Lara Moreno

Nos mete­mos en hari­na con una joven auto­ra, Lara Moreno, que aca­ba de publi­car su pri­me­ra nove­la, Por si se va la luz (Edi­to­rial Lumen, 2013). Has­ta aho­ra vin­cu­la­da al géne­ro del rela­to y a la poe­sía, Lara se estre­na sol­tan­do a una pare­ja en cri­sis, sobre todo emo­cio­nal, en un pue­blo prac­ti­ca­men­te aban­do­na­do. Ais­la­dos de la cos­tum­bre, ten­drán que aco­mo­dar­se a sus veci­nos, per­so­na­jes a los que la auto­ra ofre­ce voz mien­tras se van tallan­do his­to­rias a la lum­bre de un hogar que a veces tam­bién resul­ta ser cárcel.

La sim­pli­ci­dad en la for­ma narra­ti­va, ¿es heren­cia de lo bre­ve, del tra­ba­jo pre­vio que has ido hacien­do con los relatos?

No lo he hecho así inten­cio­na­da­men­te… Lo que segu­ro vie­ne del rela­to es la inten­ción de hacer una nove­la coral. Me pare­cía intere­san­te la for­ma que te ofre­ce lo coral para tra­ba­jar los per­so­na­jes, con un rela­ti­vo equi­li­brio de impor­tan­cia para cada uno. Todos tie­nen su par­te, todos se lle­van su tro­zo. Lle­va­ba mucho tiem­po escri­bien­do rela­tos y tenía ganas de hacer una nove­la con varias voces. Ade­más la escri­bí de mane­ra lineal, no hice un puz­le con cada narra­dor para armar­lo lue­go. Me resul­ta­ba fácil que cada capí­tu­lo, dejan­do fue­ra los engra­na­jes téc­ni­cos, empe­za­se y ter­mi­na­se en sí mis­mo. Son como cáp­su­las lite­ra­rias cerra­das, por­que aun­que la his­to­ria es lineal, se va con­tan­do con­for­me pasa sin ofre­cer ver­sio­nes dife­ren­tes de un hecho. Para mi pro­ce­so narra­ti­vo nece­si­ta­ba ir cerran­do los capí­tu­los, pero no como si no fue­ra a haber nada des­pués. No que­ría tener a un mis­mo narra­dor duran­te tres­cien­tas pági­nas, por­que eso me resul­ta­ba muy difí­cil. Escri­bía un capí­tu­lo y me qui­ta­ba de en medio la voz narra­do­ra para ini­ciar el siguien­te con otro per­so­na­je. Así que todos tie­nen un toque final auto­con­clu­si­vo y a con­ti­nua­ción se abre otra cosa nue­va, aun­que siem­pre des­de una visión de con­jun­to, por­que no se sos­tie­nen ais­la­dos, no son inde­pen­dien­tes. Lo cier­to es que me pare­ció que una nove­la coral me iba a resul­tar más fácil vinien­do del rela­to, algo que resul­tó inge­nuo por mi par­te, por­que en reali­dad lue­go me tuve que enfren­tar con muchos pro­ble­mas, como el de sos­te­ner la pri­me­ra per­so­na de cua­tro per­so­na­jes, con sus luces y sus sombras.

Man­te­ner a un mis­mo narra­dor impli­ca el peli­gro de caer en la ruti­na, ha de aguan­tar todo el peso de la narra­ción y tie­ne que lidiar con el res­to de personajes.

No me daba mie­do la ruti­na, pero sí me pare­cía difí­cil con­se­guir que un mis­mo per­so­na­je se sos­tu­vie­ra como narra­dor en toda la his­to­ria. Sim­ple­men­te no que­ría cen­trar­me en una mis­ma voz. Empe­cé con la de Mar­tín y seguí con la que qui­zá pue­da pare­cer que ten­ga un poco más de fuer­za, de pre­sen­cia, que es la de Nadia, un per­so­na­je que tenía mi edad cuan­do la comen­cé a escri­bir. Nadia es una mujer como yo, vie­ne de un con­tex­to social que en un momen­to dado pue­de ser más afín al mío. En este sen­ti­do, huí de la posi­bi­li­dad de escri­bir una nove­la gene­ra­cio­nal. Ese peso está repar­ti­do entre per­so­na­jes que repre­sen­tan a dife­ren­tes gene­ra­cio­nes, con pun­tos de vis­ta dis­tin­tos a los míos. Tam­po­co que­ría que se leye­ra como una his­to­ria auto­bio­grá­fi­ca, aun­que siem­pre se aca­ba cayen­do, ya que resul­ta más fácil hablar por una mujer de mi edad que por un hom­bre de seten­ta u ochen­ta años. Así que la plu­ra­li­dad de voces me per­mi­te abar­car vidas más ale­ja­das de mí misma.

