Hannah Kent

Ésta es una nove­la que ver­sa sobre la muer­te. Sobre la espe­ra de una muer­te segu­ra, dic­ta­mi­na­da por los hom­bres y sus leyes, basa­da en la injus­ti­cia de los pre­jui­cios y en la repro­ba­ción hacia los valien­tes que ultra­jan las nor­mas socia­les impe­ran­tes. Ésta es tam­bién una nove­la sobre la fuer­za de un ser humano, Agnes Mag­nús­dót­tir, la últi­ma mujer eje­cu­ta­da en Islan­dia, en 1830. Agnes, la sir­vien­ta, la poe­ta, la sana­do­ra, que se apo­de­ra len­ta­men­te de la memo­ria del lec­tor para crear una hue­lla imbo­rra­ble en ella. La fusión entre la pre­sa que espe­ra la hora de su eje­cu­ción y el pai­sa­je islan­dés, mag­ní­fi­co y terri­ble, se des­bor­da en ver­sos de saga, con­vir­tien­do las pági­nas de Ritos fune­ra­rios (Alba Edi­to­rial, 2014) en una cele­bra­ción de la Natu­ra­le­za, fie­ra y virtuosa.

Han­nah Kent (Ade­lai­da, 1985) obtu­vo por ésta su pri­me­ra nove­la, basa­da en una his­to­ria real, el Wri­ting Aus­tra­lia Unpu­blished Manus­cript Award y el Pre­mio del Públi­co de los Vic­to­rian Pre­mier Lite­rary Awards, logran­do, por la belle­za y fuer­za de su narra­ti­va, ser tra­du­ci­da a vein­te idio­mas. Ade­más, Ritos fune­ra­rios será lle­va­da al cine en una pelí­cu­la pro­ta­go­ni­za­da por Jen­ni­fer Law­ren­ce.

Kent nos imbu­ye en la piel de una mujer que, rodea­da por el humor cam­bian­te de la cli­ma­to­lo­gía islan­de­sa, con­ver­sa con­si­go mis­ma en el lugar don­de ha sido reclui­da: una gran­ja fami­liar en Korn­sá, en el lími­te del Círcu­lo Polar Árti­co. Allí, la cria­da Agnes, acu­sa­da de un doble cri­men, y espe­ran­do su eje­cu­ción, se nos des­ve­la­rá como una soña­do­ra sen­si­ble que pla­ti­ca con el pai­sa­je; aman­te apa­sio­na­da; tras­gre­so­ra de las orde­nan­zas de los pre­bos­tes, tan dis­tin­tas de las de Dios. Ence­rra­da con la fami­lia del algua­cil comar­cal, a la espe­ra de la caí­da del hacha, su úni­co con­fi­den­te será el reve­ren­do Tóti Jóns­son, des­ti­na­do a expur­gar los peca­dos de su alma.

Entre­vis­ta­mos a Han­nah Kent en Madrid. La usual pre­gun­ta-res­pues­ta se con­ver­ti­rá en una lar­ga con­ver­sa­ción acer­ca del mag­ne­tis­mo de Agnes, del deber del aire, que con­sis­te en apa­gar­se en los vie­jos y cre­cer­se en los jóve­nes. Habla­re­mos de lo anti­na­tu­ral que es la fuga del oxí­geno por la yugu­lar tras un hacha­zo, que­dan­do huér­fano de trá­quea, asom­bra­do, inde­ci­so ante un suce­so anti natu­ra. Rene­ga­re­mos, auto­ra y perio­dis­ta, de una deci­sión toma­da hace siglos, como si nues­tra admi­ra­ción por Mag­nús­dót­tir pudie­ra aún salvarla.

Mi pri­mer con­tac­to con Mag­nús­dót­tir fue
a tra­vés de la líri­ca y de las sagas islandesas

Al inves­ti­gar el entorno de la nove­la, lo pri­me­ro que encon­tré fue­ron unas fotos toma­das por usted, rea­li­za­das en el lugar en el que Agnes fue eje­cu­ta­da, en Pris­ta­par, y que los lec­to­res pue­den visua­li­zar al final de la lec­tu­ra de este encuen­tro. ¿Fue ahí don­de se le reve­ló Mag­nús­dót­tir como personaje?

