­dad de años, lle­ga­rá el día del Jui­cio Final y ella sal­drá de la tie­rra, se incor­po­ra­rá y esta­rá ahí delan­te de su dios. Para mí, como nove­lis­ta, esto es impre­sio­nan­te. Me intere­sa estu­diar estas eti­que­tas que pone­mos a las cosas. ¿Qué es, por ejem­plo, el «rea­lis­mo mági­co»? Si escri­bo una nove­la rea­lis­ta sobre alguien como mi madre, que cree que Jonás estu­vo tres días en el vien­tre de una balle­na y para quien todos lo mitos son his­to­rias reales, enton­ces, ¿estoy hacien­do rea­lis­mo o rea­lis­mo mági­co? Por­que cla­ro, ten­go que aco­mo­dar esa vida inter­na tan inten­sa, y que para ella es real, con la reali­dad ver­da­de­ra. La para­do­ja es que la mis­ma mujer que cree en estas cosas es la que hace que una men­te moder­na se sien­ta muy incó­mo­da. Y es la mis­ma per­so­na que me ense­ñó los valo­res que estoy uti­li­zan­do y con los que vivo. «Ase­gú­ra­te de ser ama­ble con las per­so­nas», «haz­les sen­tir bien», «no mien­tas», «no hagas tram­pas»… Una per­so­na le rega­la a otra la capa­ci­dad de vivir en el mun­do real, como ser humano decen­te, lúci­do y capaz y, sin embar­go, la mayor par­te de las lec­cio­nes que le ense­ña vie­nen de un mun­do eso­té­ri­co, eté­reo. Esa es mi madre (se ríe).

¿Una de las gran­des dis­yun­ti­vas a las que nos vemos some­ti­dos podría ser la de no saber o no poder dis­tin­guir entre el bien y el mal? No me refie­ro a las cosas bási­cas, sino a lo que cul­tu­ral y social­men­te enten­de­mos cada uno como «bien» y «mal».

Qui­zás sí… Segu­ro que pue­des reco­no­cer sin pro­ble­ma los con­cep­tos «madre», «padre», «hijo», «aman­te»… Ante eso, no hay dudas. Y una men­ti­ra es una men­ti­ra, en cual­quier sitio. Si sal­go aho­ra a la calle y digo que lle­vo una cami­sa roja, es men­ti­ra. Las cosas bási­cas son igua­les para todos. Son las que me gus­ta explo­rar. Qué es un hijo, qué es una madre, un padre, cuá­les son mis obli­ga­cio­nes para con alguien a quien no conoz­co, pero que es un ser humano. Y más allá de esas pre­gun­tas, qué es el dolor, cómo supero la pér­di­da, cómo acep­to una heri­da emo­cio­nal… Todos tene­mos que pasar por estas cosas, esas son las pre­gun­tas que a mí me intere­san. Aho­ra mis­mo vivi­mos con el tras­fon­do de la Gue­rra con­tra el Terror, un esce­na­rio horri­ble. Escri­bo sobre esas fuer­zas bru­ta­les, sal­va­jes, pero es algo que que­da en un plano infe­rior por­que de lo que quie­ro hablar es de seres huma­nos. Cla­ro que El jar­dín del hom­bre cie­go es un libro sobre la gue­rra pero, en últi­ma ins­tan­cia, se tra­ta de una his­to­ria de amor. Estoy abso­lu­ta­men­te de acuer­do con­ti­go cuan­do dices que esa idea del bien y el mal pue­de ver­se dilui­da en oca­sio­nes. Pre­ci­sa­men­te para eso tene­mos el Arte y la Filo­so­fía, para defi­nir una y otra vez estas cosas, nues­tras ideas de lo que está bien y de lo que está mal, para no con­fun­dir­nos. Víc­tor Hugo escri­bió algo así como «el hecho de que no te escu­chen no es moti­vo para per­ma­ne­cer calla­do». Yo siem­pre me mue­vo en tres nive­les: soy un artis­ta, soy un ciu­da­dano y soy un ser humano. Con la con­cien­cia que me dan estos tres pla­nos, creo que ten­go el dere­cho de pre­gun­tar a los pode­ro­sos cier­tas cosas. Por un lado tene­mos a los tali­ba­nes, que van por el mun­do dis­pa­ran­do a la cara a chi­cas como Mala­la. Y lo hacen en nom­bre de la Yihad y del islam. Y uti­li­zan la pala­bra yihad con un úni­co sig­ni­fi­ca­do: gue­rra, gue­rra y gue­rra. Pero yihad tie­ne tan­tos sig­ni­fi­ca­dos como péta­los una rosa. Son­reír­le a alguien a quien no te ape­te­ce hacer­lo es yihad. Ser ama­ble con alguien cuan­do tu vida es ruin, tam­bién es yihad. Eso no quie­ren que lo sepas. Y si cru­zo el Atlán­ti­co, creo que ten­go todo el dere­cho de pre­gun­tar­le al pre­si­den­te Oba­ma qué está hacien­do con todos los avio­nes tele­di­ri­gi­dos. De cada cin­cuen­ta per­so­nas que ase­si­na uno de esos dro­nes de alta pre­ci­sión, cua­ren­ta y nue­ve son víc­ti­mas ino­cen­tes. ¿Por qué está hacien­do eso? Segu­ro que recor­da­rás a Tray­von Mar­tin, el joven negro al que dis­pa­ra­ron en Flo­ri­da el año pasa­do. El señor Oba­ma, en su com­pa­re­cen­cia des­pués del jui­cio, dijo que se tenían que revi­sar las leyes para cri­mi­na­li­zar el racis­mo en Amé­ri­ca de otra mane­ra, por­que si tuvie­ra un hijo su aspec­to sería como el de Tray­von. No es por qui­tar­le hie­rro al asun­to, pero me gus­ta­ría poder decir­le al señor Oba­ma que si yo tuvie­ra un hijo su aspec­to sería como el de cual­quie­ra de las cua­ren­ta y nue­ve víc­ti­mas que aca­bo de men­cio­nar. Pare­ce que igno­ra los «daños cola­te­ra­les» por­que lo úni­co que le impor­ta es matar a los mili­tan­tes de la Yihad. ¿Se per­mi­ti­rían ese tipo de pre­gun­tas en Amé­ri­ca o en Espa­ña? ¿O en Ale­ma­nia, o en Ingla­te­rra? ¿Pare­ce­ría razo­na­ble hacer­las? Pues en cier­to modo a esto me refe­ría antes cuan­do te habla­ba sobre la con­cien­cia. Mis libros pre­gun­tan por qué. Por qué no pode­mos hacer esto en Amé­ri­ca o en Espa­ña, pero sí en Pakistán.

