El paseo de los Nobel

Paseos de Nobel - Viaje a Ítaca

Uno de los momen­tos en que más escri­tor me he sen­ti­do fue cuan­do Xavi Ayén me entre­vis­tó para La Van­guar­dia, con moti­vo de la pro­mo­ción de mi últi­mo libro. En un mun­do cul­tu­ral tan satu­ra­do, Ayén es ese perio­dis­ta que des­ta­ca por­que no está en abso­lu­to har­to de su trabajo.

Yo no le dije nada, pero enton­ces esta­ba leyen­do su libro Rebel­día de Nobel, una colec­ción de entre­vis­tas con auto­res pre­mia­dos con el Nobel, que ser­vían como apo­yo a las foto­gra­fías de Kim Man­re­sa. Me gus­tan los libros de entre­vis­tas, y di con él por­que bus­ca­ba uno pare­ci­do al de Law­ren­ce Gro­bel, Una espe­cie en peli­gro de extin­ción, don­de se enfren­ta­ba a auto­res como Joseph Heller, Nor­man Mai­ler (cul­pa­ble direc­to del títu­lo del volu­men) o Saul Bellow. Me gus­tan estos libros por­que son adic­ti­vos, y por­que son una bue­na cura de humil­dad (a la vez que un recons­ti­tu­yen­te) para esas épo­cas de inten­si­dad pro­mo­cio­nal en las que la sen­sa­ción pre­do­mi­nan­te es la de com­ple­ta inep­ti­tud inte­lec­tual por mi par­te, lo que me lle­va a las decla­ra­cio­nes que solo sue­nan con soli­dez e inte­rés den­tro de mi cabe­za. En cier­to modo, se tra­ta de reini­ciar la rela­ción entre entre­vis­ta­do y perio­dis­ta. Tras una lec­tu­ra muy aten­ta a libros como el de Gro­bel, siem­pre ten­go que dedi­car el mis­mo esfuer­zo a olvi­dar todo lo que los escri­to­res han dicho en esas pági­nas (de modo que los releo a menu­do), y el tomo de Manresa/Ayén cum­plió tan bien con esta fun­ción que ya estoy desean­do olvidarlo.

Los pre­mios Nobel del libro de Ayén se extra­li­mi­tan de su acción lite­ra­ria. Des­ta­ca en ellos el com­pro­mi­so éti­co, en la mayo­ría de los casos con la edu­ca­ción, que muchos ya exhi­bían antes de reci­bir el pre­mio. Tam­bién des­ta­ca la rup­tu­ra con el tópi­co del escri­tor hura­ño y con­cen­tra­do en exclu­si­va en su tarea. Aho­ra bien: hay for­mas dife­ren­tes de rom­per, y el carác­ter her­mé­ti­co de algu­nos de los entre­vis­ta­dos sí que se man­tie­ne fiel a esa tra­di­ción, qui­zá por­que intu­yen que es mejor así. Lo que no acier­to a saber es cómo pue­de uno evi­tar a un perio­dis­ta expe­ri­men­ta­do como Ayén. Tal vez por eso en muchas de las casas de los auto­res hay más­ca­ras que no han esca­pa­do al obje­ti­vo de Kim Man­re­sa. Dario Fo, cuya entre­vis­ta cie­rra el libro, dice que «el peli­gro que nos ace­cha a los acto­res es no ser nadie sin la más­ca­ra», y yo creo que a los escri­to­res nos ace­cha ese mis­mo peli­gro de que­dar con­ge­la­dos en una anéc­do­ta, una fra­se, con suer­te en una obra, y no ser capa­ces de expre­sar que un escri­tor es otra cosa ade­más de sus pala­bras… de hecho, es esa lucha con las pala­bras lo que con­vier­te a uno en escri­tor. En cier­ta medi­da, un entre­vis­ta­dor que tra­ta a menu­do con escri­to­res apren­de a agi­tar ese mon­tón de pala­bras para que ese encuen­tro no se con­vier­ta en un inter­cam­bio de fra­ses hechas.

Paseos de Nobel - Viaje a Ítaca

El pro­ble­ma que ten­go para olvi­dar este libro es que la cola­bo­ra­ción entre perio­dis­ta y fotó­gra­fo ha dado mucho de sí, tan­to como para orga­ni­zar una expo­si­ción (que pue­de ver­se aho­ra en Cai­xa­Fo­rum Bar­ce­lo­na) en torno a los auto­res del libro y a otros pre­mios Nobel con los que Ayén y Man­re­sa se han cru­za­do a lo lar­go de los años (casi una déca­da des­de la publi­ca­ción de Rebel­día de Nobel): Coetzee, Trans­trö­mer, Her­ta Müller, Modiano, Mario Var­gas Llo­sa… prác­ti­ca­men­te todos retra­ta­dos en su lugar de ori­gen, tra­zan­do así un envi­dia­ble mapa lite­ra­rio e intimista.