Esas foto­gra­fías las reali­cé cuan­do ya esta­ba escri­bien­do el libro. Visi­té por pri­me­ra vez las tres coli­nas don­de Agnes fue eje­cu­ta­da cuan­do lle­gué a Islan­dia en un inter­cam­bio estu­dian­til que reali­cé cuan­do tenía die­ci­sie­te años. Mi fami­lia de aco­gi­da me lle­vó allí y me con­tó su his­to­ria, que es bas­tan­te cono­ci­da en Islan­dia. La leyen­da me impre­sio­nó y ahí empe­cé a sen­tir curio­si­dad por el per­so­na­je. La figu­ra de Agnes Mag­nús­dót­tir siem­pre estu­vo uni­da al pai­sa­je de la isla, que tie­ne una enor­me capa­ci­dad para embru­jar al visi­tan­te. Lo que me rela­ta­ron acer­ca de ella y de la tie­rra islan­de­sa fue­ron deter­mi­nan­tes para empe­zar la nove­la. Más tar­de, vol­ví en otras oca­sio­nes a la isla para reca­bar infor­ma­ción. En una de esas visi­tas, regre­sé a ese lugar don­de aca­bó la vida de Agnes, don­de empe­zó todo para mí.

Cuen­ta usted que tar­dó dos años en encon­trar la «huma­ni­dad» de Agnes, esa mujer que sólo inti­ma­ba con el reve­ren­do Tóti y con el pai­sa­je. Dos años de inves­ti­ga­ción en archi­vos parro­quia­les de Islan­dia, en car­tas y poe­mas, en docu­men­tos de la épo­ca. ¿En qué momen­to tuvo la epi­fa­nía y Agnes apa­re­ció para acom­pa­ñar­la, la tre­men­da Agnes, con sus pasio­nes y calamidades?

Des­de la pri­me­ra vez que me habla­ron de ella, sen­tí que la había cono­ci­do des­de siem­pre. Para aprehen­der al per­so­na­je, antes que nada, escri­bí un poe­ma muy lar­go, en pri­me­ra per­so­na y en pre­sen­te. Me di cuen­ta de que era la mejor mane­ra de lle­gar has­ta ella. En esos ver­sos, sólo apa­re­cía Agnes, nin­guno de los demás per­so­na­jes esta­ba allí. Así que pen­sé que ella mere­cía una his­to­ria de fic­ción, sólo ella. Empe­cé a inves­ti­gar en los archi­vos y ya entré en la «his­to­ria ofi­cial». Pero mi pri­mer con­tac­to con Mag­nús­dót­tir, que ade­más de sir­vien­ta era una mujer letra­da, fue a tra­vés de la líri­ca y de las sagas islan­de­sas, pero, sobre todo, a tra­vés de mi visión poé­ti­ca de ella. Algo lógi­co habién­do­me ena­mo­ra­do de Islan­dia y de su cul­tu­ra tan arrai­ga­da en las letras y en lo oral.

En Islan­dia hay personas
que sólo hablan en verso

La otra pro­ta­go­nis­ta de la nove­la es Islan­dia. ¿Qué tie­ne la isla de poé­ti­co y qué tie­ne de trágico?

La poe­sía, en Islan­dia, va mucho más allá de la tra­ge­dia. La poe­sía envuel­ve la isla. Las sagas no apa­re­cen sólo en los libros, la pobla­ción las usa para todo: para con­ver­sar, para pelear­se, para que­rer­se. Inclu­so hay algu­nas per­so­nas que sólo hablan en ver­so. La poe­sía está muy meti­da en el pue­blo de Islan­dia. Qui­zá por­que les rodea un pai­sa­je difí­cil de asu­mir, arti­cu­lar y enten­der, un pai­sa­je cruel de lava y nie­ve. Pue­de que la poe­sía sea el arma que tie­nen los islan­de­ses para afron­tar ese paisaje.

Recuer­do en las nove­las de Arnal­dur Indriða­son his­to­rias sobre las furio­sas tor­men­tas de nie­ve islan­de­sas, que sur­gen de pron­to, impi­dien­do toda visi­bi­li­dad y sepul­tan­do a los via­je­ros. Con­ta­ba el escri­tor que hay toda una mito­lo­gía en torno a estos seres per­di­dos, cuyos cuer­pos, unas veces, son encon­tra­dos ente­ros a la pri­ma­ve­ra siguien­te, mien­tras que, en otras oca­sio­nes, nun­ca son hallados.

