Juan Villoro

Juan Villo­ro (Ciu­dad de Méxi­co, 1956), es un acti­vis­ta de la pala­bra escri­ta. Cada uno de sus cuen­tos, nove­las, ensa­yos, artícu­los o tra­duc­cio­nes están coci­na­dos de tal mane­ra que se nos pre­sen­tan como una cele­bra­ción de la lite­ra­tu­ra. El «Duque de Noche­vie­ja» del Rei­no de Redon­da nos ofre­ce una nue­va obra des­ti­na­da, ori­gi­nal­men­te, al públi­co juve­nil, pero que pue­de ser degus­ta­da con pla­cer por cual­quier lec­tor sen­si­ble apa­sio­na­do de los libros.

El libro sal­va­je, publi­ca­do por la valio­sí­si­ma Edi­cio­nes Sirue­la, es la his­to­ria de un cha­val que des­cu­bre, gra­cias a su tío Tito y a su labe­rín­ti­ca biblio­te­ca, el valor de los libros y, más allá de eso, la expe­rien­cia de la lectura.

El libro sal­va­je es un pro­yec­to muy per­so­nal. ¿Qué te impul­só a escri­bir esta his­to­ria reple­ta de amor por los libros en la que podría­mos reco­no­cer­te como personaje?

En la céle­bre dedi­ca­to­ria de El Prin­ci­pi­to, Saint-Exupéry men­cio­na que todos los adul­tos han sido niños pero pocos lo recuer­dan. No siem­pre es fácil vol­ver a los ritos de paso de la infan­cia y la ado­les­cen­cia. Para esti­mu­lar ese regre­so y recu­pe­rar de mane­ra casi sen­so­rial esa edad per­di­da, le puse mi nom­bre al pro­ta­go­nis­ta y lo ubi­qué en coor­de­na­das que pare­cen más auto­bio­grá­fi­cas de lo que son. Pero en reali­dad hay mucho de inven­ción. En lo que toca a los libros, ahí está el lec­tor que soy. He pasa­do bue­na par­te de mi vida entre sus pági­nas y qui­se trans­mi­tir mis dudas, mis pasio­nes, mis des­con­cier­tos y mis supersticiones.

Juan, el chi­co pro­ta­go­nis­ta, sufre una trans­for­ma­ción a lo lar­go de la his­to­ria, pre­ci­sa­men­te en un momen­to en el que la ado­les­cen­cia (tie­ne 13 años) comien­za a hacer de las suyas. Es, qui­zás, la épo­ca en la que se remar­ca la per­so­na­li­dad y, por supues­to, cam­bian los hábi­tos. Res­pec­to a la lec­tu­ra, ¿con­si­de­ras que es el mejor momen­to para incul­car la pasión por los libros?

Me pare­ce ideal comen­zar en la pri­me­ra infan­cia. Si uno de los padres lee en voz alta, el libro se con­vier­te en una for­ma del afec­to. Soy hijo de uni­ver­si­ta­rios pero nun­ca me leye­ron ni me rega­la­ron libros infan­ti­les. Un dato curio­so es que mi padre hizo una de las muchas ver­sio­nes que hay de El Prin­ci­pi­to, pero sólo lo supe muchos años des­pués. Qui­zá escri­bo libros infan­ti­les y juve­ni­les para inven­tar­me una infan­cia alter­na. En el caso del pro­ta­go­nis­ta de El libro sal­va­je, la lec­tu­ra comien­za por una situa­ción for­za­da. Sus padres se divor­cian y él des­cu­bre lo que sig­ni­fi­ca la sole­dad. Por pri­me­ra vez nece­si­ta lle­nar de sen­ti­do su vida. Los libros le per­mi­ten pasar por este rito de paso y lue­go lo lle­van a otro, tal vez más sig­ni­fi­ca­ti­vo, que es el de des­cu­brir el amor y aso­ciar­lo con la lectura.

Los libros tie­nen mucho de «obje­to mági­co», inclu­so defien­des el hecho de que tie­nen vida pro­pia. Es, ade­más, una de las pocas cosas que nos acom­pa­ñan duran­te toda la vida. ¿Juan y tío Tito repre­sen­ta­rían las dos eda­des en las que más nos deja­mos lle­var por su magia?

