Moisés Naím

Tener enfren­te a Moi­sés Naím (Vene­zue­la, 1952) y pen­sar en des­viar la con­ver­sa­ción para abor­dar temas de enjun­dia es algo inevi­ta­ble. Y no es que su libro El fin del poder (Edi­to­rial Deba­te, 2013) no con­ten­ga sufi­cien­te «tela», pero hay que mor­der­se la len­gua para no poner sobre la mesa lo que está suce­dien­do en su país o tra­tar cual­quier otro asun­to de la agen­da infor­ma­ti­va. En nues­tro encuen­tro se cola­rá algu­na cosa, es inevitable.

Moi­sés Naím es poli­tó­lo­go, reco­no­ci­do ana­lis­ta, colum­nis­ta de pres­ti­gio. Pero no nos que­de­mos en eso. Tam­bién fue minis­tro de Fomen­to en Vene­zue­la, direc­tor del Ban­co Cen­tral, direc­tor eje­cu­ti­vo del Ban­co Mun­dial, res­pon­sa­ble duran­te cator­ce años de la revis­ta Foreign Policy y autor de libros sobre eco­no­mía y polí­ti­ca. Res­pec­to a El fin del poder ha opi­na­do has­ta Bill Clin­ton, quien ha dicho que la lec­tu­ra de esta obra «cam­bia­rá tu mane­ra de leer las noti­cias, tu mane­ra de pen­sar en polí­ti­ca y tu mane­ra de mirar el mun­do». Invi­ta­do por el Cen­tre de Cul­tu­ra Con­tem­po­rà­nia de Bar­ce­lo­na para par­ti­ci­par en su ciclo «Veus», las con­clu­sio­nes del señor Naím debe­rían ser moti­vo de cele­bra­ción. ¿O no?

Por­que, ¿de ver­dad se aca­ba el poder? Bueno, no exac­ta­men­te, aun­que pare­ce ir hacia ese camino. Lo que el autor expo­ne con mul­ti­tud de datos y cla­ri­dad meri­dia­na es que el poder se está degra­dan­do, se debi­li­ta, es más efí­me­ro. El poder pier­de poder. Para aden­trar­nos en los entre­si­jos de sus refle­xio­nes, Moi­sés Naím nos ofre­ce una amplia pano­rá­mi­ca sobre qué es, cómo fun­cio­nan sus meca­nis­mos y qué está suce­dien­do para pen­sar en un cam­bio glo­bal con res­pec­to a la supre­ma­cía de unos pocos. Por un lado polí­ti­ca, ejér­ci­to, Igle­sia, medios de comu­ni­ca­ción y eco­no­mía, las cin­co pie­zas del puz­le. Por el otro, los movi­mien­tos socia­les, inter­net, la con­cien­cia que ha per­mi­ti­do que cai­gan muchas barre­ras. Como escri­bía más arri­ba, «tela».

Ten­go la sen­sa­ción de que el dis­cur­so del libro está lle­gan­do con cier­to escep­ti­cis­mo a Espa­ña. ¿Lo has notado?

Sí, cla­ro que sí. Y eso es natu­ral, es espe­ra­ble. Espa­ña es un país que está pasan­do por una cri­sis muy dolo­ro­sa. Las cri­sis son como las depre­sio­nes en los seres huma­nos. Cuan­do nos depri­mi­mos no vemos camino hacia ade­lan­te. El pesi­mis­mo es un sín­to­ma de la depre­sión. El no ver que hay opor­tu­ni­da­des, el pen­sar que todo va a ser peor, el no creer en nada ni en nadie son carac­te­rís­ti­cas pro­pias del des­áni­mo. Y en los paí­ses que pasan por cri­sis tam­bién es así. A tra­vés de mi carre­ra pro­fe­sio­nal he esta­do muy intere­sa­do, he vivi­do de cer­ca y he escri­to libros sobre las cri­sis finan­cie­ras del mun­do. He visi­ta­do casi todos los paí­ses que las han pade­ci­do y reco­noz­co el sín­to­ma. El libro no está escri­to espe­cí­fi­ca­men­te para Espa­ña. Inten­to des­cri­bir en él una ten­den­cia glo­bal. Mien­tras lo escri­bía era muy cons­cien­te de que lo que iba a decir sobre el poder y sobre un mun­do mucho más car­ga­do de opor­tu­ni­da­des para todos iba a cho­car con­tra la narra­ti­va domi­nan­te. Enton­ces deci­dí que era impor­tan­te que fue­ra muy cor­to en cuan­to a mis opi­nio­nes per­so­na­les y basar­me en deta­llar datos de la mejor cien­cia social dis­po­ni­ble en el siglo XXI. He tra­ta­do que los núme­ros y las evi­den­cias mos­tra­ran cuál es el mun­do en el que vivi­mos y hacia dón­de vamos.