En Islan­dia el pai­sa­je da for­ma a tu vida, te hace ser de una mane­ra, for­ja un carác­ter. No es un mero esce­na­rio como pue­de ocu­rre aquí o en mi país. La meteo­ro­lo­gía cam­bia allí tu exis­ten­cia, y, ade­más, tie­ne esa par­te trá­gi­ca que inclu­so te pue­de matar. Pero, en reali­dad, esa tra­ge­dia no des­car­ta la enor­me belle­za de Islandia.

El lec­tor sim­pa­ti­za con la pro­ta­go­nis­ta por su estoi­cis­mo, por la leal­tad a sus prin­ci­pios y por el mal­tra­to a la que se ve some­ti­da por par­te de una comu­ni­dad pale­ta, arcai­ca y mor­bo­sa. Con­se­cuen­te­men­te, se desea que todo lo que se haya ver­ti­do sobre ella sean calum­nias. ¿Qué le hizo incli­nar la balan­za a favor de su ino­cen­cia o su cul­pa­bi­li­dad? ¿La pro­pia Agnes la «con­du­jo»?

Aun­que, como dices, el lec­tor se incli­ne favo­ra­ble­men­te hacia la sal­va­ción de Agnes, nun­ca qui­se con­ver­tir­la en una heroí­na. Tam­po­co en una per­so­na mal­va­da. Por supues­to, y eso es un dato his­tó­ri­co, siem­pre supe que estu­vo impli­ca­da, tan­to en el cri­men de Natan Ketils­son y Pétur Jóns­son como en el fue­go pos­te­rior en la gran­ja don­de se halla­ron sus cadá­ve­res. Ella esta­ba allí cuan­do ocu­rrió el ase­si­na­to, es inne­ga­ble. Pero así como en las nove­las poli­cía­cas nos pre­gun­ta­mos «¿quién lo hizo?», aquí la cues­tión es: «¿Por qué lo hizo?». Lo que más me atra­jo de Agnes era el poder dar­le com­ple­ji­dad como per­so­na­je. Leí, duran­te mi inves­ti­ga­ción, sólo cosas terri­bles de ella… Que era un mons­truo, un ser maligno… Todo el mun­do la mar­ca­ba como alguien per­ver­so y qui­se dar­le la vuel­ta a la ver­sión úni­ca, a la esta­ble­ci­da. A tra­vés de la docu­men­ta­ción, supe que debe­ría recrear la vida de Agnes: pen­sar en su infan­cia, inclu­so inven­tán­do­me­la; en los sitios don­de vivió; su vida como sir­vien­te en gran­jas; la gen­te a la que amó; la figu­ra de la madre que la aban­do­na y a la que extra­ña; o la pre­sen­cia del her­mano des­ca­rria­do… Inda­gar en su mane­ra de ser y en su pasa­do para for­mar un ser humano con todos sus pris­mas. Es muy impor­tan­te crear un per­so­na­je com­ple­jo y ambi­guo en una nove­la: que ten­ga con­tra­dic­cio­nes, que sepa­mos deta­lles de él, para lle­gar a su alma. A esa leyen­da his­tó­ri­ca islan­de­sa tenía que dar­le el carác­ter de per­so­na. Fue lo que más me sedu­jo a la hora de escri­bir la novela.

En mi narra­ti­va inves­ti­go cómo la gen­te que peor se pue­de lle­var entre sí, aca­ba entendiéndose

El sufri­mien­to, físi­co o psí­qui­co, o la cer­ca­nía a la muer­te hace que se unan per­so­na­jes en un prin­ci­pio tan incom­pa­ti­bles y dis­pa­res como Mar­grét, la mujer del algua­cil que por man­da­to del comi­sio­na­do Blön­dal la aco­ge en su gran­ja, y Agnes. Dos carac­te­res opues­tos con­vi­vien­do bajo un mis­mo techo, ama y sir­vien­ta. Y, sin embar­go, el mie­do ante lo inevi­ta­ble aca­ba por acercarlas.