Citas, por cier­to, una fra­se de Made­lei­ne Albright que me pare­ce increí­ble. En una entre­vis­ta rea­li­za­da en TV en 1996, expli­ca un per­so­na­je, «le pre­gun­ta­ron qué opi­na­ba de la muer­te de qui­nien­tos mil niños ira­quíes como con­se­cuen­cia de las san­cio­nes eco­nó­mi­cas esta­dou­ni­den­ses, a lo que res­pon­dió que había sido “una deci­sión muy dura pero cree­mos que ha vali­do la pena”».

Efec­ti­va­men­te, está en el libro. No dijo que había sido un error. Hay que leer­lo dos veces para creer que pudie­ra decir algo así.

Hay una dife­ren­cia muy pre­sen­te en tu nove­la entre los adul­tos y los jóve­nes: el peso del pasa­do. Los per­so­na­jes de menor edad no lo tie­nen pero los adul­tos lo pade­cen de mane­ras tremendas.

Sí, Naheed, la chi­ca pro­ta­go­nis­ta, le dice a su madre que los vie­jos no tie­nen dere­cho a asus­tar a los jóve­nes con sus vie­jos temo­res. Les pue­den decir que sean pru­den­tes, no digo que la expe­rien­cia y la sabi­du­ría no sea impor­tan­te, pero tie­nen que dejar que los jóve­nes sal­gan al mun­do sin asus­tar­les constantemente.

Con res­pec­to a los sue­ños, que apa­re­cen de mane­ra insis­ten­te a lo lar­go del libro, hay un frag­men­to que defi­ne muy bien el papel que les das: «Cuan­do alguien pien­sa en noso­tros, o sue­ña con noso­tros con inten­so amor, des­apa­re­ce­mos del lugar en el que estamos».