Qui­zás ese escep­ti­cis­mo en Espa­ña ven­ga dado por nues­tra ten­den­cia a temer el cam­bio. A pesar de algu­nas luchas, de las rei­vin­di­ca­cio­nes, somos dados a dejar que sea el tiem­po quien pon­ga las cosas en su sitio.

Sí, pero ya te digo que es muy nor­mal que una fami­lia que haya teni­do un even­to trau­má­ti­co esté miran­do hacia aden­tro. Fue muy intere­san­te para mí, en estos días en Bar­ce­lo­na, la coin­ci­den­cia con un inci­den­te en el Par­la­ment en el que un dipu­tado que esta­ba hacien­do una inter­pe­la­ción a Rodri­go Rato, el exad­mi­nis­tra­dor dele­ga­do de Ban­kia, se sacó una san­da­lia y le pre­gun­tó si tenía mie­do, insi­nuan­do que se la podía tirar. Eso ha domi­na­do la con­ver­sa­ción, casi todo el mun­do me ha pre­gun­ta­do sobre el tema. Me lla­mó la aten­ción por­que ese even­to ocu­rrió casi al mis­mo tiem­po en que en Bei­jing se cele­bra­ba el Con­gre­so del Par­ti­do Comu­nis­ta Chino, en el que esta­ban anun­cian­do refor­mas impor­tan­tí­si­mas que van a tener un efec­to tre­men­do. Pre­su­mo que lo que está pasan­do en Bei­jing va a afec­tar mucho más direc­ta­men­te a quie­nes están preo­cu­pa­dos por la san­da­lia del dipu­tado, que es un hecho tran­si­to­rio, tea­tral. For­ma par­te de unos efec­tos mediá­ti­cos que el dipu­tado uti­li­za para dife­ren­ciar­se de otros y para enviar men­sa­jes que le intere­san a un públi­co ávi­do de encon­trar cul­pa­bles y cas­ti­gar­los. Y lo entien­do, pero la con­se­cuen­cia que tuvo sobre la vida y el futu­ro de quie­nes hablan de eso es minús­cu­la, mien­tras que los cam­bios anun­cia­dos en Chi­na van a tener un impac­to sobre los bol­si­llos de todos.

Me pare­ce muy curio­so que el ini­cio de la refle­xión que deri­vó hacia el libro sur­gie­ra cuan­do ocu­pas­te un car­go polí­ti­co. Es decir, nace de la pro­pia expe­rien­cia en un ámbi­to de poder.

Tenía 36 años cuan­do fui minis­tro, eran cir­cuns­tan­cias muy difí­ci­les en mi país, pasá­ba­mos por una cri­sis eco­nó­mi­ca mucho más pro­fun­da que la que se está vivien­do hoy en Espa­ña. Me encon­tra­ba cada día en mi ofi­ci­na con gen­te que venía repre­sen­tan­do a sec­to­res empre­sa­ria­les, gru­pos, gre­mios, sin­di­ca­tos pidién­do­me que empren­die­ra accio­nes, muchas de las cua­les me pare­cían legí­ti­mas y jus­ti­fi­ca­das, y que sabía que no podía lle­var a cabo por­que no tenía los recur­sos, ni la capa­ci­dad cons­ti­tu­cio­nal, ni el apo­yo. Pri­me­ro pen­sé que era una limi­ta­ción mía, pues­to que yo no era polí­ti­co sino un tec­nó­cra­ta lla­ma­do a ser­vir en un gobierno que esta­ba inten­tan­do enfren­tar una cri­sis. O sea, no era capaz de desem­pe­ñar mis fun­cio­nes y eso tenía que ver con mi pro­pia incom­pe­ten­cia. Y pro­ba­ble­men­te había mucho de eso. Tam­bién pen­sé que tenía que ver con una legen­da­ria limi­ta­ción del sec­tor públi­co de mi país. Tenía­mos inca­pa­ci­da­des ins­ti­tu­cio­na­les para hacer las cosas. En ter­cer lugar, para con­cluir, adver­tí que el pro­ble­ma era Vene­zue­la, lo que nos esta­ba pasan­do a noso­tros en ese momen­to. Más tar­de, tra­ba­jan­do en el Ban­co Mun­dial tenía que tra­tar con minis­tros y jefes de Esta­do de una gran can­ti­dad de paí­ses de Asia, de Áfri­ca, de Amé­ri­ca lati­na, y hablan­do con ellos des­cu­brí que lo que yo había sen­ti­do cuan­do era minis­tro era muy común. Hay una gran des­pro­por­ción entre lo que la gen­te cree que es el poder de alguien que está en el gobierno y lo que ese gobierno pue­de real­men­te hacer. Enton­ces comen­cé a pre­gun­tar a la gen­te duran­te mis reunio­nes y des­cu­brí que, en efec­to, había res­tric­cio­nes y estas aumen­ta­ban. De ahí salió la intui­ción que sir­vió para orien­tar mi bús­que­da de evi­den­cias que apo­ya­ran la idea de que se tra­ta de una ten­den­cia uni­ver­sal que está trans­for­man­do el mun­do de hoy.

