Yo fui un personaje de David Monteagudo. Desde que me instalé con mi familia en Vilafranca del Penedès (donde reside también el escritor nacido en Galicia en 1964), hasta la presentación de Invasión (Candaya, 2015), en Sabadell, donde nos conocimos personalmente, yo fui para él una presencia desconocida con la que se cruzaba de vez en cuando en el parque al que él también lleva a sus hijos, o en la puerta de la biblioteca. En efecto, yo fui como uno de esos «hombres que caminan» que describe al inicio de su último libro, uno de esos seres que «van siempre hablando solos, con una sombra de torva determinación en la mirada».
Dado que yo sí sabía quién era él, cuando me lo encontraba no podía evitar observar, a una distancia que yo creía prudencial, su forma de andar y de esquivar a los viandantes y los escaparates, buscando las sombras del casco antiguo del pueblo, o bien intercambiando breves conversaciones con esos otros raros seres que caminan. Una vez le perseguí entre los pasillos del supermercado que ambos solemos frecuentar. No fue un estudio concienzudo de sus métodos de compra o sus hábitos de alimentación. En realidad, esperaba dar con un modo de entablar conversación, pero no era el mejor entorno para un inicio casual, ni tampoco sabía del todo cómo continuarla. Es posible que se diera cuenta de que un tipo de aspecto parecido al de alguna de sus historias podía estar siguiéndole; no sería descartable en una mente despierta como la suya, y yo como espía no soy especialmente bueno. En cualquier caso, me siento autorizado para afirmar que soy un personaje monteagudiano. Cuando meses después le comenté esto a David, le pareció lo más natural del mundo.
Si un escritor tiene suficiente oficio, y tiene intuición para hallar el camino a su propio mundo, también comienza a reconocer a sus propias criaturas, y la perspectiva de cruzarse alguna vez con ellas no se antoja un hecho muy extraordinario. Es posible que detrás de Hoy he dejado la fábrica (publicado en 2018 en :Rata_) exista una cierta necesidad de dejar constancia de que los lectores de David también podemos saber cómo se llega hasta su entorno personal y creativo. Porque una de las mejores cosas que tiene la voz del autor de Fin, Marcos Montes, o Brañaganda, es que podemos considerarla familiar. Otra es que uno se encuentre a sí mismo hablando de literatura en cualquier momento, sin que resulte forzado y si nadie lo remedia. Nuestra entrevista empieza con un asunto personal relacionado con la Seguridad Social. «Yo siempre digo que puedes hacer literatura de cualquier cosa, hasta de la burocracia. Depende de cómo lo cuentes», afirma David, con esa seguridad de quien ha echado en una fábrica más horas que palabras. Asiente cuando tiene clara la frase apropiada, y entonces la suelta. Es calvo, pero no completamente, y ese es un rasgo físico que siempre me ha despertado serenidad: no confío en los señores que no te dan pistas sobre el lugar donde antes les crecía el pelo.
En este último libro incluyes un relato que es muy representativo del Monteagudo escritor de los últimos tiempos, «La cajera del súper». Formaría parte de tu canon, me atrevo a decir. En él percibimos claramente cómo suena tu literatura.
Varias promociones de mis talleres literarios han pasado por el ejercicio de leer y rehacer ese cuento.
¿Cómo sabes tú que has dado con una historia?
Según el caso. Muchas veces lo que tengo es una escena, un hallazgo, algo que sé que funcionará, y que sé que es lo suficientemente potente para dejarme arrastrar por ello.
Dar con ese estímulo, ¿depende de la personalidad de cada uno?
Sí. Pero en mí sobre todo está el hecho de que si no hubiera tenido nada que contar jamás me hubiera puesto a escribir. El trabajo de perfeccionar cada pieza, hasta el absurdo, es la única forma de no perderme. Cuando algo sale de mi fábrica, es porque ha habido un trabajo extenuante detrás de una pieza muy concreta.
¿En la fábrica trabajabas así también?
Era muy minucioso. En parte era un sufrimiento, una tensión, hacer las cosas rápidamente, porque se me exigía rendimiento, y yo era muy metódico. Hubo una época en la que hacíamos maquetas y prototipos, y ahí sí que fui capaz de disfrutarlo. Por eso, cuando vi que la literatura era una actividad en la que el perfeccionismo no suponía un defecto, encontré mi verdadera vocación.
