La extrema cinefilia, como la melomanía sin sosiego, acaba provocando una forma muy peculiar de palidez que se parece mucho a la de los eclesiásticos descoloridos por el hábito de la genuflexión, el murmullo y la penumbra. Antonio Muñoz Molina, Descrédito del cine. |
Alejandro González Iñárritu sigue siendo actualmente uno de los cineastas que pueden presumir sin ruborizarse no sólo de una atractiva originalidad en sus películas, sino también de una envidiable eficacia en su trabajo detrás de las cámaras.
Hace poco leí una crítica que afirmaba que este director de cine ha perdido el olfato para las historias, que ya no tiene la frescura de antes, que no demuestra el mismo talento desde que no colabora con el que fue su guionista habitual, Guillermo Arriaga, en sus tres primeras películas, Amores perros, 21 gramos y Babel, a cuál de ellas más impredecible y turbadora. Sin embargo, después de ver su último trabajo, Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia), uno no puede estar más en desacuerdo con aquella crítica.
Y no sólo por el soberbio trabajo de todos los actores, desde una Naomi Watts que en esta ocasión tiene un papel mínimo pero igual de interesante, hasta un Michael Keaton en un estado de gracia sin concesiones ni remilgos, capaz de reírse de sí mismo, de sus superficiales aunque seguramente muy lucrativas interpretaciones de antaño como superhéroe de ficción, pasando por un Edward Norton que siempre representa un valor seguro, con la sobria profundidad y la veterana solvencia que siempre manifiesta ante las cámaras.
Además del meritorio trabajo de los actores, que parecen predestinados a intervenir en esta película, Birdman hace gala también de ser un prodigio técnico al ser rodada en un único plano-secuencia (como ya hiciese en su momento el maestro Alfred Hitchcock en La soga), con un ritmo endiabladamente frenético que apenas ofrece ninguna tregua al espectador durante las casi dos horas de su metraje, y con una banda sonora muy bien calculada que consiste la mayoría de las veces en un solo de batería.
Pero si hay un aspecto en el que la cinta resulta inestimable es en lo bien que maneja los aspectos más críticos de una controvertida profesión, la de actor, con sus abismos inquietantes, sus despiadadas miserias y sus peligrosos espejismos, y la de un mundo tan apasionante como cruel, el de la interpretación, que a menudo puede llegar a confundir la celebridad y el espectáculo de masas con la vocación sincera y el auténtico talento.
Sabiamente diseminadas a lo largo de toda la película, el espectador se convierte en un testigo imprevisto, y al mismo tiempo privilegiado, de descarnadas y feroces diatribas contra la enaltecida frivolidad que rodea el entorno de las estrellas de cine, siempre pendientes de una fama insidiosa que amenaza con obcecarlas y desquiciarlas, a veces hasta límites desmesurados y absurdos.
Resulta especialmente revelador el tratamiento que hace González Iñárritu, con todo lujo de detalles y sin ahorrarse muchos y espinosos aspectos de la profesión, sobre los problemas personales que sufren los actores más populares, como la carencia de estímulos y de autenticidad en la vida real, la muy difícil de controlar adicción a las drogas, la adrenalina o la falta de escrúpulos que puede llegar a producir la notoriedad, el desarraigo constante; así como los problemas familiares, como parejas devastadas por los celos o las infidelidades o las inseguridades, o la ausencia de auténtico afecto entre los miembros de la familia.
Eso por no hablar de la doble sátira que contiene el guión de la película contra el endiosado papel de los críticos de Broadway, que actúan como próceres insensibles y deshumanizados de la cultura, capaces de hundir o de enaltecer una función de teatro con su desprecio o su beneplácito, o contra la lucha por ganarse o mantener un hueco en una industria como el cine, tan implacable con aquello que ya no le proporciona beneficios como devoradora de novedades que sí lo consigan.
Birdman es una película original e innovadora tanto en su factura, con ese único plano-secuencia que parece alargarse interminablemente entre los bastidores de un teatro, donde puede que mejor se manifiesten las miserias cotidianas de los actores, como atrevida en su planteamiento, con varias historias perfectamente hilvanadas entre sí que muestran al espectador los aspectos más escabrosos de una profesión cuyos protagonistas se encuentran constantemente en la cuerda floja. En definitiva, un honesto homenaje al mundo del teatro y un alegato a favor del cine en estado puro.
Fotografía de cabecera: Michael Keaton en una imagen promocional de Birdman (Fox Searchlight Pictures).
TRÁILER
«Birdman» (Alejandro González Iñárritu, 2014)