Ángeles Caso

Cuan­do le pre­gun­tan a Ánge­les Caso cómo le fue posi­ble con­ci­liar su vida fami­liar con la pro­fe­sio­nal, con­tes­ta sin amba­ges ni atis­bo de vani­dad, con un sóli­do orgu­llo femi­nis­ta, que más de una vez tuvo que dejar una fra­se a medias para cam­biar un pañal, para evi­tar que se le que­ma­ra la comi­da o para hacer algún reca­do que tenía pendiente.

Aña­de que ella siem­pre se que­ja­ba de esa ausen­cia de tran­qui­li­dad que sue­len tener las escri­to­ras fren­te a sus cole­gas mas­cu­li­nos, que his­tó­ri­ca y tra­di­cio­nal­men­te han cen­tra­do todos sus esfuer­zos en sacar su obra ade­lan­te, has­ta que un día, en el trans­cur­so de una char­la que impar­tía, una lec­to­ra le hizo sen­tir que era afor­tu­na­da por­que la vida se había cola­do en sus nove­las. Y eso se nota­ba al leerlas.

A par­tir de enton­ces com­pren­dió la impor­tan­cia de que la lite­ra­tu­ra se con­ta­mi­ne del aje­treo de la coti­dia­ni­dad, de que la vida se mez­cle de for­ma natu­ral con aque­llo que uno hace, sin estri­den­cias ni sub­ter­fu­gios. Segu­ra­men­te por eso recla­ma que la mira­da de una escri­to­ra nun­ca podrá ser —ni debe­ría ser— igual a la de un escri­tor; y cali­fi­ca al Home­ro de la Ilía­da, el de la épi­ca y la gue­rra, como un «asun­to de hom­bres», a dife­ren­cia del Home­ro del retorno a casa de la Odi­sea.

Por eso tam­bién ha rei­vin­di­ca­do de for­ma tan deci­si­va el papel de la mujer a lo lar­go de su obra, tan­to en nove­las como Con­tra el vien­to, gana­do­ra del pre­mio Pla­ne­ta en 2009, o Don­de se alzan los tro­nos (2012), como en su céle­bre ensa­yo Las olvi­da­das, una his­to­ria de muje­res crea­do­ras (2005).

De su tra­ba­jo como pre­sen­ta­do­ra del Tele­dia­rio entre 1985 y 1986, afir­ma que toda aque­lla popu­la­ri­dad un tan­to impos­ta­da la hizo sen­tir­se muy infe­liz, entre otros moti­vos, por­que ella nun­ca fue ni qui­so ser perio­dis­ta de pro­fe­sión, y por­que como his­to­ria­do­ra des­con­fía de las agi­ta­cio­nes y con­vul­sio­nes del pre­sen­te. Y zan­ja defi­ni­ti­va­men­te el tema mien­tras aña­de, no sin cier­ta amar­gu­ra, que no repe­ti­ría la expe­rien­cia si pudie­se vol­ver atrás en el tiempo.

Sobre la fic­ción lite­ra­ria opi­na que, jun­to con la músi­ca, es uno de los com­po­nen­tes natu­ra­les que nos sepa­ra del rei­no ani­mal para con­ver­tir­nos en seres huma­nos. Y que el terri­to­rio del nove­lis­ta, a dife­ren­cia del ensa­yis­ta que debe ajus­tar­se a unas reglas más estre­chas del géne­ro, es el de la liber­tad absoluta.

El terri­to­rio del novelista
es el de la liber­tad absoluta

A lo lar­go de su tra­yec­to­ria ha cul­ti­va­do diver­sos géne­ros lite­ra­rios como la nove­la, el rela­to, el ensa­yo, el artícu­lo perio­dís­ti­co o la bio­gra­fía. ¿Qué géne­ro le gus­ta­ría tra­ba­jar que aún no lo haya hecho?

Ten­go ganas de hacer algo de tea­tro. Es cier­to que hice un guión de cine hace años, pero me gus­ta­ría hacer tea­tro. Lle­vo dán­do­le vuel­tas a esa idea des­de hace tiem­po, sin lle­gar a encon­trar nun­ca el momen­to apro­pia­do para hacerlo.

