Laura Freixas (I)

Laura Freixas

Lau­ra Frei­xas no es una escri­to­ra impul­si­va que dice lo pri­me­ro que se le pasa por la cabe­za. A cada pre­gun­ta que le hace­mos, ella se detie­ne, res­pi­ra pau­sa­da­men­te, con­tem­pla el aje­treo de la calle por los amplios ven­ta­na­les de la cafe­te­ría en la que esta­mos, a veces tam­bién titu­bea un poco.

No tie­ne nin­gu­na pri­sa, ni mues­tra nin­gún indi­cio de inquie­tud o de impa­cien­cia. Le gus­ta tomar­se su tiem­po antes de con­tes­tar, como si estu­vie­se bus­can­do en su men­te las pala­bras exac­tas, las ideas per­ti­nen­tes, la refle­xión más adecuada.

Qui­zás por eso no es de extra­ñar que, ade­más de volú­me­nes de rela­tos y de varias nove­las, una bue­na par­te de su tra­yec­to­ria esté for­ma­da por libros de no fic­ción, entre los que se inclu­ye una bio­gra­fía sobre Cla­ri­ce Lis­pec­tor. Ni que haya desa­rro­lla­do una inten­sa labor de inves­ti­ga­ción sobre la lite­ra­tu­ra escri­ta por muje­res, como lo ates­ti­guan sus ensa­yos Lite­ra­tu­ra y muje­res (Edi­to­rial Des­tino, 2000) o La nove­la feme­nil y sus lec­tri­ces (Uni­ver­si­dad de Cór­do­ba, 2009).

Tam­po­co es de extra­ñar que a lo lar­go de su tra­yec­to­ria haya poten­cia­do un géne­ro como la «lite­ra­tu­ra con­fe­sio­nal», con la publi­ca­ción de un volu­men de su auto­bio­gra­fía y otro de sus dia­rios personales.

Ade­más, nos con­fie­sa que cada vez se sien­te más atraí­da hacia esa «lite­ra­tu­ra con­fe­sio­nal» escri­ta por muje­res que tan­to ha leí­do y ha inves­ti­ga­do. Se ha dado cuen­ta de que exis­ten muchos de esos libros con­fe­sio­na­les, publi­ca­dos pós­tu­ma­men­te, que con­tie­nen cosas que no se habían dicho nun­ca. Y cita los casos de Anaïs Nin, de Syl­via Plath o de la espa­ño­la Ele­na For­tún.

A pro­pó­si­to de toda esa amal­ga­ma de esti­los y de géne­ros que inclu­ye su tra­yec­to­ria lite­ra­ria, con­si­de­ra que sus libros casi siem­pre pivo­tan alre­de­dor de los mis­mos temas y que, en su desa­rro­llo, la ima­gi­na­ción está al ser­vi­cio de la introspección.

Qui­zás la cla­ve para enten­der esta carac­te­rís­ti­ca de su obra haya que bus­car­la en una fra­se de sus dia­rios per­so­na­les, en la que pue­de leer­se que, a la hora de sen­tar­se a escri­bir, Lau­ra Frei­xas no cuen­ta con otra mate­ria pri­ma mejor que su pro­pia vida.

La inti­mi­dad siem­pre ha esta­do ausen­te en la lite­ra­tu­ra española


Ado­les­cen­cia en Bar­ce­lo­na hacia 1970
 (Edi­to­rial Des­tino, 2007) es su per­so­nal ajus­te de cuen­tas con su pasa­do. ¿Cómo fue el reco­rri­do que hizo para encon­trar el tono más ade­cua­do para escribirlo?

Muchas per­so­nas —entre ellas, algu­nos crí­ti­cos lite­ra­rios — , creen que la auto­bio­gra­fía con­sis­te en sen­tar­te a escri­bir algo así como tu currí­cu­lum a lo lar­go de dos­cien­tas pági­nas. O que sim­ple­men­te es ir con­tan­do en orden cro­no­ló­gi­co lo que fue tu vida. Pero la auto­bio­gra­fía es algo muy dis­tin­to a esto, con muchas varian­tes y sub­gé­ne­ros, y a mí me cos­tó mucho encon­trar la estructura.

