Con Jenn Díaz no caímos en la tentación de hablar sobre generaciones literarias, pero iniciamos nuestro encuentro haciendo referencia a una de las cuestiones (¿inevitables?) que siempre surgen cuando se la cita: la edad. El caso es que con Es un decir (Editorial Lumen, 2014), su cuarta novela publicada, reincide en el ruralismo, ambientado en la época de posguerra, y con una protagonista infantil repleta de dudas al fallecer su padre en extrañas circunstancias, y que va resolviendo a medida que nos adentramos en las historias de la familia.
Aunque suene extraño, con Jenn Díaz nos ha resultado muy fácil romper lo que en el teatro se conoce como «la cuarta pared», esa barrera entre el personaje y quien lo interpreta —o lo escribe, en este caso—. Su familia y, especialmente, el entorno rural de Puebla de la Calzada (Badajoz), en el que pasaba los veranos de infancia, han dejado poso en su quehacer narrativo.
Lo de la edad, a veces me perjudica
y otras me abre camino
Hace un rato me encontré con un compañero periodista y al decirle que iba a hablar contigo me ha respondido «Ah, sí, Jenn Díaz, esa escritora tan joven». ¿No estás harta de que se insista aún con lo de tu juventud, como si fuera algo atípico publicar y empezar a despuntar como escritora a tu edad? Por citar un referente, a la Matute le hicieron su primer contrato a los diecisiete años…
… ¡y lo tuvo que firmar su padre! Se presentó en la editorial a lo groupie. No solo eso, con mi edad algunos ya estaban en editoriales grandes. La Matute comenzó en Destino. Clarice Lispector publicó a los diecinueve. Cuando saqué Belfondo me faltaba un mes para cumplir los veintitrés y tampoco me pareció raro. Muchas escritoras han empezado con mi edad. Y poetas, aún más jóvenes. Es algo que me molesta y no. Hay veces que me sirve para abrir puertas, porque lo prematuro parece que se ve mejor, por el hecho de que poder publicar siendo joven me augura un futuro, es como que esto acaba de empezar y vamos hacia arriba. Pero quizás al lector final le pueda molestar. Me encuentro con las dos cosas, a veces me perjudica y otras me abre camino. Sobre todo combinado con historias que reflejan una época que no es la mía. Se destaca que escriba sobre otro tiempo habiendo «vivido en democracia», algo que tampoco me acaba de sonar muy bien. La combinación es algo exótica y sirve como reclamo para algunos sectores.
Lo que sí es cierto es que con Belfondo nos pillaste con el paso cambiado. Cuando se publicó la gente de tu edad parecía que estaba más preocupada por experimentar con la narrativa alejándose de lo tradicional. Y de repente apareces con una novela que en cierto modo reivindica, ya me dirás si intencionadamente, una manera de contar historias con referentes muy claros que has ido absorbiendo a través de tus lecturas.
La verdad es que no se trataba de reivindicar porque la escribí dos o tres años antes de que se publicara y lo hice sin saber que iba a salir. Ni siquiera tenía la sensación de que estaba escribiendo un libro. Tenía mi blog, subía los cuentecitos y me estaba divirtiendo con ello. Como todo lo que leía era sobre esa época era lo que me llamaba a escribir. Si lees poesía te pones a escribir poemas. Todo lo que se me ocurría entonces estaba ambientado en la época sobre la que estaba leyendo.
Te impregnas de lo que lees.