¿Con cuál de todos estos géne­ros se sien­te más cómoda?

El géne­ro en el que me sien­to más cómo­da es el ensa­yo, en el que inclu­yo tam­bién las bio­gra­fías. En él me sien­to mucho más segu­ra que en la nove­la. La nove­la me hace sufrir: me sien­to inse­gu­ra, nun­ca sé si lo que estoy escri­bien­do está bien y ten­go cons­tan­te­men­te la ten­ta­ción de tirar­lo todo a la basura.

En cam­bio, cuan­do escri­bo ensa­yo, me sien­to segu­ra de lo que estoy hacien­do y sim­ple­men­te lo dis­fru­to. Soy his­to­ria­do­ra, me espe­cia­li­cé en His­to­ria del Arte, y me entu­sias­ma todo lo que impli­ca inves­ti­ga­ción his­tó­ri­ca, revi­sar fuen­tes, tirar de hilos, meter­me en archi­vos, etc. Pero ocu­rre que en Espa­ña, el géne­ro de la no fic­ción, que es como se le lla­ma aho­ra aun­que yo pre­fie­ro seguir lla­mán­do­lo «ensa­yo», no es un terri­to­rio res­pe­ta­do ni valorado.

Tam­bién escri­bió el guión de la pelí­cu­la Deseo (2002), de Gerar­do Vera. ¿Qué sen­sa­cio­nes le dejó aque­lla incur­sión en el mun­do del cine?

Me diver­tí muchí­si­mo. Fue una expe­rien­cia muy intere­san­te. Hace muchos años, cuan­do tra­ba­ja­ba en tele­vi­sión y pude hacer repor­ta­jes y docu­men­ta­les, me di cuen­ta de que me gus­ta­ba pen­sar la narra­ción en imá­ge­nes en vez de pen­sar­la en pala­bras, y aco­plar las pala­bras a las imá­ge­nes. Con el guión me pasó eso: visua­li­za­ba la his­to­ria en imágenes.

Tam­bién me pare­ció ilu­sio­nan­te el tra­ba­jo en equi­po. Cuan­do haces un guión tie­nes que tener en cuen­ta las apor­ta­cio­nes de otras per­so­nas como el direc­tor, el pro­duc­tor o los acto­res. Tener en cuen­ta todas estas opi­nio­nes y, a la vez, man­te­ner el nivel de tu tra­ba­jo, fue muy esti­mu­lan­te para mí.

¿Se ha plan­tea­do ceder los dere­chos de algu­na de sus nove­las para lle­var­las al cine?

A prio­ri no me lo he plan­tea­do. Tam­po­co ven­de­ría los dere­chos de mis nove­las de cual­quier mane­ra. Depen­de­ría de la pro­pues­ta, de quién fue­se el direc­tor, de la inter­pre­ta­ción que hagan de mi nove­la para con­ver­tir­la en una pelí­cu­la. Pero ocu­rre que el mun­do del cine no se ha intere­sa­do por mis nove­las. Hubo un inten­to con El res­to de la vida, pero que al final no resultó.

Qui­zás el cine nece­si­ta his­to­rias con más acción que la que se encuen­tra en mis nove­las, que son más refle­xi­vas, más inti­mis­tas, en las que no pasan dema­sia­das cosas impor­tan­tes. De hecho, un impor­tan­te pro­duc­tor de cine leyó Con­tra el vien­to, la nove­la que ganó el pre­mio Pla­ne­ta, con la idea de hacer una pelí­cu­la sobre ella, y me dijo que «en ella no pasa nada». Sus pala­bras a mí me pare­cie­ron un halago.

ElisabethBue­na par­te de sus nove­las están basa­das en hechos y epi­so­dios de la his­to­ria. ¿Qué apor­ta la visión de la lite­ra­tu­ra a la narra­ción de los hechos históricos?

