Gonzalo Torné

Gon­za­lo Tor­né (Bar­ce­lo­na, 1976) recu­pe­ra a uno de los per­so­na­jes de Hilos de san­gre, su ante­rior nove­la, para hacer­le pro­ta­go­nis­ta de Divor­cio en el aire (Edi­to­rial Mon­da­do­ri, 2013). Joan-Marc se nos pre­sen­ta aho­ra con todas las car­tas sobre la mesa. Un hom­bre repro­ba­ble, con ideas que impac­tan con­tra lo «polí­ti­ca­men­te correc­to», pero que se asu­men des­de la come­dia en la que se sumer­ge cuan­do acep­ta estar en ple­na cri­sis total: emo­cio­nal, eco­nó­mi­ca y física.

Cuan­do publi­cas­te Hilos de san­gre recuer­do haber leí­do una entre­vis­ta con Vanity Dust en la que te pre­gun­ta­ba por Joan-Marc y comen­ta­bas que era un per­so­na­je al que que­rías recu­pe­rar. ¿Qué te moti­vó a que­rer dar­le voz de nue­vo como pro­ta­go­nis­ta de Divor­cio en el aire?

Joan-Marc tenía en Hilos de san­gre tenía un papel secun­da­rio, de con­tra­pun­to cómi­co a unos per­so­na­jes muy serios y auto­cons­cien­tes. Era un per­so­na­je un poco desas­tre, y para mi sor­pre­sa resul­tó ser el favo­ri­to de algu­nos lec­to­res y lec­to­ras cer­ca­nos. Así que su pro­ta­go­nis­mo empe­zó como un jue­go: «aho­ra os voy a demos­trar lo palur­do que es». Cuan­do empe­cé a tra­ba­jar en Divor­cio en el aire me di cuen­ta de que Joan-Marc me ofre­cía la posi­bi­li­dad de refle­jar una cla­se de vida que los escri­to­res sole­mos desatender.

Joan-Marc es un buen ejem­plo de per­so­na­je que atrae, pre­ci­sa­men­te por esos aspec­tos nega­ti­vos, por aque­llas cosas que la socie­dad con­si­de­ra inmo­ra­les. Esto, ade­más, le da un toque diver­ti­do a sus elucubraciones.

Yo he escri­to la nove­la pen­san­do que era una come­dia. Lo pri­me­ro que pre­gun­to a los lec­to­res es si se han reí­do. Afor­tu­na­da­men­te pare­ce que sí, que se ríen. De lo que sí he hui­do es de los gags, de las caí­das, de las esce­nas abier­ta­men­te cómi­cas. Que­ría que fue­se una come­dia en el tono, aun­que los mate­ria­les fue­sen terri­bles. En cuan­to a la atrac­ción del per­so­na­je está bas­tan­te cal­cu­la­da. Muchas de las cosas que hace son repro­ba­bles, pien­sa de mane­ra inter­mi­ten­te, y creo que pue­de des­per­tar algo de empa­tía en lo que pade­ce. Los lec­to­res con los que he habla­do no se iden­ti­fi­can con él pero ter­mi­nan sin­tien­do sim­pa­tía. Hay algo posi­ti­vo en él: es un ani­mal de pre­sen­te, un bicho al que la vida le pare­ce una gran idea, y que quie­re seguir vivien­do a su pro­pio ritmo.

Es un hom­bre de nues­tro tiem­po y nues­tro tiem­po está pro­pi­cian­do que exis­tan este tipo de per­so­na­jes. Se per­ci­be en la mane­ra en que tra­tas el tema del des­ape­go, del des­arrai­go, las rela­cio­nes que se man­tie­nen actual­men­te con la fami­lia, los ami­gos, los com­pa­ñe­ros de tra­ba­jo. Joan-Marc aca­ba recu­rrien­do a las redes socia­les para «conec­tar» de nue­vo con sus vie­jos cole­gas de estudio.