Totalmente, además tenía el pueblo de mis abuelos, Puebla de la Calzada, al que iba cuando era pequeña, pero que no está ni mucho menos estancado en la posguerra ni hay tantísimo atraso como se muestra en las novelas. Hay móviles, internet. No encuentras edificios pero sí casas un poco más altas. El piso que tienen mis abuelos está en un edificio de tres plantas, ya no es tan rural como pueda ser Belfondo o el pueblo de Es un decir. Pero me agarré a mis lecturas. Cogí Nubosidad variable y los siguientes libros que leí fueron todos los de Carmen Martín Gaite. En medio no leía nada más. Todo un verano leyendo a Gaite. Cuando se me acabó me dije ¿y ahora qué leo? Tampoco tenía gente que me dijera por dónde tirar. Como la comparaban con la Matute comencé a leerla. Después, en El cuento de nunca acabar, un ensayo de Martín Gaite, escribió sobre el plagio citando a Natalia Ginzburg, así que me fui a por ella. Además, descubrí que Querido Miguel estaba traducido por Gaite y empecé con ese. Y así fui descubriendo a más autoras, pero siempre en la línea de Gaite, construyéndome una red. Delibes también, pero era un autor que leí en el instituto y en ese momento no estaba por la labor. Más tarde me compré un libro de José Luís Peixoto que me fascinó, El cementerio de pianos. En la faja hacían referencia a Juan Rulfo, a José Saramago y a José Donoso. No conocía a Donoso. Entonces tiré por ahí, en plan psicópata, buscando en librerías de segunda mano. O sea que a veces las fajas ayudan. En la de Es un decir citan a Rulfo, Gaite y Matute. Dentro de unos años alguien a quien le guste la Matute quizás llegue a mis libros gracias a esa información y descubra que hay una afinidad.
O viceversa.
Sí, claro, ¿por qué no? En mi caso siempre acertaba, iba sobre seguro, todos estaban relacionados entre sí, en su ruralidad, en la época, en el tono de voz. Tanto la Matute como Martín Gaite incidían en el paso infancia-adolescencia y a mí sólo se me ocurrían ese tipo de historias. Cuando leía suplementos o blogs no entendía cómo la gente podía ser tan torpe, porque yo libro que leía libro que me maravillaba. Ahora ya no es así porque estoy pendiente de las novedades y no sigo una línea lógica.
Con Martín Gaite, Ginzburg y la Matute
fui construyéndome una red de autoras
Belfondo era una obra muy coral y en Es un decir encontramos un microcosmos aún más reducido que el de aquel pueblo, prácticamente una familia y algún personaje que interviene en la historia. ¿Tenías la necesidad de desentenderte de esa coralidad para centrarte en unos personajes principales y profundizar en ellos?
Sí, sólo es eso. Era mi obsesión. Antes de Belfondo había escrito los cuentos de Bergai, que remite de nuevo a Gaite, y era un libro muy extenso, podía haber seguido escribiéndolo porque no se acababa. Al ubicarlo en un pueblo cada día inventaba un personaje, lo relacionaba con otro… Después de hacer esto en dos novelas —Es un decir fue lo que escribí después de Belfondo, por eso aún es tan rural— tuve que parar, porque sentía que no eran novelas, sino un conjunto de cuentos entrelazados y esto no me hacía escritora de novelas. Mi obsesión era reducir el número de personajes y profundizar en ellos. Acompañarlos durante toda la novela y no soltarlos, porque me llegó a ocurrir en Belfondo que hasta se me olvidaban los nombres de los personajes. Para Es un decir empecé con Mariela y quería seguir con la abuela y quizás con la madre, hacer las tres generaciones, pero Mariela adquirió mucha fuerza y saqué de la ecuación la voz de la madre. No era un personaje irrelevante pero decidí exponerla a través de la abuela y de la niña.
Me gusta la estructura de las tres partes. La primera en la que Mariela nos expresa sus preocupaciones ante cosas que no entiende, que no sabe, que no conoce, muy llena de dudas; la segunda parte con la abuela que, supongo que ya te habrán comentado, recuerda a Delibes y a su Cinco horas con Mario; y la tercera parte en la que Mariela ya sabe cosas y nos las explica. Estas tres patas de la mesa hacen que la novela tenga una unidad muy consistente. ¿Cómo las trabajaste?
