Josep Mengual

Ape­nas dedi­có vein­ti­cin­co años de su cor­ta vida al ofi­cio de edi­tor. Pero en ese tiem­po, Josep Janés (l’Hos­pi­ta­let de Llo­bre­gat, 1913 – Els Mon­jos, Alt Pene­dès, 1959) logró con­ver­tir­se en uno de los gran­des his­tó­ri­cos del sec­tor edi­to­rial. Poe­ta y perio­dis­ta, su amor por la lite­ra­tu­ra pro­vo­có que deja­ra cual­quier otra face­ta crea­ti­va para entre­gar­se por com­ple­to a la pro­duc­ción de libros. Del fun­da­dor de la efí­me­ra revis­ta Rosa dels Vents, de Qua­derns Lite­ra­ris, Edi­cio­nes de la Gace­la, Ánfo­ra, Lau­ro, o del sello José Janes Edi­tor, se con­me­mo­ran aho­ra los cien años del naci­mien­to, moti­vo por el que se ha crea­do una expo­si­ción iti­ne­ran­te que, en el momen­to en que se publi­ca este Encuen­tro, pue­de visi­tar­se en la Biblio­te­ca que lle­va su nom­bre, ubi­ca­da tam­bién en la ciu­dad que le vio nacer, l’Hos­pi­ta­let de Llobregat.

Para cono­cer algu­nos aspec­tos de la obra de Janés nos encon­tra­mos con Josep Men­gual, licen­cia­do en Filo­lo­gía His­pá­ni­ca en la UAB y pro­fe­sio­nal vin­cu­la­do al mun­do de la edi­ción des­de hace más de vein­te años. Se tra­ta del autor de A dos tin­tas. Josep Janés, poe­ta y edi­tor (Edi­to­rial Deba­te, 2013), una com­ple­ta bio­gra­fía don­de deja cons­tan­cia de la labo­rio­sa tarea de Janés. Men­gual es tam­bién autor del blog de refe­ren­cia Negri­tas y cur­si­vas, dedi­ca­do a la his­to­ria de la edición.

A dos tintasTe ha veni­do muy bien, como ins­pi­ra­ción –o qui­zás fue algo pre­me­di­ta­do – , la cita de Mau­ri­cio Wie­senthal que inclu­yes al comien­zo del libro: «Hay que escri­bir cien vidas para ilu­mi­nar un frag­men­to de otra».

No aca­ba­rías nun­ca, cuan­do empie­zas a ver las rela­cio­nes. Era inevi­ta­ble ana­li­zar el con­tex­to de la edi­ción y de los escri­to­res que había en aque­llas épo­cas. No nos damos cuen­ta de has­ta qué pun­to se pue­de ofre­cer una ima­gen muy equi­vo­ca­da cuan­do se pien­sa en tér­mi­nos pura­men­te ideo­ló­gi­cos, en edi­to­ria­les de dere­chas, de izquier­das. En el caso de Josep Janés no fun­cio­na por­que no hay una línea ideo­ló­gi­ca muy mar­ca­da. En cam­bio, com­pro­bar cómo se rela­cio­na con gen­tes de todo tipo ya es bas­tan­te descriptivo.

¿Janés podría ser el pio­ne­ro de lo que enten­de­ría­mos como la indus­tria edi­to­rial en Espa­ña, antes inclu­so de José Manuel Lara?

No. Es el pri­me­ro, y qui­zás de los pocos en el siglo XX, en el que encuen­tras un equi­li­brio entre el edi­tor empre­sa­rio y el edi­tor cul­tu­ral. José Manuel Lara es un edi­tor empre­sa­rio y Car­los Barral sería un ejem­plo de edi­tor cul­tu­ral. Janés con­si­gue un equi­li­brio extra­ño, man­te­nién­do­se en el filo de la nava­ja, siem­pre con un pie en el ban­co y el otro en la edi­to­rial. Y con muchas difi­cul­ta­des eco­nó­mi­cas. De hecho, a par­tir de su muer­te se habló de la gran casa que tenía, de los coches. La casa esta­ba hipo­te­ca­da y bas­tan­tes de las cosas de las que dis­fru­ta­ba habían caí­do en manos de los ban­cos. No era oro todo lo que relucía.

Expli­cas en el libro que lo que hizo Janés fue tras­pa­sar su expe­rien­cia como poe­ta a su face­ta como edi­tor., trans­mi­tien­do sen­si­bi­li­dad a este oficio.

Janés con­si­de­ra­ba el libro obje­to como una obra artís­ti­ca. Pone, por un lado, toda la expe­rien­cia que tie­ne, por­que ha pasa­do por el mun­do de la impre­sión, ha adqui­ri­do cono­ci­mien­tos de maque­ta­ción, tie­ne muchas tablas en el tra­ba­jo a pie de impren­ta. Sabe qué se pue­de hacer y qué no y eso le per­mi­te crear, ima­gi­nar mane­ras nue­vas y boni­tas de fabri­car libros. Esa inten­ción de hacer las cosas bien y con unos cri­te­rios esté­ti­cos exi­gen­tes es muy de poe­ta. Cui­da­ba el tipo de papel, mima­ba las por­ta­das. Pro­cu­ra­ba, en casi todos los libros que publi­ca en los años 40, que tuvie­ran algún tipo de deco­ra­ción, nume­ra­ba las pági­nas con un color dife­ren­te, aña­día peque­ños moti­vos, eran libros muy trabajados.