La nos­tal­gia y la ges­tión del pasa­do es uno de los asun­tos del libro y en el que me sedu­cía inda­gar por­que no ten­go nin­gu­na res­pues­ta con­cre­ta. En su momen­to me lla­mó la aten­ción que uno de los recla­mos ini­cia­les para apun­tar­se a Face­book era la posi­bi­li­dad de recu­pe­rar ami­gos de ins­ti­tu­to, gen­te de la que te habías sepa­ra­do unos cin­co años antes. Muchos se apun­ta­ban por un ata­que de nos­tal­gia pre­ma­tu­ro. No sé por qué es así. Es cier­to que mi gene­ra­ción ha vivi­do una rup­tu­ra tec­no­ló­gi­ca, somos pri­mi­ti­vos del futu­ro, pero tene­mos memo­ria de un mun­do rarí­si­mo: de cas­set­tes y típex. Por otro lado cada vez cues­ta más con­ven­cer­se de que cuan­do te mue­ras se te apa­re­ce­rá San Pedro intere­sa­do por la pre­ser­va­ción de tu con­cien­cia indi­vi­dual. Pero ya te digo que no ten­go res­pues­tas, ni una visión crí­ti­ca. He que­ri­do inda­gar sobre el asun­to esqui­van­do el mode­lo sebal­diano de inven­tar per­so­na­jes que vaguen por rui­nas y caña­das sufrien­do ata­ques de apo­ple­jía. Una cosa que está muy bien pero que ya se ha hecho. Mi estra­te­gia ha sido inven­tar un per­so­na­je que se resis­te duran­te dos­cien­tas cin­cuen­ta pági­nas a la nos­tal­gia que le rodea por­que está ansio­so de vida nue­va y fresca.

Encon­trar­le el pun­to de come­dia es algo rela­ti­vo, des­de el pun­to de vis­ta del lec­tor. Depen­de­rá de cómo se entre en la nove­la, de cómo se lea.

Sí, es algo que ya me pasó con Hilos de san­gre. Por cues­tio­nes que no vie­nen al caso se me sue­le pre­sen­tar como un escri­tor serio y sesu­do, de mane­ra que mis libros se leen en posi­ción de fir­mes. Cla­ro que cual­quier nove­la es una ope­ra­ción inte­lec­tual, pero eso no está reñi­do con el humor. En Divor­cio en el aire es más sen­ci­llo ver que el libro se revuel­ve a una lec­tu­ra solem­ne, des­de el títu­lo a la esce­na de la pelea en el bal­nea­rio. Pero como te decía antes el humor está en el tono, no en los asun­tos. La devas­ta­ción que el tiem­po pro­vo­ca sobre uno mis­mo no tie­ne nin­gu­na gracia.

Inclu­so los per­so­na­jes que se va encon­tran­do en esta espe­cie de via­je vital por Bar­ce­lo­na refle­jan dra­ma­tis­mo. En este jue­go de espe­jos que repre­sen­tan las citas que tie­ne con ellos, Joan-Marc com­prue­ba que tam­po­co le pue­den solu­cio­nar nada, con lo que aca­ba más afectado.

No olvi­des que no le está con­tan­do su his­to­ria al lec­tor, sino a su segun­da mujer, y con una inten­ción muy cla­ra, que es la de recu­pe­rar­la. Hace muchas tram­pas duran­te la narra­ción. Por ejem­plo, se hace el peno­so, hace ver que su madre está muy enfer­ma, y al final del libro resul­ta que no lo esta­ba tan­to. Joan-Marc hace un gran espec­tácu­lo de su vida pasa­da, se ale­gra de poder con­tar su his­to­ria con Helen por­que en el papel de narra­dor pue­de domi­nar­la. En ese sen­ti­do creo que no es nada ingenuo.

Helen tam­po­co es un per­so­na­je muy agradable.

Gran par­te de la nove­la refle­xio­na sobre cómo es pen­sar con este­reo­ti­pos o tra­tar de vivir con ellos. Helen comien­za sien­do un este­reo­ti­po más: una gui­ri ame­ri­ca­na rubia. El pro­ble­ma es cuan­do se reve­la como una per­so­na con pro­ble­mas reales. Joan-Marc se la quie­re sacar de enci­ma, no le ape­te­ce escu­char­la hablar de tra­ba­jo, o que se pon­ga enfer­ma, no quie­re que ten­ga un padre… En algún momen­to se que­ja de que él es un per­so­na­je cómi­co, que no está hecho para enfren­tar­se a per­so­nas complejas.

No miti­fi­cas la ciu­dad. Apa­re­ce, Bar­ce­lo­na está pre­sen­te, pero no tras­cien­de a los personajes.