Es ver­dad que son dos muje­res com­ple­ta­men­te dis­tin­tas. Qui­zá uno de los pro­ble­mas que tuvo Agnes es que no enca­ja­ba en las reglas de la épo­ca: no era joven, ni espo­sa ni madre ni vir­gen. Mar­grét, en cam­bio y en su con­tex­to, sí tenía bas­tan­te poder. Por­que, en esa peque­ña vecin­dad de Korn­sá, ella sí enca­ja­ba –cum­plía con los requi­si­tos socia­les– y tie­ne más ascen­den­cia del que se le pue­de supo­ner a una sim­ple gran­je­ra. Pero, curio­sa­men­te, sus dos mun­dos total­men­te opues­tos aca­ban con­flu­yen­do. Una de las cosas que siem­pre qui­se inves­ti­gar en mi narra­ti­va es cómo la gen­te más diver­sa y que peor se pue­de lle­var entre sí, ya sea por sus prin­ci­pios o por una moral dife­ren­te, cuan­do con­vi­ven, dia­lo­gan y se cono­cen, aca­ban enten­dién­do­se. Es uno de los men­sa­jes que quie­ro trans­mi­tir en Ritos fune­ra­rios. Un poe­ta islan­dés dice que la gen­te del país es calla­da por­que tie­ne el talen­to de ser­lo. Yo pen­sé que si Agnes habla­ba mucho de su dolor, sobre todo en el horror final, al apro­xi­mar­se su muer­te, esa pala­bre­ría redu­ci­ría el sufri­mien­to que yo, como auto­ra, pre­ten­día trans­mi­tir. A veces, cuan­do hablas de las cosas, las redu­ces y sim­pli­fi­cas. No que­ría bana­li­zar ese dolor, que­ría que fue­ra algo en común entre Mar­grét y Agnes. Pero que no hacía fal­ta que lo com­par­tie­ran con­ver­san­do sino que lo com­par­tie­ran vivien­do bajo el mis­mo techo.

Ritos funerariosQue Agnes fue­ra una mujer que trans­gre­día las nor­mas de la comu­ni­dad, que se des­via­ba del mode­lo de mujer casa­da y con hijos, que fue­ra cul­ta y libre sexual­men­te, ¿fue­ron, a su cri­te­rio, los ver­da­de­ros moti­vos por los que fue condenada?

Abso­lu­ta­men­te. Cuan­do una mujer come­te o pre­sen­cia un cri­men en una socie­dad tra­di­cio­nal tie­ne que llo­rar, mos­trar­se débil o his­té­ri­ca. Esas son las nor­mas, ¿no? ¿Recuer­da la pelí­cu­la Evil Angels con Meryl Streep? Recrea una his­to­ria que ocu­rrió en mi país. El bebé de una fami­lia des­apa­re­ció mien­tras éstos acam­pa­ban. La madre siem­pre cre­yó que se lo lle­vó un din­go, una espe­cie de lobo pro­pio de la zona. Pero como ante el secues­tro, no reac­cio­nó echán­do­se a llo­rar o que­dán­do­se en shock, la opi­nión públi­ca la acu­só de ase­si­na­to de su pro­pio hijo y aca­bó sien­do juz­ga­da. Es el mis­mo caso que Agnes, que no era una mujer nada tra­di­cio­nal ni en su carác­ter ni en sus for­mas, apar­te de que no era nada frá­gil. Su per­so­na­li­dad y su trans­gre­sión de las reglas comu­ni­ta­rias influ­ye­ron a la par que su acti­tud duran­te el jui­cio, muy dife­ren­te de lo esta­ble­ci­do, ya que per­ma­ne­ció todo el tiem­po calla­da y ensi­mis­ma­da, sin defenderse.

¿Cali­fi­ca­ría como amor pla­tó­ni­co la rela­ción entre Agnes y el reve­ren­do Tóti?