Con­tras­ta, este cui­da­do por el obje­to, hacien­do edi­cio­nes con­si­de­ra­das de biblió­fi­lo, con una épo­ca en la que era muy arries­ga­do comer­cial­men­te debi­do a las difi­cul­ta­des eco­nó­mi­cas por las que esta­ba pasan­do el país.

Tuvo una idea muy bue­na, que fue la de hacer libros bien hechos en la inme­dia­ta pos­gue­rra, por­que en este cam­po no tenía com­pe­ten­cia. Muchos de los libros publi­ca­dos en los años 30, con tapa dura, más cui­da­dos, habían des­apa­re­ci­do. O se des­tru­ye­ron o eran difí­ci­les de con­se­guir en las libre­rías por­que los tex­tos que con­te­nían eran inacep­ta­bles para el Régi­men, por lo que no había nadie que estu­vie­ra hacien­do libros así. En cam­bio se encon­tró con una gran deman­da de la gen­te aco­mo­da­da a medi­da que avan­za­ron los años 40, per­so­nas y fami­lias que que­rían tener en su salón libros boni­tos, encua­der­na­dos en tela o en piel, muy bien hechos. Son estos los clien­tes de Janés. Algu­nas edi­cio­nes se le ago­ta­ban en ape­nas quin­ce días. No sé si eran tira­das muy altas, pero sin duda eran volú­me­nes que tenían gran atrac­ti­vo para mucho públi­co, lo que le per­mi­tió pasar de lan­zar un libro al mes a pro­du­cir muchísimo.

Josep Janés, hacia 1930.

Josep Janés, hacia 1930.

¿Podrías seña­lar algún aspec­to que enmar­ca­ra su mane­ra de trabajar?

Janés tra­ba­ja­ba siem­pre con equi­pos for­ma­dos por los mejo­res pro­fe­sio­na­les, ya des­de los años 30, con gen­te muy joven a la que en algu­nos casos no paga­ba. Duran­te la pos­gue­rra man­tu­vo su filo­so­fía de tra­ba­jo en equi­po. Esta volun­tad de ofre­cer la máxi­ma cali­dad sería una de las prin­ci­pa­les nor­mas que se impu­so, pro­cu­ran­do hacer el mejor libro posi­ble con el menor cos­te. Si nos ate­ne­mos a las obras publi­ca­das, podría des­orien­tar­nos la elec­ción de títu­los y de auto­res si no nos ate­ne­mos a la línea cro­no­ló­gi­ca, a la evo­lu­ción de su tra­ba­jo. Su inte­rés por la lite­ra­tu­ra de humor, por ejem­plo, ya es de antes de la gue­rra, pero en la pos­gue­rra se encuen­tra con el gru­po de La Codor­niz, cuyos tex­tos no ha de tra­du­cir, por lo que los cos­tes son infe­rio­res, y que es un humor que fun­cio­na muy bien, tie­ne bue­na acep­ta­ción. La publi­ca­ción de estos libros per­mi­tía que sus auto­res fue­ran reco­no­ci­dos allí don­de la revis­ta no lle­ga­ba por pro­ble­mas de distribución.

No se cono­ce mucho sobre su poe­sía, debi­do a que ape­nas publi­có, lo dejó casi nada más comen­zar para dedi­car­se a la edi­ción, pero menos sabe­mos de su obra periodística.

Hay algu­nos artícu­los al res­pec­to. Jac­que­li­ne Hurtley, en su libro Josep Janés: el com­bat per la cul­tu­ra, escri­be de su eta­pa de perio­dis­ta, que trans­cu­rre en la segun­da mitad de la déca­da de los 30. Sí, se habla poco. Es muy curio­so que sien­do muy joven, con vein­te años, ya esta­ba diri­gien­do un dia­rio. Esto aho­ra sería poco menos que impo­si­ble. Se expli­ca fácil­men­te cuan­do pen­sa­mos en su pre­co­ci­dad en el mun­do de las letras y la saga­ci­dad que demues­tra para crear equi­pos de tra­ba­jo. Lo vemos en el caso del dia­rio Avui, cuan­do mon­ta el equi­po de redac­ción con gen­te muy joven, pero de gran talen­to. Allí esta­rán Avel.lí Artís-Gener, Pere Cal­ders, fir­mas muy valio­sas, a la lar­ga. Lue­go reafir­mó sus habi­li­da­des con una de sus obras de cabe­ce­ra, la revis­ta Rosa dels Vents, para la que con­si­gue reu­nir a la gene­ra­ción de los gran­des Car­les Riba, Agus­tí Escla­sans, Josep Maria López Picó con los más jóve­nes Mar­tí de Riquer, Igna­cio Agus­tí, él mis­mo como autor, y rese­ñan­do la lite­ra­tu­ra euro­pea más pun­te­ra y nove­do­sa del momen­to. Incor­po­ró a Josep Sol, que fue el pri­me­ro que se intere­só muy seria­men­te por James Joy­ce. Era un equi­po de cola­bo­ra­do­res impre­sio­nan­te. ¿Qué salió mal? Empe­zó a publi­car­la en 1936 y una vez comen­zó la Gue­rra Civil la revis­ta dejó de hacer­se con solo tres núme­ros en la calle. Tam­bién es cier­to lo de su olvi­da­da carre­ra como poe­ta, pero es que, al igual que su face­ta perio­dís­ti­ca, fue muy cor­ta. Apa­re­cie­ron dos poe­ma­rios y cuan­do ya se pudo vol­ver a publi­car en cata­lán des­car­tó la posi­bi­li­dad de reto­mar­lo. Hay un ter­cer libro, en los años 50, pero en reali­dad lo que hizo fue ilus­trar con tex­to unos gra­ba­dos de Emi­li Grau i Sala. Era otro plan­tea­mien­to estético.

