Fernando Iwasaki

Fer­nan­do Iwa­sa­ki (Lima, 1961) vuel­ve a sor­pren­der­nos con un libro de cuen­tos en los que des­mon­ta el chi­rin­gui­to de los pre­mios lite­ra­rios loca­les. Pero hay más: Espa­ña, apar­ta de mí estos pre­mios (Edi­to­rial Pági­nas de Espu­ma), un títu­lo que remi­te al clá­si­co poe­ma­rio escri­to por César Valle­jo Espa­ña, apar­ta de mí este cáliz, ofre­ce una radio­gra­fía de la Espa­ña auto­nó­mi­ca, de los topi­ca­zos, de la cla­se polí­ti­ca, de la inva­sión japo­ne­sa a nivel cul­tu­ral, social y eco­nó­mi­co, del «efec­to ador­mi­de­ra» pro­vo­ca­do por los medios de comu­ni­ca­ción. Un libro de múl­ti­ples lec­tu­ras, pris­ma en el que apa­re­ce­mos refle­ja­dos a tra­vés del humor.

Iwa­sa­ki demues­tra de qué mane­ra se pue­de escri­bir la mis­ma his­to­ria (un per­so­na­je japo­nés que ha sido bri­ga­dis­ta y ha per­ma­ne­ci­do oculto/a duran­te déca­das apa­re­ce de repen­te en el lugar más insos­pe­cha­do de Espa­ña, ocu­pan­do por­ta­das y pro­gra­mas de tele­vi­sión y con­vir­tién­do­se en un mito) adap­tán­do­la a las bases de sie­te pre­mios loca­les dife­ren­tes. Para que el lec­tor no se con­fun­da, el autor inclu­ye las bases y el acta dan­do como gana­dor el rela­to pre­sen­ta­do, siem­pre con algu­na pega que pro­vo­ca la suge­ren­cia para cam­biar las bases del con­cur­so. No olvi­da Iwa­sa­ki ani­mar a los que quie­ran inten­tar seme­jan­te proeza inclu­yen­do un Decá­lo­go del con­cur­san­te consuetudinario.

Como siem­pre en él, humor refle­xi­vo, sar­cas­mo y mucho «cashon­deo» pro­pio de quien, sien­do peruano de ascen­den­cia japo­ne­sa, ha logra­do mime­ti­zar­se en sevillano.

Habrá quien pien­se mal sacan­do la con­clu­sión de que tu libro es una ven­gan­za por haber­te pre­sen­ta­do a pre­mios en los que no has ganado.

No, no se tra­ta de eso. Estos cuen­tos están plan­tea­dos como una estra­te­gia. La idea de los pre­mios es un pre­tex­to que me ha per­mi­ti­do «reca­li­fi­car» sie­te veces el mis­mo cuento.

Res­pec­to a las bases de los pre­mios, es cier­to lo que dejo apun­ta­do en el libro, exis­ten unas exi­gen­cias rocam­bo­les­cas, es un dis­pa­ra­te tan gran­de como lo que suce­de en la polí­ti­ca. Pien­so en un pue­blo de Mála­ga, Arda­les, en el que gobier­nan en coa­li­ción Izquier­da Uni­da y Falan­ge. Si eso no es surrealista…

Tam­bién hay un fon­do que me intere­sa­ba refle­jar: la socie­dad del espec­tácu­lo. Des­de hace un tiem­po esta­mos vien­do como toda la reali­dad pue­de con­ver­tir­se en un reality show. Y eso es así por­que ha cam­bia­do el inte­rés hacia lo que lle­ga a la gen­te. En polí­ti­ca se ha deja­do de hablar de elec­cio­nes y aho­ra son «medi­cio­nes de ran­king» y en lugar de hablar de socie­dad habla­mos de audien­cias. No exis­ten deba­tes tele­vi­sa­dos y cuan­do se ofre­ce un pro­gra­ma en el que inter­vie­nen polí­ti­cos se nos pre­sen­ta en el mis­mo for­ma­to que los espa­cios de coti­lleo. Por suer­te, hay gen­te admi­ra­ble que denun­cia esta situa­ción median­te el humor, que es lo que nos queda.

Me has hecho recor­dar una fra­se de Leo Bas­si: «Cuan­do los polí­ti­cos hacen el paya­so, los paya­sos tie­nen que hacer de polí­ti­cos».

Es cier­to. El cam­bio de acti­tud polí­ti­ca está tar­dan­do en Espa­ña. La fra­se de Bas­si es muy acer­ta­da. ¿Qué se pue­de espe­rar de una cla­se polí­ti­ca en la que quie­nes nos repre­sen­tan quie­ren pare­cer­se a sus guiñoles?

¿No es un pro­ble­ma que en Espa­ña suce­da lo mis­mo con los pre­mios lite­ra­rios que con los bares, que hay uno en cada esquina?