Sí. Es pla­tó­ni­ca y sexual a la vez. Es una de las par­tes del libro con las que más he dis­fru­ta­do. La suya fue una rela­ción com­ple­ja, lle­na de deses­pe­ra­ción y de deseo, apar­te de ser com­ple­ta­men­te impo­si­ble: a ella la van a deca­pi­tar y él es un minis­tro de Dios. Hay deses­pe­ra­ción en ambos pero mayor­men­te por par­te de Tóti: el deseo sexual que sien­te hacia Agnes es tan fuer­te que lle­ga a soma­ti­zar­lo, aun­que no se lo con­fie­sa ni a él mis­mo. Inten­ta no pen­sar en ella como mujer, pero sufre una gran deses­pe­ra­ción por no poder ver­la. Quie­re estar cer­ca en todo momen­to. Me pare­ció muy intere­san­te pues­to que Agnes es un per­so­na­je que tuvo rela­cio­nes muy difí­ci­les con los hom­bres. Por el con­tra­rio, Tóti es un per­so­na­je naif, ino­cen­te, siem­pre del lado de la reli­gión y que no enfren­ta sus sen­ti­mien­tos o la ira de su padre. Me intere­só mucho con­fron­tar­los. A lo que les suce­de a ellos es algo que ocu­rre habi­tual­men­te: el amor nace muchas veces de una rela­ción de ami­gos, ya sea por par­te de ambos o unilateralmente.

Sabe­mos qué ocu­rrió con Agnes pero no con Tóti. Él que­dó petri­fi­ca­do aquel 12 de enero tras la eje­cu­ción. ¿Pudo encon­trar algún docu­men­to sobre lo que fue de él?

No encon­tré nada. Pero aca­bo de pre­sen­tar el libro en Islan­dia y entre el públi­co había una seño­ra muy ancia­na que pidió hablar con­mi­go. Era des­cen­dien­te del reve­ren­do y me reve­ló, con mucha pena en su voz, que nun­ca había vuel­to a ser él mis­mo, que la vida le había cam­bia­do com­ple­ta­men­te des­de que cono­ció a Agnes y la deca­pi­ta­ron. Me dejó muy con­mo­cio­na­da. De hecho, hubo una par­te del final del libro que cor­té. Una esce­na, vis­ta des­de los ojos del comi­sio­na­do Blön­dal, en la que Tóti, como una man­cha oscu­ra, se ale­ja­ba del lugar de la eje­cu­ción en medio de la nie­ve. Era una ima­gen muy fuer­te en mi men­te. Pero lue­go pen­sé que era aña­dir otro pun­to de vis­ta y qui­se que­dar­me sólo con el de Agnes y con la voz omnis­cien­te que rela­ta todo lo que ella no cuenta.

Es muy curio­so que, a pesar que des­de el prin­ci­pio cono­ce­mos lo que va a ocu­rrir con Agnes, el lec­tor tie­ne la sen­sa­ción de que ella al final se va a sal­var, de que va a haber una apelación.

Entien­do tus sen­ti­mien­tos por­que, a la vez que escri­bía el libro, en «com­pa­ñía de Agnes», me ocu­rrió lo mis­mo. Lo sufren a la par el escri­tor, el lec­tor y la pro­ta­go­nis­ta. Por­que, aun­que ella sepa que la van a matar, que no ha habi­do ape­la­ción, siem­pre le que­da una espe­ran­za final. ¿Cómo asu­me un ser humano que lo van a deca­pi­tar? Pero no he que­ri­do jugar con el lec­tor, era lo que yo sen­tía ante una situa­ción, que yo mis­ma, como escri­to­ra, creé.

Agnes es una mujer inte­li­gen­te e ilus­tra­da. Pero es una cria­da a la vez. Cono­ce las sagas a la per­fec­ción, la Biblia, sabe leer… ¿Era así de ade­lan­ta­da Islan­dia en aque­lla época?

Sí, así era. Islan­dia es un lugar don­de la poe­sía tenía, ya en esa épo­ca, una enor­me impor­tan­cia. En el tiem­po de Agnes sólo había una escue­la gra­tis en toda la isla pero se ense­ña­ba a los niños a leer y escri­bir en las casas y en la igle­sia. No había anal­fa­be­tis­mo. Ade­más, en su caso, se une el hecho de que era poe­ta. No sólo leía y escri­bía bien sino que tenía cono­ci­mien­tos reli­gio­sos, ade­más de saber­se las sagas de memo­ria. En uno de los archi­vos que inves­ti­gué se deta­lla la cere­mo­nia de su Con­fir­ma­ción. La cele­bró con cin­co niños más, pero lo que des­ta­ca el párro­co en esos docu­men­tos es su sor­pre­sa ante los vas­tos cono­ci­mien­tos de Agnes. No era para nada una mujer común.

