Colm Tóibín

El gran pla­cer que ha pro­por­cio­na­do, a quien esto escri­be, la lec­tu­ra de Brooklyn, es pro­por­cio­nal al de haber com­par­ti­do una dis­ten­di­da char­la con su autor, Colm Tói­bín, en Bar­ce­lo­na. Publi­ca­da por Lumen en cas­te­llano y por el sello Ams­ter­dam en cata­lán, la nue­va entre­ga lite­ra­ria del irlan­dés Tói­bín repre­sen­ta un retorno a la sen­ci­llez de las bue­nas his­to­rias con­ta­das al calor del hogar (esa «home» de tan difí­cil tra­duc­ción al cas­te­llano pero que tie­ne una equi­va­len­cia cata­la­na –«llar»– más cer­ca­na a la voz ingle­sa). La his­to­ria de Eilis, la joven que, en los años cin­cuen­ta, debe aban­do­nar Irlan­da para tra­ba­jar en Esta­dos Uni­dos y comen­zar allí una nue­va vida, atra­pa y des­mon­ta los hábi­tos, a veces malos, de los que pecan los auto­res del siglo XXI, esce­ri­fi­can­do y decons­tru­yen­do las nor­mas bási­cas del arte de la narración.

En un estu­pen­do cas­te­llano (tam­bién se defien­de per­fec­ta­men­te en cata­lán, vivió en Bar­ce­lo­na duran­te varios años), Tói­bín nos habló de la crea­ción lite­ra­ria, del uso expe­rien­cial para hacer vero­sí­mil la fic­ción y de sus cla­ses de lite­ra­tu­ra y narrativa.

Dicen que hay auto­res que escri­ben por­que se ven en la nece­si­dad de expli­car algo que les incum­be. ¿Es tu caso?

Yo par­to de ideas. Pue­do tener una idea o, no sé, cono­cer a una per­so­na en deter­mi­na­do momen­to, y tener­la guar­da­da en la men­te duran­te uno, dos años, sin for­zar nada. Y, final­men­te, de algún modo, sur­ge. Una idea se trans­for­ma mis­te­rio­sa­men­te en una fra­se ente­ra. Ten­go un ami­go, sin embar­go, que cada noche pide a Dios no tener ideas antes de las navi­da­des para poder estar tran­qui­lo con su fami­lia [se ríe]. Lo que hay que tener en cuen­ta es que la ins­pi­ra­ción lle­ga una sola vez, des­pués hay que tra­ba­jar. Es lo que me ha suce­di­do con un tema recu­rren­te en mi obra: la inmi­gra­ción euro­pea. Es un asun­to sobre el que se pue­de escri­bir un artícu­lo o una nove­la. Bien, apren­dí que si quie­res escri­bir una nove­la, debes matar­te, eli­mi­nar­te de la ecua­ción. No eres nadie. El nove­lis­ta se debe man­te­ner al mar­gen. Sí, está meti­do en el mun­do que inven­ta, narra des­de su pun­to de vis­ta, pero, como autor, no exis­te en la his­to­ria. Yo recu­rro a la ter­ce­ra per­so­na, todo lo que suce­de en la nove­la pasa antes por mis ojos, por mi sen­si­bi­li­dad, por mi memo­ria…, pero como autor no soy nadie. La pági­na en blan­co no es un espe­jo en el que mirarse.

¿Y cuál fue la pri­me­ra idea que te pro­vo­có escri­bir Brooklyn?

Fue­ron recuer­dos que recu­pe­ré de la memoria.

Tenía doce años. Cono­cía­mos a una veci­na viu­da que habla­ba mucho de su hija, decía que se había muda­do a Brooklyn, que se casó… Era una fami­lia que guar­da­ba muchos secre­tos. Veía a esa vie­ja seño­ra por la calle y pen­sa­ba en las his­to­rias que debía car­gar con ella. Lue­go, como sabes, he ido pasan­do lar­gas tem­po­ra­das en Esta­dos Uni­dos antes de escri­bir la nove­la. La reali­dad, cuan­do vives allí, es muy dura. No fue nin­gu­na suer­te tras­la­dar­me duran­te meses, al menos en mis pri­me­ras estan­cias, por­que has de ins­ta­lar­te en un espa­cio ajeno y te pre­gun­tas «¿por qué he deci­di­do venir aquí?». Publi­qué The Mas­ter y, sí, gane dine­ro con ese libro. Pero no sé inver­tir. La úni­ca cosa real­men­te bue­na que pue­des hacer cuan­do tie­nes dine­ro es cons­truir una casa. Una ami­ga que tie­ne una empre­sa inmo­bi­lia­ria me puso en aler­ta sobre un espa­cio edi­fi­ca­ble con vis­tas al mar, ubi­ca­do en el lugar don­de pasa­ba las vaca­cio­nes. Para mi, Nue­va York es tre­men­da­men­te frío y pen­sé que sería genial tener mi casa en un lugar tran­qui­lo. Comen­cé a pen­sar enton­ces en esa ima­gen idí­li­ca del cam­po, en poder dis­fru­tar con­du­cien­do has­ta lle­gar a mi «hogar», un tér­mino que en espa­ñol en muy com­pli­ca­do de uti­li­zar, por­que no tie­ne la tras­cen­den­cia que posee la pala­bra ingle­sa «home». Lue­go, mez­clé esas imá­ge­nes con lo emo­cio­nal, con momen­tos en los que te pre­gun­tas de dón­de vie­nes y adón­de vas… Y un día emer­gió, de la mez­cla de todo esto.