La tercera está reescrita totalmente. Al recuperar del cajón «El papel de la noche», su título en la primera versión, había hecho la primera parte, la segunda, que prácticamente quedó igual que como la escribí, y la tercera que funcionaba como resolución, recogiendo todas las preguntas y dándoles respuesta. Pues no, lo había resuelto todo fatal. Me di cuenta al releerlo tres años después. Ya había leído más libros alejados del ambiente rural, exploré literatura fuera de esta linea. Y me pareció que había sido muy ingenua en muchas cosas. La primera parte la limpié muchísimo. El libro tenía 250 páginas, más o menos. La tercera parte era horrible, la escribí de nuevo con los ingredientes que quedaron de las otras dos, intentando que no se notara que habían transcurrido tres años desde la primera versión, y que me había dedicado a otras cosas en ese tiempo. Para darle esa unidad que decías, tuve que cambiarle el final, tenía otro del que ni me acuerdo. Ese cambio me permitió ser más sutil en las dos primeras partes, ya que en ningún momento lo anticipo. Y está oculto sin querer, sencillamente porque la resolución pasó a ser otra que en el momento de escribirla no conocía. Todo lo que fui incorporando en esta tercera parte lo agregué a modo de insinuación en las otras dos. Era un puzle. La dificultad estaba en que no la empecé de nuevo desde cero, si lo hubiera hecho así todo hubiera fluido de otra manera, pero como la había roto tuve que recomponerla. Me resultó caótico porque siempre he escrito de manera lineal, de la primera a la última página.
Mi única ambición es que
el proceso creativo sea más lento
Dices que, además, escribes muy rápido. ¿Necesitas que el texto repose esos dos o tres años para luego retomarlo en frío?
Con El duelo y la fiesta y Mujer sin hijo no sucedió así, porque las publiqué enseguida. Ahora escribo a mano para ir más despacio, con el ordenador me acelero, tecleo como una histérica. A mano me calmo, soy más lenta y hago revisiones más minuciosas, tanto al volcar lo escrito, que me obliga a leerme mecánicamente, como luego corrigiendo. Mi única ambición en este sentido es que el proceso sea más lento. La primera parte del proceso me tiene que salir rápido porque si me paro no soy capaz de seguir, pero la revisión necesito que sea lenta, es lo que busco. Estoy escribiendo cuentos y marco esa distancia de tiempo entre lo que escribo y la revisión para limpiarme del texto. De todo esto me di cuenta con Es un decir. Había cosas que hace tres años era incapaz de borrar, me sentía muy intima con este libro. Fragmentos que, aunque no fueran buenos, eran muy míos. Al tomar distancia y con otros proyectos en medio, fui capaz de eliminar cosas que no funcionaban. Así que continúo con este método, a ver si funciona, porque si no, no sé cómo lo voy a hacer…
Bueno, está funcionando, ¿no?
Sí, pero por ejemplo Mujer sin hijo, que la he escrito a mano, tiene otro tono, me permite ser más poética. También es verdad que la primera persona se dispara, es muy diferente. Con la tercera persona te puedes recrear, entrar y salir del personaje. Es una cosa muy instintiva. Y más con una voz de niña, que yo, habiendo leído tanto ese tipo de literatura, la tenía como muy dentro.
Es uno de los aspectos en los que me fijo siempre, el trabajar con la voz narrativa en primera persona, darle naturalidad, que no se lea como muy literario, pero cuidando la manera en que se expresa.
Es un equilibrio complicado. No me esfuerzo en buscar vocabulario, lo que me interesa es hacer algo que tenga cierta oralidad, así que para qué voy a buscar sinónimos raros.
En la parte de la abuela se nota especialmente, cuidas el lenguaje para que se note descuidado.
