Escuchar la voz de Fernando Delgado es como abrir las compuertas de un rincón de la memoria que uno creía haber olvidado. El recuerdo de aquel tiempo, a principios de los noventa, en el que Fernando Delgado sustituyó a Rosa María Mateo en su tarea de presentar los fines de semana el Telediario de TVE.
En aquella época, su voz profunda y grave se colaba como un intruso amable o como un invitado inesperado a esa hora del almuerzo en la que se producen la mayoría de las conversaciones familiares.
Puede que hayan pasado los años, pero la voz de Fernando Delgado sigue conservando algo de ese porte regio, algo de esa cualidad ligeramente hipnotizante y magnética que consigue seducir a los oyentes, algo de esa capacidad persuasiva que le permitía llegar al corazón de millones de espectadores que veían aquel telediario para comprender lo que ocurría en el mundo.
Fernando Delgado solía despedirse de los telespectadores con algún guiño simpático o matiz literario que no solo conseguía hacer un poco más tolerables las noticias desagradables, sino que pronto se convirtió en una marca ciega, en un símbolo propio, en una seña reconocible de identidad.
Esa misma voz sigue conservando aquella fuerza de antaño —aunque él afirme que no la cuida todo lo que debería hacerlo—, pero en lugar de narrar los sucesos cotidianos a través de una pantalla, ahora se detiene en explicar con profusión de detalles los entresijos de la creación literaria a propósito de la publicación de su último libro, Sus ojos en mí (Editorial Planeta, 2015), una novela sobre la historia de amor de Teresa de Jesús con Jerónimo Gracián.
Tuvimos la oportunidad de volver a escuchar esa voz de barítono mientras nos hablaba del proceso de creación de esta novela, la última de una larga trayectoria literaria donde también han tenido cabida la poesía y el ensayo, y también de su visión de la literatura, de la herencia que le dejaron aquellos años dedicados a la radio y a la televisión, y hasta de su compromiso con el mundo de la política.
La literatura es mi vocación y mi verdadero amor
Su última novela, Sus ojos en mí, narra la historia de amor de Teresa de Jesús con un fraile, Jerónimo Gracián. ¿Qué fue lo que le atrajo de esta historia?
Al principio quería hacer una novela sobre San Juan de la Cruz, que es para mí el más grande de todos nuestros poetas, pero un amigo me disuadió de escribirla debido a la complejidad de su mundo interior. Mucho tiempo más tarde leí la biografía de Gerald Brenan sobre San Juan de la Cruz, donde relata este encuentro en el que se enamoraron Santa Teresa y Jerónimo Gracián. Entonces me di cuenta de que en ese encuentro había una historia de amor que podía contar a partir de sus propios escritos.
¿Pretendía hacer un homenaje a Teresa de Jesús?
Nunca pretendí escribir una novela sobre Santa Teresa de Jesús, porque ella es la que mejor se cuenta a sí misma: es una gran memorialista y es una de las mejores prosistas de todos los tiempos en nuestra lengua. Lo que pretendí, en cambio, es poner el foco en ese amor obsesivo, que es un amor de la ausencia, del deseo, de la cercanía, de la preocupación, de la inquietud.
Para la mayoría de las personas, el personaje de Santa Teresa de Jesús no es suficientemente conocido. A veces pienso que se ha dado más importancia a otras monjas, como Juana Inés de la Cruz, incluso dentro del mundo literario. Sin embargo, creo que ninguna de ellas supera la dimensión de Santa Teresa de Jesús como escritora. No digo que sea una escritora desconocida, pero sí menos conocida de lo que debería ser.
Nunca pretendí escribir una novela sobre Santa Teresa de Jesús porque ella es la que mejor se cuenta a sí misma
¿Qué fue lo que más le fascinó de ella?
Fue una persona extraordinaria en el contexto del siglo XVI, donde era peligroso tener ideas propias, sobre todo si eran defendidas por una mujer, capaz de compaginar su mundo místico con una actividad pública desenfrenada. Una mujer que supo manejar perfectamente los poderes terrenales para conseguir los objetivos que se propuso en la vida. Quería, además, desprender del personaje toda la imaginería que el nacionalcatolicismo vertió sobre ella y que apartaba su figura de la gente.
¿Era consciente de que el tema elegido podía ser polémico desde el punto de vista religioso?
Una de las cosas que temí al publicarla es que su lectura produjera algún tipo de sensacionalismo, pero la trama de la novela no pretende ser una historia sensacionalista, ni quiere decir que haya sido un amor con una consumación carnal —muchos de sus contemporáneos la acusan de amores carnales—, aunque sí contiene grandes dosis de erotismo, de sensualidad y de pasión. El amor no siempre tiene que consumarse en el contacto físico entre dos personas, ni el erotismo acontece siempre en el sexo.
