Resumen: Cuántas veces no se habrá confundido el genio con la locura, o lo que es peor, la estupidez con la locura sin genio. A causa de esta injusticia, escribí hace un año una semblanza sobre el genial (de verdad) poeta e inventor francés.
Solemos pensar que los personajes extravagantes han hecho brotar su genio de forma espontánea, y rara vez nos paramos a observar su entorno, a menudo tan extraordinario como las biografías que despiertan nuestro interés. Es el caso de Hortensius-Émile-Charles Cros (Fabrezan, 1 de octubre de 1842 – París, 4 de julio de 1889), el menor de los hijos de Simon-Henri, un profesor de instituto que inculca a sus hijos el aprendizaje temprano del griego, el sánscrito y el hebreo (junto al alemán para Charles y el italiano para su hermano mediano Henry). Las cenas familiares debían ser de lo más divertidas.
El hermano mayor, Antoine, médico de profesión, se convertiría en 1902 en el monarca Antoine II, del reino de la Araucanía y la Patagonia, cargo que hubo costado la salud mental a su predecesor y que mantuvo durante apenas un año y medio, ya que tuvo la falta de cortesía de morirse; además, tuvo tratos con Verlaine y Rimbaud. Henry fue un escultor que descubrió el modo de crear una pasta de vidrio, y también un aficionado a los prohibidos duelos de sable. El padre (autor de tratados de moralidad) y la madre, Joséphine Thore (que instruyó a su último hijo en música, química, lenguaje de sordomudos y matemáticas) eran unos republicanos tan escandalosos que tuvieron que mudarse a París, ciudad lo suficientemente grande y colorista como para no llamar la atención sobre sus ideas políticas. Sólo con tomar un elemento de cada miembro de la familia (la amplia gama de disciplinas con las que jugar, la lucha contra el cólera, la inteligencia juguetona), Charles sería un ser lo suficientemente insólito como para pasar a la historia de los poetas malditos que el propio Verlaine comandó. Pero Verlaine le negó la entrada a tan selecta lista, dado que Cros (especialmente el Joven) se inclinaba por un trato social amigable y por la creación de monólogos humorísticos que le proporcionaron cierta fama en antros como El gato negro.
Los poemas de Cros se centran en el ritmo y la sonoridad de las palabras antes que en los temas y las imágenes; son tendentes a la repetición y al absurdo, contienen el carácter y el ansia de exploración de las canciones infantiles; son sencillos de comprender y analizar, transparentes, no hay una sola nube en ellos. Sin embargo, llevó una vida de maldito reconocible en el ámbito científico: llegaba siempre tarde, prefería la compañía del licor de ajenjo y sus estupendas alucinaciones, no distinguía entre ciencia y ensoñación (pues para él la ciencia no precisaba de metodología), sus diversas propuestas fueron infravaloradas del mismo modo que se rechazan unos sonetos estrafalarios elaborados en el momento feliz de un poeta poco experimentado. Es difícil determinar si escribió inventos, patentó poemas, o planeó sus continuos fracasos. Sí sabemos que prefirió la alquimia a la química por su halo poético. Hay que reconocer su osadía: ideó una máquina para suavizar el carácter de las mujeres, dio con un sistema de coloración de fotografías buscando capturar la “esencia tridimensional del color” (tomando el rojo, el amarillo y el azul como colores básicos para el filtro que se colocaba entre la placa y el objetivo), estudió “las acciones recíprocas de las esferas que flotan en el agua, asumiendo una compresión vibratoria”, y fundó una revista, la Revue du Monde Nouveau (Revista del Mundo Nuevo) que publicó la nada desdeñable cifra de tres números, en una época (1874) en la que muy pocas revistas duraban demasiado.
Pero hay dos inventos por los que deberíamos recordar a Charles Cros, uno cuya historia es más conocida, y el otro es mi favorito, que explico primero. A raíz de su libro Un drama interestelar (1872), y sobre todo guiado por su profunda creencia en la existencia de civilizaciones en Venus y Marte (esta última de aspecto y organización similar a hormigas rojas gigantes), sugirió ante la Academia de las Ciencias de París la necesidad de un Proyecto de Comunicación Interplanetaria, para evitar tragedias amorosas como la descrita en su novela. En esta línea, diseñó un medio de comunicación planetaria que consistía en un reflector-antorcha enfocado hacia un espejo parabólico cuyo eje iría alineado con la “antena” de destino, y reproduciendo con moldes una serie de imágenes; a las reticencias técnicas que despertó su planteamiento, dibujó una lupa gigantesca que aprovecharía la luz solar para proyectar las imágenes sobre la superficie marciana.

Paleófono, un “casi” fonógrafo (1877).
Sin embargo, el invento por el que se le recuerda (lo de recordar es un decir), fue un antecedente del fonógrafo de Edison. Por medio de un diafragma, su aparato podía capturar ondas de audio y grabarlas en un cilindro, la forma más óptima en su opinión. Lo llamó paleófono, y el 30 de abril de 1877 registró en la Academia de Ciencias de París un pliego sellado con la descripción del mismo. Aquí es cuando se desata la polémica: el pliego no fue considerado por los académicos hasta el 3 de diciembre de 1877, a pesar de que Cros tenía la sospecha de que Edison estaba a punto de presentar un sistema parecido (de hecho no fue hasta mediados de enero de 1878 que se concedió la patente del fonógrafo al estadounidense). El paleófono, explica el experto en sonido Chema Helmet: “consistía en un dispositivo capaz de detectar la oscilación de una membrana y usar su traza para reproducir la oscilación a partir de su duración e intensidad”. Cros razonó que el receptor debería tener una forma cilíndrica, “porque esa forma era la más conveniente ya que permitía la inscripción gráfica de las vibraciones mediante un tornillo de rosca fina”. En cualquier caso, el éxito se lo adjudicó Edison, que contaba además con medios para la construcción.
Si bien Cros se comportó con deportividad, quedar como “el que casi inventó el fonógrafo” supuso un tremendo varapalo para él. Declaró que “Mr. Edison ha podido construir su aparato; él es el primero que ha reproducido la voz humana; ha hecho un trabajo admirable […]. Yo propongo más bien la grabación por trazas sinusoidales transversales (por medio de una palanca angulada) y el grabado de estos trazos sobre una sustancia resistente. Este es el procedimiento que yo pienso emplear, si encuentro los medios”. Pero gastó el dinero en ajenjo y proyectos fallidos de revistas y quedó anegado en deudas.
Nadie seguirá mi rastro antes
de que pase mucho tiempo.
En estos dos versos se sintetiza el ánimo y la suerte de aquel vagabundo. Fue confundido con el cadáver de un excampeón de lucha, razón por la que en algunas biografías aparece una fecha de defunción equivocada. En realidad Charles Cros había sido internado en el hospital Hôtel Dieu a causa de sus problemas mentales, donde permaneció hasta su muerte, el 4 de julio de 1899.
*Foto de cabecera; Charles Cros (autor: Alain Rivière).