Marie-Hélène Lafon

Tan­to nos obse­sio­na­mos con la situa­ción del éxo­do del cam­po a la ciu­dad que no nos dimos cuen­ta de que la dis­tan­cia nos segui­rá don­de quie­ra que vaya­mos. Esta es la his­to­ria deba­jo de la his­to­ria que se nos cuen­ta en Nues­tras vidas (Minús­cu­la, noviem­bre de 2019), nove­la de Marie-Hélè­ne Lafon (Auri­llac, 1962) que for­ma un curio­so díp­ti­co con la extra­or­di­na­ria Los paí­ses (Minús­cu­la, 2018, tam­bién con tra­duc­ción de Lluis Maria Todó). Si en esta últi­ma asis­tía­mos a las ten­sio­nes de la emi­gra­ción del cam­po a un mons­truo insa­cia­ble como París, en Nues­tras vidas se nos retie­ne, con deli­ca­de­za y a la vez sin con­des­cen­den­cia, para que con­tem­ple­mos las vidas cru­za­das, como reco­rrien­do los pasi­llos del super­mer­ca­do que sir­ve de esce­na­rio prin­ci­pal, de Jean­ne, la narra­do­ra, Gor­da­na, la caje­ra, y el hom­bre que la bus­ca cada vier­nes por la mañana.

Lafon reco­no­ce que no tra­ba­ja con la espe­cu­la­ción sino con el vér­ti­go. Lafon cono­ce len­guas extin­tas, que no muer­tas. Lafon es una entu­sias­ta de Flau­bertMichon. Lafon es una tes­ti­go fia­ble de lo que nos suce­de como espe­cie. La obra de Lafon es, en prin­ci­pio, lo opues­to a aque­llo que bus­ca­mos en la lite­ra­tu­ra, por eso sus libros siem­pre tie­nen algo que ofre­cer. Su últi­ma nove­la publi­ca­da en nues­tro país es, pre­ci­sa­men­te, lo que todos noso­tros nece­si­ta­mos leer en este momento.

¿Es pre­me­di­ta­do el cam­bio de entorno que se pro­du­ce entre Los paí­sesNues­tras vidas?

Lo es en el sen­ti­do de que he bus­ca­do duran­te mucho tiem­po un idio­ma, un rit­mo, un fra­seo sin­to­ni­za­do, en el sen­ti­do musi­cal del tér­mino, con el mun­do urbano, su agi­ta­ción, su mine­ra­li­dad y la pro­mis­cui­dad físi­ca que rei­na en él. Comen­cé esta inves­ti­ga­ción con mi ter­cer libro Sur la pho­to, publi­ca­do en 2003, y lo con­ti­nué en 2005 con Mo y en 2012 con Los paí­ses. Por lo tan­to, esta nece­si­dad de escri­bir la ciu­dad, don­de he vivi­do duran­te cua­ren­ta años, es antigua.

¿Qué le atrae del per­so­na­je de Gordana?

Su cuer­po. Pri­me­ro y antes de cual­quier cosa. Su extra­ñe­za y el efec­to masi­vo que pro­du­ce en quie­nes la cono­cen. Al efec­to refor­za­do por su silen­cio, su com­por­ta­mien­to tan dis­tan­te y el acen­to lige­ro pero indes­ci­fra­ble que sugie­ren sus raras inter­ven­cio­nes raras. Agre­gue a eso la hos­ti­li­dad masi­va de sus cole­gas, ¡y ya tie­ne el per­so­na­je para una novela!

Jean­ne nos pres­ta sus ojos en Nues­tras vidas. ¿Qué tie­ne ella de la mira­da de Lafon? ¿Cómo se des­pren­de usted de sus personajes?

Real­men­te no me des­ha­go de mis per­so­na­jes. Cuan­do los con­fío a mis lec­to­res en un espa­cio men­tal en el cual ellos con­ti­núan su vida, me sien­to ten­ta­da a seguir escri­bien­do, a hacer lo que quie­ras con ellos, ya que te pertenecen.

Jean­ne, sin duda, me cui­da en su for­ma de ser, tan­to inte­rior como exte­rior­men­te, y me per­mi­te fic­cio­na­li­zar la reali­dad. Pero todos mis per­so­na­jes, inclui­dos aque­llos que pare­cen per­te­ne­cer menos a una auto­bio­gra­fía, son indi­vi­dua­les y colec­ti­vos al mis­mo tiem­po, ya que las rutas bio­grá­fi­cas de cada uno son a la vez úni­cas y compartidas.

¿Se sien­te cómo­da con su esti­lo narra­ti­vo? ¿Qué bus­ca en la lite­ra­tu­ra? ¿Podría­mos defi­nir su lite­ra­tu­ra como auto­fic­ción en ter­ce­ra persona?