¿Qué elementos hay de realidad y de ficción en esta historia de amor?
En la historia propiamente dicha no hay nada de ficción: todo está basado en el seguimiento de los epistolarios tanto de Santa Teresa como de Gracián. Donde sí hay una predisposición del novelista es en la elección de una estructura literaria y en la descripción de unas situaciones particulares. Es una historia construida con materiales reales y con un enorme respeto a lo manifestado por los protagonistas en sus propios escritos.
¿Cómo fue el proceso de creación al escribirla?
Uno de los inconvenientes de que tardara tanto en escribirla fue encontrar el tono adecuado para hacerlo. Para resolver este problema, busqué unos personajes contemporáneos —dos frailes y un erudito— que me permiten narrar esta historia desde un punto de vista actual. El «diablillo» de la creación «obliga» a uno de estos personajes a indagar en los hechos que ocurrieron.
¿Es su novela una especie de reivindicación literaria de la novela histórica o simplemente se dejó llevar por una historia seductora?
Aunque me gustan mucho novelas como El hereje de Miguel Delibes, o El nombre de la rosa de Umberto Eco, o la obra de Margarite Yourcenar, no me gustan las etiquetas como la de «novela histórica», porque pienso que solo existen dos tipos de novelas: las buenas y las malas. Prefiero considerar que Sus ojos en mí no es una «novela histórica» sino una novela con personajes históricos.
Sus ojos en mí no es una «novela histórica» sino una novela con personajes históricos
A propósito, ¿por qué un título como Sus ojos en mí?
Porque el hecho de que Santa Teresa «pusiese» sus ojos en Gracián le ocasionó innumerables desventuras a este último.
Además de la novela, también ha cultivado la poesía (Proceso de adivinaciones, 1981, y Autobiografía del hijo, 1995), el ensayo (Cambio de tiempo, 1994) y la autobiografía (Paisajes de la memoria, 2010). ¿Qué le aporta cada uno de estos géneros que no consigue aportarle la novela?
La poesía me parece la esencia de la literatura y, por eso mismo, me acerco a ella con mucha humildad. Escribir poesía siempre me ha parecido una osadía: hay que ser muy tenaz para conseguir un buen poema y hay muy pocos poemas que contienen la plenitud de la poesía. Quizás lo consiguen el poema «Espacio» de Juan Ramón Jiménez, o la obra de San Juan de la Cruz. Lo demás son aproximaciones a la poesía, incluso cuando hablo de poetas a los que admiro.
La narrativa, aunque puede estar penetrada por la poesía en la creación de ambientes o en la transmisión de las emociones, es un género promiscuo en el que cabe todo. El ensayo, por su parte, es el trabajo del alumno aplicado o de un periodista de la realidad. Y por último, la autobiografía, es el género que cultiva la herencia de la memoria.
Escribir poesía siempre me ha parecido una osadía
Su narrativa siempre ha sido muy galardonada —el «Benito Pérez Armas» en 1975, el «Pérez Galdós» en 1979, el «Planeta» en 1995 o el «Azorín» en 2015—. ¿Cómo cree que ha influido este reconocimiento de la crítica en su trayectoria?
Cuando era más joven tenía más en cuenta esas cosas: me entristecían las críticas o me llenaba de satisfacción cualquier elogio. Pero, con el paso del tiempo, esas cuestiones se atemperan y encuentras un equilibrio en el que ni te crees todos los elogios ni te sientes derrotado por una crítica adversa.
Ha cambiado tanto el mundo editorial que no creo que algunas de mis novelas más importantes, como Exterminio en Lastenia o Escrito por Luzbel, que son las más arriesgadas y experimentales, hubiesen sido premiadas, ni siquiera publicadas, en la actualidad. Si yo fuese un autor que empieza con esas novelas, no creo que hoy me las hubiesen publicado. No parece que esté vigente ese gusto por la palabra que había antes.
Cuando echa la vista atrás, ¿le cuesta actualmente reconocerse Fernando Delgado en el autor de su primera novela?
No me cuesta reconocerme. Decía Vicente Aleixandre que la literatura no da para comer, sino que si acaso da para merendar. Yo ni siquiera me he preocupado en merendar con la literatura porque afortunadamente el periodismo me ha dado para vivir, e incluso para vivir bien, y nunca he buscado en ella ni la compensación de la vanidad —algo que quizás me lo proporcionaron los medios de comunicación en los que trabajé con cierto protagonismo— ni el dinero.
La literatura es mi vocación y mi verdadero amor. Sin duda, me gustaría ser mejor escritor de lo que soy, pero me siento afortunado de poder cultivar la literatura y de poder publicarla.
