«Cinco viajes al infierno»

Lle­gué has­ta Martha Gellhorn pre­ci­sa­men­te por algo que ella detes­ta­ba: ser cono­ci­da por su matri­mo­nio con Heming­way. A par­tir de su divor­cio en 1945, repe­tía que no iba a hablar de sus rela­cio­nes sen­ti­men­ta­les por­que no que­ría «con­ver­tir­se en una nota a pie de pági­na en la vida de otro». En el momen­to en el que se hace un acer­ca­mien­to, su vida resul­ta tan emo­cio­nan­te que pue­de arra­sar la de cual­quier otro como si fue­ra un tsu­na­mi.

Naci­da en St. Louis en 1908, de madre sufra­gis­ta y padre médi­co de ascen­den­cia judía-ale­ma­na, Martha fue edu­ca­da en el espí­ri­tu crí­ti­co y la empa­tía con los menos favo­re­ci­dos. Se vin­cu­ló des­de muy pron­to a gru­pos de izquier­das y paci­fis­tas, y a tra­vés de sus artícu­los luchó siem­pre con las diver­sas for­mas del fas­cis­mo y del racis­mo, pues no enten­día ni com­par­tía la pre­mi­sa de que el perio­dis­ta se debía limi­tar a informar.

Gellhorn se con­si­de­ra­ba una «estu­dian­te del desas­tre», y por ello con­ta­ba la reali­dad de la calle, no los entre­si­jos de los des­pa­chos: visi­ta­ba hos­pi­ta­les, comía con los sol­da­dos y acu­día a orfa­na­tos y a cam­pos de refu­gia­dos para des­cri­bir esa situa­ción des­de el mis­mo plano en el que la vivían sus protagonistas.

Comen­zó su carre­ra como corres­pon­sal en París, don­de estu­vo duran­te dos años en la Uni­ted Press. A su vuel­ta a Esta­dos Uni­dos reci­be el encar­go de infor­mar para el gobierno de Roo­se­velt sobre la situa­ción del país, sumi­do enton­ces en la Gran Depre­sión. En este pro­yec­to cola­bo­ró con Dorothea Lan­ge, foto­pe­rio­dis­ta esta­dou­ni­den­se que se hizo cono­ci­da pre­ci­sa­men­te por su labor en este periodo.

Debi­do a su «inte­rés por ver­lo casi todo» y su sen­ti­do de la jus­ti­cia, como ella mis­ma decla­ra­ba, acu­dió a la Gue­rra Civil espa­ño­la cru­zan­do la fron­te­ra a pie por Ando­rra. Estu­vo en Fin­lan­dia duran­te la Gue­rra de Invierno, siguió la Segun­da Gue­rra Mun­dial des­de nume­ro­sas loca­li­da­des y se encon­tra­ba entre los inte­gran­tes del pri­mer gru­po de perio­dis­tas que entró en el cam­po de con­cen­tra­ción de Dachau. «Eso lo cam­bió todo», escri­bió des­pués de esta expe­rien­cia, tras la cual dio todo su apo­yo a Israel, a cuya gue­rra tam­bién acu­dió, la de los Seis Días.

Infor­mó de dife­ren­tes con­tien­das en Amé­ri­ca Cen­tral y del Sur, en Java y en Viet­nam. Nun­ca comul­gó con el papel que desem­pe­ñó su país en este últi­mo con­flic­to. La cru­de­za de sus infor­ma­cio­nes le cos­tó ser cen­su­ra­da en Esta­dos Uni­dos y tener que publi­car sus tra­ba­jos en Inglaterra.

Ya con 81 años se tras­la­dó a Pana­má para escri­bir sobre la inva­sión de Esta­dos Uni­dos. Y con 87, se fue a Bra­sil para inves­ti­gar los ase­si­na­tos de los niños de la calle. Murió a los 89 años, casi cie­ga y diag­nos­ti­ca­da de cán­cer, tras inge­rir una sobre­do­sis de barbitúricos.

Su obra se com­po­ne de una vein­te­na de títu­los, que van des­de los libros de fic­ción y las reco­pi­la­cio­nes de rela­tos de via­jes, a los repor­ta­jes y las cartas.

cinco-viajes-al-infiernoCin­co via­jes al infierno, aven­tu­ras con­mi­go y ese otro, de la edi­to­rial Altaïr, publi­ca­do en 2011, supo­ne una inmer­sión en la mane­ra en la que esta perio­dis­ta rea­li­za­ba su tra­ba­jo y vivía su vida. La idea de escri­bir este libro se le ocu­rrió en Gre­cia, sen­ta­da en una pla­ya rodea­da de dese­chos, des­pués de hacer horas de carre­te­ra para lle­gar a lo que cree­ría un peque­ño paraí­so aún sin explo­tar por los turis­tas. En medio de la basu­ra se plan­teó dejar de via­jar y empe­zó a cavi­lar sobre los peo­res via­jes de su vida. De ese oscu­ro momen­to sur­gió Cin­co via­jes al infierno.