Guar­das de «Una hija de las nie­ves», de Jack Lon­don, tra­du­ci­do por L. I. Ber­trán (seu­dó­ni­mo de Lluis Pala­zón) y deco­ra­do por Ricard Giralt Mira­cle. La Vuel­ta al Mun­do en Ochen­ta Libros. Alas­ka, 1949.

Uno de los aspec­tos más apa­sio­nan­tes del tra­ba­jo de Janés es el de las tra­duc­cio­nes, cómo se enfren­ta a ellas y a la cen­su­ra. Escri­bes con deta­lle sobre ello. Y sobre su preo­cu­pa­ción por sacar bue­nas tra­duc­cio­nes a pesar de los incon­ve­nien­tes de la épo­ca. Víc­tor Alba expli­ca cómo le hacía tra­duc­cio­nes des­de la cár­cel. Y en muchos casos no siem­pre eran fieles.

El mun­do de la tra­duc­ción des­de los años 30 has­ta bien avan­za­dos los 60 es, en gene­ral, de una cali­dad más que dis­cu­ti­ble. Se recor­ta­ban los libros en fun­ción de la exten­sión que tenían que dar. Muchas eran abre­via­cio­nes de los tex­tos ori­gi­na­les. Hay algu­nas, sobre todo de obras clá­si­cas, en las que eran más cui­da­do­sos y las encar­ga­ban a bue­nos tra­duc­to­res. Los libros que tra­du­cía Car­les Riba, por ejem­plo. Riba tra­ba­jó con Janés en los años 40, des­de su exi­lio en Mont­pe­llier, y podía con­sul­tar con los auto­res a los que tra­du­cía. Los tex­tos iban y venían, cru­zan­do la fron­te­ra. Si eso no es tener cui­da­do por con­se­guir una bue­na tra­duc­ción que ven­ga Dios y lo vea. Pero, como te decía, eran casos muy par­ti­cu­la­res. Siem­pre había que tener pre­sen­te la cen­su­ra. Algu­nas cosas ya las modi­fi­ca­ba direc­ta­men­te el tra­duc­tor, lue­go inter­ve­nía el edi­tor recor­tan­do o cam­bian­do lo que pudie­ra resul­tar con­flic­ti­vo por cen­su­ra ecle­siás­ti­ca o polí­ti­ca. Si a eso le sumas lo que, final­men­te, toca­ba el cen­sor, del ori­gi­nal a la edi­ción espa­ño­la la dife­ren­cia podía ser abis­mal. Tam­bién es cier­to que se tra­ba­ja­ba muy rápi­do y a veces con una cali­dad de ori­gen muy dudo­sa. Cono­cien­do las con­di­cio­nes de la épo­ca tam­po­co pode­mos hacer crí­ti­ca de ellas, pero sí, en gene­ral, el libro de con­su­mo no tenía unas tra­duc­cio­nes muy correctas.

Pre­ci­sa­men­te, muchas de esas tra­duc­cio­nes se siguen uti­li­zan­do. Qui­zás sea el lega­do que menos se debe­ría considerar.

Que toda­vía estén dis­po­ni­bles y siga­mos leyen­do tra­duc­cio­nes cen­su­ra­das es caro de resol­ver por­que sig­ni­fi­ca vol­ver a tra­du­cir, pero es un pro­ble­ma cul­tu­ral bas­tan­te peno­so. Cual­quier cul­tu­ra que ha esta­do some­ti­da a cen­su­ra ha de supe­rar este pro­ble­ma, como míni­mo con los gran­des tex­tos. Comen­ce­mos por ahí. Ya toca. No se pue­de estar corri­gien­do esas tra­duc­cio­nes ni hacer­lo con los ori­gi­na­les al lado, por­que no se tra­ta de detec­tar qué fal­ta o qué pala­bras ha tacha­do el cen­sor, sino de devol­ver­le el tono a la obra. La tra­duc­ción podía ser acep­ta­ble en su sen­ti­do, pero la vio­len­cia expre­si­va que pue­da tener el tra­duc­tor la ate­nua­ba. Con ellas no se pue­de hacer otra cosa más que vol­ver­las a hacer.