¿Crees que los que ocu­pan el poder son cons­cien­tes de que lo están per­dien­do? ¿O has­ta que no se encuen­tran con el hecho no refle­xio­nan sobre esto?

Los que están en el poder son seres huma­nos. Por lo tan­to tam­bién tie­nen una mara­vi­llo­sa diver­si­dad. Hay algu­nos idio­tas que no van a enten­der nun­ca nada y has­ta que no estén en la calle o en la cár­cel no van a des­cu­brir que el poder que creían tener no exis­te. Hay otros líde­res que son más sofis­ti­ca­dos y recu­rren al pen­sa­mien­to. Estoy segu­ro de que Barack Oba­ma entien­de esto. Bill Clin­ton tam­bién lo enten­dió per­fec­ta­men­te bien.

¿Se podría hablar de un poder social que has­ta hace muy poco pare­cía que sólo se podía ejer­cer en las urnas?

Una de las cosas que hemos here­da­do es hablar de «el poder» y de su bús­que­da. Lo que el libro pro­po­ne es que «el poder» se está equi­vo­can­do y lo que hay que bus­car son «los pode­res». No hay tal cosa como el poder social. Hay un poder social que coexis­te con el de los ban­cos, con el poder de los medios de comu­ni­ca­ción social, con el de las pági­nas web, el poder de los sin­di­ca­tos, de la igle­sia, de los terro­ris­tas, de las redes cri­mi­na­les, de las oene­gés, etc. La bús­que­da del cen­tro del poder es una idea del pasa­do difí­cil de erra­di­car, pero que exis­te, mien­tras son muchos los que tie­nen voz y voto en las influen­cias de las circunstancias.

Me gus­ta la idea que expo­nes del ascen­sor. Equi­vo­ca­da­men­te, esta­mos pen­dien­tes de las esta­dís­ti­cas, de quién está arri­ba y quién aba­jo, sin dete­ner­nos en ver quién está en medio. Esto lo pode­mos tras­la­dar al mun­do empre­sa­rial. Real­men­te, los que están cam­bian­do las cosas son quie­nes están en los pues­tos intermedios.

Así es. Y son los otros pode­res que están en medio, o los pro­vee­do­res, o los clien­tes, o la comu­ni­dad quie­nes tie­nen aho­ra mucho más impac­to sobre lo que una empre­sa pue­de o no pue­de hacer. La comu­ni­dad orga­ni­za­da en muchos paí­ses, en ciu­da­des, en barrios logra impo­ner su pun­to de vis­ta a las empresas.

El fin del poderDe ahí sur­ge el activismo.