¿Cómo lo consiguió?

Lo encon­tré en la anto­lo­gía de Phi­lip Lopa­te, The Art of Per­so­nal Essay, que hallé por casua­li­dad en una libre­ría de Los Ánge­les. Con él me di cuen­ta de lo que esta­ba bus­can­do: peque­ños tex­tos que son más temá­ti­cos que cro­no­ló­gi­cos. Es cier­to que esos capí­tu­los van ensam­bla­dos en mi libro, aun­que no dejan de ser bas­tan­te autó­no­mos. Yo no que­ría escri­bir una auto­bio­gra­fía que empe­za­ra hablan­do de mis abue­los, de mis padres, etcé­te­ra, sino que que­ría enten­der lo que esta­ba con­tan­do. Y para enten­der­lo era nece­sa­rio divi­dir­lo en temas, aun­que dichos temas sigan un orden más o menos cronológico.

En este libro no solo hace un repa­so de su vida, sino tam­bién de un con­tex­to his­tó­ri­co que actúa de bisa­gra entre el tar­do­fran­quis­mo y la lle­ga­da de la demo­cra­cia. ¿Era cons­cien­te de esta dua­li­dad del libro cuan­do lo escribía?

La auto­bio­gra­fía se pue­de escri­bir des­de varias pers­pec­ti­vas. Una de ellas es la repre­sen­ta­da en la fra­se de Mon­taig­ne: «Cada hom­bre con­tie­ne en sí la for­ma ente­ra de la huma­na con­di­ción». Y la otra, es la repre­sen­ta­da por Rous­seau, que dijo: «Soy dis­tin­to de todos los hom­bres que conoz­co». De esta for­ma, pue­des escri­bir auto­bio­gra­fía, o bien pen­san­do que eres un indi­vi­duo repre­sen­ta­ti­vo de un colec­ti­vo, o bien pen­san­do que eres un indi­vi­duo úni­co y digno de ser cono­ci­do. Aun­que el resul­ta­do no sea exac­ta­men­te el mis­mo, las dos mane­ras con­du­cen a hablar de ti mis­mo. En mi caso, me iden­ti­fi­co más con la pri­me­ra pers­pec­ti­va, y por eso creo que soy bas­tan­te repre­sen­ta­ti­va de las muje­res de una deter­mi­na­da épo­ca y de un país concreto.

El retra­to que hace tan­to de sí mis­ma como de su fami­lia no siem­pre es favo­re­ce­dor. ¿En algún momen­to le preo­cu­pó que su ima­gen públi­ca que­da­ra tan expues­ta a los ojos de los lectores?

Sí que me preo­cu­pa la ima­gen públi­ca de mi fami­lia, o la de aque­llas per­so­nas que se pue­den reco­no­cer en el libro, y eso me plan­tea cier­tos pro­ble­mas éti­cos. Pero mi ima­gen no me preo­cu­pa mucho, por­que el hecho de ser tú mis­ma la que cuen­tas tu vida, de algu­na mane­ra, redi­me aque­llo que cuen­tas. Tie­nes un cier­to con­trol sobre tu ima­gen que te per­mi­te mos­trar­te de for­ma poco favo­re­ce­do­ra. En cier­to modo, esta ima­gen es un poco men­ti­ro­sa. Esto se ve muy cla­ra­men­te en las memo­rias de Juan Goy­ti­so­lo, que habla muy mal de sí mis­mo, pero se lo per­do­nas por el mero hecho de ser él mis­mo el que lo cuenta.