Cubier­ta de «La dona dels meus som­nis i altres aven­tu­res moder­nes», de Mas­si­mo Bon­tem­pe­lli, tra­du­ci­do por Daniel Mª Bru­sés. Qua­derns Lite­ra­ris nº 70 (1935).

Hay un año muy impor­tan­te, 1937, el pri­mer año com­ple­to de la gue­rra, y dedi­cas un buen núme­ro de pági­nas a expli­car lo que se publi­có con oca­sión de la Fies­ta del Libro. Es un momen­to clave.

El perio­do de la Gue­rra Civil lo es, aun­que no se ha abor­da­do de mane­ra deta­lla­da qué suce­dió con el mun­do de la edi­ción. Has­ta cier­to pun­to ese momen­to expli­ca que Bar­ce­lo­na siga sien­do des­de la pos­gue­rra y, pro­ba­ble­men­te has­ta hoy, capi­tal de la edi­ción. Pien­sa que duran­te la gue­rra, en Madrid, que es el otro foco de la edi­ción espa­ño­la, prác­ti­ca­men­te deja de fun­cio­nar la indus­tria edi­to­rial, en par­te por­que momen­tá­nea­men­te des­apa­re­ce el gobierno. En Bar­ce­lo­na se siguen hacien­do libros tan­to en cas­te­llano como en cata­lán duran­te toda la Gue­rra Civil y hay años en los que se publi­ca muchí­si­mo. Y no sólo se publi­can tex­tos de pro­pa­gan­da o dis­cur­sos polí­ti­cos. Apa­re­cen obras de Mer­cè Rodo­re­da. O Los Bud­den­brook, de Tho­mas Mann, con la com­ple­ji­dad aña­di­da de tra­tar­se de una obra volu­mi­no­sa publi­ca­da en ple­na esca­sez de papel. Se hicie­ron edi­cio­nes extra­or­di­na­rias, si tene­mos en cuen­ta el con­tex­to. Inclu­so en 1938, el año de los bom­bar­deos aéreos, se siguen publi­can­do libros. Es una eta­pa de la edi­ción poco cono­ci­da, en espe­cial fue­ra de Cata­lu­ña. Por lo tan­to sí, tenía inte­rés en dedi­car­le más aten­ción al con­tex­to de Janés en esa época.

Fron­tis de la sobre­cu­bier­ta de «Retra­to en un espe­jo», de Char­les Mor­gan, tra­du­ci­do por Alfon­so Nadal. Los Nove­lis­tas de Nues­tro Tiem­po (1957).

A par­tir de los 40, Janés se con­vier­te en un edi­tor inde­pen­dien­te y con cier­ta poten­cia den­tro del sector.

Su pri­mer pro­yec­to es con Félix Ros, pero sí, en 1941 rom­pió con él y mon­tó sus pro­yec­tos. Creo que no le intere­sa­ba figu­rar como edi­tor, dar su nom­bre a una edi­to­rial. Se pre­sen­ta­ba como direc­tor de colec­cio­nes en edi­to­ria­les que no publi­ca­ban otra cosa más que la colec­ción que él hacía. Así fue has­ta 1945, una vez aca­ba­da la segun­da Gue­rra Mun­dial. Tuvo la idea ini­cial de hacer un libro al mes. Y tenía que ser un libro caro que le per­mi­tie­ra vivir has­ta lan­zar el siguien­te títu­lo. Pron­to se encon­tró con una bue­na recep­ción del públi­co que le per­mi­tió hacer cada vez más y más libros.

En deter­mi­na­dos momen­tos es inclu­so el edi­tor de mesa, se invo­lu­cra mucho en sus proyectos.

Era muy fre­cuen­te en la déca­da de los 30. Lo de que ejer­cie­ra de tra­duc­tor ya es más dudo­so. Sos­pe­cho, inclu­so hay algún tes­ti­mo­nio de ello, que lo que hacía en algu­nos casos era coger tra­duc­cio­nes ya hechas antes de la refor­ma lin­güís­ti­ca de Fabra, las adap­ta­ba al cata­lán post-Fabra y eso ya le daba auto­ría, por­que el cam­bio era muy gran­de. Según Luis Caralt, en los años 40 prác­ti­ca­men­te tra­ba­ja­ban solos, o con muy poca ayu­da. A medi­da en que la empre­sa cre­cía, Janés se des­en­ten­dió del tra­ba­jo de mesa y se dedi­có a deci­dir quién hacía qué y cómo sería cada libro.

Para sacar ade­lan­te sus pro­yec­tos recu­rre a nom­bres que hoy son referentes.