A todos nos ha pasa­do que deja­mos un libro en un sitio y lo encon­tra­mos en otro sin que recor­de­mos haber­lo pues­to ahí. Esto me ha pasa­do en mi casa, en libre­rías, en biblio­te­cas. Se diría que los libros se acer­can o se ale­jan de noso­tros, según nos con­si­de­ren dig­nos o indig­nos de ellos. Esto ocu­rre a lo lar­go de toda la vida. Juan tie­ne la ven­ta­ja de leer con mayor inten­si­dad y su tío tie­ne la ven­ta­ja de poder poner en rela­ción diver­sos libros. Lo deci­si­vo es que ambos entien­den la lec­tu­ra como un ejer­ci­cio vital. En oca­sio­nes se habla de la lec­tu­ra o el estu­dio como si fue­ra algo con­tra­pues­to a la vida, como si fue­ran acti­vi­da­des exclu­yen­tes. Ambas se bene­fi­cian de mane­ra recí­pro­ca y mi nove­la tra­ta de poner­lo en práctica.

La narra­ción está reple­ta de metá­fo­ras, de jue­gos de pala­bras e imá­ge­nes que des­cri­ben las vir­tu­des de los libros. ¿Ves el libro como el menos común de los obje­tos comunes?

Tuve un tío que tam­bién se lla­ma­ba Tito y que era caza­dor pro­fe­sio­nal. Duran­te años puso tram­pas para coyo­tes en los desier­tos de San Luis Poto­sí, lue­go cazó borre­gos cima­rro­nes y fue guía de caza­do­res que per­se­guían jagua­res en las sel­vas. Podía resol­ver cual­quier duda a par­tir de su tra­to con los ani­ma­les. Para él, la vida sal­va­je era la enci­clo­pe­dia com­ple­ta del mun­do. Si tenías un pro­ble­ma con un ami­go, te con­ta­ba algu­na cosa sobre los hábi­tos de los jaba­líes y así te ayu­da­ba a enten­der tu pro­ble­ma. No nece­si­ta­ba más infor­ma­ción por­que los ani­ma­les inte­gra­ban para él un cos­mos. Ima­gi­né la biblio­te­ca del tío en mi nove­la de un modo simi­lar: los libros son cria­tu­ras vivas que pue­den expli­car el mun­do ente­ro. Tie­nen cos­tum­bres capri­cho­sas y deben ser enten­di­dos a par­tir de sus varia­dos hábi­tos. La biblio­te­ca es un cos­mos orgánico.

El libro salvajeNo olvi­das los home­na­jes (a los libros que mar­ca­ron tu infan­cia, a tus auto­res de cabe­ce­ra…). ¿El libro sal­va­je con­tie­ne un canon de pre­fe­ren­cias para Juan Villoro?

Me intere­sa­ba que El libro sal­va­je cele­bra­ra la lec­tu­ra sin ser libres­co, es decir, que se con­cen­tra­ra más en la expe­rien­cia acti­va de leer que en una supues­ta eru­di­ción. En la his­to­ria se mez­clan libros reales y libros inven­ta­dos, bus­can­do que la lec­tu­ra sea una par­te diná­mi­ca de la vida de los pro­ta­go­nis­tas. Hay ideas de Bloom, Bor­ges, Eco o Piglia que encar­nan en la nove­la como peri­pe­cias. La lec­tu­ra como una for­ma de vida, eso era lo que buscaba.

Casi pode­mos leer tu libro como un manual de ins­truc­cio­nes para enten­der que hay algo más detrás de lo que se lee (aun­que no siem­pre es así). ¿El acce­so actual a tan­ta infor­ma­ción impi­de que, en espe­cial los cha­va­les, pro­fun­di­cen en sus lecturas?

Vivi­mos en una épo­ca lle­na de estí­mu­los infor­ma­ti­vos y tec­no­ló­gi­cos, muchos de ellos velo­ces e inclu­so ins­tan­tá­neos. En este entorno, la lec­tu­ra es un pla­cer len­to, que pro­fun­di­za la aven­tu­ra con otro rit­mo. Mi pro­ta­go­nis­ta per­te­ne­ce a una gene­ra­ción que pre­fie­re la tele a los libros, pero le intri­ga que haya un libro que nun­ca ha que­ri­do ser leí­do. Ese libro es un sal­va­je, un «outsi­der», un rebel­de. A sus 13 años Juan se iden­ti­fi­ca con él. Bus­ca el libro per­di­do en la biblio­te­ca pre­ci­sa­men­te por­que no quie­re ser leí­do. ¿De qué cla­se de obra se tra­ta­rá? El repu­dio del libro a tener un lec­tor es pare­ci­do al de Juan a acer­car­se a un libro. De esa ten­sión sur­ge una situa­ción para­dó­ji­ca que lle­va, pre­ci­sa­men­te, a la lectura.