Men­cio­na que siem­pre estu­vo en medio de polos opues­tos (entre la bur­gue­sía de ciu­dad y los tra­ba­ja­do­res del cam­po, entre una fami­lia de lar­go abo­len­go y otra de inmi­gran­tes, entre los que habla­ban cas­te­llano y los que lo hacían en cata­lán, entre los par­ti­da­rios de la dic­ta­du­ra y los que anhe­la­ban la demo­cra­cia). ¿Cómo con­si­guió sobre­vi­vir a todos estos contrastes?

Creo que esos con­tras­tes son muy posi­ti­vos por­que te dan una sen­sa­ción de extra­te­rri­to­ria­li­dad que te hacen obser­var y ser muy crí­ti­co. Mien­tras que, si vives toda la vida en el mis­mo entorno y no lo con­tras­tas con nin­gún otro, no sien­tes esa urgen­cia de pre­gun­tar­te cosas. Siem­pre tuve la impre­sión de que había dos sis­te­mas de valo­res: dos mane­ras de hacer las cosas, que bási­ca­men­te eran la de la bur­gue­sía cata­la­na y la de los inmi­gran­tes cas­te­lla­nos. A la vez que algo muy útil, esta cir­cuns­tan­cia ha pro­vo­ca­do que me cues­te inte­grar­me en cual­quier sitio: siem­pre me he sen­ti­do con un pie den­tro y otro fue­ra. Esto me ha hecho sufrir mucho en algu­nas épo­cas, pero a estas altu­ras ya me he acos­tum­bra­do y aho­ra creo que has­ta le saco partido.

Tam­bién resul­ta abis­mal el con­tras­te entre el mun­do de los hom­bres y el de las muje­res. ¿Cómo cree que han influi­do aque­llas pri­me­ras expe­rien­cias en otros libros pos­te­rio­res como Lite­ra­tu­ra y muje­res?

He bus­ca­do una res­pues­ta a lo que me pare­cía y me sigue pare­cien­do una situa­ción mar­ca­da en mi vida, en pri­mer lugar, y lue­go en el terreno en el que me mue­vo, que es la lite­ra­tu­ra. Era inevi­ta­ble que en algún momen­to me pre­gun­ta­ra por el esta­tus de las muje­res den­tro de la lite­ra­tu­ra. Creo que lo que vivo es una con­tra­dic­ción entre mi esta­tus de ori­gen —cata­la­na de cla­se alta — , que te pro­por­cio­na una espe­cie de segu­ri­dad, de aplo­mo, de per­te­ne­cer al gru­po de los que man­dan, y mi con­di­ción de mujer, que impli­ca jus­to lo con­tra­rio, a menos que te iden­ti­fi­ques con el pro­to­ti­po de la mujer burguesa.

Laura Freixas

Lau­ra Frei­xas. Foto ©Nie­ves Delgado.

Por com­pa­ra­ción con la cul­tu­ra espa­ño­la, afir­ma que sen­tía una incli­na­ción espe­cial por la lite­ra­tu­ra fran­ce­sa. ¿Cómo valo­ra des­de la dis­tan­cia aquel feliz des­cu­bri­mien­to para su for­ma­ción como escritora?

La lite­ra­tu­ra fran­ce­sa tie­ne un plan­tea­mien­to moral, un inti­mis­mo, que me inter­pe­la. Son ele­men­tos con los que me sien­to iden­ti­fi­ca­da. Es algo muy difí­cil de defi­nir, como más con­for­ta­ble y más autén­ti­co, que no con­si­go encon­trar en la lite­ra­tu­ra espa­ño­la. La lite­ra­tu­ra espa­ño­la siem­pre me ha pare­ci­do un poco impos­ta­da. Por lo menos, como una lite­ra­tu­ra de lo exte­rior: veo la inti­mi­dad como una dimen­sión ausen­te en ella.

¿No influi­rá tam­bién el hecho de que la rela­cio­na con la ima­gen de su madre, que siem­pre estu­vo muy intere­sa­da en la lite­ra­tu­ra francesa?