Me sor­pren­de la figu­ra de la poe­ta y matro­na Rósa, la con­trin­can­te de Agnes por el amor de Natan. Una mujer muy res­pe­ta­da social­men­te a pesar de haber­le sido infiel a su mari­do, de haber con­ce­bi­do con Natan a una hija ile­gí­ti­ma y haber lle­ga­do a con­vi­vir con él en su pro­pia casa. ¿Qué tenía Rósa para ser res­pe­ta­da a dife­ren­cia a Agnes?

Tenía una fami­lia. Aun­que le fue­ra infiel a su mari­do y fue­ra la aman­te de Natan, su pro­ce­den­cia era muy dis­tin­ta de la de Agnes. Ésta era una hija bas­tar­da, aban­do­na­da por su madre y con her­ma­nos ile­gí­ti­mos des­per­di­ga­dos por la zona. En ese momen­to, la fami­lia era muy impor­tan­te en Islan­dia ya que sus­ti­tuía a los ser­vi­cios socia­les, que ape­nas exis­tían. Una mujer casa­da y con hijos –aun­que fue­ran ile­gí­ti­mos– era muy con­si­de­ra­da. Me intere­só ver el con­tras­te exis­ten­te entre ellas dos: Rósa, la poe­ta acep­ta­da; Agnes, la poe­ta que por no cum­plir los esque­mas socia­les esta­ble­ci­dos, es condenada.

La nove­la tie­ne dos voces: la omnis­cien­te, pla­na, fría, como si salie­ra de las mis­mas entra­ñas de la tie­rra hela­da, y la de Agnes, huma­ni­za­da, cáli­da, teme­ro­sa. ¿Des­de el prin­ci­pio qui­so tra­ba­jar con esos dos pla­nos de la realidad?

Pri­me­ro vino la voz de Agnes. Hay un tono muy buro­crá­ti­co que nace de todos los archi­vos que he leí­do sobre el tema: fríos, mas­cu­li­nos, la voz de los jue­ces y de los fun­cio­na­rios. Yo qui­se devol­ver­le la pala­bra a Agnes, no sola­men­te por­que empe­cé la his­to­ria a tra­vés de ese poe­ma del que te hablé antes, sino tam­bién por­que que­ría dotar­la de huma­ni­dad. La suya no sólo es una voz líri­ca e ínti­ma, es tam­bién ambi­gua y con­tra­dic­to­ra. Es así por la pro­pia com­ple­ji­dad del per­so­na­je y por­que muchas veces pien­sa una cosa y dice otra, tan­to al reve­ren­do como a la fami­lia de Korn­sá, algo muy común en los seres huma­nos. Sus con­tra­dic­cio­nes, su doble voz hace que naz­ca un per­so­na­je muy rico que ni siquie­ra lle­ga a con­tar en voz alta lo que suce­dió res­pec­to al doble crimen.

Ha sido un pro­ce­so muy duro asimilar
la muer­te de Agnes, una «com­pa­ñe­ra»

Agnes fue su com­pa­ñe­ra vital duran­te dos años. Y cuan­do ter­mi­nó la nove­la, ha afir­ma­do que depo­si­tó su fren­te sobre la máqui­na y llo­ró, al igual que cuan­do vol­vió al lugar don­de había sido ase­si­na­da. ¿Cómo afron­tó la muer­te de Agnes cuan­do lle­gó el momen­to de narrarla?

Fue muy difí­cil. Cuan­do esta­ba escri­bien­do, yo sen­tía que ella me habla­ba, inclu­so soñé con su vida en nume­ro­sas oca­sio­nes. Esto pue­de pare­cer una locu­ra, pero en Islan­dia se cree mucho en los sue­ños pre­mo­ni­to­rios. Cuan­do lle­gó ese momen­to yo sólo podía llo­rar y llo­rar. Ya sé que cuan­do los escri­to­res aca­ban su pri­mer libro abren bote­llas de cham­pán y lo cele­bran, pero yo esta­ba sobre­pa­sa­da por mis emo­cio­nes ya que había pasa­do dema­sia­do tiem­po con Agnes. Me fui a la cama y llo­ré todo el día pos­te­rior. Esta­ba muy emo­cio­na­da y sen­tía como si alguien hubie­ra muer­to. Cuan­do fui al sitio de la eje­cu­ción, en un enero tam­bién, hacía un tiem­po horri­ble, lle­va­ba unos zapa­tos que no ser­vían para nada, iba sin guan­tes. De la tie­rra mana­ba una fuer­za que me hacía caer una y otra vez al sue­lo. Inclu­so tuve que ir al hos­pi­tal a que me cura­ran las heri­das de las manos. Fue una expe­rien­cia muy físi­ca. Ese mis­mo pai­sa­je era el que había sen­ti­do Agnes en sus momen­tos fina­les y me sen­tí ple­na­men­te iden­ti­fi­ca­da con ella. Ha sido un pro­ce­so muy duro asi­mi­lar la muer­te de una «com­pa­ñe­ra», a pesar de lo iró­ni­co que es saber que había sido eje­cu­ta­da des­de el principio.