En los cursos, según me han contado, también insistes en lo de cerrar frases, buscar varias formas diferentes de contar algo…
Allí veo a gente con ideas muy buenas, con historias que en bruto son muy potentes, pero cuesta a veces hacer entender que no hay que ser negligente con una idea, por muy bien que suene. Les digo que, igual que en el lenguaje oral es imperdonable que nos dejen las frases a media, o no nos expliquen algo bien, en el lenguaje escrito no basta con fiarnos de lo resultón de la anécdota.
¿Qué características tienen los buenos escritores?
Los mejores escritores son los que menos meten la pata. Y luego tienen buen gusto, son elegantes explicando una historia.
¿Has tenido en algún momento de tu carrera la sensación de haberte creado un personaje con tu mismo nombre, a partir de lo que has escrito?
La gente más cercana que ha leído Hoy he dejado la fábrica insiste en que yo estoy ahí. A veces me muestro de un modo más exagerado, más introspectivo… pero siempre estoy ahí. Y los personajes que me interesan lo hacen porque me reconozco en ellos.
Lo digo porque en Crónicas del Amacrana (Rayo Verde, 2017), tu anterior libro, tuve la impresión de que aparecías tú, o al menos el Monteagudo que conozco personalmente, en concreto en los momentos más críticos.
En realidad, he tenido una existencia muy apacible, en absoluto traumática. Puedo encontrar ciertas similitudes con algunos de mis personajes, pero en cosas anecdóticas, en aspectos más bien evidentes, como por ejemplo en un personaje que trabaja en una fábrica y realiza la misma actividad que hacía yo. Pero lo que intento no es tanto leerme a mí mismo desde el presente, sino plantear situaciones en las que no he estado, y ver qué haría yo en ese momento, cuáles serían mis reacciones en una condición inventada, creada, y mucho más problemática que la mía.
¿Te ha pasado lo contrario, es decir, que has puesto de modo deliberado algo muy personal en un personaje, y de repente ese individuo no se parece en nada a ti? Creo que esto es lo que se esconde en el fondo de Hoy he dejado la fábrica.
Sí, es paradójico, pero cierto. Alguien dijo, no sé quién, que cuando un escritor deja de escribir sobre sí mismo y se centra en los personajes, entonces es cuando evoluciona y profundiza.
Hay un ejercicio que pones a tus alumnos que consiste en escribir sobre un cuadro. De hecho, una de tus historias, «Un bodegón antiguo», surge de una iniciativa así. ¿Te planteas escribir sobre cultura?
No, la intención siempre ha sido literaria. Nada de política, de actualidad, ni de cultura.
¿Por qué? Lo de no escribir de política o de actualidad lo entiendo, pero…
Cuando empecé a escribir estos artículos, hace años, no sabía qué salida podrían tener, además de publicar semanalmente en un periódico. Creo que soy muy maniático para estas cosas, y me parece que la literatura y la columna son ámbitos demasiado diferentes entre sí. A veces, buscando temas cuando me veía más apurado con el plazo de entrega, sí que me lo planteaba, pero incluso en esos casos prefería recurrir a ideas antiguas que estuviesen más relacionadas con la memoria, el paso del tiempo, el amor… hasta con cosas que parecían pueriles… prefería temas puramente literarios.
¿Cuál fue tu primera obra?
Lo primero que escribí fueron unas memorias. Allí ya había trozos literarios muy potentes, que estaban muy aislados y me apetecía rescatar algunos para este último libro, como «El frigorífico». Este cuento tiene su origen allí, hace más de ocho años que lo tengo en reserva. Y «Un bodegón antiguo» también, pero este lo tuve que retocar mucho más.
Creo que cuesta entender, desde fuera del entorno creativo, la idea de buscar la permanencia en aquello que escribes…
En parte es porque no me interesa lo que se concibe desde la pura inmediatez. No me interesa algo que esté hecho sin preocupación por lo que ocurrirá después con ello, por muy legítimo y sincero que sea experimentar. Me parece consecuente que, si trabajas con un material que requiere mirar hacia atrás, al menos intentes que lo que produces no sea caduco.
¿David Monteagudo es un escritor costumbrista?
Espero que no [risas]. Es un poco inevitable si explicas lo que hace la mayoría de la gente, pero como etiqueta me da reparo.
¿Todo el mundo es escritor?