Segu­ra­men­te. Es que leer lite­ra­tu­ra fran­ce­sa tam­bién era una reac­ción con­tra la Espa­ña de la dic­ta­du­ra: un deseo de esca­par de aque­lla Espa­ña que iden­ti­fi­cá­ba­mos con un país muy gris y abu­rri­do en el que las muje­res no podía­mos hacer gran­des cosas. En cam­bio, Fran­cia nos pare­cía un país con una tra­di­ción demo­crá­ti­ca mucho más lar­ga, don­de había liber­tad para la vida pri­va­da y para el pen­sa­mien­to. Por todos estos moti­vos me ena­mo­ré de la lite­ra­tu­ra fran­ce­sa. Diga­mos que pre­fie­ro los salo­nes pari­si­nos al Laza­ri­llo.

Al leer el capí­tu­lo dedi­ca­do a la revo­lu­ción femi­nis­ta, da la impre­sión de que esta tuvo muy poco de revo­lu­cio­na­ria y mucho menos de feminista…

[Risas] Es que el patriar­ca­do es algo tan pro­fun­da­men­te arrai­ga­do en nues­tra socie­dad —en todos nues­tros ges­tos, en el cono­ci­mien­to, en la psi­co­lo­gía de ambos géne­ros, en nues­tros pen­sa­mien­tos, etcé­te­ra — , que es muy difí­cil de erra­di­car. Le he dedi­ca­do gran par­te de mi vida a enten­der qué es el patriar­ca­do, cómo fun­cio­na en el mun­do exte­rior y tam­bién den­tro de mí, y con­si­de­ro que ape­nas he avan­za­do un poco.

¿Por ejem­plo?

Por ejem­plo, una de las for­mas en la que arrai­ga el patriar­ca­do es el ero­tis­mo, con­cre­ta­men­te, ero­ti­zan­do la sumi­sión feme­ni­na. Yo mis­ma, con toda mi con­cien­cia­ción femi­nis­ta, me doy cuen­ta de que en muchas oca­sio­nes he caí­do en eso a lo lar­go de mi vida: el hecho de creer­me que para ser que­ri­da y desea­ble a los ojos de los hom­bres tenía que mos­trar­me como un ser sumi­so. En una socie­dad en la que los hom­bres «tie­nen la sar­tén por el man­go», como solía decir mi madre, no bas­ta­ba con deci­dir que te eman­ci­pa­bas sexual­men­te para ser libre. Nadie pue­de eman­ci­par­se solo: estás den­tro de una socie­dad que fun­cio­na de una deter­mi­na­da mane­ra. Efec­ti­va­men­te, las muje­res de aque­lla épo­ca caí­mos en una tram­pa patriar­cal: te obli­ga­ban a ele­gir entre renun­ciar al sexo o tener­lo en la for­ma y en la moda­li­dad que los hom­bres han deci­di­do. Con la madu­rez con­si­gues esta­ble­cer otro tipo de rela­cio­nes más igua­li­ta­rias. Pero, en aquel momen­to, con toda tu inge­nui­dad, caes en un con­tex­to social que no era nada igua­li­ta­rio para las mujeres.

Explí­que­me una cosa: ¿cómo es que alguien que se matri­cu­la en la Facul­tad de Dere­cho aca­ba dedi­cán­do­se a la literatura?