Como his­to­ria­do­ra, ten­go muy cla­ro lo que supo­ne el géne­ro del ensa­yo y, por otra par­te, como nove­lis­ta, ten­go muy cla­ro lo que supo­ne la nove­la. Con esto quie­ro decir que inten­to no mez­clar los dos géne­ros. Inclu­so me moles­ta cuan­do le ponen a algu­na de mis nove­las el adje­ti­vo «his­tó­ri­ca»: no exis­te la «nove­la his­tó­ri­ca», o todas las nove­las son his­tó­ri­cas. Hay his­to­rias y per­so­na­jes que me dan jue­go lite­ra­rio para hacer fic­ción, y hay otros que me dan jue­go para hacer ensayo.

¿En qué sen­ti­do dice que «le dan juego»?

En reali­dad, cuan­do he uti­li­za­do algún per­so­na­je his­tó­ri­co para hacer nove­la, lo he hecho casi como una excu­sa. No se tra­ta de que haya inten­ta­do en esas nove­las recons­truir un perío­do his­tó­ri­co con ansie­dad arqueo­ló­gi­ca, sino que son per­so­na­jes que me han dado jue­go para refle­xio­nar sobre cues­tio­nes que me intere­sa­ban en ese momen­to. No con­ci­bo mis nove­las como una sim­ple his­to­ria, sino que son una refle­xión sobre algo que me preo­cu­pa, como la sole­dad, el poder, la valen­tía. Podría decir­se que mis nove­las son una ilus­tra­ción en torno a una refle­xión. Y en oca­sio­nes me sir­vo para esas refle­xio­nes de per­so­na­jes his­tó­ri­cos. Por eso no esta­blez­co una dife­ren­cia entre las nove­las que trans­cu­rren en el pasa­do y las que trans­cu­rren en el presente.

Mis nove­las son una ilustración
en torno a una reflexión

Tam­bién ha escri­to dos bio­gra­fías exten­sas, una sobre Eli­sa­beth, la empe­ra­triz de Aus­tria-Hun­gría, y otra sobre Ver­di. ¿Qué le atra­jo de estas figu­ras his­tó­ri­cas apa­ren­te­men­te tan diferentes?

En los dos casos me atra­jo algo pare­ci­do. Para empe­zar, son dos per­so­na­jes rebel­des. De Eli­sa­beth, su rebel­día pro­fun­da, su amor por la liber­tad, el hecho de que fue­se lo con­tra­rio de esa ima­gen de Sis­si el este­reo­ti­po de la prin­ce­sa deci­mo­nó­ni­ca que nos ha sido trans­mi­ti­da a tra­vés de las pelí­cu­las. Real­men­te ella fue una mujer rebel­de que atra­pó toda la liber­tad que pudo den­tro de los lími­tes que tenía, una mujer que escri­bió poe­sía anti­mo­nár­qui­ca a pesar de ser emperatriz.

Y Ver­di, ade­más de mi admi­ra­ción por ser un gran com­po­si­tor, fue un hom­bre que salió de una fami­lia humil­de de cam­pe­si­nos, al que le impi­die­ron el acce­so al con­ser­va­to­rio de Milán cuan­do era joven un con­ser­va­to­rio al que, curio­sa­men­te, des­pués le pusie­ron su nom­bre, que nun­ca se ple­gó a la fama ni a los hono­res reci­bi­dos. Aun­que había alcan­za­do el éxi­to des­de el prin­ci­pio, sus mejo­res obras fue­ron escri­tas al final de su vida. Es decir, pudo haber­se limi­ta­do a repe­tir la fór­mu­la del éxi­to, como hacen tan­tos crea­do­res y artis­tas y, sin embar­go, per­ma­ne­ció en una bús­que­da cons­tan­te del arte has­ta el final de sus días, que es lo que debe ser el tra­ba­jo de un creador.

Donde.se.alzan.los.tronos¿Cam­bia el pro­ce­so de docu­men­ta­ción para escri­bir una bio­gra­fía como las ante­rio­res res­pec­to de una nove­la que bucea en los hechos his­tó­ri­cos como Don­de se alzan los tro­nos (2012)?