En su pri­mer rela­to, «Los tigres del señor Ma», Gellhorn nos tras­la­da a Chi­na con su esti­lo direc­to y sin ador­nos. Este via­je resul­tó ser la extra­ña luna de miel que vivió con el autor de Por quién doblan las cam­pa­nas, al que deno­mi­na C. R. —com­pa­ñe­ro reti­cen­te — . Es el úni­co via­je horri­ble que no hizo sola pues le pare­cía injus­to tener com­pa­ñía para vivir expe­rien­cias tan des­alen­ta­do­ras. La pre­sen­cia del que era su mari­do en ese momen­to le da al tex­to un carác­ter nove­les­co que va más allá del rela­to de via­jes. Corría el año 1941 y aun­que la gue­rra sino-japo­ne­sa ya venía de lar­go, se temía que Japón pudie­se con­ti­nuar su avan­ce des­pués de haber inva­di­do Indo­chi­na, como efec­ti­va­men­te ocu­rrió. El via­je resul­tó ser un autén­ti­co infierno, hacién­do­se mere­ce­dor de enca­be­zar esta colec­ción de des­pro­pó­si­tos a lo lar­go y ancho del pla­ne­ta. Martha Gellhorn se abu­rría con faci­li­dad y eso le pare­cía terri­ble. Bus­ca­ba la sacu­di­da, obser­var, ana­li­zar, tras­mi­tir lo que ocu­rría en cada lugar de con­flic­to y cuan­do no había acción iba a por ella. Se sen­tía cul­pa­ble cuan­do no se encon­tra­ba jun­to a los que se deja­ban la vida en la guerra.

«Duran­te aquel terri­ble año, 1942, viví al sol, a sal­vo y cómo­da, y lo odia­ba». Este es el comien­zo del segun­do rela­to, «De bar­co en bar­co». La corres­pon­sal deci­de via­jar por el Cari­be en bus­ca de la gue­rra silen­cio­sa que lle­va­ban a cabo los sub­ma­ri­nos ale­ma­nes con­tra los alia­dos. Enton­ces las infor­ma­cio­nes eran esca­sas y a Gellhorn le sor­pren­día que se pudie­se estar desa­rro­llan­do un con­flic­to en unas aguas tan cer­ca­nas. Deci­dió apro­ve­char unos días de vaca­cio­nes para inves­ti­gar, y aun­que no encon­tró lo que bus­ca­ba, pudo cono­cer el Cari­be antes de que se con­vir­tie­ra en un inmen­so com­ple­jo turís­ti­co, como recor­da­ría años des­pués al vol­ver a algu­nas de las islas. Pos­te­rior­men­te, cuan­do la infor­ma­ción sobre el con­flic­to se des­cla­si­fi­có, pudo com­pro­bar que en aquel año, 1942, 251 bar­cos mer­can­ti­les fue­ron hun­di­dos solo en aguas del Cari­be, 71 duran­te los dos meses que ella pasó hacien­do el reco­rri­do. Una vez más estu­vo en el lugar apro­pia­do, aun­que lo fan­tas­mal del con­flic­to esca­pa­ra a su escru­ti­nio periodístico.

Martha Gellhorn y Ernest Hemingway con el General Yu Hanmou en Chungking, China, en 1941. (D.P.).

Martha Gellhorn y Ernest Heming­way con el Gene­ral Yu Han­mou en Chung­king, Chi­na, en 1941. (D.P.).

Año 1962. Martha Gellhorn deci­de cru­zar Áfri­ca de este a oes­te, par­tien­do de Came­rún. Su médi­co, que había sido des­ti­na­do al con­ti­nen­te con las tro­pas bri­tá­ni­cas, le reco­men­dó enca­re­ci­da­men­te desis­tir de su pro­pó­si­to argu­men­tan­do que nadie en su sano jui­cio iría allí por pla­cer. Pero Gellhorn seguía con ese deseo de que­rer ver­lo todo con el que vivió siem­pre. Aque­llos paí­ses leja­nos la atraían por su fau­na exó­ti­ca y sus cie­los infi­ni­tos. Con el rela­to «En Áfri­ca», dibu­ja un círcu­lo más en su par­ti­cu­lar via­je por los infier­nos del pla­ne­ta. En reali­dad, debi­do a la enor­me dife­ren­cia entre cada uno de los paí­ses que reco­rrió, esta vez fue­ron varios los infier­nos que cruzó.