Se rodea de gen­te muy bue­na, como Luis Mira­cle o Anto­nio Rabi­nad, por citar a algu­nos. En esa épo­ca, cuan­do les da tra­ba­jo, son bue­nos en el ofi­cio pero pasa­rá un tiem­po has­ta que se les con­si­de­re auto­res repre­sen­ta­ti­vos de la cul­tu­ra. Janés no con­tra­tó a gen­te que tuvie­ra un gran caché, por­que tam­po­co les hubie­ra podi­do pagar. Recu­rrió, sin embar­go, a gen­te de talen­to, como los artis­tas grá­fi­cos de La Llot­ja. Y siem­pre tenía en cuen­ta a quie­nes pasa­ban difi­cul­ta­des, ya estu­vie­ran en el exi­lio o en la cárcel.

Eso era algo carac­te­rís­ti­co en él, duran­te la gue­rra y tam­bién en la posguerra.

Está el ejem­plo de Luys San­ta Mari­na, duran­te la Gue­rra Civil. Gen­te de dere­chas que duran­te la Repú­bli­ca per­ma­ne­ció en la cár­cel y que Janés pro­cu­ró que salie­ra ade­lan­te. Tenía la sen­sa­ción de que las gen­tes de letras esta­ban en un mun­do apar­te y que debían ayu­dar­se unos a otros por enci­ma de las dife­ren­cias ideo­ló­gi­cas. Man­tu­vo fir­me esa idea duran­te la gue­rra y, al aca­bar, com­pro­bó que no era tan fácil y que debía mar­car­se un lími­te. Aún así, no aban­do­nó a Ferran Can­ya­me­res quien, des­pués de su exi­lio en París, regre­só a Espa­ña, mon­tó una edi­to­rial y aca­bó en la cár­cel. Janés le encar­ga­ba tra­duc­cio­nes y otros tra­ba­jos has­ta bien entra­dos los años 50. Esta volun­tad de ayu­dar es una de las vir­tu­des que mejor defi­nen a Janés.

Por­ta­da del pri­mer núme­ro de «Rosa dels Vents» (abril de 1936).

El no poder reto­mar la publi­ca­ción de la revis­ta Rosa dels Vents, ¿fue su gran frustración?

Por supues­to. Tan­to la revis­ta como las edi­cio­nes de Qua­derns Lite­ra­ris, que tras el esta­lli­do de la Gue­rra Civil fue­ron some­ti­dos a cam­bios que no le hicie­ron nin­gu­na gra­cia. Qua­derns Lite­ra­ris se incor­po­ró a Rosa dels Vents man­te­nien­do la con­ti­nui­dad de nume­ra­ción, por lo que los volú­me­nes tenían dos refe­ren­cias numé­ri­cas. Lamen­tó mucho el dejar de publi­car a auto­res en cata­lán. Para­dó­ji­ca­men­te, cuan­do se pudo reto­mar la edi­ción en len­gua cata­la­na, a par­tir de 1946, no tuvo suer­te. Pen­só que los lec­to­res irían detrás de los libros pero no fue así, no hubo una gran res­pues­ta. Miti­fi­có Qua­derns Lite­ra­ris como refe­ren­te. Edi­tar en cata­lán resul­tó ser un pozo sin fon­do en un momen­to en el que, ade­más, se encon­tra­ba con muchas difi­cul­ta­des debi­do a la cen­su­ra. Uno de sus pro­yec­tos fue invo­lu­crar a Joan Sales, crea­dor de Club Edi­tor, para publi­car en cas­te­llano sus éxi­tos en cata­lán. Entre ellos esta­ba Incer­ta glò­ria, del pro­pio Sales, o las obras de Llo­re­nç Villalonga.

Si repa­sa­mos los tipos de géne­ros que publi­ca­ba Janés, pode­mos apre­ciar un refle­jo de lo que real­men­te se ven­de aún hoy en día. Mucha narra­ti­va, lue­go ensa­yo, poe­sía muy poco y por últi­mo teatro.

No ha cam­bia­do mucho, no. Lo que es extra­or­di­na­rio es que Janés, vis­to así, jue­ga a todos los palos. Hay edi­to­ria­les espe­cia­li­za­das en un solo géne­ro. Janés es gene­ra­lis­ta, tan­to hace libros de medi­ci­na, como ensa­yo his­tó­ri­co, memo­rias, nove­la… La pro­por­ción que eso tie­ne en su catá­lo­go es simi­lar a la que pode­mos encon­trar aho­ra en el mer­ca­do, con la coin­ci­den­cia de algu­nos nom­bres a los que publi­có y que per­ma­ne­cen en las librerías.

Cubier­ta de «His­to­ria de una esca­le­ra», de Anto­nio Bue­ro Valle­jo, con pró­lo­go de Alfre­do Mar­que­ríe, dise­ño de Ricard Giralt Mira­cle. Manan­tial que no Cesa, nº 138 (1950).

La lis­ta que ofre­ces bajo el títu­lo «El entra­ma­do Janés» es tre­men­da. Un labe­rin­to de sellos y colec­cio­nes, con títu­los muy curio­sos, como «Manan­tial que no Cesa».

