Laura Freixas (y II)

Laura Freixas

La cohe­ren­cia es el resul­ta­do de un camino lar­go, lleno de impe­di­men­tos y de luchas inte­rio­res. Y des­de lue­go, es una carac­te­rís­ti­ca que no pue­de ser pre­me­di­ta­da ni arti­fi­cial, pro­pia de la madu­rez de la escri­tu­ra. Estas son las sen­sa­cio­nes que deja el acer­ca­mien­to a la obra de Lau­ra Frei­xas. El hecho de que su espe­cia­li­dad sea la lite­ra­tu­ra con­fe­sio­nal —aun­que tam­bién ha publi­ca­do nove­las, cuen­tos y ensa­yos — , no es bala­dí, y valo­ra­do des­de la ven­ta­jo­sa dis­tan­cia con la que se miran los hechos pasa­dos, resul­ta per­fec­ta­men­te acor­de con los intere­ses que mues­tra a lo lar­go de su tra­yec­to­ria lite­ra­ria. Todo cua­dra como un puz­le bien aca­ba­do, al que el tiem­po per­mi­ti­rá aña­dir nue­vas piezas.

He encon­tra­do mi iden­ti­dad en la lite­ra­tu­ra de mujeres

Últi­mo domin­go en Lon­dres (Pla­za & Janés, 1997) per­te­ne­ce al géne­ro epis­to­lar. ¿Cómo fue el pro­ce­so de cons­truc­ción de esta nove­la recu­rrien­do exclu­si­va­men­te a car­tas y a diarios?

No fue un pro­ce­so fácil. Creo que por inex­pe­rien­cia me metí en una nove­la muy com­pli­ca­da téc­ni­ca­men­te. Pri­me­ro, por­que es muy difí­cil dar toda la infor­ma­ción que tie­nes que ofre­cer sin que haya un narra­dor omnis­cien­te. Y segun­do, por­que es muy com­ple­jo hacer hablar a cin­co narra­do­res dis­tin­tos que real­men­te ten­gan voces dife­ren­tes. Cuan­do me di cuen­ta de la difi­cul­tad, ya no qui­se dejarla.

En los per­so­na­jes jóve­nes con voca­ción de escri­to­res, hay muchas de las dudas y aspi­ra­cio­nes de las que usted nos habla en su dia­rio. ¿Has­ta qué pun­to le ha ser­vi­do su expe­rien­cia como escri­to­ra de dia­rios en la ela­bo­ra­ción de esos personajes?

El dia­rio es como poner sobre la mesa la mate­ria pri­ma que lue­go voy divi­dien­do en dis­tin­tos per­so­na­jes, es la base de la que par­to. En él está todo lo que lue­go será asu­mi­do en par­te por los personajes.

En sus libros ha afir­ma­do que se requie­re de cier­ta madu­rez para escri­bir. ¿Sigue pen­san­do lo mismo?

Sí, creo que la escri­tu­ra es en gran par­te madu­rez. Des­de lue­go la nove­la y la auto­bio­gra­fía requie­ren muchí­si­ma madu­rez. El cuen­to y el poe­ma qui­zá no tan­to. Tal vez ten­gan que ver con la ins­pi­ra­ción por­que se basan más en una idea bri­llan­te de la que par­te el resto.

Un per­so­na­je de Últi­mo domin­go en Lon­dres dice: «El que quie­re dedi­car­se a escri­bir tie­ne que resol­ver antes que nada una cues­tión: saber quién es». ¿Cree que la escri­tu­ra pue­de ser­vir para lograrlo?

Yo creo que sí. Bus­qué la escri­tu­ra por­que no sabía muy bien quién era, ya que no me iden­ti­fi­ca­ba ni con la bur­gue­sía cata­la­na —la fami­lia de mi padre— ni con los inmi­gran­tes cas­te­lla­nos —la de mi madre — , ni con el mode­lo de mujer de la épo­ca. No tenía mode­los de lo que que­ría ser y lo que más se pare­cía eran las escri­to­ras. La lite­ra­tu­ra me ha ser­vi­do para eso.