Sí, por­que la docu­men­ta­ción para las nove­las la uti­li­zo a mi anto­jo. A pesar de lo que pue­da pare­cer­le a los lec­to­res, en la nove­la no me docu­men­to dema­sia­do y mane­jo los datos a mi con­ve­nien­cia por­que no se tra­ta de refle­jar los hechos fiel­men­te. Par­to de unos hechos, me ins­pi­ran, pero a par­tir de ahí hago con ellos lo que quie­ro. Como nove­lis­ta mi terri­to­rio es el de la liber­tad abso­lu­ta. En cam­bio, cuan­do tra­ba­jo como his­to­ria­do­ra soy lo más rigu­ro­sa y exi­gen­te que sea posi­ble, y reali­zo un tra­ba­jo de inves­ti­ga­ción muy intenso.

En su últi­mo libro, Las casas de los poe­tas muer­tos (2013) rea­li­za una sem­blan­za de algu­nos de los poe­tas espa­ño­les más impor­tan­tes al hilo de la visi­ta a sus casas. ¿Qué fue lo que le impul­só a tra­ba­jar en este proyecto?

Era un pro­yec­to que tenía en la cabe­za des­de hacía mucho tiem­po. Con­sis­tía en unir dos aspec­tos que me intere­san mucho: por un lado, la per­so­na­li­dad de estos poe­tas que fue­ron escri­to­res en una Espa­ña muy dura y creo que al final del libro que­da este sabor amar­go, y lue­go unir todo eso con un ámbi­to como el de la casa, el espa­cio que uno habita.

Un ámbi­to impres­cin­di­ble para enten­der la vida de estos poe­tas, pero al mis­mo tiem­po, como se men­cio­na en el libro, poco valo­ra­do en oca­sio­nes por las instituciones…

Sí, es cier­to. Por ejem­plo, la pen­sión de Anto­nio Macha­do en Sego­via, que se con­ser­va prác­ti­ca­men­te intac­ta, fue gra­cias al tra­ba­jo de par­ti­cu­la­res, ami­gos y com­pa­ñe­ros de Macha­do que deci­die­ron alqui­lar y lue­go com­prar ese espa­cio a la pro­pie­ta­ria para man­te­ner­lo tal como esta­ba. El caso de Lor­ca es el mis­mo. Y el de Rosa­lía de Cas­tro tam­bién. Al final, estas son las casas más boni­tas por­que real­men­te man­tie­nen el toque per­so­nal y el recuer­do de la vida real de estos poe­tas. Las otras, que son más ins­ti­tu­cio­na­les, tam­bién lo son en su contenido.

Este país ha sido muy cruel con los crea­do­res y, en gene­ral, con aque­llos que se han atre­vi­do a pen­sar por su cuen­ta, con los que no se han some­ti­do a los pode­res por ejem­plo, el de la Igle­sia, que ha sido tre­men­do en Espa­ña. Pero sigue pasan­do tam­bién aho­ra: los des­obe­dien­tes, los hete­ro­do­xos, siguen sin estar bien vistos.

Las olvidadasUna cons­tan­te en su obra pare­ce ser el papel de la mujer, en espe­cial el de las muje­res crea­do­ras como se pue­de apre­ciar en su ensa­yo Las olvi­da­das (2005). ¿Tra­ta de rei­vin­di­car su lite­ra­tu­ra este papel de la mujer en la sociedad?

Yo diría que sí, que lo he asu­mi­do como un empe­ño per­so­nal a tra­vés de mi vida y de lo que escri­bo. Por ejem­plo, este ensa­yo del que hablas creo que le ha ser­vi­do a mucha gen­te para des­cu­brir toda una genea­lo­gía de muje­res valien­tes, inte­lec­tual y artís­ti­ca­men­te valio­sas, que no han pasa­do a los libros de his­to­ria por­que la his­to­ria ha sido escri­ta por hom­bres y han borra­do a las muje­res de sus índi­ces. Creo que no sólo a tra­vés de este libro, sino tam­bién a tra­vés de artícu­los y con­fe­ren­cias he con­tri­bui­do a poner el foco de luz sobre muje­res que han sido radi­cal­men­te olvi­da­das, y en muchos casos a propósito.