Ahí publi­có His­to­ria de una esca­le­ra, la úni­ca pie­za de Anto­nio Bue­ro Valle­jo que lle­gó a incluir en la colec­ción. Si repa­sas lo que sacó en «Manan­tial que no Cesa», todas eran obras que pen­sa­ba que podrían tener éxi­to, bien por­que la repre­sen­ta­ción tea­tral había fun­cio­na­do, bien por­que hubo una adap­ta­ción cinematográfica.

Otras colec­cio­nes: «La Bote­lla Erran­te»; «El Moni­go­te de Papel», dedi­ca­da al humor, géne­ro que ya has comen­ta­do que era fun­da­men­tal en su catálogo.

Si nos situa­mos en los años 30, en el momen­to en que se for­ma el gru­po de Saba­dell, con Janés como direc­tor y con los tra­ba­jos de Pere Quart, Pere Cal­ders o Artís-Gener, la redac­ción debía ser una olla de gri­llos, un cachon­deo. Se lo pasa­ban muy bien, difí­cil­men­te podía fun­cio­nar como nego­cio, pero era una ter­tu­lia insó­li­ta. El hecho de dis­fru­tar del sen­ti­do del humor y de las rela­cio­nes per­so­na­les tam­bién era algo muy de Janés. Los libros de humor los comen­zó a incluir en su catá­lo­go en los años 30. Fue quien intro­du­jo a Mas­si­mo Bon­tem­pe­lli en Espa­ña. Es el pri­mer edi­tor de Pere Cal­ders, a quien le publi­ca los dos pri­me­ros libros. Cal­ders era una año mayor que Janés y el edi­tor, en un pró­lo­go, escri­be: «Cal­ders es un joven talen­to, muy precoz».

«Las Quin­tae­sen­cias» era una colec­ción muy particular.

Son libros muy boni­tos, muy bien deco­ra­dos. «Las Quin­tae­sen­cias» fue la pri­me­ra colec­ción de un géne­ro poco habi­tual en Espa­ña: el afo­ris­mo. No se tra­ta­ba siem­pre de afo­ris­mos, a veces publi­ca­ba peque­ños frag­men­tos de obras o de auto­res impor­tan­tes Pero la selec­ción de títu­los apa­re­ci­dos y pre­vis­tos era excep­cio­nal, inclu­yen­do a espa­ño­les como Una­muno, Orte­ga y Gas­set a quien no pudo publi­car, Euge­ni d’Ors, y a otros que ya for­ma­ban par­te de su catá­lo­go como Ber­nard Shaw, Rabin­dra­nath Tago­re… Eran peque­ños bre­via­rios repre­sen­ta­ti­vos de gran­des nombres.

Arries­gó con lite­ra­tu­ras no muy publi­ca­das enton­ces, como las nór­di­cas, inclu­so remar­cas la pre­sen­cia habi­tual de voces hún­ga­ras en sus catálogos.

En el caso de la lite­ra­tu­ra nór­di­ca hay una expli­ca­ción, te diré que un poco intui­ti­va. Cuan­do se comien­za a dar el pre­mio Nobel la inmen­sa mayo­ría de los auto­res que lo obtie­nen son sue­cos. O norue­gos, o pola­cos. Estos escri­to­res ava­la­dos por el Nobel Knut Ham­sun, Sel­ma Lager­löf, Alfred von Hedens­tier­na, a quien tra­du­ce Gabriel Miró no son espe­cial­men­te cono­ci­dos has­ta que lo ganan y se les comien­za a publi­car en Espa­ña. El asun­to de los hún­ga­ros tie­ne que ver con el hecho de que tenía­mos en Espa­ña a Oli­ver Brach­feld y a Andrés Revesz, que eran capa­ces de tra­du­cir, tan­to en cas­te­llano como en cata­lán, par­tien­do del hún­ga­ro. Tenían mucho inte­rés en dar a cono­cer a estos escri­to­res, en par­te por inte­rés cul­tu­ral, y en par­te por­que eran los ges­to­res de los dere­chos de autor . Pero sí, es la épo­ca en que comen­za­mos a leer los cuen­tos de Sán­dor Márai en las pági­nas de Des­tino, y a otros narra­do­res a los que hemos redes­cu­bier­to posteriormente.

Ade­más de esas tra­duc­cio­nes de las que hablá­ba­mos antes y que debe­rían dejar de publi­car­se, ¿qué con­si­de­ras lo más des­ta­ca­ble que ha deja­do Janés para el mun­do del libro?