En la expo­si­ción, pre­si­di­da por una pan­ta­lla que repro­du­ce entre­vis­tas o dis­cur­sos de los auto­res selec­cio­na­dos, cobran pro­ta­go­nis­mo las foto­gra­fías de Man­re­sa, que se encuen­tran dis­pues­tas en mesas, en lugar de en pane­les ver­ti­ca­les (aun­que hay algu­nos que reco­gen decla­ra­cio­nes de los escri­to­res). En efec­to, la lite­ra­tu­ra es una acti­vi­dad hori­zon­tal que te obli­ga a incli­nar­te, inclu­so a encor­var­te sobre la idea, el diá­lo­go o la ima­gen que pasa al papel. Las fotos, lle­nas de espon­ta­nei­dad y situa­das en un con­tex­to coti­diano, son un poco más oscu­ras de lo que uno sue­le encon­trar en esta cla­se de retra­tos en blan­co y negro (o eso me pare­cie­ron): muchos ros­tros se pre­sen­tan a con­tra­luz, con los pómu­los des­en­fo­ca­dos, las arru­gas bien dis­pues­tas (la media de edad es bas­tan­te ele­va­da), y un inte­rés inusi­ta­do por los obje­tos y las manos de los retra­ta­dos que desa­fían todas las nor­mas del géne­ro foto­grá­fi­co. Per­so­nal­men­te, agra­dez­co los des­en­fo­ques y encua­dres de Man­re­sa. Enca­jan con el esti­lo cer­cano (pero tam­bién exhaus­ti­vo) de Ayén.

Como no que­ría hacer una rese­ña y una cró­ni­ca al uso de libro y expo­si­ción, he opta­do por «des­en­fo­car» mis impre­sio­nes y orde­nar en for­ma de notas mi paseo per­so­nal por estas dos obras, siguien­do el reco­rri­do pro­pues­to en el libro.

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Wole Soyin­ka

- Solo auto­res como Soyin­ka o Ngü­gï wa Thiong’o son capa­ces de son­reír mien­tras des­pie­zan las mise­rias del con­ti­nen­te más rico en recur­sos y más con­tra­dic­to­rio del mun­do. El pro­pio Soyin­ka pare­ce repre­sen­tar par­te de esa con­tra­dic­ción, cuan­do expli­ca que pre­fie­re ser Minis­tro de Pri­sio­nes a Minis­tro de Cul­tu­ra, por­que la polí­ti­ca no le intere­sa: «Ten­dría que tra­tar con artis­tas, que son la gen­te más pro­ble­má­ti­ca del mun­do, nun­ca están satisfechos».

- Una foto de Man­re­sa nos lo mues­tra situa­do de per­fil, fren­te a un pai­sa­je que pare­ce salir de su cabe­za. Soyin­ka pre­fie­re la fic­ción. Las memo­rias le han supues­to un reto casi inal­can­za­ble. Su casa, cons­trui­da por él mis­mo, es una mole de ladri­llo rojo rodea­da de vege­ta­ción, como si se hubie­se deja­do acon­se­jar por el arqui­tec­to Fran­cis Kéré, que reco­mien­da sen­tar las bases arqui­tec­tó­ni­cas a par­tir del entorno.

Doris Les­sing

- Uno siem­pre tie­ne la sen­sa­ción de que los perio­dis­tas se reco­no­cen entre sí, y que deba­jo de sus con­ver­sa­cio­nes son capa­ces de trans­mi­tir­se datos y con­tra­se­ñas, como los astro­nau­tas cuan­do regre­san al pla­ne­ta tierra.

- Les­sing remi­te incons­cien­te­men­te a la Car­ta a los Roma­nos, capí­tu­lo 2, cuan­do dice que «yo renue­vo cons­tan­te­men­te mis ideas».

- Los perió­di­cos, cua­der­nos y otros obje­tos peque­ños caen des­pa­rra­ma­dos de las estan­te­rías y la mesa. Me atrae la ven­ta­na del fon­do, con las vasi­jas en el alféi­zar. Solo tie­nen que preo­cu­par­se por no caerse.

José Sara­ma­go

- Un hom­bre fuer­te en la escritura.

