A todos nos aburre el mundo, pero no todos saben cómo hablar de ello. Por eso, cuando nos detenemos ante la imagen de una cabaña en un bosque, con su aparente tranquilidad, es difícil substraernos a la idealización de la vida solitaria en comunión con los árboles. Aunque ya quedan pocas cosas idílicas que resistan la tensión que supone vivir fuera de cobertura; entre la posibilidad de ver una cabaña en nuestro móvil, y vivir dentro de esa cabaña, no todos escogeremos la segunda, la mayoría nos conformamos con poder echar un vistazo de vez en cuando, desde la seguridad de nuestra oficina.
Pero esta pequeña reflexión es una anécdota irrelevante, comparada con la variedad y profundidad de ideas que la escritora canadiense Jocelyne Saucier ofrece en su último libro, Y llovieron pájaros (publicada originalmente en francés en 2011). La novela retrata un año (y un mes) de la existencia de tres ancianos que han decidido apartarse del mundo cuando ven que este no les proporciona nada nuevo, y lo que es peor, sienten que ellos tampoco tienen nada que aportar. Esta huida al interior de un bosque negro (en plena recuperación tras el Gran Incendio de Matheson, acontecido en julio de 1916, un año lleno de desgracias para el país), y el extraño orden secreto entre estos habitantes se ven sacudidos por la aparición repentina, casi espectral, de dos mujeres: la más joven es una fotógrafa en plena crisis creativa que busca a un tal Boychuck, el último superviviente de una catástrofe natural (que tuvo un terrible eco en los incendios de 2016 en Ontario), la otra es una anciana de ochenta años rescatada de un centro psiquiátrico que responde al nombre inventado de Marie-Desneige. Con estos pocos elementos, Saucier nos presenta una instantánea tan alucinada como sobria, también rabiosamente intimista, o una copia en negativo, de esa imagen de la cabaña en el centro de un bosque.
¿Hay en su libro una celebración de la soledad? ¿Cree que la vejez de los personajes les protege de alguna forma?
Si esta novela es una oda a algo, debería serlo a la libertad. La libertad de vivir y morir de acuerdo con una ley propia. Notará usted que todos mis personajes viven en alguna forma de ilegalidad, y que lo están haciendo muy bien. En ese sentido, esta es una novela ciertamente transgresora.
Cuando me sumergí en esta novela, no creía que me llevaría a explorar los caminos de la libertad, la vejez, la amistad, el amor… todo lo que conforma la vida de mis personajes. En eso consiste la belleza de la novela, tanto en la escritura como en la lectura, en llevarnos por caminos desconocidos.
En el fondo, quería hacer una novela sobre la desaparición. Me di cuenta de que mis novelas anteriores trataban de desaparecer. En cada una de mis novelas hay un personaje que desaparece y provoca una ruptura en la vida de las personas que se han quedado atrás. La novela fue construida sobre esta premisa.
Así que, quería ver qué sucedía con el vacío. Y como vivo en Abitibi, una región de bosques, lagos y ríos, era natural para mí que mis personajes desaparecieran en el bosque. Pero no sabía lo que me esperaba. Fue la propia novela quien me llevó a explorar temas como la libertad y la vejez. La vejez y la libertad están íntimamente conectadas, algo que no es tan sorprendente. La vejez es esa etapa de la vida en la que nos liberamos de nuestras obligaciones, nuestras responsabilidades y ambiciones y en la que estamos dispuestos a vivir todos los grandes y pequeños placeres que nos ofrece la vida, porque sabemos que podemos desaparecer en cualquier momento.
¿Qué le motivó a buscar, como narradora, la historia de Boychuck?
Mis tres ermitaños del bosque tienen sus propias razones para elegir esa vida. Charlie es un amante de la naturaleza, Tom es un borracho que huye de la trabajadora social que quiere su felicidad dentro de un hospicio, y el tercero era, en cierto modo, un hombre que huía de su vida, que había sufrido demasiado para vivir en sociedad. Me preguntaba qué le había hecho tanto daño. Fue entonces cuando me vino a la mente el Gran Incendio en el norte de Ontario. Y así es como Boychuck se convirtió en este hombre habitado por todo ese sufrimiento del que había impregnado durante los seis días en que vagó entre cenizas humeantes. Lo que no sabía era que los Grandes Fuegos ocuparían prácticamente toda la historia. Es otra de las grandes sorpresas que encierran la escritura de una novela.