Las nove­las son una reflexión
sobre la con­di­ción humana

Usted pre­sen­tó el Tele­dia­rio de TVE duran­te los años 1985 y 1986. ¿Qué sen­sa­cio­nes guar­da en la memo­ria de aque­lla experiencia?

Algu­nas muy malas y otras muy bue­nas. Las bue­nas se refie­ren a la par­te de las rela­cio­nes per­so­na­les, sobre todo la que se refie­re a las amis­ta­des que hice en aque­llos tiem­pos y que sigo con­ser­van­do, por ejem­plo, cito a María Esca­rio, a Olga Viza, a Ele­na Sán­chez, a Con­cha Gar­cía Cam­poy, que des­gra­cia­da­men­te nos dejó hace poco. Pero siem­pre he dicho que a mí no me gus­ta­ba nada la tele­vi­sión. Ate­rri­cé allí por casua­li­dad des­pués de tres años bus­can­do tra­ba­jo, por una serie de rebo­tes de la vida y sin que tuvie­ra nada que ver con­mi­go. Odia­ba ser cono­ci­da, some­ter­me a las inter­mi­na­bles sesio­nes de maqui­lla­je y pare­cer siem­pre una chi­ca estu­pen­da, cuan­do en reali­dad no lo soy. Odié aquel tra­ba­jo y las con­se­cuen­cias que tuvo en mi vida pri­va­da. Si sal­va­mos la par­te de las amis­ta­des que hice, siem­pre he afir­ma­do que si vol­vie­ra atrás en el tiem­po no vol­ve­ría a acep­tar ese trabajo.

Yo que­ría ser escri­to­ra des­de peque­ña, mi padre era cate­drá­ti­co de lite­ra­tu­ra y me ense­ñó a amar la lite­ra­tu­ra des­de que yo tenía tres años. Cre­cí leyen­do El poe­ma de mio Cid, El laza­ri­llo de Tor­mes, cuya pri­me­ra edi­ción crí­ti­ca que se hizo en Espa­ña era de mi padre. Cre­cí aman­do des­de muy peque­ña los libros y a los escri­to­res y yo que­ría ser como esa gen­te que escribía.

Sue­le escri­bir artícu­los perio­dís­ti­cos en el Maga­zi­ne de La Van­guar­dia. ¿Qué le apor­tan estos artícu­los perio­dís­ti­cos a nivel per­so­nal y profesional?

En reali­dad no son artícu­los perio­dís­ti­cos, sino más bien refle­xio­nes sobre la vida. A veces esas refle­xio­nes coin­ci­den con la actua­li­dad perio­dís­ti­ca, y otras veces no. Ade­más, no pue­den ser artícu­los perio­dís­ti­cos por­que los entre­ga­mos con die­cio­cho días de ante­la­ción y es impo­si­ble ligar­los a la actua­li­dad. Son un ejer­ci­cio muy valio­so, que te man­tie­ne obli­ga­da a escri­bir cada quin­ce días, inclu­so en épo­cas en las que no estás escri­bien­do un pro­yec­to lar­go, a impo­ner­me esa dis­ci­pli­na de pen­sar un tema, expli­car­lo lo mejor posi­ble, bus­car las pala­bras pre­ci­sas para contarlo.

Me he dado cuen­ta, sobre todo en los últi­mos años, de que es un pri­vi­le­gio tener un espa­cio de comu­ni­ca­ción como ese hay mucha gen­te que daría lo que fue­se por tener­lo. Es un pri­vi­le­gio que se ha con­ver­ti­do al mis­mo tiem­po en un com­pro­mi­so con la socie­dad: creo que ten­go una enor­me res­pon­sa­bi­li­dad, no sólo con mis lec­to­res, sino con otras per­so­nas que no tie­nen voz y a las que yo pue­do pres­tár­se­la para denun­ciar cier­tas cosas, sobre todo en los momen­tos que esta­mos viviendo.

Tam­bién sue­le cola­bo­rar en el pro­gra­ma «La Mira­da» de Àngels Bar­ce­ló, en la Cade­na Ser.