- Sara­ma­go en las esqui­nas de las foto­gra­fías, como si hubie­se que abrir mucho el plano para encua­drar­le, por­que es sor­pren­den­te­men­te veloz caminando.

- Una vez ima­gi­né un via­je a Lis­boa en el que Sara­ma­go hacía de guía. Le per­se­guía por la esca­le­ra de San Cris­pín. Dice Ayén que seguir­le resul­ta ago­ta­dor, y no me sor­pren­de que así sea.

Nadi­ne Gordimer

- ¿Qué dife­ren­cia a la obra de Gor­di­mer de la de Coetzee? En mi opi­nión, la de Gor­di­mer, y ahí está su pun­to fuer­te, sí que ha sido mol­dea­da por los hechos.

- En una de las fotos, una borro­sa Gor­di­mer pasa por delan­te de un mural con un bos­que de manos alza­das al cie­lo, como que­rien­do tocar algo, no tan­to como espe­ran­do a que algo cai­ga. Gor­di­mer fue como un árbol peque­ño pero fuer­te; los árbo­les eran el espa­cio alre­de­dor del cual los ancia­nos de una tri­bu impar­tían su justicia.

- Creo que entien­do la for­ma de tra­ba­jar de Man­re­sa: esco­ge dos obje­ti­vos, uno para el autor y otro para el entorno, y va jugan­do con ellos. Eso pien­so mien­tras veo las manos de la auto­ra: ella las estre­cha como raí­ces de un árbol fru­tal. Un limonero.

Gao Xing­jian

- Tam­bién en la cul­tu­ra es un fugi­ti­vo antes que un héroe.

- Xing­jian per­so­ni­fi­ca la bús­que­da de la rea­li­za­ción de un artis­ta para quien cual­quier par­te del pro­ce­so es casi sagra­da: hay que dejar de «hacer» (escri­bir, pin­tar), para lle­gar a «estar» (tocar con la pun­ta de los dedos la corrien­te sub­te­rrá­nea del mundo).

- Nun­ca dejan de admi­rar­me la capa­ci­dad de tan­tos narra­do­res para intuir, a veces de la for­ma más cla­ra, que hay una nece­si­dad de ado­ra­ción detrás de todo lo que hacemos.

- Lo que no logró el arte (una vida de vege­ta­riano, la que­ma de cien­tos de pági­nas), lo con­si­guió la repre­sión (la Revo­lu­ción Cul­tu­ral Chi­na entre 1966 y 1976).

- Man­re­sa retra­ta a Gao Xing­jian bajo el sol rela­ti­va­men­te lim­pio de París.

Gabriel Gar­cía Márquez

- Gar­cía Már­quez fue en la últi­ma eta­pa de su vida la voz del silen­cio lite­ra­rio, pero en la som­bra polí­ti­ca sí que habló a voz en gri­to. Él pro­pi­ció el encuen­tro entre el ELN y el Gobierno de Álva­ro Uri­be.

- La inte­rrup­ción de sus memo­rias res­pon­día a un cier­to ago­ta­mien­to. Sus lec­to­res apren­di­mos a agra­de­cer­le su can­san­cio, hemos apren­di­do de él a tomar­nos la vida con una agi­ta­ción silenciosa.

Gün­ter Grass

- Rosa Sala Rose, que hizo de intér­pre­te cuan­do el autor de Lübeck pre­sen­ta­ba su volu­men de artícu­los en Bar­ce­lo­na, con Pas­cual Mara­gall (por enton­ces alcal­de de la ciu­dad) de anfi­trión, me con­tó que esta­ba tan ner­vio­sa que derra­mó media bote­lla de agua sobre sus pan­ta­lo­nes. Grass son­rió y dijo: «nos pue­de pasar a todos». Creo que su obra (des­de la locu­ra has­ta la elec­ción del ban­do equi­vo­ca­do en una con­tien­da) se pue­de resu­mir en esa fra­se tan sencilla.

- Un par, o tres, de «Me acuer­do» en memo­ria de Gün­ter Grass:

Me acuer­do de que mi madre me rega­ló Mi siglo por mi 20º cumpleaños.
Me acuer­do de lo mucho que se pare­ce a Cipriano, el abue­lo de mi mujer.
Me acuer­do de la expo­si­ción de acua­re­las que vi en Mála­ga, de aque­llos can­gre­jos en tin­ta de acuarela.