La maestra en esto es Natalia Ginzburg. Me sale bastante natural porque mi abuela habla como la de la novela. Cuando voy al pueblo las hermanas de mi abuela también hablan así. Pensé que tenía que ser Cinco horas con Mario, o Retahílas de Martín Gaite, pero también debía sonarme a lo que yo sé, porque Delibes y Gaite hablaban sobre su hoy y no les costaba utilizar un vocabulario que ya tenían. Yo no tengo vocabulario rural ni ese toque de mi abuela. Adapté la forma pero utilizando los recursos que conozco a través de mi abuela para que se note natural.
En los diálogos entre la madre y la abuela de Mariela se percibe esa manera de decir.
Por suerte en mi casa se habla así. Si hubiera nacido en una familia de intelectuales sería incapaz. Me salgo de esos prejuicios, porque nunca he intentado ser intelectual ni he vivido en un ambiente que lo propiciara, y a estas alturas tampoco lo voy a buscar, he encontrado una manera de canalizar la cultura que pueda tener. Leo a Virginia Woolf y pienso que soy incapaz de escribir como ella, pero leo a la Matute, me gusta, y aunque me veo incapaz de llegar a su nivel me puedo acercar.
Hay asuntos con mucha presencia en la narración que me han hecho reflexionar sobre el personaje de Mariela. Cuestiones como el factor de la ligereza y el peso. Ella se describe continuamente cono una chica flaca, frágil, pero sin embargo carga con un peso emocional tremendo por la muerte de su padre, el comportamiento de la abuela o la desconexión de su madre.
Por eso la expresión de «nieta mojada», «hija mojada», «pelo mojado»… Supongo que eso es lo que le da peso a su cuerpo flaco. Es verdad que carga con muchísimas cosas que en realidad no le tocan, nadie le carga con eso. Mariela se siente responsable de todas las cosas que no sabe. Cualquier niño, ante el dolor, se refugia en otro tipo de cosas y no pasa por ese proceso de búsqueda. Pero creo que yo era un poco así. Tenía un punto infinitamente menos lúcido que Mariela, pero en mi casa había cosas que yo no sabía. Y tampoco preguntaba. Tengo una hermana diez años mayor a la que podría haberle preguntado cosas, pero no lo hacía y me quedaba con la antena puesta. Es un recurso que he utilizado al escribir, lo de que algo se me está escapando, hay una parte que yo no sé con la que todos cuentan. ¿Sabes cuando están hablando de algo, tú lo estás entendiendo en su contexto, pero sabes que hay algo que no controlas? Esa sensación que te crea el estar en la superficie de todo y que no estás profundizando en nada es algo que yo vivía. Por ejemplo, mis hermanos son de otro padre. Yo a mi padre le llamaba «papa» y ellos Ramón. Y no preguntaba el porqué pasaba eso. Desde pequeña había sido así, una niña de cinco años no se lo plantea, con seis tampoco, pero con nueve dice «qué raro suena esto». Cuando empecé a tener la mosca detrás de la oreja mi hermana me suelta «es que yo tengo otros hermanos», y le dije «¿cómo? ¿Me tomas el pelo?». Y no era un secreto, mi madre tenía la custodia y durante la semana mis hermanos estaban con nosotros, lo vivía de forma natural. Y encima los fines de semana me iba con mi abuela, así que cuando se iban con su padre yo no lo veía. Estaba organizado perfectamente para que no me enterara. Pero no lo hacían expresamente para ocultármelo, lo daban por hecho porque todos lo sabían. Cuando preguntaba según qué cosas me decían «Ya lo sabrás cuando seas mayor». Claro, a mí luego se me olvidaba si no salía el tema. Sin ser un libro autobiográfico, estas sensaciones que tiene Mariela sí las he reutilizado partiendo de mi experiencia personal.
En algunas familias el hombre es la excusa
que tiene la mujer para ser madre
Conectas mucho con la gente que se ha rodeado de una familia que ha vivido en la posguerra. Me has hecho recordar aspectos de mi propia familia, como la figura paterna, cuando explicas que los hombres se comportan de manera diferente dependiendo de si están dentro o fuera de casa, o ese pasaje en el que Mariela cuenta que su padre tenía un rincón en casa donde se sentaba y prácticamente permanecía inmóvil.