Des­de la pri­me­ra línea de «Una mira­da a la madre Rusia», mani­fies­ta su des­ga­na por visi­tar ese país y a cada paso que la acer­ca a su des­tino decla­ra su deseo de no pisar nun­ca esa tie­rra. El moti­vo que la lle­va­rá a rea­li­zar este via­je en 1972 es casi anec­dó­ti­co y muy lite­ra­rio. En una visi­ta a la biblio­te­ca se hizo con un grue­so libro de ensa­yo sobre Rusia. A la perio­dis­ta no le gus­ta­ban los tomos grue­sos y, habi­tual­men­te, solo leía fic­ción. Sin embar­go, este volu­men esta­ba escri­to por una mujer. Que­dó encan­ta­da con la lec­tu­ra y deci­de poner­se en con­tac­to con la auto­ra. De ese insig­ni­fi­can­te hecho, sur­gi­rá la visi­ta a este país, años después.

El rela­to que cie­rra esta serie de reco­rri­dos infer­na­les nos lle­va a Israel: «¿Qué abu­rre a quién?». Aun­que for­ma par­te de los cin­co del títu­lo, este últi­mo tex­to es una refle­xión sobre la nece­si­dad de via­jar y no una des­crip­ción de los ava­ta­res de un via­je difí­cil, como sí ocu­rre con los ante­rio­res. Estas esca­sas pági­nas fina­les sir­ven de epí­lo­go más que de quin­to ani­llo infer­nal y, jun­to a la «Incon­clu­sión» con la que cie­rra el volu­men, la corres­pon­sal refle­xio­na sobre el acto de via­jar. Se pre­gun­ta por los moti­vos de otros para mover­se por el mun­do, tal vez en un inten­to de com­pren­der su pro­pia nece­si­dad. A ella le mue­ve el deseo de rom­per con el abu­rri­mien­to, el ansia de cono­cer, el afán de estar allí don­de hay con­flic­to y tras­mi­tir lo que le suce­de al más débil, pero ¿qué mue­ve a los demás?

En bus­ca de esas res­pues­tas se tras­la­da a un cam­pa­men­to mon­ta­ño­so jun­to a unos jóve­nes hip­pies lle­ga­dos de dis­tin­tos paí­ses. Los jóve­nes, que pasan la mayor par­te de su tiem­po fuman­do hachís y rene­gan­do del arte por pare­cer­les cadu­co y des­fa­sa­do, no son la res­pues­ta espe­ra­da: «Des­de su pun­to de vis­ta, via­ja­ban para encon­trar­se a sí mis­mos, como si uno fue­ra un geme­lo per­di­do o un pen­dien­te que se hubie­ra extra­via­do deba­jo de la cama».

Martha Gellhorn (autor de la fotografía no acreditado).

Martha Gellhorn (autor de la foto­gra­fía no acreditado).

Des­pués de leer los via­jes ante­rio­res, los des­ti­nos que eli­gió, las situa­cio­nes a las que se enfren­tó y las com­pli­ca­cio­nes que tuvo que resol­ver, es fácil com­pren­der que midie­se el fra­ca­so de un via­je por el nivel de abu­rri­mien­to que le pro­vo­ca­ba. Sus ojos esta­ban pre­pa­ra­dos para la gue­rra, no para espa­cios con­quis­ta­dos por turis­tas. Martha Gellhorn no era una via­je­ra por pla­cer, no bus­ca­ba des­ti­nos cómo­dos y habi­tua­les, «luga­res museos, abu­rri­dos de tan exqui­si­tos, lle­nos de pobre gen­te gua­pa obser­va­da por gen­te rica y boni­ta»; era una corres­pon­sal de gue­rra inca­paz de vivir una vida aco­mo­da­da mien­tras hubie­se un con­flic­to en algún lugar del pla­ne­ta por remo­to que fue­se. Nun­ca se plan­teó la posi­bi­li­dad de no lle­var a cabo un pro­yec­to por ser mujer y, a pesar de que se que­ja­ba en sus últi­mas car­tas de no haber hecho nada en la vida, el más míni­mo acer­ca­mien­to a su obra sor­pren­de­rá al lec­tor por tal afirmación.

La mujer que decla­ra­ba que si tuvie­ra que esco­ger entre hacer un cru­ce­ro o via­jar en un bar­co de dina­mi­ta —hacien­do refe­ren­cia al modo en el que via­jó para lle­gar a la cos­ta de Nor­man­día el día del des­em­bar­co — , no ten­dría duda algu­na; la que se negó a ser una nota a pie de pági­na en la vida de otro, esa era Martha Gellhorn.

Foto­gra­fía de cabe­ce­ra: Martha Gellhorn (D. P.).

* Cin­co via­jes al infierno. Martha Gellhorn.
Tra­duc­ción de Ana Guelbenzu.
Altaïr (Bada­lo­na, 2011).

VÍDEOS

«The Outsiders: Martha Gellhorn» (John Pilger, 1983)

Entre­vis­ta de John Pil­ger, repor­te­ro y corres­pon­sal de guerra,
para su serie de Chan­nel 4 The Outsi­ders.

«Hemingway & Gellhorn» (Philip Kaufman, 2012)

Trái­ler de la pelí­cu­la de HBO pro­ta­go­ni­za­da por
Nico­le Kid­man (Martha Gellhorn) y Cli­ve Owen (Ernest Hemingway).

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