¿Concibe su narrativa como una cierta evolución o una profundización en ciertos temas o, por el contrario, escribe aquello que le pide cada momento?
Creo que los temas que han desarrollado mis obras tienen que ver con la identidad y que mis novelas han sido más bien intimistas. Suelo abundar en los mismos temas pero desde diferentes perspectivas. La novela que quizás más se ha separado del resto es precisamente esta última, sobre Santa Teresa de Jesús, aunque no descarto que también tenga algo que ver con la búsqueda de la identidad.
¿Qué es lo que mueve a Fernando Delgado a escribir?
Yo empecé a escribir siendo un niño, pero no sabría decir qué es lo que me movía a hacerlo, porque en mi casa ni siquiera había una biblioteca. Lo que sí había era una gran lectora de periódicos que era mi abuela, que leía con pasión la prensa cada mañana. Teníamos familiares en Cádiz y en Venezuela que nos enviaban periódicos atrasados por barco. Yo encontraba en las ciudades de las que hablaban esos periódicos la «otra orilla», que para un joven insular era un ejercicio de imaginación maravilloso.
Mi relación con la literatura empieza través de esos periódicos. Luego, con trece o catorce años, empecé a frecuentar los periódicos para que me publicasen los artículos que escribía. Pero antes que periodista, yo quería ser escritor.
Mi relación con la literatura empieza a través de los periódicos
De su paso por los medios de comunicación, ¿qué se lleva en el baúl de los recuerdos?
Supongo que una gratitud enorme por la radio, que me ha querido mucho más que yo a ella, gracias a la voz. Pero la voz es un don de la naturaleza que no tiene ningún mérito personal. Más bien ocurre al revés: yo no me preocupo en absoluto de cuidar la voz, sino que la estropeo a causa del tabaco, por ejemplo. Pero, frente al trabajo en la radio, yo siempre he estimado más lo escrito. Esto es un acto mío de ingratitud con un medio que me ha dado tantas cosas.
¿Tiene también sentimientos encontrados con la televisión?
Hubo un momento en el que casi desisto de seguir en la televisión debido a la pérdida de intimidad y de normalidad en mi vida. Aquí me estoy refiriendo a la etapa en la que presentaba el telediario, en la que no podía ni siquiera sentarme a tomar algo en una terraza porque la gente no paraba de observarme a todas horas.
¿Diría que su paso por la televisión le ha ayudado o le ha perjudicado a promocionar su trayectoria literaria?
En la trayectoria literaria me ha perjudicado, porque algunos malintencionados no consideran auténticos escritores a las personas que aparecen en televisión. La crítica literaria también se deja llevar por estos dictados y alguna vez sufrí sus consecuencias. Pero yo no fui un presentador de televisión que tomó la decisión de escribir, sino que ya era un novelista con una trayectoria literaria cuando me ofrecieron presentar el telediario. Y eso es lo que la crítica no quería ver.
La radio me ha querido mucho más que yo a ella
¿Qué le ha llevado a tomar su decisión reciente de involucrarse en el mundo de la política a través del Partido Socialista del País Valenciano?
Yo siempre he sido un ciudadano comprometido en el ámbito de la social-democracia, que en ocasiones ha adoptado una posición crítica desde sus ideas personales, aunque no directamente en la actividad pública. Vivimos en una época de cambio indudable en el que hay que afrontar un diálogo en la vida parlamentaria. Muchos escritores españoles, como Azorín, Blasco Ibáñez, Galdós o Carlos Barral, participaron en la vida parlamentaria.
¿Y no teme que el hecho de acceder al mundo de la política distorsione su valoración pública como escritor?
Aunque vivimos en un tiempo de tibiezas, conozco a muchos escritores que han manifestado un gran compromiso político por el que se les ha admirado. Me parece que ese compromiso social forma parte de mi identidad desde siempre y se ha desarrollado de un modo natural en mi vida. Si acepto la encomienda de un partido político es porque su espacio político me es afín.
A pesar de sus errores, el Partido Socialista tiene 135 años de historia y tiene una herencia importante en el desarrollo de este país: por ejemplo, hoy es visible la homosexualidad gracias a la aprobación del matrimonio homosexual durante el gobierno de Zapatero. Además de esta circunstancia, me identifico con la universalización de la enseñanza que consiguieron los socialistas.
Después de tantos años dedicados a la literatura, ¿cuál ha sido el mayor motivo de satisfacción que le ha proporcionado su trayectoria?
La publicación de la primera novela, que en mi caso fue Tachero, siempre es un momento muy especial en la vida de un escritor. Y las críticas favorables a Exterminio en Lastenia, que me revelaban como un importante narrador, también fueron motivos de grandes satisfacciones.
*Sus ojos en mí. Fernando Delgado.
Editorial Planeta (Barcelona, 2015).