Esta es una de las cosas prin­ci­pa­les que quie­ro plas­mar en mis libros y en mi vida. Siem­pre digo que yo soy mis libros. Si no te gus­tan mis libros, tam­po­co te gus­ta­ré yo (se ríe). Me intere­sa la belle­za, la lógi­ca de los sue­ños, la fra­gi­li­dad y vul­ne­ra­bi­li­dad emo­cio­na­les. Y escri­bo sobre estos asun­tos para decir la ver­dad y para con­fe­sar emo­cio­nes. Una de mis creen­cias más pro­fun­das, qui­zás la más bási­ca y fun­da­men­tal que ten­go, es que no hay nada extra­or­di­na­rio en mí. Soy uno de los miles de millo­nes de per­so­nas que hay en este pla­ne­ta. Si hay algo de cier­to en mí que que­da refle­ja­do en mis nove­las, si me sien­to de algu­na mane­ra deter­mi­na­da res­pec­to a la gue­rra de Afga­nis­tán, a lo que hace Oba­ma, o los tali­ba­nes, hay muchas posi­bi­li­da­des de que miles de millo­nes de per­so­nas tam­bién estén sin­tien­do lo mis­mo. Por eso los libros aca­ban conec­tan­do con otras per­so­nas. En la nove­la ante­rior, La casa de los sen­ti­dos, hay una fra­se que pon­go en boca de un per­so­na­je joven per­te­ne­cien­te a la Yihad. Dice: «Hay tan­tas pre­gun­tas y me sien­to tan con­fun­di­do con ellas». Creo que son pre­gun­tas que se for­mu­la todo el mun­do. Y mi res­pues­ta para quien se pre­gun­ta tan­tas cosas es: no te sien­tas solo. No hay moti­vo para ello. Lo que quie­ro trans­mi­tir con la nove­la, en defi­ni­ti­va, es que el lec­tor no se sien­ta solo, que no se sien­ta con­fu­so. Yo tam­po­co lo entien­do todo, no entien­do por qué el mun­do es bello y bru­tal al mis­mo tiem­po. No ten­go las res­pues­tas, pero entien­do las preguntas.

¿Para crear las his­to­rias tu com­pro­mi­so es tan gran­de como para vivir o inten­tar expe­ri­men­tar algu­nas de las cosas que narras?

Veo por don­de vas. Para El jar­dín habla del hom­bre cie­go hablé con per­so­nas cie­gas pero nun­ca les lle­gué a hacer las pre­gun­tas correc­tas —¿cómo es la cegue­ra, blan­ca, roja, negra?— Como no con­se­guí las res­pues­tas, deci­dí bus­car­las direc­ta­men­te. A par­tir del segun­do año de escri­tu­ra, dedi­qué una sema­na de los tres años siguien­tes a vivir como un hom­bre cie­go. No diré que estu­ve cie­go, me pare­ce­ría una fal­ta de res­pe­to para las per­so­nas que real­men­te son invi­den­tes. Yo tenía la posi­bi­li­dad de qui­tar­me la cin­ta que cubría mis ojos en cual­quier momen­to, algo que ellos no pue­den hacer. Pero no podía ver y lo que apren­dí enton­ces fue increí­ble. Por ejem­plo, un día, con el dor­so de mi mano toqué algo calien­te. y en mi men­te vi el color rojo. Otro día escu­ché que llo­vía, abrí la ven­ta­na, saqué mi mano y cuan­do las gotas me toca­ban la piel vi en mi men­te el bri­llo de las estre­llas. Esto me ins­pi­ró el pasa­je en el que Rohan, que ya está per­dien­do su visión, expe­ri­men­ta estas sen­sa­cio­nes y dice: «Cuan­do quie­ra recor­dar el color rojo toca­ré algo calien­te. /…/ Cuan­do quie­ra recor­dar las estre­llas, moja­ré mis manos». Hice este tipo de cosas. No se me habría ocu­rri­do pre­gun­tar­le a una per­so­na cie­ga qué sien­te cuan­do toca algo calien­te, o qué color le vie­ne a la men­te. Tuve que vivir­lo para escribirlo.

He leí­do que nece­si­tas recluir­te para escribir.

Sí, me gus­ta la inmer­sión en mi tra­ba­jo, pue­den pasar sema­nas y sema­nas sin que vea a nadie. Este verano par­ti­ci­pé en una edi­ción espe­cial de la revis­ta Gran­ta con una his­to­ria, Lei­la in the Wil­der­ness. Cuan­do salió la revis­ta yo esta­ba reclui­do, tra­ba­jan­do, pero me pre­gun­ta­ron si podía estar en la pre­sen­ta­ción y hacer una lec­tu­ra. Acep­té. Lle­gó el día, me ves­tí, fui a poner­me mis zapa­tos y esta­ban cubier­tos de tela­ra­ñas por­que no había sali­do de casa duran­te meses (se ríe).

* El jar­dín del hom­bre cie­go. Nadeem Aslam.
Tra­duc­ción de Rober­to Fal­co Miramontes.
Edi­to­rial Mon­da­do­ri (Bar­ce­lo­na, 2013).

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