Me ha lle­ga­do una idea como lec­tor que no sé si está pre­con­ce­bi­da por ti. Aque­llo de «la vida sigue». Aun tenien­do difi­cul­ta­des, comen­zan­do de nue­vo en otro lugar. Tal y como enfo­cas el epí­lo­go tam­bién se ve que los per­so­na­jes siguen respirando…

A pesar de todo…

Des­de el prin­ci­pio del libro, sí, a pesar de los cam­bios en los personajes.

La ver­dad es que posi­ble­men­te esa sea la idea. Me han pre­gun­ta­do mucho sobre qué men­sa­je que­ría dar, sobre si estoy hacien­do una pro­pues­ta social, mos­tran­do la vida rural como una sali­da… Evi­den­te­men­te no, nada que ver con eso. Por si se va la luz no aban­de­ra nin­gu­na idea de futu­ro, ni plan­tea nada ori­gi­nal. Hay gen­te que vive en el cam­po igual que hay gen­te que vive en la ciu­dad, en la pla­ya… Qui­zás lo que comen­tas sea lo que más se ase­me­ja al pul­so que man­tu­ve por arras­trar a Nadia y a Mar­tín por la vida, en un mar­co com­ple­ta­men­te fic­ti­cio. Esta­mos en medio de una catás­tro­fe sin nom­bres ni ape­lli­dos en la que no me meto ni de la que he que­ri­do escri­bir en la nove­la. Inde­pen­dien­te­men­te de lo que pase y de las con­di­cio­nes en que este­mos o de las solu­cio­nes que tome­mos en cada momen­to, vivien­do a medias entre la deses­pe­ra­ción, la decep­ción y la incer­ti­dum­bre, hay que seguir y segui­mos, por­que al final somos super­vi­vien­tes de noso­tros mis­mos. No hay for­ma de bajar­se de la noria.

Lo que dices del derrum­be y del seguir vivien­do se hace muy pre­sen­te cuan­do nos encon­tra­mos a una Nadia que nada más lle­gar al pue­blo se enfer­ma, y que ade­más nos des­cu­bre en qué situa­ción se encon­tra­ba con su pare­ja antes de des­pla­zar­se. Como ella dice, se ha sen­ti­do for­za­da a marchar.

For­za­da pero incons­cien­te­men­te. La situa­ción de la pare­ja es dura pero tam­bién es abso­lu­ta­men­te coti­dia­na. Al final, su cir­cuns­tan­cia se tras­la­da a la situa­ción con noso­tros mis­mos en muchí­si­mos momen­tos de la vida. Sobre todo en esta socie­dad en la que depen­de­mos tan­to del cómo y del dón­de vivi­mos. La exi­gen­cia que tene­mos de noso­tros mis­mos y de estar en todo momen­to en un nivel de inten­si­dad fuer­te en lo per­so­nal, en lo pro­fe­sio­nal…, se tra­du­ce en una lucha inter­na cons­tan­te. E insostenible.

La lucha con­tra la ruti­na, de nuevo.

Cla­ro, pero una rela­ción de pare­ja, al cabo de los años, es ruti­na, esen­cial­men­te. Es un las­tre pero es la reali­dad. Ese es el gran reto, con­vi­vir con la ruti­na. En cual­quier caso, lo ruti­na­rio nace de noso­tros mis­mos. Del pri­me­ro que uno está har­to es de sí mis­mo. Y creo que eso es lo que le tras­la­da­mos a los que tene­mos al lado. La situa­ción de la pare­ja Nadia-Mar­tín es dura pero no desas­tro­sa. Tie­nen una cri­sis que va a evo­lu­cio­nar de dis­tin­tas mane­ras. Es una carre­ra de fondo.

Por si se va la luzEn esa evo­lu­ción de la rela­ción entre Nadia y Mar­tín tie­ne una influen­cia fun­da­men­tal el gru­po de per­so­na­jes que habi­tan en el pue­blo y que les acom­pa­ñan. Como deja­bas cla­ro antes, cada uno apor­ta cosas a la narra­ción. Enri­que es, qui­zás, mi favorito.