Generaciones más tarde, incluso en algunas familias depende de la educación que hayan recibido, el hombre es la excusa que tiene la mujer para ser madre, para lo demás es irrelevante. El padre toma una postura de lo más cómoda, pero es algo que a la mujer ya le va bien. Mi hermana, sin ir más lejos, pecaba de eso, su primer marido era torpe con los hijos. Ella se había organizado de tal manera que dejó al margen al marido. Y a él ya le iba bien. Y eso pasaba mucho. Mi abuelo no sabe cocinar. Y ahora nos puede parecer raro pero sigue pasando. Cada uno asume tanto su rol que no se mete en el papel del otro. Mi bisabuela vivía con el hijo que se había quedado soltero. Se iba por la mañana al campo y cuando volvía se sentaba en su sillón, se ponía los toros y ya está. A veces se quedaba dormido y ni te dabas cuenta. Era una figura que mi bisabuela tenía ahí, y ya le iba bien contar con un hombre en casa.
Te habrás dado cuenta de que me estás contando asuntos de familia, pero en el fondo hablas de Mariela y del libro…
Sí, sí, es que está ahí reflejado de una u otra manera. Todo eso no lo he vivido tan en primera persona, pero iba al pueblo en verano y pasaba allí un mes. Era pequeña, y cuando llegaba a la casa preguntaba si podía ver dibujos animados y me decían «no, que el tío José está viendo los toros». Y ahí no se veía otra cosa. Y así nos quedábamos, viendo los toros que nos importaban un pimiento. Y hablando bajito, para no molestarle. Y nadie se cuestionaba que se pudiera hacer otra cosa. Cuando por la mañana se iba al campo a trabajar, yo me sentaba en su sillón a ver dibujos. Al regresar, le devolvía el sitio. A veces me dicen que los hombres en esta novela están ausentes y son como los malos, pero eso es lo que he visto. Ahora no, pero es que la novela está ambientada en otra época. Y los hombres, en lugares como Puebla de la Calzada, son todos así.
Para terminar, cuéntame lo de la revista Matrices que acabas de crear.
Ha surgido de la necesidad y por un impulso. Justo ese viernes tenía la intención de pasarme el día leyendo a Carson McCullers. Pero cuando abro el ordenador se me fastidia el plan. Además, si sigues a la gente adecuada en las redes sociales te tocan la fibra, porque siempre van a poner algo que te va a interesar. Vi tres o cuatro cosas muy heavys, como que el tercer premio de un concurso de poesía femenina era un tratamiento de belleza, cosas tremendas. Quise hacer algo con toda esta información pero en JotDown no me voy a poner a hablar de esto, en mi blog no hago denuncia porque tengo muy pocas visitas y en el blog Mujeres de El País tardan un tiempo en publicar mis textos porque allí escribo sobre cultura, no sobre actualidad. Tenía la sensación de que debía denunciar de alguna manera todo eso y como no tenía el medio me puse a crearlo. Al llevar varios años escribiendo sobre estos temas, vinculados a la cultura, sobre escritoras, poetas, personajes femeninos, conservo mucho material, así que decidí reutilizarlo añadiendo alguna entrevista a alguien que sé que me va a contestar inmediatamente, cogiendo un poema de Sara Herrera, que sé que no pondrá ningún problema a que le publique un inédito, retomando unas cosas y otras, escribiendo textos sobre esta injusticia que quiero denunciar y lanzarla. Y estoy tan psicópata que ya tengo como siete portadas para otros tantos números. Ya estoy escribiendo el segundo. Y esta vez lo prepararé con más calma.
* Foto de Jenn Díaz: © Dani Pérez
* Es un decir. Jenn Díaz.
Editorial Lumen (Barcelona, 2014).