Lo que esta­mos vien­do es que el acti­vis­mo, his­tó­ri­ca­men­te, era cana­li­za­do a tra­vés de ideo­lo­gías y de par­ti­dos polí­ti­cos que repre­sen­ta­ban deter­mi­na­das ideas. Aho­ra los acti­vis­tas, los idea­lis­tas no encuen­tran su hogar ni se sien­ten cómo­dos en los par­ti­dos polí­ti­cos. Enton­ces, o bien mili­tan en cosas que se lla­man «movi­mien­tos», que tie­nen una agen­da amplia y muchas veces un poco vaga, o mili­tan en oene­gés que tra­ba­jan bajo una agen­da úni­ca. Las oene­gés tie­nen un obje­ti­vo, luchan con­tra la tor­tu­ra, con­tra la vio­len­cia de géne­ro, con­tra el cam­bio cli­má­ti­co… Son accio­nes muy foca­li­za­das y por lo tan­to gra­ti­fi­can­tes por­que notas los resul­ta­dos de tus ges­tio­nes, de tus esfuer­zos, y el impac­to que ese tra­ba­jo tie­ne sobre la reali­dad. Las oene­gés son mono­te­má­ti­cas, los movi­mien­tos como los indig­na­dos o los oku­pas tie­nen una amplia gama de peti­cio­nes, de recla­mos y exi­gen­cias, que coin­ci­den con la idea de un mun­do mejor aso­cia­do a mayor igual­dad, menos exclu­sión, más par­ti­ci­pa­ción, más demo­cra­cia, más jus­ti­cia, etc. En el medio debe­rían estar los par­ti­dos polí­ti­cos, por­que cuan­do se está en el gobierno se deben tener opi­nio­nes sobre el matri­mo­nio gay y la polí­ti­ca sobre Siria, sobre la edu­ca­ción pre­es­co­lar y la polí­ti­ca agrí­co­la, sobre la tasa de cam­bio de mone­da y las rela­cio­nes con Chi­na. Los par­ti­dos polí­ti­cos deben ser mucho más con­cre­tos. Y como han per­di­do la efi­ca­cia de atraer a los idea­lis­tas que aho­ra mili­tan en los movi­mien­tos y las oene­gés, se han que­da­do sin la mate­ria pri­ma, sin el capi­tal humano que les pue­de hacer más rele­van­tes. De ahí que este­mos vien­do las calles lle­nas de gen­te que no se iden­ti­fi­ca ni per­te­ne­ce a nin­gún par­ti­do bus­can­do voz, influen­cia, cómo comu­ni­car sus ape­ten­cias, sus insa­tis­fac­cio­nes, frus­tra­cio­nes, que­jas y expec­ta­ti­vas a tra­vés de accio­nes en esas mis­mas calles. Y hablo de todo el mun­do, no exclu­si­va­men­te de España.

Hay acto­res que, de cara al futu­ro, van a tener una gran rele­van­cia. Son los paí­ses que están en pleno pro­ce­so de cre­ci­mien­to. Expli­cas en el libro cómo comien­zan a mover ficha en los paí­ses con­si­de­ra­dos del Pri­mer Mundo.

Es indu­da­ble que ha habi­do una expan­sión en la impor­tan­cia del peso eco­nó­mi­co y polí­ti­co de los gran­des paí­ses pobres, los de rápi­do cre­ci­mien­to. India, Chi­na, Sudá­fri­ca, Nige­ria, Méxi­co, Bra­sil, Perú, Tur­quía… Son paí­ses que han teni­do un enor­me éxi­to en la últi­ma déca­da, más que por cre­ci­mien­to, por expan­dir el tama­ño de su eco­no­mía, en sacar a gen­te de la pobre­za, lite­ral­men­te. Me refie­ro a miles de millo­nes de per­so­nas que hace diez o quin­ce años vivían en la más pro­fun­da mise­ria y que hoy for­man par­te de una inci­pien­te cla­se media, que no es la cla­se media de Sui­za o de Espa­ña, pero que tie­ne poder de con­su­mo y cier­ta capa­ci­dad de aho­rro, de optar por una vivien­da, por un medio de trans­por­te y que han vis­to aumen­ta­das sus espe­ran­zas y expec­ta­ti­vas para sus hijos. Esa cla­se media recién lle­ga­da de la pobre­za y a un paso de ella, a un acci­den­te de dis­tan­cia de vol­ver a ser pobres, for­ma par­te de una nue­va comu­ni­dad del mun­do. Ese es el gru­po humano de más rápi­do cre­ci­mien­to en la actua­li­dad, demográficamente.

El libro tam­po­co expo­ne una defen­sa de la anarquía.