¿Hay alguna forma de simbolismo en la figura de los pájaros?
En absoluto. Las aves morían cuando el Incendio en pleno vuelo, por falta de oxígeno y por el calor extremo. «Caían como moscas», me contó una anciana, hija de un superviviente del Gran Incendio. Esa frase se me quedó grabada en la cabeza: los pájaros caían como moscas, como la lluvia… llovían pájaros. Así fue como me llegó el título de la novela.
¿Cómo se decidió por la forma de retirada del mundo que describe en su libro?
Siempre me sorprende que me pregunten sobre la naturaleza de la escritura, una corriente literaria en la que ninguna de mis novelas encaja. Porque lo que me interesa no es tanto la naturaleza o el bosque como las personas que viven allí. Notará, además, que no hay ningún pasaje que ensalce o mitifique la belleza de la naturaleza en Y llovieron pájaros. Mis ermitaños del bosque tienen un conocimiento íntimo del bosque, viven allí todos los días, es un hecho y no se lo plantean.
¿Qué, o quién, le inspiró a crear el personaje de Marie-Desneige? ¿Un familiar, quizá?
Tuve a una tía internada a los 16 años, que falleció a los 87 años en una residencia de expacientes psiquiátricos. Yo no la conocía, por así decirlo, casi nunca se habló sobre ella en mi familia. Hace unos diez años, la visité en su residencia y descubrí en una habitación pequeña a una mujer inteligente, lúcida, y consciente de que le habían robado la vida. Tras regresar de este viaje (de más de 1.000 km), me dije que recuperaría parte de la vida que ella no tuvo.
Cuando vi aparecer a Marie-Desneige en Y llovieron pájaros, supe que estaba cumpliendo la promesa que me hice. Pero mi tía Marie-Ange aún no sabía que yo era novelista y que ella se había convertido en personaje.
Aunque quedaría mucho que decir sobre Marie-Ange / Marie-Desneige, le contaré esta breve historia:
En el verano de 2010, cuando estaba dando toques finales a Y llovieron pájaros, tuve una última conversación telefónica con la tía Marie-Ange. Ella estaba hospitalizada, a punto de morir. Le dije que había escrito esta novela y que se la dedicaría. Era, le dije, mi forma de rendir homenaje a la mujer que era, una mujer que había mantenido su integridad a pesar de todo lo que había vivido. Ella dijo que así, todas las personas que abrieran las páginas del libro, al ver su nombre, pensarían que alguien así existiría.
Es por eso que quise reservar unos años de felicidad a Marie-Desneige para el final de la novela.
¿Por qué situó la historia en los bosques del norte de Canadá?
Sencillamente porque es mi entorno. Vivo en el norte de Quebec, en una provincia francófona de Canadá, en un área llamada Abitibi, una región separada del resto de Quebec por una gran pantalla de bosque. Abitibi era un territorio Algonquin. La incursión blanca comenzó hace apenas un siglo. Es un territorio dos veces más grande que Bélgica, pero de solo 150.000 habitantes. Esto significa que, matemática y teóricamente, a cada lugareño de Abitibi le corresponde medio kilómetro cuadrado. Cuando uno disfruta de un espacio vital tan grande, tiene la impresión de estar en posesión de su propio rincón del planeta. Lo que le da una extraordinaria sensación de libertad. No es sorprendente que libertad sea una palabra clave de mi última obra.
*Foto de cabecera: Jocelyne Saucier (©Andrew Kovalev/Gallimard).
.Y llovieron pájaros (Il pleuvait des oiseaux).
Jocelyne Saucier.
Traducción de Luisa Lucuix Venegas.
Minúscula (Barcelona, 2018).