Todo el mundo puede tener la capacidad. Todos podemos ser creativos, y adquirir códigos, normas y herramientas. En un país civilizado, alfabetizado, hasta cierto punto sí. Ahora, esa mirada especial, diferente, sobre las cosas o las situaciones, no todo el mundo la tiene.
¿Relees tus libros?
No. Cuando escribo un libro me desprendo de él. Aunque a veces recuerdo páginas.
¿Tienes algún recuerdo especial de alguna escena, algún momento tuyo que consideres inspirado?
Muchos de esos momentos están ahí [apunta con el mentón al libro azul].
¿Qué piensas de la especulación, de publicar ideas en desarrollo?
Tengo muy claro que no me puedo quedar en la anécdota ni en el ingenio. Y esto tiene su tradición también, muy europea. Pero tengo la norma de que todo lo que escriba debe estar muy cerrado.
¿Cuándo dejaste la fábrica?
Hace ocho años.
¿En algún momento te has planteado volver?
Por el tema económico sí que he sentido la tentación. Pero no creo que sea algo tan importante. Un periodista me dijo una vez que yo desmiento esa idea tan extendida de que uno necesita un cuarto propio para crear. Y creo que acertó. Tú ya has visto que, en mis circunstancias, siendo ama de casa (así, en femenino), estando con los críos, en una casa pequeña… He aprendido que escribir es una de esas actividades que puedes ejercer de forma discontinua y casi en cualquier circunstancia.
No sólo escribes cuando estás frente al ordenador…
Exacto. Se puede ser un escritor sin habitación propia. Se puede escribir mientras trabajas en una fábrica… creo que incluso escribí más cuando trabajaba en la fábrica… aunque la calidad fuera inferior entonces.
¿Hay algo de lo que hayas publicado que sacarías de las librerías?
No. Creo que todo lo que he publicado tiene dignidad. Aparte, he contrastado que tengo cosas mucho peores que no he publicado.
No he localizado entre los relatos de Hoy he dejado… el texto manuscrito que aparece en la primera página de la edición…
Ese fue uno de los que se cayeron en la selección final. Iolanda [Batallé, editora de :Rata_] me sugirió un tono de diario a la hora de pensar qué textos se quedarían finalmente. Cayeron algunos, que a mí me hubiera gustado incluir, pero creo que ella tenía razón al quitarlos.
¿Te cuesta desarrollar tu carrera cuando estás más pegado al género fantástico?
En este país es una especie de estigma. De hecho, muchos autores que reivindican el género, ni siquiera incorporan algo más de tres o cuatro elementos fantásticos muy ambiguos, pero en realidad hay temor a ser catalogado de «escritor de género fantástico». Eso se ve muy bien en el ejemplo de Kafka. Ahora a todo el mundo le gusta Kafka, pero nadie se fija en que su obra es abiertamente fantástica. Lo mismo pasa con Borges. Fueron autores que incluso renunciaron a utilizar más que una pequeña parte del lenguaje, del idioma, para seguir fabulando. La consecuencia es que, cuando alguien escribe desde el puro género fantástico, basta con decir que su texto es kafkiano, o que ha empleado elementos kafkianos, para ser tomado en serio.
Si yo quisiera entrar por primera vez en la obra de David Monteagudo, ¿por dónde debería empezar? ¿Recomendarías Hoy he dejado la fábrica?
Sí, desde luego, sobre todo si quieren conocer a la persona que escribe antes que al escritor y sus tramas.
¿Es este último libro tu arte-poética?
Puede funcionar como tal. Está escrito desde esa distancia. Lo ha escrito alguien que se sitúa al margen, una persona que es casi un francotirador, con esa soledad del narrador un tanto frío.
Pienso en el futuro. Me tranquiliza saber que este libro supone un punto y seguido, más que un punto y aparte demasiado brusco, no digamos ya un punto y final.
Ese desconcierto ante el futuro lo he sentido yo también. El formato de este libro es muy goloso, le he pillado el truco. He seguido escribiendo textos de este tipo. Pero no me gustaría caer en el modelo de las greguerías de Gómez de la Serna, un escritor admirable pero que se quedó un tanto atrapado en ese formato que ya acababa haciendo sin ningún esfuerzo. Es un riesgo y un miedo muy real para mí.
*Foto de cabecera: David Monteagudo (©Carlos Pérez).