- Siem­pre me ha fas­ci­na­do Grass. Con él adqui­rí con­cien­cia de la impor­tan­cia que pue­de lle­gar a tener un escri­tor en nues­tra civi­li­za­ción. Ade­más, escri­bía de pie, lle­va­ba metra­lla en su inte­rior, y per­dió a su ciu­dad natal. Cada vez que pue­de (en esen­cia, El tam­bor de hoja­la­ta va de esto), nos recuer­da que el pasa­do siem­pre vuel­ve. Eso decía tam­bién el teó­lo­go Die­trich Bonhoef­fer: «el pasa­do vuel­ve a ti / como el frag­men­to más vivo de tu vida».

Naguib Mah­fuz

- Fren­te a sus limi­ta­cio­nes físi­cas, los ros­tros de quie­nes le rodean.

- ¿Cómo se habla con quien no pue­de ver­te ni oír­te? Para mí es un mie­do anti­guo el de per­ma­ne­cer cie­go y sor­do, depen­der en gran medi­da del tac­to. Era admi­ra­ble en Mah­fuz su «aureo­la de dig­ni­dad», su empe­ño en la con­ver­sa­ción, su letra de león.

- Se man­tu­vo en las som­bras, rodea­do de ami­gos; apren­dió a con­ju­rar las som­bras, se hizo ami­go de ellas; has­ta las foto­gra­fías de Man­re­sa pare­cen haber­se con­ta­gia­do de una visión borro­sa pero de con­tor­nos bien defi­ni­dos, amigables.

- La bre­ve­dad de sus escri­tos, por nece­si­dad, le con­du­je­ron a reno­var un géne­ro lite­ra­rio como el del aforismo.

Toni Morri­son

- Es la pro­fe­so­ra de len­gua y lite­ra­tu­ra que siem­pre qui­sis­te tener.

- Lo que más recuer­do de mi estan­cia en los Esta­dos Uni­dos es el olor de las moque­tas recién pues­tas. Como esa en la que se sien­ta Morrison.

- La mejor for­ma de lograr la igual­dad, de dar la voz (por medio de la escri­tu­ra) a quie­nes no la tie­nen: una cau­sa gene­ral, un pro­ta­go­nis­ta individual.

V. S. Naipaul

- Encar­na­ba mi teo­ría de que un escri­tor es, ante todo, un pro­fe­ta: no nece­sa­ria­men­te un hom­bre admi­ra­ble, no una per­so­na que ve el futu­ro, ni siquie­ra un san­to, sino alguien que debe decir las cosas tal como las ha recibido.

- Su padre me ense­ñó (a tra­vés de los escri­tos de Nai­paul, no direc­ta­men­te, cla­ro) que yo no debía sen­tir­me cul­pa­ble por ser tan caó­ti­co con mis lecturas.

- Para Nai­paul, su país era su finca.

Ken­za­bu­ro Oé

- Inten­tar com­pren­der ver­da­de­ra­men­te al otro. Ir a ver su dolor, que es el tuyo, no cen­trar­te en el propio.

- La con­cen­tra­ción activa.

- Si quie­res decir algo, debes esco­ger la mane­ra correc­ta de hacer­lo, y tam­bién la mane­ra de vivir con ello.

Imre Ker­tész

- Stei­ner habla­ba de la des­apa­ri­ción de los cafés como sín­to­ma de la desin­te­gra­ción de Euro­pa. Ker­tész tuvo en ellos un fren­te y un entorno para su lite­ra­tu­ra. El día que des­apa­rez­ca la lite­ra­tu­ra de Ker­tész será el ini­cio del fin de Europa.

- Hay una ima­gen pode­ro­sí­si­ma de él bajo un lis­ta­do de los cam­pos de exter­mi­nio. «A Ker­tész todo pue­de recor­dar­le Ausch­witz», dice Ayén. Qui­zá esa fue­ra la cla­ve de los cam­pos: la diso­lu­ción del cuer­po físi­co (con toda la afren­ta que eso supo­ne para la reli­gión judía) per­mi­ti­ría en cier­to modo el olvi­do. Es curio­so que, estan­do tan cer­ca del «anti­guo enemi­go», Ber­lín, con tan­ta his­to­ria cer­ca­na, Ker­tész sin­tie­se allí una paz inexplicable.

