Lisboa como excusa

Una ciu­dad se olvi­da más rápi­do que un ros­tro: que­da remor­di­mien­to o vacío don­de antes estu­vo la memo­ria, y, lo mis­mo que un ros­tro, la ciu­dad sólo per­ma­ne­ce intac­ta allí don­de la con­cien­cia no ha podi­do gas­tar­la. Uno la sue­ña, pero no siem­pre mere­ce el recuer­do de lo que ha vis­to mien­tras dor­mía, y en cual­quier caso lo pier­de al cabo de unas horas, peor aún, en unos pocos minu­tos, al incli­nar­se sobre el agua fría del lava­bo o pro­bar el café.

Anto­nio Muñoz Moli­na, El invierno en Lis­boa.

Decir que la últi­ma nove­la de Anto­nio Muñoz Moli­na, Como la som­bra que se va (Edi­to­rial Seix Barral, 2014), tie­ne como eje prin­ci­pal la ciu­dad de Lis­boa, sin lle­gar a fal­sear la reali­dad, es una afir­ma­ción que se que­da tan cor­ta como una ver­dad a medias.

Es cier­to que Lis­boa es el esce­na­rio, el eje ver­te­bra­dor, pero tam­bién lo es que la tra­ma del libro es mucho más que eso. Aun­que qui­zás fue­se más apro­pia­do hablar de las «tra­mas» del libro, en plu­ral, por­que Como la som­bra que se va son varios libros en uno. Al menos dos.

Según las decla­ra­cio­nes del pro­pio autor, al prin­ci­pio había pen­sa­do escri­bir sola­men­te sobre la estan­cia de James Earl Ray en Lis­boa, que esta­ba en bus­ca y cap­tu­ra por la jus­ti­cia tras ase­si­nar en Memphis a Mar­tin Luther King. Des­pués de via­jar por varios esta­dos de Nor­te­amé­ri­ca, ade­más de Méxi­co y Cana­dá, entre el 8 y el 17 de mayo de 1968 James Earl Ray reca­ló en Lis­boa, don­de lle­vó una vida apa­ci­ble y anó­ni­ma mien­tras tra­ta­ba de hacer­se por todos los medios con un visa­do que lo lle­va­se lejos de sus cap­to­res, a un lugar segu­ro en algu­na de las colo­nias por­tu­gue­sas de ultra­mar, pue­de que a Ango­la, a don­de fue­se con tal de desaparecer.

Pero cuan­do Muñoz Moli­na tra­ta de dar­le for­ma a esta his­to­ria rocam­bo­les­ca, un tan­to inve­ro­sí­mil, como si hubie­se sido saca­da de una nove­la bara­ta pero tan real que has­ta dan esca­lo­fríos pen­sar en ella la faci­li­dad con la que antes se podía huir de la jus­ti­cia pasan­do de un país a otro, la fal­ta de escrú­pu­los de un ase­sino des­pia­da­do y racis­ta, la apa­ren­te impu­ni­dad de un cri­men atroz, de repen­te se le dis­pa­ra la memo­ria y los recuer­dos. A par­tir de ese momen­to su ima­gi­na­ción via­ja sin que­rer, como aban­do­na­da a su libre albe­drío, a un via­je relám­pa­go de dos días que reali­zó en enero de 1987 con el obje­ti­vo de docu­men­tar­se, de bus­car ins­pi­ra­ción, de apre­sar el impul­so final para fina­li­zar la nove­la que esta­ba escri­bien­do en aquel momen­to, El invierno en Lis­boa, cuan­do toda­vía era un fun­cio­na­rio que tra­ba­ja­ba en el Ayun­ta­mien­to de Gra­na­da y no el escri­tor reco­no­ci­ble y reco­no­ci­do que es en la actualidad.

comolasombraquesevaCon estos mim­bres, Muñoz Moli­na cons­tru­ye una his­to­ria que se bifur­ca en dos sen­das, la de James Earl Ray, des­de su infan­cia trau­má­ti­ca en un hogar pau­pé­rri­mo y opre­si­vo has­ta el ase­si­na­to de Mar­tin Luther King el 4 de abril de 1968, y la suya pro­pia, la de un Muñoz Moli­na trans­mu­ta­do en per­so­na­je de fic­ción que habla con una sor­pren­den­te sin­ce­ri­dad, sin nin­gún repa­ro ni atis­bo de impu­di­cia, sobre su tra­yec­to­ria per­so­nal y profesional.

Como la som­bra que se mue­ve cómo­da­men­te en esa fron­te­ra limí­tro­fe entre la fic­ción lite­ra­ria, el rela­to auto­bio­grá­fi­co, la cró­ni­ca perio­dís­ti­ca, el dis­cur­so meta­li­te­ra­rio y el ensa­yo his­tó­ri­co, recur­sos que Muñoz Moli­na ya había explo­ta­do en algu­nos libros ante­rio­res como Todo lo que era sóli­do, Ven­ta­nas de Manhat­tanArdor gue­rre­ro, si bien de diver­sas mane­ras y con inten­si­da­des dife­ren­tes, pero que en este caso pare­ce lle­var has­ta sus últi­mas con­se­cuen­cias a tra­vés de una amal­ga­ma de géne­ros sin solu­ción de continuidad.

Deci­dir si el lec­tor se encuen­tra ante una nove­la o ante cual­quier otro libro de natu­ra­le­za híbri­da, ade­más de un inte­rro­gan­te impo­si­ble de resol­ver, qui­zás sea lo menos sig­ni­fi­ca­ti­vo. Sobre este tema el pro­pio Muñoz Moli­na ha afir­ma­do que cual­quier ele­men­to de fic­ción inser­ta­do en un tex­to lo con­vier­te todo en una fic­ción, y que la fic­ción no es solo inven­tar, sino tam­bién orga­ni­zar el tex­to de una deter­mi­na­da mane­ra. Por eso, si par­ti­mos del axio­ma de que una nove­la es aque­llo que se lee como una nove­la, Como la som­bra que se va se lee con frui­ción como tal a lo lar­go de sus más de 500 páginas.

Una nove­la que, ade­más de tener la ciu­dad de Lis­boa como telón de fon­do o hilo con­duc­tor, no es más que una excu­sa uti­li­za­da por el autor para recons­truir des­de todos los posi­bles pun­tos de vis­ta la his­to­ria de James Earl Ray. Y de paso, tam­bién para narrar su pro­pia historia.

Retra­to de James Earl Ray sin auto­ria reconocida.

* Como la som­bra que se va. Anto­nio Muñoz Molina.
Edi­to­rial Seix Barral (Bar­ce­lo­na, 2014).

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