[Risas] En reali­dad, habría que hacer­la al revés y pre­gun­tar cómo es que alguien que siem­pre supo que que­ría dedi­car­se a la lite­ra­tu­ra se matri­cu­la en la Facul­tad de Dere­cho. En par­te, fue por cobar­día. Mis padres me con­ven­cie­ron de que con la Filo­lo­gía nun­ca me gana­ría la vida —el tiem­po ha demos­tra­do que con la carre­ra de Dere­cho tam­po­co me la gana­ría, por­que nun­ca la he ejer­ci­do — . Y en par­te, tam­bién, por­que era un momen­to muy poli­ti­za­do de la socie­dad espa­ño­la en el que pare­cía una fri­vo­li­dad dedi­car­te a la lite­ra­tu­ra. Lo que esta­ba bien vis­to era ser abo­ga­da labo­ra­lis­ta o dedi­car­te a la polí­ti­ca. Yo mis­ma coque­teé duran­te un tiem­po con la idea de dedi­car­me a la polí­ti­ca. Por otra par­te, Dere­cho es una carre­ra que enga­ña mucho por­que las asig­na­tu­ras del pri­mer año son pre­cio­sas —Filo­so­fía del Dere­cho, Dere­cho Polí­ti­co o His­to­ria del Dere­cho — , pero al lle­gar al ter­cer cur­so es cuan­do te enfren­tas al Dere­cho de ver­dad —Dere­cho pro­ce­sal, Dere­cho admi­nis­tra­ti­vo o Dere­cho fis­cal — . En ese momen­to ya había deci­di­do que que­ría aca­bar y pasar a otra etapa.

De algu­na mane­ra, sus Dia­rios (Erra­ta Natu­rae Edi­to­res, 2013) actúan como una con­ti­nua­ción de ese rela­to en pri­me­ra per­so­na ini­cia­do en Ado­les­cen­cia… ¿Qué dife­ren­cias exis­ten entre la escri­tu­ra de un dia­rio y la de una autobiografía?

Cada géne­ro tie­ne sus atrac­ti­vos y sus limi­ta­cio­nes. Una nove­la o una auto­bio­gra­fía son esté­ti­ca­men­te más satis­fac­to­rias por­que tie­nen un sen­ti­do cerra­do, que es el que tú has que­ri­do dar­le des­de que empie­zas a escri­bir­la. Por lo tan­to, todo en ellas enca­ja a la per­fec­ción. El con­tra­pe­so de esto es una cier­ta arti­fi­cia­li­dad: todo enca­ja por­que lo fal­seas un poco cuan­do haces la selec­ción —solo te que­das con aque­llo que es útil para tus pro­pó­si­tos — . En cam­bio, un dia­rio es menos satis­fac­to­rio esté­ti­ca­men­te por­que es un tex­to más des­la­va­za­do, pero es más autén­ti­co: inclu­ye las dudas, las con­tra­dic­cio­nes, el sus­pen­se —tú no sabes cómo va a aca­bar aque­llo — . En este sen­ti­do, tie­ne algo pro­fun­da­men­te humano que me con­mue­ve mucho.

En Ado­les­cen­cia… afir­ma que des­de siem­pre ha escri­to dia­rios con la inten­ción de ave­ri­guar quién era. ¿Por qué no los ha publi­ca­do ante­rior­men­te, cuan­do ya tenía una tra­yec­to­ria con­so­li­da­da como nove­lis­ta y como ensayista?

Es que nos influ­yen mucho las expec­ta­ti­vas. Hay una serie de sobre­en­ten­di­dos en el mun­do edi­to­rial, entre los crí­ti­cos y entre el públi­co, que te con­di­cio­nan. Por ejem­plo, que tu pri­mer libro publi­ca­do sea uno de rela­tos, que el cuen­to es una espe­cie de pre­pa­ra­ción para la nove­la, que una gran obra solo pue­de ser una nove­la, que una auto­bio­gra­fía es algo que escri­ben los escri­to­res sin ima­gi­na­ción o los auto­res que no son escri­to­res —como los polí­ti­cos o cier­tos per­so­na­jes famo­sos — . Mi pri­mer libro de rela­tos se publi­có en un momen­to en el que esta­ba muy de moda el cuen­to, creo que por la influen­cia del «boom» lati­no­ame­ri­cano. Todo eso crea unas expec­ta­ti­vas deter­mi­na­das. El caso es que si hubie­se inten­ta­do publi­car antes los dia­rios, la ver­dad es que no sé si hubie­se podi­do hacer­lo, por­que las edi­to­ria­les pre­fe­ren­te­men­te quie­ren nove­las. Una de las for­mas de con­quis­tar mi liber­tad ha sido con­tra­de­cir esas expec­ta­ti­vas: no pre­gun­tar­me qué es lo que los otros espe­ran de mí, sino qué es lo que yo quie­ro. Una de las cosas que yo que­ría era publi­car mi dia­rio, pero pri­me­ro tenía que ser una nove­lis­ta cono­ci­da. Otro impe­di­men­to es que, como un dia­rio se extien­de sin inte­rrup­ción, tam­po­co sabía cómo hacer­lo. Al final opté por lo más sen­ci­llo, que es hacer­lo por años, si bien no por el prin­ci­pio del dia­rio exactamente.