Es cier­to que, en gene­ral, está muy des­aten­di­da la rela­ción Bar­ce­lo­na-Madrid, que es ten­sa pero a la vez muy vigo­ri­zan­te. En Divor­cio en el aire se alu­de de pasa­da, me limi­to a dejar espa­cio a los pre­jui­cios recí­pro­cos entre ambas ciu­da­des. No me ani­ma nin­gún espí­ri­tu crítico.

Divorcio en el aireEn cuan­to a la for­ma narra­ti­va, me ha pare­ci­do des­ta­ca­ble el uso de unos lar­gos diá­lo­gos en los que Joan-Marc se apar­ta de su papel como narra­dor. En algu­nos, que se desa­rro­llan duran­te sie­te u ocho pági­nas, ape­nas interviene.

En Hilos de san­gre ya incluí peque­ñas esce­nas tea­tra­les. Diga­mos que la nove­la va lan­za­da has­ta que se fre­na y for­ma una espe­cie de claus­tro don­de los per­so­na­jes hablan. Es cier­to que en estas bre­ves pie­zas dra­má­ti­cas Joan-Marc se retrae como voz narra­ti­va, inclu­so se que­da en blan­co. Nor­mal­men­te se crean los diá­lo­gos de las nove­las pen­san­do en que los lee­rá un lec­tor, se escri­ben para él, para infor­mar­le. Divor­cio en el aire, como ya se ha dicho, no va diri­gi­da al lec­tor sino a la segun­da mujer de Joan-Marc, y si todo ha ido bien en estas esce­nas debe­ría acen­tuar­se la impre­sión de que el lec­tor atien­de a unos diá­lo­gos, tan ínti­mos y vio­len­tos, que no con­tem­pla­ban a un oyente.

Acen­túan la ten­sión, ya de por sí muy cons­tan­te en el libro.

La pri­me­ra ten­sión de la nove­la sur­ge de la que se pro­du­ce entre el tono cómi­co y la dure­za de algu­nas cues­tio­nes de las que se tra­ta. El pro­pio Joan-Marc es un per­so­na­je que «ten­sa» al lec­tor, su cabe­za pien­sa a rachas, y tie­ne pun­tas de luci­dez y caí­das en la ton­te­ría más des­alen­ta­do­ra. Tam­bién ayu­da a esa «ten­sión» que la nove­la esté escri­ta en un úni­co movi­mien­to, sin des­can­sos. No se tra­ta de meter­le el dedo en el ojo al lec­tor, pero la nove­la está pen­sa­da para que no se relaje.

El títu­lo ya invi­ta a pen­sar en ello.

El títu­lo, como ya pasa­ba con Hilos de san­gre, tie­ne tru­co. Si lo lee­mos en rela­ción con la pri­me­ra esce­na el lec­tor pue­de creer que se está intro­du­cien­do en una nove­la sobre el divor­cio de una pare­ja, pero en segui­da se cam­bia de direc­ción y el títu­lo adquie­re, si todo ha ido bien, otros sentidos.

¿El desa­rro­llo del per­so­na­je te ha gene­ra­do sorpresas?

Sor­pren­der no es la pala­bra. Los pri­me­ros pro­ble­mas que tuve con Joan-Marc fue­ron téc­ni­cos. Me cos­tó enten­der su men­te, apren­der a ima­gi­nar cómo reac­cio­na­ba, cua­les son sus opi­nio­nes. Tam­bién me cos­tó mucho dar con un tipo de len­gua­je (de dis­cur­so, si quie­res) lo bas­tan­te dúc­til como para poder inser­tar sus refle­xio­nes sin dete­ner la narra­ción. Esto últi­mo era muy impor­tan­te. La con­ven­ción nove­les­ca es que cuan­do un per­so­na­je va a tener una idea muy inte­li­gen­te se fre­na el rela­to, se pone al per­so­na­je en situa­ción: un bal­cón espa­cio­so, la pues­ta de sol, y si no sue­na músi­ca es por­que no se pue­de. Es una téc­ni­ca muy bue­na, cui­da­do, Geor­ge EliotHenry James lo hacen fan­tás­ti­co. Pero yo pre­ten­día que se le pudie­se ocu­rrir algo inte­li­gen­te vien­do la tele­vi­sión o des­pués de hacer el ridículo.