BrooklynA Eilis, la pro­ta­go­nis­ta de tu nove­la, le haces des­cu­brir el exi­lio físi­co pero tam­bién, y no menos impor­tan­te, el emocional.

Sí, ahí tuve que echar mano de mis expe­rien­cias. Están por todo el libro. A los quin­ce años era un chi­co impo­si­ble, un rebel­de. Me envia­ron a un cole­gio resi­den­cial reli­gio­so. No podía estar solo. Nun­ca. Allí escu­ché a Leo­nard Cohen, leía poe­sía melan­có­li­ca… Ima­gí­na­te. Tar­dé dos sema­nas en acos­tum­brar­me a la vida en ese lugar. Es un perio­do en el que no sabes qué va a pasar. Pien­sas que se tra­ta de una enfer­me­dad, que es algo pasa­je­ro. Esa viven­cia la encon­tra­mos en los pri­me­ros días de Eilis en Amé­ri­ca. Lue­go está lo del bar­co, cuan­do se pasa todo el via­je vomi­tan­do. Tam­bién es algo que sufrí en el tra­yec­to Pal­ma de Mallor­ca-Bar­ce­lo­na. La pri­me­ra vez que hice el via­je coin­ci­dió con una gran tem­pes­tad. Era la úni­ca per­so­na que esta­ba en el res­tau­ran­te del bar­co. No había nadie más. Resul­tó que habían avi­sa­do a todos los pasa­je­ros para que no salie­ran de sus cama­ro­tes, pero yo no me ente­ré. Estu­ve las seis horas vomi­tan­do. Ade­más es angus­tio­so, por­que una vez empie­zas no hay mane­ra de parar has­ta que no lle­gas a puer­to [se ríe]. En cuan­to al sexo… Bueno, que­ría narrar de mane­ra fide­dig­na cómo vive su pri­me­ra expe­rien­cia una chi­ca irlan­de­sa, par­tien­do de la ino­cen­cia, ya que no dis­po­ne de refe­ren­cia algu­na. Una bue­na ami­ga me expli­có con pelos y seña­les cómo fue su pri­me­ra vez. Lo que que­dó en la nove­la fue exac­ta­men­te tal y como me lo con­tó ella.

Pre­ci­sa­men­te Eilis no tie­ne pro­ble­mas con los hom­bres que entran en su vida. Los has retra­ta­do a todos como ejem­pla­res de una bon­dad inmaculada.

Pues sí, es cierto.

Y me refie­ro a todos, sus pre­ten­dien­tes, sus her­ma­nos, sus amigos…

Sí, todos son estu­pen­dos y bus­can a una mujer para toda la vida.

Aho­ra que la lite­ra­tu­ra pare­ce que vaya de la mano de la expe­ri­men­ta­ción narra­ti­va, apues­tas por la sen­ci­llez en la for­ma y el estilo.

Mira, he dado cla­ses sobre Jane Aus­ten en la Uni­ver­si­dad. Cla­ses de tres horas, con diez alum­nos que debían entrar, leer, releer, ana­li­zan­do la estruc­tu­ra y cómo va todo, cómo fun­cio­na una nove­la. No hay mayor influen­cia para mi que la nove­la del XIX. Las gran­des obras… Moby Dick… Son como dibu­jos muy ela­bo­ra­dos, autén­ti­cas obras de cámara.

Y esa fas­ci­na­ción que sien­tes por Henry James…

Sí, de ahí he saca­do mucho. ¡Y de Flau­bert! Ado­ro Tres cuen­tos, en espe­cial el titu­la­do «Un cora­zón sen­ci­llo». Me ins­pi­ra su esti­lo, su pro­sa. Y es algo que tam­bién pro­cu­ro trans­mi­tir a mis alum­nos. El pro­ble­ma es que ejer­cer como pro­fe­sor de narra­ti­va es muy difí­cil cuan­do tie­nes que enfren­tar­te a los alum­nos americanos.

¿Y eso?