Soy una per­so­na muy socia­ble y, a veces, la sole­dad del escri­tor cues­ta mucho. Por eso me encan­ta ir a la radio y char­lar, aun­que sea por un bre­ve espa­cio de tiem­po. Pero no esta­blez­co dife­ren­cias entre esta cola­bo­ra­ción en la radio y la del perió­di­co que men­cio­na­bas antes. Bási­ca­men­te me apor­tan lo mis­mo: un pri­vi­le­gio al mis­mo tiem­po que una res­pon­sa­bi­li­dad. Uti­li­zo estas ven­ta­nas para hablar de las cosas que están pasan­do, y me sor­pren­do de que haya muchos escri­to­res aje­nos a esta preo­cu­pa­ción, cuan­do ellos tam­bién tie­nen la posi­bi­li­dad de tener un espa­cio o una ven­ta­na de este tipo. Me pre­gun­to cómo con­si­guen per­ma­ne­cer en ese esta­do cuan­do están ocu­rrien­do tan­tas cosas a nues­tro alrededor.

¿Qué influen­cia ejer­ció su padre a la hora de con­ver­tir­se en novelista?

Toda. Cuan­do éra­mos muy peque­ños, mi padre nos reu­nía a su alre­de­dor a sus cua­tro hijos y nos con­ta­ba cuen­tos que eran las his­to­rias de Uli­ses, de Alon­so Qui­jano, del laza­ri­llo [de Tor­mes], y tam­bién nos reci­ta­ba el Roman­ce­ro. Eso fue lo que a mí y a todos mis her­ma­nos nos ena­mo­ró de la lite­ra­tu­ra. Y me recuer­do a mí mis­ma, con tres o cua­tro años, pen­san­do que que­ría cau­sar en los demás la mis­ma emo­ción que pro­vo­ca­ban en mí estas his­to­rias que con­ta­ba mi padre. De hecho, ya escri­bía a los ocho años.

No sólo el amor por la lite­ra­tu­ra vie­ne de la influen­cia de mi padre. Tam­bién mi amor por la músi­ca, por el arte, por la natu­ra­le­za. Y algo muy impor­tan­te: tener un com­por­ta­mien­to éti­co en la vida, res­pe­tar­te a ti mis­mo y res­pe­tar tus prin­ci­pios. Mi padre nos ense­ñó que eso era infi­ni­ta­men­te más valio­so que el dine­ro o el éxito.

¿Qué es lo que mue­ve a Ánge­les Caso a escribir?

Siem­pre he creí­do que los escri­to­res somos lec­to­res más ambi­cio­sos y más vani­do­sos que el res­to. En mi caso, lo que me mue­ve a escri­bir es la nece­si­dad de refle­xio­nar sobre la con­di­ción huma­na. El escri­tor es alguien al que le mue­ve esa refle­xión des­de tiem­pos de Home­ro: ¿qué es el ser humano?, ¿qué hace­mos?, ¿por qué hace­mos lo que hace­mos?, ¿por qué somos tan malos o tan bue­nos?, creo que son los gran­des inte­rro­gan­tes que segui­mos pre­gun­tán­do­nos des­pués de tan­to tiem­po, y con ese com­po­nen­te aña­di­do de ambi­ción y de vani­dad, el escri­tor inten­ta trans­mi­tir esa refle­xión a los demás.

Des­pués de más de una quin­ce­na de libros publi­ca­dos, ¿tie­ne algu­na espi­na clavada?

Ade­más de algu­nos pro­yec­tos trun­ca­dos como, por ejem­plo, una nove­la que se me atas­có en la pági­na cien­to cin­co y que nun­ca he podi­do recu­pe­rar, algo que lle­vo muy mal es la acti­tud de algu­nos crí­ti­cos que se han empe­ña­do des­de el prin­ci­pio en mirar­me como la «petar­da de la tele». Yo dedi­qué a la tele­vi­sión dos años de mi vida, y antes y des­pués de esa eta­pa he hecho otras muchí­si­mas cosas, pero hay gen­te que sigue empe­ña­da en tra­tar­me como una «famo­sa del mun­do de la tele», que ade­más escri­be «libri­tos». Esa mira­da con­des­cen­dien­te que me dedi­can algu­nos me ofen­de mucho y me molesta.