Derek Wal­cott

- Algo en sus imá­ge­nes te mos­tra­ba que per­te­ne­cía al mun­do del jazz sin ser músi­co. Cuan­do nos escan­da­li­zá­ba­mos por la con­ce­sión del Nobel a Bob Dylan, debi­mos haber pen­sa­do en Derek Wal­cott, en su poe­sía lle­na de mez­cla y con una fuer­te con­cien­cia sobre nues­tro lugar en la his­to­ria con­tem­po­rá­nea, esa asis­ten­cia en direc­to al des­plie­gue de los hechos, libres de pre­jui­cios, que a veces envi­dio de la cul­tu­ra esta­dou­ni­den­se. Nun­ca he leí­do en un escri­tor con­tem­po­rá­neo una crí­ti­ca tan encen­di­da con­tra el pen­sa­mien­to rela­ti­vo. Tal vez por­que hay en Wal­cott una intui­ción de que, en los sis­te­mas más tota­li­ta­rios, siem­pre se inten­ta anu­lar a los eco­no­mis­tas y borrar defi­ni­ti­va­men­te todo ras­tro de poesía.

Orhan Pamuk

- Para las cul­tu­ras de Orien­te Medio, el libro es el com­po­nen­te reli­gio­so más impor­tan­te. Por eso los mayo­res biblió­fi­los tie­nen que acu­dir allí. Por eso los libros escri­tos a mano pue­den per­vi­vir allí. Por eso, Orhan Pamuk es el escri­tor más orien­tal de Occi­den­te, o el más occi­den­tal de Tur­quía, mucho más repre­sen­ta­ti­vo de esa iden­ti­dad que quie­nes le ame­na­za­ron. Al denun­ciar el geno­ci­dio de arme­nios y kur­dos por par­te del ejér­ci­to tur­co, se puso a su pro­pio país en con­tra, pero al mis­mo tiem­po se con­vir­tió, muy a su pesar, en sím­bo­lo de liber­tad. De ahí el uso del humor como apo­yo, más que como herra­mien­ta social, que sir­ve como con­tra­pun­to al hüzün (pala­bra que en Estam­bul sig­ni­fi­ca «melan­co­lía»).

Wis­la­wa Szymborska

- Aun­que repli­ca­se al Ecle­sias­tés en su dis­cur­so del Nobel (no cree que no haya «nada nue­vo bajo el Sol»), toda su con­ver­sa­ción está empa­pa­da de la poe­sía del Anti­guo Testamento.

- A ella le intere­sa­ba la gen­te que pare­ce invi­si­ble. Des­com­pu­so la fór­mu­la para la curio­si­dad en una mez­cla, a par­tes igua­les, de inge­nui­dad y agudeza.

- Escri­bía sen­ta­da a la mesa con un insec­to gigan­te obser­ván­do­la. Su obra es así: mien­tras noso­tros lee­mos a Kaf­ka, Gre­gor Sam­sa pres­ta aten­ción a lo que ella hace.

Dario Fo

- Man­re­sa foto­gra­fía las manos entre­la­za­das de Fo y de Fran­ca Rame. Como a mí, pare­ce que le cues­ta ver a cada mano pro­ce­den­te de un cuer­po indivisible.

- El tea­tro, si se hace bien, se entien­de en todas par­tes, dice Fo. Pude com­pro­bar­lo cuan­do tra­ba­jé en un mon­ta­je de La asam­blea de las muje­res de Aris­tó­fa­nes en Coim­bra, en espa­ñol, y las par­tes que esta­ban mejor tra­ba­ja­das coin­ci­dían con las que más gra­cia hacía al público.

- Fo es un bufón que detes­ta lo vul­gar, tie­ne una enor­me dignidad.

- Recuer­do haber leí­do La vio­la­ción, de Rame. Su impac­to. Pero nun­ca se me pasó por la cabe­za pen­sar que estu­vie­se basa­da en hechos reales. Resul­ta que sí: a Rame la secues­tra­ron y vio­la­ron en 1973, a los 41 años. Aho­ra el cri­men ha pres­cri­to. Aho­ra ella es senadora.

- Afir­ma Fo: «El poder no sopor­ta el humor, por­que la risa libe­ra al hom­bre de sus mie­dos». Y una más: Hay que «traer el tea­tro a luga­res don­de se supo­ne que no debe­ría estar».

*Las foto­gra­fía que acom­pa­ñan a este tex­to fue­ron toma­das por Daniel Ján­du­la duran­te su visi­ta a la expo­si­ción Paseos de Nobel.

* Rebel­día de Nobel: Con­ver­sa­cio­nes con 16 auto­res Pre­mios Nobel de Lite­ra­tu­ra.
Foto­gra­fías de Kim Man­re­sa. Tex­tos de Xavi Ayén
El Aleph Edi­to­res (Bar­ce­lo­na, 2009).

* Paseos de Nobel. Cai­xa­Fo­rum Bar­ce­lo­na. Has­ta el 2 de sep­tiem­bre de 2018.

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