Enton­ces, ¿tie­ne algún sig­ni­fi­ca­do haber ele­gi­do el perío­do com­pren­di­do entre los años 1991 y 1994?

Aun­que yo diga que el dia­rio se extien­de sin inte­rrup­ción, a la hora de publi­car­lo siem­pre haces un cier­to tra­ba­jo de edi­ción, con un cri­te­rio que le otor­ga sen­ti­do. Este dia­rio tie­ne un sen­ti­do que no vi en el momen­to de escri­bir­lo, sino úni­ca­men­te a pos­te­rio­ri: es el dia­rio de los años en los que yo que­ría ser escri­to­ra al mis­mo tiem­po que que­ría ser madre. Al final, con­se­guí ambas cosas.

Estos dia­rios dejan la impre­sión de haber sido escri­tos con una fran­que­za apa­bu­llan­te, sin aho­rrar­se los aspec­tos menos agra­da­bles de su inti­mi­dad, al tiem­po que des­pren­den cer­ca­nía y humil­dad. Sin embar­go, esto no es lo más fre­cuen­te en los dia­rios de escri­to­res, que sue­len estar escri­tos con la mira­da pues­ta en la posteridad…

Es que no los escri­bí con la inten­ción de publi­car­los. Pien­sa que en aque­lla épo­ca ni siquie­ra sabía si iba a poder publi­car una nove­la. Mucho menos podía plan­tear­me la posi­bi­li­dad de publi­car un dia­rio. Por eso son tan sinceros.

Y des­pués, cuan­do sur­gió la posi­bi­li­dad de publi­car­los, ¿tam­po­co tuvo la ten­ta­ción de reto­car­los o de maquillarlos?

Es que me irri­ta mucho un cier­to tipo de dia­rio, muy mas­cu­lino, que es el de alguien que lo uti­li­za para crear un per­so­na­je: el que está de vuel­ta de todo, que no se hace ilu­sio­nes, que es muy sar­cás­ti­co aun­que gene­ro­so con los humil­des, que siem­pre tie­ne razón, que nun­ca duda ni fra­ca­sa ni se arre­pien­te, etcé­te­ra. Yo tenía ganas de lle­var la con­tra­ria a esa tendencia.

Des­de su expe­rien­cia en la publi­ca­ción de géne­ros que abar­can tan­to la fic­ción como la no fic­ción, ¿en el futu­ro pre­fie­re seguir alter­nán­do­los como has­ta aho­ra o desea cen­trar­se en alguno de ellos?

El géne­ro que más me atrae en estos momen­tos es el auto­bio­grá­fi­co. De hecho sigo escri­bien­do dia­rios y, ade­más, estoy escri­bien­do una nue­va auto­bio­gra­fía. Creo que hay escri­to­res que son nove­lis­tas o ensa­yis­tas o poe­tas, es decir, que se espe­cia­li­zan cla­ra­men­te en un géne­ro; y lue­go están los otros escri­to­res, entre los cua­les me inclu­yo, que no se cen­tran en un géne­ro deter­mi­na­do. Eso sí, el géne­ro en el que me mue­vo es la pro­sa. Y den­tro de la pro­sa, voy alternando.

*Foto­gra­fía de cabe­ce­ra: Lau­ra Frei­xas ©Nie­ves Delgado.

LAURA FREIXAS (Y II)

Encuentro de Elízabeth Hernández Alvarado

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