Dice tío Tito: «Los libros son insis­ten­tes. Por eso se vuel­ven clá­si­cos». ¿No hay algu­nos que, de insis­ten­tes, se hacen pesados?

¡Cla­ro! Los hay macha­co­nes, den­sos, abu­rri­dos y nefas­tos. El libro sal­va­je es una cele­bra­ción de la lec­tu­ra pero tam­bién se aden­tra en los ries­gos de leer. El tío vive en un ais­la­mien­to muy poco pro­ve­cho­so, es una «cabe­za sin mun­do», como el per­so­na­je de Canet­ti en Auto de fe. Los muchos libros no le han ale­gra­do la vida. Otro peli­gro que apa­re­ce por ahí es el de los libros dañi­nos. A fin de cuen­tas Hitler fue autor de una obra de enor­me impac­to. Algu­nos libros tie­nen pro­pues­tas infa­mes y otros bus­can per­ju­di­car a los demás libros. Por eso en la tra­ma de El libro sal­va­je tam­bién sur­ge un volu­men maligno del que hay que sal­var­se para que la tra­ma pue­da con­ti­nuar. Bor­ges dijo: «Somos los libros que nos han hecho mejo­res». La fra­se es cier­ta si la enten­de­mos a par­tir de la volun­tad de vol­ver­nos mejo­res a tra­vés de los libros. Es obvio que se pue­de ser una per­so­na cul­ta y nefas­ta o bue­na e ignorante.

Cada vez son más los auto­res de libros «para adul­tos» que se aden­tran en la lite­ra­tu­ra juve­nil, lo que resul­ta bene­fi­cio­so, no sólo para incul­car el hábi­to lec­tor con obras de cali­dad sino tam­bién para reno­var las opcio­nes (los «insis­ten­tes» clá­si­cos siem­pre esta­rán ahí). ¿Cómo es tu rela­ción con los lec­to­res jóvenes?

He escri­to libros para niños cuyo hori­zon­te de lec­tu­ra es muy dis­tin­to al de los adul­tos. Con El libro sal­va­je pasa algo curio­so. No lo veo como un libro para una edad defi­ni­da; por eso me gus­ta que esté en la colec­ción «Las Tres Eda­des» de Sirue­la. ¿A qué edad debe­mos leer La isla del teso­ro? Por la edad de mi pro­ta­go­nis­ta, por los desa­fíos que atra­vie­sa y por los ritos de paso que pre­su­po­nen un esta­do de ino­cen­cia, El libro sal­va­je se diri­ge en par­ti­cu­lar a los lec­to­res jóve­nes. Pero ha teni­do una res­pues­ta intere­san­te entre los adul­tos que bus­can regre­sar al momen­to en que se con­vir­tie­ron en lectores.

Invi­tas en El libro sal­va­je a jugar con la lec­tu­ra, a pen­sar, a coci­nar pala­bras, a mover los libros, abrir­los y dejar­se sor­pren­der, a gozar con las his­to­rias… Es un men­sa­je per­fec­to para cual­quier lector…

Para un escri­tor todo manus­cri­to es un «libro sal­va­je». Se tra­ta de un mate­rial que se le resis­te. ¡El mun­do no quie­re ser con­ta­do! Con­quis­tar una his­to­ria sig­ni­fi­ca domar­la, acli­ma­tar­la, hacer­la tuya. Qui­se escri­bir un libro don­de esta aven­tu­ra se tras­la­da­ra al lec­tor: con­tar la his­to­ria de un libro que no quie­re ser leí­do, y debe ser bus­ca­do, doma­do, con­ven­ci­do de que se deje leer. ¿Qué his­to­ria pue­de con­te­ner? Afi­cio­nar­se a la lec­tu­ra sig­ni­fi­ca pasar por este pro­ce­so. Los jóve­nes tie­nen el tema muy fres­co por­que se están con­vir­tien­do en lec­to­res y los adul­tos lo pue­den recu­pe­rar de mane­ra retros­pec­ti­va, repa­san­do a par­tir de un chi­co de 13 años la for­ma en que ellos han leí­do, no sólo los libros, sino el mun­do que les ha toca­do en suerte.

Foto­gra­fía de Juan Villo­ro: May­ra Guar­ne­ros (Wiki­pe­dia).

* El libro sal­va­je. Juan Villoro.
Edi­cio­nes Sirue­la (Madrid, 2009).

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