*Hoy he dejado la fábrica / Avui he deixat la fàbrica. David Monteagudo.
Prólogo de la edición en castellano de Lilian Neuman.
Prólogo de la edición en catalán de Jaume C. Pons Alorda.
Traducción en catalán de Jordi Llavina.
:Rata_ (Barcelona, 2018).
EXTRAS
RESEÑAS ÁGILES DE LOS CUENTOS DE «HOY HE DEJADO LA FÁBRICA»El mayor acierto de su último libro no es que David apunte a las contradicciones y rarezas de nuestro tiempo, sino que te dice: «cualquiera de estas rarezas podrías ser tú». Así, el libro bien podría titularse Hombres que encuentro en mi pueblo, o Los hombres y las mujeres que no se amaban a sí mismos. Afortunadamente, yo nunca pongo títulos a los libros de los demás.
SOY LEYENDA
Para ser leyenda, nada mejor que escribir sobre ello indirectamente.
Para no serlo jamás, nada mejor que explicar cómo se consigue.
LOS HOMBRES QUE CAMINAN
Yo soy un hijo de esos hombres que caminan.
HE DEJADO LA FÁBRICA
Ha empezado a producir. Pero no en serie.
EL PRIMER CAFÉ
El primer coche de mi padre hervía en cada viaje, y emitía ruidos de cafetera. Esas paradas en los cafés de carretera tienen similitudes con los inicios de las películas de terror.
LA CAJERA DEL SÚPER
Tengo mis sospechas sobre cuál pudiera ser. Lástima que padezco una mal gracias al que mezclo los rostros de la gente a la que no conozco bien.
UN DÍA GRIS
Es la vista desde un balcón, pero ese balcón está a ras de suelo.
EUTIMIO MONTÓN
Eutimio da mucha grima, pero estoy convencido de que me cruzo con montones de él cada día.
EL HOMBRE DELGADO
A la tercera o cuarta lectura, empiezo a dudar si soy yo.
UN VIAJE
Me recuerda a uno de los cuentos de Crónica del Amacrana: la historia de una huida hacia el norte. En mi mente, es como si en realidad no hubiesen salido del Penedès y hubieran llegado, como muy lejos, hasta Les Cabanyes.
EL HOMBRE DEL PERRITO
Este hombre no es de los que caminan. Hay individuos que se trolean a sí mismos.
EL HOMBRE DEL PELO LARGO
David y yo nos hemos sentado en los mismos bancos de Vilafranca.
UN ARISTÓCRATA
El tipo del cuento anterior se ha convertido en burgués.
UNA MUJER PEQUEÑA
Ella desaparece en directo.
UN COCHE MAL APARCADO
Gente hecha de hierro. Gente «abollada».
EL PUEBLO Y EL NIÑO
A mí siempre se me escapaba el balón, y este rodaba cuesta abajo. Me pasaba el tiempo conociendo el desnivel de las calles.
EL TRIUNFO DE LA RAZÓN
Una vez vi a una mujer así, encargada en una tienda de reprografía. La llamaba SuperShivaWoman.
LA CHICA DEL TREN
El hombre tímido ha dado un paso más hacia la mujer del súper. Aunque se trate de otra mujer.
QUIERO
Siempre es un gusto cruzarse con personas que tienen claro lo que quieren.
VIVEIRO
Volver a casa siempre es doloroso.
LA YONQUI RESULTONA
El reverso tenebroso de la cajera del súper. La mujer de dos caras en efecto Droste.
LA VERBENA
El amor puede mostrar, en el peor de sus días, la sordidez más melancólica del folclore y de las fiestas populares.
EL FRIGORÍFICO
Solsticio de un electrodoméstico tan grande como una habitación.
UN BODEGÓN ANTIGUO
Como Clara Peters, David sabe dar vida a los objetos, y a los reflejos de los objetos.
LA MUERTE DE MI MADRE
Aquí, David ha escrito sobre algo que yo nunca, jamás, sabría escribir.
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UN VECINO
El miedo a la normalidad encarnado en un amable extraño.
EL MAQUINISTA
La película Tiempos modernos transformada en pesadilla. Quizá aquí esté una de las raíces literarias de David.
EL SILENCIO
Emerger de un relato de Oliver Sacks.
SAN JUAN DE DIOS
La visión de la santidad prefigurada en el sueño.