Todo lo con­tra­rio. Den­tro del tono opti­mis­ta, de los pro­nós­ti­cos, iden­ti­fi­co cla­ra­men­te los peli­gros. Y el más impor­tan­te es que esta ten­den­cia hacia la degra­da­ción del poder lle­gue a extre­mos en que la anar­quía pro­vo­que una pará­li­sis del gobierno ante los micro­po­de­res, esos agen­tes que diver­si­fi­can las deci­sio­nes, peque­ños pode­res que no tie­nen la capa­ci­dad de impo­ner una agen­da pero sí la de blo­quear y vetar las ini­cia­ti­vas de las mayo­rías. Lo aca­ba­mos de ver en los EEUU, don­de un gru­po mino­ri­ta­rio, el Tea Party, logró poner de rodi­llas al esta­do ame­ri­cano y cerrar­lo. Ese es un cla­ro peligro.

¿Qué opi­nas de la ban­ca éti­ca? ¿Te enca­ja en un esce­na­rio futuro?

Cuan­do a uno le pre­gun­tan si está de acuer­do con la éti­ca, con la moral, con cosas así… ¿Estás a favor de la vida? Es difí­cil decir que no. Es difí­cil decir que no se está a favor de la ban­ca éti­ca. Y oja­lá este­mos en eso, pero mien­tras lle­ga­mos qui­sie­ra tener una ban­ca regu­la­da, con­tro­la­da, y don­de no ten­ga que depen­der de la con­di­ción éti­ca de sus diri­gen­tes. Me encan­ta­ría que la tuvie­ran y vivir en un mun­do en el que los jefes de los ban­cos fue­ran impe­ca­ble­men­te éti­cos. Estoy segu­ro de que algu­nos lo son. Sin embar­go, hoy pre­fie­ro depen­der de un Esta­do que sepa garan­ti­zar que los ban­que­ros no se com­por­ten de mane­ra inmo­ral y que la impu­ni­dad en las con­duc­tas no éti­cas no sea la norma.

Res­pec­to a la reli­gión escri­bes sobre la pér­di­da del poder del Vati­cano y del auge de las igle­sias pen­te­cos­ta­les que están logran­do aumen­tar el núme­ro de sus fieles.

Es muy intere­san­te ver lo que está pasan­do en la Igle­sia cató­li­ca. Hay para­le­lis­mos que pue­den sonar anti­pá­ti­cos y cho­can­tes. Lo que le está pasan­do no es muy dife­ren­te a lo que le suce­dió a Kodak. A la empre­sa de foto­gra­fía le salió un com­pe­ti­dor inima­gi­na­ble, unos mucha­chos jóve­nes que inven­ta­ron una apli­ca­ción para telé­fo­nos móvi­les y que se trans­for­mó en pro­ta­go­nis­ta impor­tan­te de su mer­ca­do. Kodak no que­bró por cul­pa de Ins­ta­gram, que­bró por cul­pa de Kodak. Pero lo que debe­mos tener en cuen­ta en este caso es que los gran­des pla­ni­fi­ca­do­res estra­té­gi­cos de Kodak no vie­ron venir esto. De la mis­ma mane­ra, supon­go que en el Vati­cano era inima­gi­na­ble pen­sar que unas igle­sias no basa­das en una estruc­tu­ra cen­tral logra­ran com­pe­tir con ellos, en oca­sio­nes con éxi­to. Pien­sa que muchas de estas igle­sias son con­ce­bi­das por empren­de­do­res reli­gio­sos, empre­sa­rios que tie­nen otro men­sa­je, otra doc­tri­na y una mane­ra dife­ren­te de rela­cio­nar­se con los fie­les. En Bra­sil, por ejem­plo, en el cen­so de 1970, el 90% de los bra­si­le­ños afir­ma­ron que su reli­gión era la cató­li­ca. En el del 2010 es el 65%. Y se esti­ma que cada año medio millón de bra­si­le­ños aban­do­nan la Igle­sia cató­li­ca. ¿Adón­de van? A estas nue­vas igle­sias que no tie­nen un líder úni­co ni una doc­tri­na común. Hay un estu­dio que indi­ca que, de seguir las ten­den­cias actua­les, para el año 2025 el 50% de Amé­ri­ca lati­na ya no será cató­li­ca. Eso sería un cam­bio revo­lu­cio­na­rio. Creo que la elec­ción del Papa Fran­cis­co pue­de rever­tir esa ten­den­cia. Antes de ser Papa, cuan­do era el Car­de­nal Ber­go­glio, le pre­gun­ta­ron por este tema, y res­pon­dió «el pro­ble­ma no son ellos, somos noso­tros, que nos hemos ale­ja­do de nues­tros fie­les y no les esta­mos dan­do lo que nece­si­tan y espe­ran de nues­tra Igle­sia». Esas mis­mas pala­bras las podría haber dicho cual­quier ges­tor de una gran empre­sa que estu­vie­ra per­dien­do clientes.