No pue­do decir­les «Mira, deja esto, haz­te abo­ga­do». Aun­que para algu­nos sería estu­pen­do. Scott Turow, gra­cias a haber cur­sa­do la carre­ra de Dere­cho, se ha con­ver­ti­do en un escri­tor de éxi­to. Los estu­dian­tes ame­ri­ca­nos se preo­cu­pan sim­ple­men­te en crear his­to­rias que estén bien. Y, cla­ro, no les pue­do insul­tar. ¡Si fue­ran irlan­de­ses les macha­ca­ría! A los ame­ri­ca­nos no, hay que ani­mar­les con­ti­nua­men­te. Un día, en cla­se de lite­ra­tu­ra, uno de ellos dijo una ton­te­ría. Me levan­té y les pre­gun­té «Pero, ¿alguien tie­ne algo intere­san­te que decir?». Silen­cio abso­lu­to. El alumno se enca­ró dicién­do­me que no le podía hablar así.

¿Cómo logras que limen sus trabajos?

Es duro. Un día aca­bé har­to. Empe­za­ron a leer sus tra­ba­jos. Des­pués de escu­char tres his­to­rias malí­si­mas, deci­dí for­mu­lar tres reglas que, inclu­so para mi, fue­ron reve­la­do­ras. La pri­me­ra era: Deja de escri­bir siem­pre con flash­backs, no enma­ra­ñes el rela­to. Vale, vas en bici, estás suje­tan­do el mani­llar. ¡Pues cuen­ta la puñe­te­ra his­to­ria! Y fíja­te que, pen­san­do en ello, me empe­zó a inte­re­sar escri­bir una nove­la que fue­ra lineal y no cir­cu­lar. Que no fue­ra un tor­ni­llo al que dar vuel­tas. The Mas­ter, la nove­la que escri­bí sobre Henry James, era una com­pli­ca­da his­to­ria en la que recu­rría a este tipo de arti­ma­ñas que aho­ra esta­ba recha­zan­do. ¡Me di cuen­ta de que, al dar­les esta nor­ma, me esta­ba hablan­do a mí mis­mo! Supon­go que el uso de la narra­ción lineal que uti­li­zo en Brooklyn nació ahí.

¿Y las otras dos reglas?

¡Ah, sí! La segun­da es: Aca­ba todo lo que empie­ces, deja de sen­tir pena de ti mis­mo, limí­ta­te a aca­bar­lo y pun­to. Y la ter­ce­ra: Uti­li­za todo lo que sepas, aun­que fas­ti­die a los demás. Un alumno de Stan­ford me dijo en cier­ta oca­sión que no podía escri­bir sobre un tema por­que le daría pena a su madre. ¡Pues apé­na­la! ¡Roba his­to­rias de tus ami­gos! ¡Yo lo hago y no me va mal! Hace poco reci­bí una car­ta de este chi­co dán­do­me las gra­cias por las cla­ses. Pen­sé «¡pero si nun­ca me escu­chan! ¡Pasan total­men­te de lo que les digo!». Bueno, al menos él escu­chó una vez y me ale­gro, por­que me anun­ció que logró aca­bar su libro y está a pun­to de publicarlo.

He oído que Brooklyn será lle­va­da al cine.

Sí, ya han ter­mi­na­do las nego­cia­cio­nes. Ha sido duro por­que, como siem­pre, el pro­ble­ma ha sido la finan­cia­ción. Hace poco di una char­la en Lon­dres a la que asis­tió el guio­nis­ta que se hará car­go de la adap­ta­ción. Me pare­ció intere­san­te que se preo­cu­pa­ra en conocerme.

No vamos a des­ve­lar el final de la nove­la pero, ¿cómo te ima­gi­nas el futu­ro de Eilis?

La ima­gen que ten­go de la his­to­ria es de vein­te años más tar­de. El her­mano de Eilis está en la pla­ya de Wex­ford. Una pare­ja de ado­les­cen­tes que pasea se encuen­tra con él. Tie­nen unos ojos pre­cio­sos, oscu­ros. Tam­bién el cabe­llo de los dos es oscu­ro. Su aspec­to es latino, ita­liano. Jack, su her­mano, se pre­gun­ta quié­nes son. Se acer­can a él y con­ver­san. Son los hijos de Eilis que han veni­do a visi­tar a su abue­la des­de Amé­ri­ca. Los dos se pare­cen un poco a Frank, el her­mano peque­ño de Tony. No hay ras­tro de pecas ni de los ras­gos típi­cos irlan­de­ses… Y ese es el futuro.

Foto de Colm Tói­bín: colmtoibin.com

* Brooklyn. Colm Tóibín.
Tra­duc­ción de Ana Andrés Lleó/Ferran Ràfols Gesa.
Edi­to­rial Lumen/Editorial Ams­ter­dam (Bar­ce­lo­na, 2010).

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