EN ESTE MISMO PISO
Ahora es la fábrica nueva de David. Yo he estado allí varias veces, y puedo asegurar que se encuentra llena de vida.
LA INTERVENCIÓN
Ahora lo entiendo todo.
LA CASA
La pesadilla de un «ama de casa».
LOS PAYASOS
Incluso de los del Cirque du Soleil hay que desconfiar.
EL HOMBRE EXTIRPADO
Hoy soy ese hombre. Precisamente porque no avisa.
LA HABITACIÓN DE LOS NIÑOS
Estoy en ello.
De momento, mi hijo tiene un sueño tan profundo que una vez hubo una reunión de tambores bajo su ventana y ni se inmutó.
EL OCTAVO DÍA
Yo no suelo llegar ni al cuarto día.
EL ESPEJO
La expectativa siempre te devuelve la imagen difusa de la realidad.
LAS DOS NIÑAS
Aunque salgamos de un sueño siempre nos aferramos a la rutina para combatir el terror.
LA BARBERÍA
El barbero al que iba mi padre se parecía a este: una vez me prometió que me regalaría una máquina para lavar, y cuando alcé la mano me soltó una pastilla de jabón. Ya murió.
LA CUEVA
Tengo tantos recuerdos sobre cuevas que prefiero el de David.
2091
¿Es así como mi hijo llegará a un asilo?
EL TÚNEL DEL TERROR
La peor parte del terror es cuando parece que la atracción va a detenerse y dejará de ser amenazadora.
EL LOBO
El terror es una cuestión de perspectiva.
ESE TIPO DISCRETO
Es aquel que siempre está en medio, no el que queda al fondo de la foto.
EL HOMBRE DE LOS SALUDOS
Con práctica, uno puede convertirse en un experto para cualquier cosa.
UN PEQUEÑO INCIDENTE
Los deformes son los próximos gigantes que desactivarán la tranquilidad.
BIOGRAFÍA
Una vida puede caber, literalmente, entre dos páginas de un libro.
AYER SALÍ A LA CALLE
Anteayer no pude salir a la calle. Ayer salí y nada había cambiado. Hoy me quedo para poder escribir esto.
EL CUENTO
La decepción ante la respuesta del «primer lector». Hace poco también la he vivido.
MÍRAME A LOS OJOS
Los ojos responden a un código universal.
PADRES E HIJOS
El poder desestabilizador de la genética. Por eso en McDonald’s no entran los guisantes.
OCURRIÓ HACE AÑOS
Este es el tipo de relato que te engancha cuando lo encuentras en un periódico. Ese que forma curiosas periodicidades.
LA MUJER SOLA
Los ojos responden a un código universal… también cuando están cerrados.
EL HOTEL
En nuestra vida adulta sólo existe una cama.
LOS PRADOS INCLINADOS
Cuando hago una foto de un prado yermo, inclino el horizonte.
EL SOFRITO
Siempre se me dio fatal. Acababa por buscar atajos.
LOS QUE ANDAN DEPRISA
Cuando me viene una idea, me pongo a andar rápido. Eso pone a la gente un poco nerviosa.
LA FELICIDAD
La vida del francotirador.
EL TRASLADO
Actividad que se hace con el deseo de la rapidez y la limpieza.
EL LIBRO
Un punto y seguido. Una conversación.
EL REGRESO
Para regresar de verdad antes hay que volver a ser niño.
ACÚSTICA
Me gustaría tener poderes de súper-atención. Poder abrir todos los oídos.
EL CUARTO INTÉRPRETE
El sonido impertinente que emiten los visitantes.
EL AUTOR
Aquí dejo de comprenderme.
EL PÚBLICO
Aquí el germen de la distracción.
LAS MANOS
Aquí David se reencuentra y vuelve a pasar por delante de la fábrica, después de mucho tiempo.
LA NOVELA
Es cierto que uno escribe con ese «aguijón en la carne».
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA PARA ACERCARSE A MONTEAGUDO
— Platero y yo, Juan Ramón Jiménez
— Ficciones, Jorge Luis Borges
— Diario de un cazador, Miguel Delibes
— El doble, Fiódor Dostoyevski
— El hombre de arena, E.T.A. Hoffmann
De David Monteagudo:
— Fin, 2009
— Brañaganda, 2011
— El edificio, 2012
— Invasión, 2015
— Hoy he dejado la fábrica, 2018