Pre­ci­sa­men­te te iba a pre­gun­tar sobre el Papa Fran­cis­co y esa cer­ca­nía que está demostrando.

No sólo se está acer­can­do, es que tie­ne una carac­te­rís­ti­ca indis­pen­sa­ble en el mun­do de hoy y es que se le nota sin­ce­ro. Cuan­do va a Lam­pe­du­sa y se reúne con los inmi­gran­tes y dice que el nau­fra­gio es una ver­güen­za, uno sien­te que no está fin­gien­do, que no es una pose con­ve­nien­te en ese momen­to. Cuan­do dice que quie­re abor­dar la pobre­za y la des­igual­dad como tema cen­tral de su papa­do y acer­car la Igle­sia a los más nece­si­ta­dos, lo hace con abso­lu­ta sin­ce­ri­dad. Cuan­do des­ti­tu­ye al car­de­nal ale­mán Meis­ner por man­te­ner un nivel de vida muy dis­tin­to a la aus­te­ri­dad que se espe­ra de los líde­res cató­li­cos, uno sien­te que de ver­dad está com­pro­me­ti­do con estas ideas. Eso tam­bién es una indi­ca­ción del mun­do de hoy, en el que la trans­pa­ren­cia for­ma par­te del pano­ra­ma, don­de la hipo­cre­sía es más fácil­men­te detec­ta­ble, don­de les está resul­tan­do cada día más difí­cil a los polí­ti­cos, a los empre­sa­rios, a los pode­ro­sos decir una cosa en públi­co y otra cosa en pri­va­do. O tener con­tra­dic­cio­nes muy gran­des, tal y como demos­tró el señor Snow­den.

Escri­bes sobre las tres revo­lu­cio­nes que han pro­pi­cia­do que se pien­se en este fin del poder: la del más (hay más de todo habi­tan­tes, paí­ses, espe­ran­za de vida…), la de la movi­li­dad (la gen­te no se esta­ble­ce de mane­ra per­ma­nen­te en un lugar, por lo que es más difí­cil de con­tro­lar), y la de la men­ta­li­dad (aquí vol­ve­ría­mos a hablar de esa nue­va cla­se media que comen­ta­bas antes, que exi­ge mejo­ras en el nivel de vida que el gobierno no siem­pre pue­de cubrir). Me pare­ce curio­so que, por ejem­plo, hablan­do de movi­li­dad, el gobierno espa­ñol parez­ca más intere­sa­do en que, en tiem­pos de cri­sis, los ciu­da­da­nos se mar­chen lejos a bus­car tra­ba­jo. En casos extre­mos no impor­ta per­der esa par­te de poder. Lo que me hace pen­sar tam­bién en la idea del nómada.

El con­cep­to de nóma­da y seden­ta­rio no sé si se apli­ca muy bien en el siglo XXI, sería moti­vo de otra con­ver­sa­ción intere­san­te. En todo caso, cada una de estas revo­lu­cio­nes soca­va y des­gas­ta. La razón por la que hay que hablar de ellas es por­que son las fuer­zas que están debi­li­tan­do los escu­dos que pro­te­gen y res­guar­dan a los pode­ro­sos. Pero con res­pec­to a la movi­li­dad, vemos que en el mun­do de hoy el poder nece­si­ta audien­cias cau­ti­vas, se hace nece­sa­rio que los suje­tos del poder y las ins­ti­tu­cio­nes sobre las que se ejer­ce estén con­te­ni­dos alre­de­dor de los pode­ro­sos. Se tra­ta de man­te­ner las barre­ras. Cuan­do las fron­te­ras ya no con­tie­nen a la pobla­ción y se opta por esqui­var a los suje­tos de poder, o a evi­tar­los o, sim­ple­men­te, a mar­char­se, se limi­ta la influen­cia de los líde­res. Y en el mun­do actual ya no hay audien­cias cautivas.

Foto­gra­fía de Moi­sés Naím: © Robert Wollem­berg / Debate.

* El fin del poder. Moi­sés Naím.
Tra­duc­ción de María Lui­sa Rodrí­guez Tapia.
Edi­to­rial Deba­te (Bar­ce­lo­na, 2013).

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