Eso no es malo, es una for­ma legí­ti­ma de poder recla­mar una par­ce­la en el mun­do lite­ra­rio. Lo diver­ti­do es que a esos pre­mios se pue­de pre­sen­tar un escri­tor de Hon­du­ras al igual que uno de Mur­cia. Inter­net per­mi­te que cual­quie­ra pue­da acce­der a infor­ma­ción sobre los temas o los pue­blos que orga­ni­zan los pre­mios. Y se equi­vo­can quie­nes pien­san que se ten­drá en cuen­ta la cali­dad lite­ra­ria, lo que vale es la dimen­sión uni­ver­sal de la loca­li­dad o del ámbi­to en el que se mue­van los organizadores.

A muchos les pue­de sor­pren­der la pre­sen­cia de los japo­ne­ses pro­ta­go­nis­tas de los cuen­tos, ocul­tos en el terri­to­rio español.

Me pare­ció diver­ti­do. Si no fue­ran japo­ne­ses pasa­rían des­aper­ci­bi­dos. Hay un jue­go con eso, cuan­do mues­tro a los com­pa­ñe­ros de tra­ba­jo de los per­so­na­jes japo­ne­ses, que ni se per­ca­tan de que son orien­ta­les, creen que son gita­nos o que son dife­ren­tes por algo, pero nun­ca caen en que son japo­ne­ses. Es un ele­men­to con el que he que­ri­do jugar y que for­ma par­te de la cul­tu­ra. Fíja­te en los tore­ros. Cuan­do aña­des «Arma­ni» a lo goyes­co lo con­vier­tes en otra cosa. Yo lo tra­ba­jo a tra­vés del humor. Mi «ele­men­to Arma­ni» son los japo­ne­ses. Ade­más lo japo­nés está de moda des­de hace años en Espa­ña, inclu­so a nivel de crea­ción artística…

(en la pre­sen­ta­ción en Bar­ce­lo­na, Iwa­sa­ki nos recor­dó que «…tene­mos la pelí­cu­la de Isa­bel Coixet Mapa de los soni­dos de Tokio, el libro de Ray Lori­ga Tokio ya no nos quie­re, la cri­sis eco­nó­mi­ca, que dicen que es «nin­ja»).

Sería el ele­men­to dife­ren­cia­dor, el extra­ño que se intro­du­ce en una cul­tu­ra adaptándose.

Es curio­so escu­char a cual­quier extran­je­ro hablan­do en cata­lán… Le pre­gun­tas «¿De dón­de eres?». Sin embar­go, a un japo­nés que hable cata­lán no le pre­gun­tas de dón­de es, sim­ple­men­te te pare­ce estu­pen­do. Los japo­ne­nes ponen mucho ahín­co en asu­mir cul­tu­ras que no son las suyas. El fla­men­co, la coci­na… Lle­gan a mime­ti­zar­se. Es esa sen­sa­ción de asom­bro que se expe­ri­men­ta ante lo japo­nés lo que hace que el lec­tor pien­se que, aun­que se tra­te de algo ver­da­de­ro, es impo­si­ble y, a la vez, pro­ba­ble. Ahí per­ci­bo la com­pli­ci­dad del lec­tor, me intere­sa no sólo que se ría sino que pien­se de qué se está riendo.

espana-aleja-de-mi-esos-premiosLo de asu­mir cul­tu­ras es intere­san­te, un espa­ñol en Japón va per­di­do, su com­por­ta­mien­to es pasi­vo, en cam­bio un japo­nés en Espa­ña siem­pre esta­rá inquie­to por saber, apren­der, cono­cer nues­tra cul­tu­ra. Sería como Zelig, el per­so­na­je-cama­león de la pelí­cu­la de Woody Allen.

Sí, por ejem­plo es repre­sen­ta­ti­vo el hecho de que en la gue­rra civil espa­ño­la inter­vi­nie­ran tres bri­ga­dis­tas japo­ne­ses. Uno de ellos, Jack Shi­rai, falle­ció en Bru­ne­te. Toda esa par­te del libro es real.

¿Pre­ten­dis­te ofre­cer un refle­jo de la Espa­ña inmigrante?

No lo escri­bí en ese sen­ti­do. Lo he escri­to pen­san­do en las dife­ren­tes mira­das des­de otras cul­tu­ras. Cómo ven los japo­ne­ses al espa­ñol. El aspec­to japo­nés me per­mi­te cami­nar por el alam­bre de las iden­ti­da­des cul­tu­ra­les, algo que qui­zás no resul­ta­ría si lo tra­ta­ra des­de Amé­ri­ca lati­na. Juan Mar­sé abor­dó muy bien el tema de las iden­ti­da­des cul­tu­ra­les en Espa­ña con El aman­te bilin­güe, uno de los libros que tenía en la cabe­za al escri­bir estos cuentos.

¿Cual de los cuen­tos escri­bis­te primero?