Lo que sí me «sor­pren­dió» fue el tema del libro. Ya tenía el per­so­na­je, y al empe­zar a pro­bar con dis­tin­tas situa­cio­nes me fui dan­do cuen­ta de que el libro iba sobre el cuer­po y sus trans­for­ma­cio­nes, y sobre el efec­to que tie­ne el tiem­po sobre la car­ne y la men­te. Divor­cio en el aire va de durar. Cuan­do des­cu­brí eso vi cla­ra cuál debía ser la for­ma de la narración.

Es una secuen­cia lar­ga, no hay capí­tu­los. Pero en ese exten­so segui­mien­to del per­so­na­je te per­mi­tes el jue­go de no pre­sen­tar un rela­to lineal, hay alte­ra­cio­nes en el tiem­po que al leer el libro se asi­mi­lan de mane­ra muy sutil.

La ante­rior nove­la esta­ba divi­di­da en cin­co par­tes. Todas ellas ter­mi­na­ban con unos fina­les muy tra­ba­ja­dos, muy mar­ca­dos, que cor­ta­ban la narra­ción un poco en seco, y en la siguien­te pági­na, con el nue­vo capí­tu­lo, el lec­tor se des­pla­za­ba en el espa­cio y en el tiem­po, cam­bia­ba casi de géne­ro. Así que barrun­ta­ba por cam­biar de ter­cio y escri­bir una nove­la bre­ve en una sola secuen­cia. Final­men­te esta idea, de mane­ra más o menos for­tui­ta, ha ido ajus­tán­do­se al pro­pio tema de la novela.

Los sal­tos en el tiem­po no son flash­backs cine­ma­to­grá­fi­cos.

No, la nove­la sal­ta en el tiem­po, pero las tran­si­cio­nes están tra­ba­ja­das para que sean imprevisibles.

Estos recur­sos te los per­mi­te el hecho de que exis­ta un narra­dor en pri­me­ra per­so­na, como has comen­ta­do antes. Es él quien va dán­do­le flui­dez a la his­to­ria, y eso te faci­li­ta que no se pro­duz­ca la rup­tu­ra en la linea­li­dad del tiempo.

La nove­la requie­re de un lec­tor a quien le gus­te jugar a eso, pero he pro­cu­ra­do ser cor­tés. Hay mara­vi­llo­sos escri­to­res que jue­gan a la simul­ta­nei­dad de tiem­pos des­de la pri­me­ra pági­na. Vir­gi­nia Woolf sería el caso más evi­den­te. En la nove­la los pri­me­ros sal­tos tem­po­ra­les son len­tos, y van aumen­ta­do la velo­ci­dad (y la brus­que­dad) a medi­da que el lec­tor se acos­tum­bra a la novela.

No le das res­pi­ro, pero sin ago­tar­le.

Creo que hay que lle­var a los libros la máxi­ma emo­ción, inte­li­gen­cia y ten­sión posi­ble. Le pre­su­pon­go al lec­tor el mis­mo inte­rés que yo sien­to por la lite­ra­tu­ra. Tene­mos mucha com­pe­ten­cia con otros géne­ros como para escri­bir nove­li­tas con­ven­cio­na­les. Si quie­ro rela­jar­me me voy a Twit­ter o al bar.

Has dicho en algu­na oca­sión que una de las cosas que te moti­va a escri­bir es que la gen­te refle­xio­ne.

Sí, cla­ro. Es por una cues­tión de prin­ci­pios. Hay escri­to­res que pre­ten­den hacer­se ricos o que les quie­ran. Yo pre­ten­do secues­trar el mayor tiem­po posi­ble la ima­gi­na­ción del lec­tor. Una de las cosas que más me hala­gan de esta pro­mo­ción son las pre­gun­tas sobre Hilos de san­gre, como si esa nove­la siguie­se medio viva en la ima­gi­na­ción de los lectores.

¿Recu­pe­ra­rías algún per­so­na­je de Divor­cio en el aire para una pró­xi­ma novela?

Nun­ca se sabe. Estoy «desean­do ver qué vie­ne a continuación».

* Divor­cio en el aire. Gon­za­lo Torné.
Edi­to­rial Mon­da­do­ri (Bar­ce­lo­na, 2013).

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