Su filo­so­fía de tra­ba­jo y el bus­car el equi­li­brio entre el libro que se ven­da pero del que te pue­das sen­tir orgu­llo­so; dig­ni­fi­car­lo como obje­to. Creo que es una cosa que con­ti­núa sien­do váli­da. No todo el mun­do sigue estan­do de acuer­do. Los que vinie­ron inme­dia­ta­men­te detrás suyo se inte­re­sa­ron mucho por lo que publi­ca­ban y por cómo hacer­lo. No tenían un inte­rés muy mar­ca­do en cuan­to a ver el libro como obje­to. Me expli­co. La gene­ra­ción que vino des­pués, los jóve­nes edi­to­res con quie­nes ape­nas coin­ci­dió Car­los Barral, Jor­ge Herral­de, Bea­triz de Mou­ra, Esther Tus­quets, ¿qué pro­cu­ra­ban hacer? Publi­car aque­lla lite­ra­tu­ra que has­ta enton­ces no había lle­ga­do. Por lo tan­to tie­nen mucho inte­rés en los auto­res, en los temas, les intere­sa el con­te­ni­do, y menos el con­ti­nen­te. El equi­li­brio que bus­ca­ba Janés ellos lo incli­nan hacia un lado. Y en esto, qui­zás Esther Tus­quets sería una excep­ción. En Lumen inclu­yó algu­na colec­ción «Pala­bra e Ima­gen» en la que sí se preo­cu­pó mucho del obje­to. Tam­bién sus libros infan­ti­les o los de foto­gra­fía eran bue­nos ejem­plos de su preo­cu­pa­ción por la esté­ti­ca, com­bi­nan­do tex­tos de Cela o de Deli­bes con mate­rial grá­fi­co. Esta bús­que­da del equi­li­brio creo que sí es un lega­do apro­ve­cha­ble y que muchos edi­to­res han segui­do. Y un libro digno no nece­sa­ria­men­te ha de ser en tapa dura. Me refie­ro al cui­da­do en la pre­sen­ta­ción, en la legi­bi­li­dad, en que el cuer­po tipo­grá­fi­co sea ade­cua­do, que ten­ga unos már­ge­nes correctos.

Aun­que hemos des­ta­ca­do sus edi­cio­nes cui­da­das, casi de biblió­fi­lo, Janés tuvo inte­rés en sacar libros más ase­qui­bles cuan­do se jun­tó con Ger­mán Plaza.

Con Pla­za, lo intere­san­te fue la crea­ción del Club de Lec­to­res. Se tra­ta­ba de fide­li­zar, algo que ya hizo Janés con Quaderns Lite­ra­ris. Es decir, que el lec­tor se con­vir­tie­ra en sus­crip­tor. De esta mane­ra se ase­gu­ra­ban unas ven­tas pre­vias y podían cal­cu­lar la tira­da en base a esa pre­vi­sión. De su cola­bo­ra­ción lo que le intere­sa­ba a Janés era cre­cer en Lati­noa­mé­ri­ca. Y eso lo podía lograr a tra­vés de Ger­mán Pla­za, que tenía un plan­tea­mien­to muy inte­li­gen­te, muy medi­ta­do y muy bien estruc­tu­ra­do. Es curio­so que ten­ga libros con pies edi­to­ria­les de José Janés Ame­ri­ca­na. Los hacía en Bar­ce­lo­na, era su mane­ra de esqui­var la cen­su­ra, pura y sim­ple­men­te. Nun­ca con­si­guió tener una implan­ta­ción lo sufi­cien­te­men­te bue­na o en con­so­nan­cia con la obra que esta­ba hacien­do en Bar­ce­lo­na hacia Amé­ri­ca. En cam­bio Pla­za era muy bueno en esto, de la com­bi­na­ción podía haber sali­do algo interesante.

Sobre­cu­bier­ta de «Hay una juven­tud que aguar­da», de Fran­cis­co Can­del, con pró­lo­go de Tomás Sal­va­dor e ilus­tra­ción de Joan Geno­vés. Doy Fe (1956).

La muer­te de Josep Janés fue muy tem­pra­na, a los 45 años.

Como edi­tor lle­va­ba des­de 1934, su carre­ra tam­bién fue muy corta.

Nos que­da­mos sin saber has­ta dón­de podía haber llegado.

Eso es hacer fic­ción. Si nos entre­te­ne­mos en ver los pro­yec­tos que tenía en mar­cha y las ideas que que­da­ron pen­dien­tes de desa­rro­llar, pode­mos ver cla­ra­men­te que era muy inquie­to. Habló de crear una colec­ción de las gran­des obras del pen­sa­mien­to uni­ver­sal. Reu­nir en volú­me­nes las tex­tos de cabe­ce­ra. Eso incluía a Joy­ce, pero tam­bién la Biblia, el Corán, Las mil y una noches

Algo pare­ci­do a lo que hizo Círcu­lo de Lec­to­res, con sus colec­cio­nes «Ope­ra Mundi».