El que da ini­cio al libro «El hai­ku del bri­ga­dis­ta». Fue el que me dio pie a pre­sen­tar a los cua­tro per­so­na­jes prin­ci­pa­les que van inter­vi­nien­do en los sie­te cuen­tos. Hay un tra­ba­jo de docu­men­ta­ción muy exhaus­ti­vo, mucha de la infor­ma­ción que inclu­yo es cier­ta y algu­nas fotos que pue­den ver­se en los colla­ges que intro­du­cen cada cuen­to son autén­ti­cas, al igual que la fra­se de Grou­cho Marx («los gran­des éxi­tos los obtie­nen los libros de coci­na, de teo­lo­gía, los manua­les de cómo hacer y los refri­tos de la Gue­rra Civil» refi­rién­do­se a la ame­ri­ca­na), que muchos no aca­ban de creer­se que la hubie­ra escri­to él.

¿Que tie­nes con Hipó­li­to G. Nava­rro, que lo metes en todos los jurados?

Somos ami­gos y le hice una peque­ña bro­ma como a otros muchos que apa­re­cen en el libro, inclu­yén­do­le has­ta en el jura­do de un pre­mio feme­nino en el que todas son chi­cas. Menos él, claro.

Encuen­tro que hay algo de la cruz que lle­va­mos a cues­tas a cau­sa de la his­to­ria. ¿Crees que somos víc­ti­mas de ella y nos es impo­si­ble qui­tar­nos de enci­ma hechos que per­du­ran en el tiempo?

¿Qué his­to­ria? Nos hemos preo­cu­pa­do de expri­mir y escla­re­cer la más cer­ca­na, lle­va­mos años con la gue­rra civil a cues­tas, más ade­lan­te será la tran­si­ción, pero el siglo XIX, por ejem­plo, no le intere­sa a nadie.

¿Dón­de que­da el siglo XIX en Espa­ña? Repa­sa­mos la his­to­ria y fue paté­ti­co, al igual que en Amé­ri­ca lati­na. Espa­ña se con­vir­tió en una ver­be­na, con cua­tro gue­rras civi­les, más de diez gobier­nos, gol­pes de esta­do… Y un Regen­te como Bal­do­me­ro Espar­te­ro, que era un «gene­ra­lo­te».

Narrar una mis­ma his­to­ria sie­te veces es todo un ejer­ci­cio crea­ti­vo y un ries­go, se corre el peli­gro de que el lec­tor no entre en el juego.

Con ello rei­vin­di­co que el rela­to cor­to es tan exi­gen­te como la nove­la. Y en el caso de Espa­ña, apar­ta de mí estos pre­mios, ya no se tra­ta sólo de los cuen­tos, tam­bién las bases y las actas son prác­ti­ca­men­te igua­les. Es la idea que expu­so Bor­ges: Todo es lo mis­mo, sólo cam­bian las fechas y los nom­bres propios.

Para el libro he teni­do que hacer un ejer­ci­cio de esti­lo y de docu­men­ta­ción. Quie­ro que el lec­tor advier­ta que, a todos los efec­tos, escri­bir cual­quie­ra de estas his­to­rias con­lle­va un tra­ba­jo tan meticu­loso como el de una nove­la lar­ga. Los cuen­tos están des­pres­ti­gia­dos, sólo hay que ver lo que se hace en la pren­sa, cuan­do lla­man a los escri­to­res para encar­gar­les cuen­tos temá­ti­cos en verano, como si por el hecho de tener menos pala­bras fue­ra más fácil. Algu­nos están nin­gu­nean­do al cuen­to dan­do la idea de que es un géne­ro menor. En Amé­ri­ca lati­na el cuen­to te da pres­ti­gio. Todos los auto­res del boom comen­za­ron con libros de cuen­tos: Mario Var­gas Llo­sa, Gui­ller­mo Cabre­ra Infan­te, Julio Cor­tá­zar, Car­los Fuen­tes… El segun­do gran clá­si­co de la lite­ra­tu­ra en espa­ñol des­pués de Cer­van­tes es Bor­ges, que jamás escri­bió nove­la. Y si lo pen­sa­mos bien, el Qui­jo­te es una suma de relatos.

Foto­gra­fía de Fer­nan­do Iwa­sa­ki: © Daniel Mordzinski.

La impor­tan­cia de la cubierta

Es la ima­gen del libro, lo pri­me­ro que cap­ta el ojo del futu­ro lec­tor. Fer­nan­do Iwa­sa­ki ha con­se­gui­do dar­le a sus libros un toque espe­cial gra­cias a las cubier­tas del ilus­tra­dor Fer­nan­do Vicen­te. En la de su nue­va obra, según nos con­tó en la pre­sen­ta­ción del libro en Bar­ce­lo­na, cele­bra­da en la libre­ría Laie jun­to a Mer­ce­des Abad y el edi­tor Juan Casa­ma­yor, Fer­nan­do Vicen­te ha sabi­do fusio­nar «Tora, Tora, Tora» con «Toro, Toro, Toro», dibu­jan­do ese «Toro de Tro­ya» de don­de salen los «nin­ja» para inva­dir España.

* Espa­ña, ale­ja de mí esos pre­mios. Fer­nan­do Iwasaki.
Edi­to­rial Pági­nas de Espu­ma (Madrid, 2009).

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