Enri­que no exis­te, cla­ro. Nin­guno de ellos. He cono­ci­do a gen­te que vive de mane­ra pecu­liar y que lle­va sus pasio­nes has­ta recón­di­tos luga­res. Él res­pon­de un poco a eso. Para mí es un per­so­na­je esen­cial en la nove­la, has­ta el pun­to de com­par­tir el epí­lo­go con Nadia. Y es un con­tra­pun­to bes­tial para los demás. Aun­que todos tie­nen su peso en la his­to­ria, Enri­que tie­ne una impor­tan­cia cere­bral, que al final siem­pre se nece­si­ta. Cum­ple esa fun­ción para Nadia y para Mar­tín. Para Iva­na es otra cosa. Y sí, de todos los que inter­vie­nen, qui­zás fue el más difí­cil de tra­ba­jar, por­que Ele­na, que tam­bién tie­ne su com­ple­ji­dad, es com­ple­ta­men­te lite­ra­ria, her­mé­ti­ca y tie­ne una rela­ción tan bási­ca… Por eso no tie­ne voz, está en silen­cio, con una rela­ción direc­ta, lími­te y bási­ca con la tie­rra, con los ani­ma­les, con el ser humano. El de Ele­na fue un tra­ba­jo más crea­ti­vo. Damián es la voz sabia. He teni­do una rela­ción muy inten­sa con mis cua­tro abue­los y para mí Damián repre­sen­ta esa voz sose­ga­da de los muchos años, esa paz y ese pun­to de vis­ta no te diré que ama­ble, por­que no es un abue­li­to feliz, esa gene­ra­ción ante­rior a nues­tros padres, a la que uno se aga­rra, la raíz que todos tene­mos. Vol­vien­do a Enri­que, per­so­ni­fi­ca a la gene­ra­ción que tene­mos jus­to enci­ma, a la que cono­ce­mos pero con la que más lucha­mos. Sos­te­ner a un tipo de unos cin­cuen­ta años que de pron­to se ve arra­sa­do den­tro de su esta­bi­li­dad por una vida nue­va que lle­ga y que lo sacu­de es duro. Tuve que enfren­tar­me a sus dudas, a sus mie­dos, a su expe­rien­cia… Pero me cae muy bien, Enrique.

Es un enca­je de boli­llos, lo de crear per­so­na­jes de este tipo.

Lo es y, de hecho, recuer­do que mien­tras escri­bía uno de sus monó­lo­gos fina­les, toman­do un café con una ami­ga, íba­mos hablan­do y ni la escu­cha­ba, le dije que esta­ba tenien­do un momen­to jodi­dí­si­mo con un per­so­na­je. Sabía lo que que­ría escri­bir pero no cómo enfren­tar­me a él.

Empe­zas­te a escri­bir Por si se va la luz hace 4 o 5 años, pero ha sali­do jus­to en un momen­to en el que pare­ce que lo rural está sien­do algo recu­rren­te entre los auto­res jóve­nes. Uno de los pri­me­ros libros que sur­gie­ron en esta espe­cie de corrien­te lite­ra­ria fue Bel­fon­do de Jenn Díaz.