¿Cómo influ­yen los cons­tan­tes cam­bios de espa­cios en la evo­lu­ción de sus personajes?

He bus­ca­do mane­ras dis­tin­tas de vivir y las he encon­tra­do en otros paí­ses con dife­ren­tes cul­tu­ras. Para mí fue un des­lum­bra­mien­to ingre­sar en el Liceo Fran­cés y des­cu­brir otra cul­tu­ra que, aun­que no sea tan dis­tin­ta de la nues­tra, en aquel momen­to sí me lo pare­cía. Esas posi­bi­li­da­des —que son los dis­tin­tos sis­te­mas de valo­res, las dis­tin­tas mane­ras de enta­blar rela­cio­nes per­so­na­les— van liga­das no tan­to a espa­cios geo­grá­fi­cos en sí mis­mos, como a las socie­da­des que están en esos espacios.

Aho­ra que es una auto­ra con una tra­yec­to­ria pro­fe­sio­nal reco­no­ci­da. ¿Cómo valo­ra sus inicios?

Creo que sufrí más de la cuen­ta. Con Últi­mo domin­go en Lon­dres sufrí mucho, me fijé unos obje­ti­vos que esta­ban por enci­ma de mis fuer­zas. Apren­dí, pero creo que en mis comien­zos sufrí dema­sia­do. Por otra par­te, estoy orgu­llo­sa por­que demos­tré que mi voca­ción no esta­ba suje­ta al éxito.

En Entre ami­gas (Edi­to­rial Des­tino, 1998) las pro­ta­go­nis­tas son dos muje­res cuyas voca­cio­nes artís­ti­cas pare­cen acen­tuar su radi­cal dife­ren­cia. ¿Cree que una pin­to­ra tie­ne más ele­men­tos de expre­sión que una escritora?

Mi padre era indus­trial y su her­mano, pin­tor. La riva­li­dad entre ellos y la com­pa­ra­ción entre ambas vidas, con obje­ti­vos pro­fe­sio­na­les tan dis­tin­tos: el éxi­to y el dine­ro por un lado, y la crea­ción, por otro, es algo que me ha per­se­gui­do siem­pre. Y qui­se plas­mar­lo en esta novela.

Entre Los otros son más feli­ces (Edi­to­rial Des­tino, 2011) y Entre ami­gas hay muchas con­co­mi­tan­cias. ¿Se plan­teó Los otros son más feli­ces como una reescritura?

No, pero me he resig­na­do a que soy uno de esos escri­to­res que, como decía Sába­to, avan­zan en espi­ral. Hay una serie de escri­to­res —Colet­te, Plath, GideJean Rhys— que siem­pre tra­ba­jan el mis­mo mate­rial auto­bio­grá­fi­co, aun­que lo hacen de mane­ra dis­tin­ta. Y son escri­to­res muy bue­nos, lo digo para con­tra­de­cir la idea de que la ima­gi­na­ción pro­du­ce una escri­tu­ra supe­rior a lo auto­bio­grá­fi­co. Lo fun­da­men­tal de mi lite­ra­tu­ra siem­pre es la opo­si­ción entre dos per­so­nas que encar­nan dis­tin­tas mane­ras de vivir, depen­dien­do de su lugar de ori­gen, de la len­gua que hablan, de su nacio­na­li­dad, de su reli­gión, de su sexo y de su edad. Y esa es la his­to­ria de mis padres.

Más allá de las heren­cias reci­bi­das de las que habla al final de Ado­les­cen­cia en Bar­ce­lo­na hacia 1970 (Edi­to­rial Des­tino, 2007), ¿en qué aspec­tos de la lite­ra­tu­ra ha encon­tra­do su identidad?

En la lite­ra­tu­ra de muje­res. Noto una dife­ren­cia entre las lite­ra­tu­ras que leo ‑espa­ño­la, fran­ce­sa…-, pero no sien­to una dife­ren­cia tan radi­cal como la que sien­to cuan­do leo el dia­rio de Syl­via Plath y veo plas­ma­do algo que no he vis­to en nin­gún otro sitio, cues­tio­nes que yo tam­bién me plan­teo. Y eso solo me pasa con escri­to­ras, con Cla­ri­se Lis­pec­tor, con Vir­gi­nia Woolf, con Anaïs Nin.