El len­gua­je que escri­bo y la for­ma en que diri­jo la his­to­ria (¿Auto­fic­ción en ter­ce­ra per­so­na? ¿Por qué no?) es, aquí y aho­ra, tan sólo lo que he podi­do desa­rro­llar para tra­tar de encar­nar mi mun­do… para dar­le car­ne en for­ma de sig­nos negros sobre un fon­do blanco.

Es un deseo más que una ambi­ción, es una nece­si­dad, me apli­co y per­se­ve­ro. Soy tenaz y nece­sa­ria­men­te incon­for­mis­ta. Me gus­ta decir que escri­bo los libros que puedo.

¿Cómo se sien­te res­pec­to a cómo evo­lu­cio­nan las ciu­da­des actual­men­te? ¿Esta­mos cada vez más solos?

Creo que las ciu­da­des con­tem­po­rá­neas son cada vez más vio­len­ta­men­te des­igua­les por­que las gran­des frac­tu­ras y con­vul­sio­nes de nues­tro tiem­po se extien­den como heri­das abier­tas. Tam­bién tien­den a con­ver­tir­se en cen­tros comer­cia­les al aire libre, lo que pue­de hacer que quie­ras huir de ellas.

En estas con­di­cio­nes, me pare­ce que la sole­dad está ganan­do terreno: los pro­duc­tos no lo lle­nan y las estruc­tu­ras envol­ven­tes, la fami­lia o el entorno pro­fe­sio­nal, resul­tan cada vez más ines­ta­bles, más ato­mi­za­das. Las nue­vas tec­no­lo­gías, cada vez menos nue­vas, crean posi­bi­li­da­des for­mi­da­bles e inago­ta­bles de inter­cam­bio, pero no nece­sa­ria­men­te crean víncu­los entre las per­so­nas… Sin embar­go, aña­di­ría a esto que la sole­dad no es una enfer­me­dad ni una maldición.

¿Por qué no le intere­sa tan­to la ima­gi­na­ción en su narrativa?

No es que el uso de la ima­gi­na­ción no me intere­se. Sen­ci­lla­men­te es que creo que no ten­go ima­gi­na­ción, y encuen­tro que lo real es ya de por sí tan loco, inven­ti­vo, con­fu­so, des­lum­bran­te y vir­tuo­so que me pare­ce inago­ta­ble. Antes que ago­tar la reali­dad, será ella la que me ago­ta­rá a mí.

Si tuvie­ra que des­cri­bir el idio­ma fran­cés a alguien que no lo cono­ce (como yo mis­mo), ¿qué pala­bras emplearía?

Qui­zás lo des­cri­bi­ría como un bos­que, mara­vi­llo­so e inex­tri­ca­ble al mis­mo tiem­po, que se rege­ne­ra constantemente.

¿Le con­di­cio­na en su escri­tu­ra el cono­ci­mien­to de una len­gua como el grie­go? ¿Y haber empe­za­do a escri­bir a una edad rela­ti­va­men­te tardía?

Empe­cé a escri­bir tar­de, a los trein­ta y cua­tro años, pro­ba­ble­men­te por­que no pude evi­tar­lo. Y mi uso con­ti­nua­do del latín y el grie­go clá­si­co a veces me da la sen­sa­ción, fuer­te y con­mo­ve­do­ra, de una mayor inti­mi­dad con mi idio­ma, no sólo por el acce­so que las len­guas anti­guas per­mi­ten a las entra­ñas del léxi­co, sino tam­bién por cómo me capa­ci­tan sobre la base de la sin­ta­xis. Jun­to al atre­vi­mien­to, una for­ma de vir­tuo­sis­mo a veces esti­mu­lan­te, que tam­bién debe­mos apren­der a domi­nar en su práctica.

¿Cono­ce El loro de Flau­bert de Julian Bar­nes? En caso afir­ma­ti­vo, ¿qué le pare­ce ese modo de apro­xi­mar­se a un gigan­te literario?

Me pare­ce que todas las for­mas de acer­car­se a un monu­men­to son legí­ti­mas, inclui­das las más libres y las más irre­ve­ren­tes, des­de el momen­to en que sur­gen tan­to del deseo como de la nece­si­dad. Creo que ese ha sido el caso de Julian Barnes.

Entre­vis­ta rea­li­za­da por corres­pon­den­cia, entre Gra­na­da y Bar­ce­lo­na, los días 20, 21 y 22 de febre­ro de 2020.

* Foto­gra­fía de la auto­ra: © Clau­de Truong-Ngoc (Wiki­pe­dia).

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