Pen­sé que me ibas a citar a Jesús Carras­co, a quien no he leí­do toda­vía y con cuya nove­la han rela­cio­na­do la mía. Bel­fon­do la leí hace poco, cuan­do cono­cí a Jenn. Al comen­zar a escri­bir Por si se va la luz no tenía nin­gu­na inten­ción de hacer algo ori­gi­nal, por supues­to. La pri­me­ra obse­sión de la nove­la, el pri­mer mar­co para pen­sar en escri­bir­la no fue la cri­sis eco­nó­mi­ca, que esta­ba comen­zan­do en ese momen­to, sino el cam­bio cli­má­ti­co. Nos estu­vie­ron bom­bar­dean­do y nos estu­vi­mos bom­bar­dean­do noso­tros mis­mos con el cam­bio cli­má­ti­co duran­te una bue­na tem­po­ra­da, y es un pro­ble­ma que sigue ahí, pero ya no tene­mos tiem­po para ocu­par­nos de él. Eso, tan­to ínti­ma como esté­ti­ca­men­te y no en el sen­ti­do frí­vo­lo de la pala­bra me impre­sio­na­ba mucho. Mi pri­mer impul­so fue ese. Pen­sé en una nove­la divi­di­da en dos par­tes, invierno y verano, por­que se supo­ne que ya no hay ni pri­ma­ve­ra ni oto­ño. Esta­mos radi­ca­li­zan­do nues­tra rela­ción con el sol. La enmar­qué en un espa­cio rural a raíz de una noti­cia que escu­ché en la radio en la que infor­ma­ban sobre un pue­blo espa­ñol aban­do­na­do, no recuer­do cual, en el que bus­ca­ban a gen­te para repo­blar­lo, recons­tru­yen­do las casas y ofre­cien­do la posi­bi­li­dad de com­prar­las. No inves­ti­gué ni me docu­men­té, por­que no qui­se meter­me en asun­tos de actua­li­dad, pero la idea me intere­só. Fue la excu­sa para ubi­car a los per­so­na­jes en un lugar, por­que mi pro­pó­si­to era meter­los en una espe­cie de isla, no que­ría que se salie­ran de un espa­cio, y así poder jugar con un ámbi­to cerra­do. ¿Qué es, al fin y al cabo, una fami­lia, una pare­ja, sino una cár­cel redon­da? Al vivir, enton­ces, en un pue­blo de la sie­rra, me pude impreg­nar de toda la esté­ti­ca. Tenía la mon­ta­ña delan­te todo el día, y a una seño­ra de muchí­si­mos años que tra­ba­ja­ba un huer­to gigan­te cada maña­na, hicie­ra sol, llo­vie­se o neva­se. Cono­cía a gen­te joven como yo, con pro­fe­sio­nes libe­ra­les. A los que tenían huer­te­ci­llos, la pro­pia gen­te del pue­blo que son bas­tan­te rocas los lla­ma­ban «bio­guays». Era un mar­co per­fec­to don­de colo­car a Nadia y a Mar­tín. Con­for­me iba ter­mi­nan­do, salió La carre­te­ra, que no qui­se leer enton­ces para no cap­tar influen­cias de un peso pesa­do como McCarthy. Cuan­do la ter­mi­né se comen­za­ba a hablar de los neo­ru­ra­les. Hace ape­nas trein­ta años la gen­te se esta­ba yen­do del cam­po a la ciu­dad por­que la vida esta­ba en otro sitio. Casi todos tene­mos un pasa­do rural, el entorno está a un paso. No he que­ri­do plan­tear­lo como algo idí­li­co, por­que no lo es para nada, es durísimo.

La natu­ra­le­za mar­ca otros tiem­pos, otros rit­mos. En el tra­ba­jo, en las relaciones…

En la vida ínti­ma. Te riges por la luz, con todo lo que eso tie­ne de implacable.

¿Has sufri­do de des­ape­go al ter­mi­nar la nove­la? ¿Te has libra­do de los personajes?

No fue­ron un peso para mí. Una de las cosas que más me han fas­ci­na­do de escri­bir una nove­la ha sido la posi­bi­li­dad de tener un mun­do para­le­lo. Me pare­ce una for­ma de eva­sión, por una par­te, de intros­pec­ción por otra, y de posi­bi­li­dad de ges­tio­nar todo lo que estás vivien­do en otro saco dis­tin­to que se va for­man­do en tu cabe­za pero que es como una ven­ta­na. Era libe­ra­dor y un jue­go que me diver­tía muchí­si­mo, aun­que no resul­ta­ra fácil. Fue fas­ti­dio­so en muchos momen­tos, tuve que­bra­de­ros de cabe­za, pero los per­so­na­jes no han sido un peso, han sido una com­pa­ñía. La par­te dura era con­se­guir man­te­ner­los de pie. Te diré que he teni­do con ellos varias rela­cio­nes. Pri­me­ro los esta­ba crean­do, y con una pri­me­ra per­so­na, que es una mane­ra muy inten­sa de dar­les for­ma; lue­go los tuve repo­san­do unos meses, ansio­sa, pre­gun­tán­do­me cómo habían que­da­do; más tar­de, con la dis­tan­cia per­fec­ta para ello, hice dos correc­cio­nes, tra­ba­jan­do sin pie­dad con ellos y con­mi­go mis­ma. Les cor­té el pelo, la len­gua. Dis­cu­tí, me caían mal, los enfren­té de tú a tú. Y aho­ra, con el libro en las manos de los lec­to­res, vuel­ve a cam­biar la rela­ción con los per­so­na­jes, por­que hablo de ellos. No me los he qui­ta­do de enci­ma, pero tam­po­co quiero.

Es más difí­cil que cuan­do se tra­ta de per­so­na­jes de relatos.

Cla­ro, los per­so­na­jes de rela­tos son fogo­na­zos, pre­sen­cias que pasan, casi espí­ri­tus. Esto es otra cosa. Es que es una pena que se com­pa­re tan­to el cuen­to y la nove­la, por­que son dos mun­dos com­ple­ta­men­te dis­tin­tos. Con la nove­la nece­si­tas otro tipo de zapa­tos para andar.

Foto­gra­fía de Lara Moreno: © Aroa Moreno.

* Cuan­do se va la luz. Lara Moreno.
Edi­to­rial Lumen (Bar­ce­lo­na, 2013).

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