En Una vida sub­te­rrá­nea la psi­co­ana­lis­ta comen­ta: «Tú no quie­res ser una escri­to­ra, tú quie­res ser un escri­tor». ¿Era cons­cien­te de que en aquel momen­to bus­ca­ba el reco­no­ci­mien­to del que dis­fru­tan los hom­bres que escriben?

Era cons­cien­te de que bus­ca­ba un reco­no­ci­mien­to que no tenía. Pero toda­vía no había enten­di­do has­ta qué pun­to ese reco­no­ci­mien­to depen­de del sexo del autor. Las expe­rien­cias de las muje­res no tie­nen tra­di­ción en la alta cul­tu­ra y, por lo tan­to, son vis­tas —inclu­so por noso­tras mis­mas— como algo que no es sus­cep­ti­ble de un tra­ta­mien­to artís­ti­co. Per­te­ne­cen al ámbi­to de una sub­cul­tu­ra. Yo cuan­do escri­bo cier­tas cosas ten­go una voz que me dice: “¿estás hacien­do lite­ra­tu­ra o escri­bes para Marie Clai­re?

¿Cree que en algún momen­to la mujer artis­ta ten­drá un reco­no­ci­mien­to equi­pa­ra­ble al de los hombres?

No lo sé, pero en todo caso eso no será algo ais­la­do de la con­di­ción de la mujer den­tro de la socie­dad en gene­ral. Me pare­ce que el que las escri­to­ras que han entra­do en el canon sean todas de len­gua ingle­sa —Vir­gi­nia Woolf, Emily Dic­kin­sonJane Aus­ten—, tie­ne mucho que ver con el avan­ce de la igual­dad en los paí­ses anglosajones.

Hay una dife­ren­cia en la for­ma en la que tra­ta el tema de la lite­ra­tu­ra en su obra de fic­ción: en sus rela­tos como algo abs­trac­to y surrea­lis­ta; en sus nove­las, de una for­ma mucho más con­cre­ta. ¿Tie­ne que ver esa dife­ren­cia con el cam­bio de género?

Para mí el cuen­to per­te­ne­ce al ámbi­to de la fan­ta­sía, de la liber­tad un poco alo­ca­da de ima­gi­nar, y en cam­bio la nove­la es más rea­lis­ta. Creo que por defi­ni­ción es muy difí­cil hacer una nove­la en ese tono de juego.

Laura Freixas

Lau­ra Frei­xas. Foto ©Nie­ves Delgado.

Como escri­to­ra y espe­cia­lis­ta en lite­ra­tu­ra con­fe­sio­nal, ¿cree que hacer fic­ción par­tien­do de expe­rien­cias pro­pias ha sido más habi­tual a lo lar­go de la his­to­ria en la escri­tu­ra de mujeres?

Sí. Yo creo que cuan­do las muje­res escri­ben se encuen­tran en una cul­tu­ra en la que no son vis­tas real­men­te como suje­tos y sus expe­rien­cias no for­man par­te de la cul­tu­ra. Bas­ta con pen­sar en un ejem­plo lla­ma­ti­vo: la mater­ni­dad. En la cul­tu­ra el tema mas­cu­lino por exce­len­cia, creo que por moti­vos his­tó­ri­cos, es la gue­rra por el poder. Ese es un tema abso­lu­ta­men­te cen­tral y, en cam­bio, el tema feme­nino por exce­len­cia, que es la mater­ni­dad, está ausen­te de la cul­tu­ra. Eso que nos ocu­pa tan­tos años en la vida de todas noso­tras está ausen­te de la literatura.

Esa situa­ción de la mujer como par­te de una sub­cul­tu­ra, ¿cree que afec­ta a la hora de escribir?