Hay muchas leyen­das sobre Agnes en Islan­dia, inclu­so se cuen­ta que se le apa­re­ció a una médium en el siglo pasa­do y le con­mi­nó a tras­la­dar sus res­tos des­de lugar de la eje­cu­ción a un lugar sagrado.

Sí, es cier­to, corren muchas his­to­rias en Islan­dia sobre ella. Es ver­dad lo de la médium o lo de una actriz que la inter­pre­tó en una pelí­cu­la y a la que ocu­rrie­ron cosas extra­ñas. Lo fan­tas­mal o lo oní­ri­co es algo muy res­pe­ta­do en Islan­dia pero no qui­se meter nada de eso en el libro, no qui­se explo­tar­lo comer­cial­men­te. Es dema­sia­do ínti­mo y per­so­nal, al igual que los sue­ños que yo tuve sobre Agnes y que me reser­vo, es algo pri­va­do. Sé que hay algo vene­ra­ble y sobre­na­tu­ral alre­de­dor de ella, algo espe­cial. Cuan­do fui a visi­tar la igle­sia don­de supues­ta­men­te des­can­sa, en Tiern, un lugar muy cal­ma­do, mara­vi­llo­so, en medio de la nada, un vien­to, de repen­te, lle­gó de nin­gu­na par­te y has­ta mi padre, que no cree en nada de esto, lo sin­tió. Pero es algo secre­to que que­da para mí. Algo sagrado.

Pre­ci­sa­men­te, es la pala­bra «sagra­da» la que rodea a la con­ver­sa­ción man­te­ni­da con Han­nah Kent. En todo momen­to sen­ti­mos que está­ba­mos hablan­do de un ser deli­ca­do, de un tema tan duro como es la acep­ta­ción de la muer­te injus­ta, de una per­so­na­li­dad tan arro­lla­do­ra que ha logra­do atra­ve­sar los años y con­mo­ver­nos en este libro. Como si se aden­tra­ra el lec­tor en el calor de la baðs­to­fa, Ritos fune­ra­rios va crean­do un espa­cio ínti­mo entre Agnes Mag­nús­dót­tir y quien va cono­cien­do su vida. Una con­fe­sión cer­ca­na gra­cias al extra­or­di­na­rio aná­li­sis psi­co­ló­gi­co de Kent, que atra­pa los sen­ti­dos en la oro­gra­fía cruel de esa isla –fas­ci­nan­te y terri­ble– que cin­ce­la el carác­ter de sus habi­tan­tes y los some­te a silen­cios ras­ga­dos por las sagas cada noche. Una vez empe­za­da, las manos con mito­nes raí­dos de Agnes Mag­nús­dót­tir envol­ve­rán a quien se aden­tre en la his­to­ria de una mujer ade­lan­ta­da a su época.

Foto­gra­fía de Han­nah Kent © Sah­lan Hayes.
Foto­gra­fías de la gale­ría © Han­nah Kent, cedi­das a Picador.com.

* Ritos fune­ra­rios. Han­nah Kent.
Tra­duc­ción de Lau­ra Vidal.
Alba Edi­to­rial (Bar­ce­lo­na, 2014).

GALERÍA

Fotos de Hannah Kent realizadas en Islandia

LECTURA

Fragmento de «Ritos funerarios»

Han­nah Kent lee un frag­men­to de Ritos fune­ra­rios en el Bai­leys Wome­n’s Pri­ze Shortlist Readings (London’s South­bank Cen­tre, 3 de junio de 2014).

SI TE HA GUSTADO, ¡COMPÁRTELO!