Sí, ahí se tra­ba­ja­ron varias colec­cio­nes con gran­des auto­res. Otro de sus pro­yec­tos era selec­cio­nar las gran­des nove­las ame­ri­ca­nas y publi­car­las con foto­gra­fías de los pai­sa­jes, los esce­na­rios de las obras. Era muy afi­cio­na­do al cine, sabía que la ima­gen adqui­ri­ría impor­tan­cia como obje­to esté­ti­co, como arte. Vio que de la con­jun­ción entre la ima­gen y la pala­bra podían salir libros intere­san­tes. Y, como te expli­ca­ba antes, que­ría dar a cono­cer lo bueno y mejor de la lite­ra­tu­ra cata­la­na jun­to a Joan Salas, para abrir a los auto­res en cata­lán un mer­ca­do mucho más amplio, que qui­zás no les per­mi­ti­ría pro­fe­sio­na­li­zar­se, pero al ser tra­du­ci­dos al cas­te­llano obten­drían más públi­co y ten­drían más posi­bi­li­da­des de dar el sal­to a Euro­pa median­te las tra­duc­cio­nes, más allá de lo que el pro­pio Salas esta­ba con­si­guien­do en Fran­cia con algu­nos de los libros de Club Edi­tor. Es lo mis­mo que suce­de aho­ra. Tene­mos el caso de Albert Sán­chez Piñol. Le fue más fácil lle­gar a otros paí­ses a par­tir de la edi­ción en cas­te­llano. Y hay un moti­vo evi­den­te: la posi­bi­li­dad de que las edi­to­ria­les intere­sa­das ten­gan a un lec­tor de ori­gi­na­les en cas­te­llano antes que uno en cata­lán… Salas, en un prin­ci­pio, era reti­cen­te a esa cola­bo­ra­ción pero en las car­tas que se remi­tie­ron ya que­dó cla­ro que esta­ban de acuer­do en poner en mar­cha su asociación.

Josep Janés en su despacho en los años cincuenta.

Josep Janés en su des­pa­cho en los años cincuenta.

Nos que­da cla­ro que en Espa­ña hay dos mane­ras opues­tas y muy mar­ca­das de hacer libros: la que repre­sen­ta Lara y la que repre­sen­ta Janés.

En esta dico­to­mía, quien ven­dría a reem­pla­zar con más éxi­to a Janés cuan­do sale de esce­na es Jor­ge Herral­de. Hay cier­tos para­le­lis­mos con Ana­gra­ma. En la impor­tan­cia que des­de sus ini­cios le dio y por el sus­ten­to que encon­tró en la lite­ra­tu­ra de humor y en Wodehou­se en par­ti­cu­lar. Tam­bién en cuan­to a que, si uno pien­sa en el arque­ti­po de la edi­ción comer­cial, no lo hace tan­to en Pla­ne­ta como en José Manuel Lara, quien ve, enfo­ca y enca­ra la edi­ción como nego­cio, mien­tras que Janés lo ve como una misión cul­tu­ral, un com­pro­mi­so adqui­ri­do y que ha de ver cómo finan­cia. Es lógi­co que Janés y Lara fue­ran gran­des enemi­gos. Sólo hay que tener en cuen­ta dón­de esta­ba cada uno de ellos en 1939: Uno, exi­lia­do en Fran­cia con el Con­se­ller de Cul­tu­ra. El otro, legio­na­rio entran­do en la Dia­go­nal con las fuer­zas de Yagüe. Y por supues­to, tenían visio­nes com­ple­ta­men­te dife­ren­tes de la edi­ción. En el momen­to en que Janés com­pra la edi­to­rial Lara, acción que impi­dió al fun­da­dor de Pla­ne­ta poner­le su nom­bre a otra empre­sa, en una épo­ca en la que las edi­to­ria­les se lla­ma­ban Afro­di­sio Agua­do o Luis de Caralt, remar­can­do el nom­bre del edi­tor, no le debió hacer mucha gra­cia. Muer­to Janés, la pri­me­ra ofer­ta por la com­pra de su nego­cio la hace Lara, bási­ca­men­te para recu­pe­rar su sello. La viu­da de Janés, que pare­cía no tener una opi­nión for­ma­da sobre qué hacer, se dejó con­ven­cer por los emplea­dos para que no acce­die­ra a la ofer­ta. Final­men­te Ger­mán Pla­za, con quien Janés tenía bue­na sin­to­nía, se que­dó con el nego­cio, aun sabien­do que com­pra­ba una empre­sa con muchos pro­ble­mas eco­nó­mi­cos, pero sien­do cons­cien­te de que tam­bién adqui­ría un fon­do edi­to­rial de gran reco­rri­do. Pla­za & Janés man­tie­ne vivo par­te del catá­lo­go. Mau­rois, Wodehou­se, Ham­sun, Zilahi, Falla­da… Hay muchos auto­res de Janés que siguen pre­sen­tes, a veces recu­pe­ra­dos por peque­ñas edi­to­ria­les decla­ra­da­men­te cul­tu­ra­les y con exi­gen­cia esté­ti­ca. No lo esta­ría hacien­do tan mal.

* A dos tin­tas. Josep Janés, poe­ta y edi­tor. Josep Mengual.
Edi­to­rial Deba­te (Bar­ce­lo­na, 2013).

JANÉS EN 5 MUESTRAS

Josep Mengual nos detalla libros y colecciones publicadas por Janés


SI TE HA GUSTADO, ¡COMPÁRTELO!