Cuan­do las muje­res escri­ben creo que lo pri­me­ro que sien­ten nece­si­dad de hacer es afir­mar­se como suje­tos, o sea, afir­mar eso que en la cul­tu­ra no está, que es que son pro­ta­go­nis­tas de sus pro­pias vidas. Quie­ren con­tar qué les pasa y qué sien­ten: las muje­res nece­si­tan explo­rar y afir­mar su con­di­ción de suje­tos y sus pro­pias expe­rien­cias pero, al mis­mo tiem­po, no lo pue­den hacer por­que eso es una afir­ma­ción de indi­vi­dua­li­dad, incom­pa­ti­ble con una cul­tu­ra don­de la indi­vi­dua­li­dad es mas­cu­li­na. Las muje­res se defi­nen, como expli­ca muy bien Almu­de­na Her­nan­do, por su rela­ción con los otros, quie­ren escri­bir sobre sus pro­pias expe­rien­cias y des­de su con­di­ción de suje­tos, pero no en for­ma de auto­bio­gra­fía, que en una mujer pare­ce­ría pre­sun­tuo­so. Enton­ces escri­ben nove­la autobiográfica.

¿Podría ilus­trar­lo con algún ejem­plo de nues­tra literatura?

Sí. Ten­go una con­fe­ren­cia en la que mues­tro las prin­ci­pa­les nove­las espa­ño­las de hom­bres y muje­res en el siglo XX: Pas­cual Duar­te de CelaNada de Car­men Lafo­ret. El jara­ma de Sán­chez Fer­lo­sioEntre visi­llos de Mar­tín Gai­te. El mis­mo mar de todos los vera­nos de Esther Tus­quetsLa ver­dad sobre el caso Savol­ta de Eduar­do Men­do­za. Las de ellas son todas bio­grá­fi­cas. Para saber a qué se debe esto, tomo un ejem­plo muy lejano: me tras­la­do a Esta­dos Uni­dos, siglo XIX y prin­ci­pios del XX, tomo los hitos de la lite­ra­tu­ra blan­ca y de la lite­ra­tu­ra afro­ame­ri­ca­na. Y resul­ta que todas las obras de la lite­ra­tu­ra afro­me­ri­ca­na impor­tan­tes son auto­bio­grá­fi­cas. Enton­ces con­clu­yo que esto no tie­ne nada que ver con Espa­ña ni con el fran­quis­mo. Tie­ne que ver con la con­di­ción de subalterno.

Su tra­yec­to­ria lite­ra­ria está car­ga­da de cohe­ren­cia. ¿Tie­ne usted esa mis­ma sensación?

La ver­dad es que sí. Lo que antes veía como una limi­ta­ción, el ser una escri­to­ra que avan­za en espi­ral, como he comen­ta­do. Ya no lo veo así. Es el tipo de escri­to­ra que soy y es el tipo de lite­ra­tu­ra que me intere­sa. Cada vez le veo más valor a la lite­ra­tu­ra con­fe­sio­nal, a la de muje­res, a los diarios.

¿Cuá­les son sus últi­mos des­cu­bri­mien­tos literarios?

Últi­ma­men­te estoy des­cu­brien­do libros con­fe­sio­na­les escri­tos por muje­res, que no se atre­vie­ron a publi­car en vida y han apa­re­ci­do pós­tu­ma­men­te. Libros don­de dicen cosas que no se han dicho nun­ca, como es el caso de Ocul­to Sen­de­ro de Ele­na For­tún, los dia­rios amo­ro­sos de Anaïs Nin, el dia­rio de Sil­via Plath. Y me doy cuen­ta de que a mí me intere­sa muchísimo.

Res­pec­to a su escri­tu­ra, ¿en qué momen­to cree que se encuen­tra ahora?

Cada vez me preo­cu­pa menos lo que pien­sa el sta­blis­ment lite­ra­rio y me intere­sa más lo que pien­so yo. Aho­ra valo­ro más la cohe­ren­cia. Antes me veía mucho des­de fue­ra con los ojos de los demás, de una mane­ra muy des­ca­li­fi­ca­do­ra, pero aho­ra pien­so que hago lo que a mí me real­men­te me intere­sa. Los demás que hagan lo que quieran.

*Foto­gra­fía de cabe­ce­ra: Lau­ra Frei­xas ©Nie­ves Delgado.

LAURA FREIXAS (I)

Encuentro de Rubén Benítez Florido

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