¿Diría inclu­so que su paso por tele­vi­sión ha las­tra­do su carre­ra literaria?

Abso­lu­ta­men­te. Al prin­ci­pio segu­ra­men­te me ayu­dó a que me publi­ca­ran mi pri­mer libro, a que los cole­gas de los medios de comu­ni­ca­ción me pres­ta­ran aten­ción y, qui­zás, a que alguien com­pra­se algún libro mío por­que cono­cía mi cara. Pero creo que en tér­mi­nos gene­ra­les, en vez de ayu­dar­me, me ha perjudicado.

¿Y su mayor moti­vo de satis­fac­ción duran­te todo este tiempo?

El haber podi­do dedi­car­me a lo que que­ría des­de que era peque­ña: escri­bir, publi­car mis libros y vivir de la escritura.

Foto de Ánge­les Caso: Rubén Bení­tez Florido.

LAS CLAVES DE ÁNGELES CASO

. La impor­tan­cia de la lec­tu­ra. Para Ánge­les Caso leer es hacer un parén­te­sis en la vida coti­dia­na. Entre sus pre­fe­ren­cias, ase­gu­ra leer más bio­gra­fías y libros de ensa­yo que novelas.

. Pac­to de vero­si­mi­li­tud entre autor y lec­tor. La fic­ción lite­ra­ria esta­ble­ce un pac­to entre el autor y el lec­tor, median­te el cual el lec­tor depo­si­ta su con­fian­za en lo que le cuen­ta el autor. De ahí que el autor ten­ga que con­se­guir la mayor vero­si­mi­li­tud posi­ble den­tro de su pro­pia obra.

. Dife­ren­cia sus­tan­ti­va entre la fic­ción lite­ra­ria y el ensa­yo. Cuan­do el autor se sien­ta a escri­bir debe tener pre­sen­te los lími­tes y las difi­cul­ta­des de cada géne­ro. La docu­men­ta­ción para un ensa­yo o para una bio­gra­fía es mucho más inten­sa y exhaus­ti­va que para una nove­la, en la que el escri­tor pue­de jugar con los hechos y defor­mar­los a su antojo.

. Lite­ra­tu­ra sin eti­que­tas. Le irri­tan los géne­ros aña­di­dos a la nove­la. Por ejem­plo, le pare­ce absur­do hablar de «nove­las his­tó­ri­cas», pues todas las nove­las son his­tó­ri­cas. Y ase­gu­ra que nun­ca ha pre­ten­di­do escri­bir «nove­las arqueo­ló­gi­cas» que refle­jen meticu­losa­men­te los hechos. La liber­tad, en el terri­to­rio de la nove­la, es absoluta.

. No es lo mis­mo «lite­ra­tu­ra femi­nis­ta» que «lite­ra­tu­ra y femi­nis­mo». Al des­con­fiar de las eti­que­tas, no cree que exis­ta una «lite­ra­tu­ra femi­nis­ta», pero sí una reali­dad des­cri­ta des­de el pun­to de vis­ta de las muje­res, que es nece­sa­ria­men­te dife­ren­te al de los hom­bres. El mun­do de las muje­res había sido des­cri­to tra­di­cio­nal­men­te des­de el pun­to de vis­ta mas­cu­lino. Cita como ejem­plo El Qui­jo­te, en el que lo feme­nino repre­sen­ta­do por el per­so­na­je de Dul­ci­nea es con­tem­pla­do como ausen­cia. Muchas escri­to­ras han repro­du­ci­do los roles mas­cu­li­nos por­que los prin­ci­pios éti­cos y esté­ti­cos han sido mar­ca­dos por los hom­bres, pero des­de hace un tiem­po las muje­res han empe­za­do a escri­bir his­to­rias de mujeres.

. El poder, mejor cuan­to más cer­cano al ciu­da­dano. El tono rei­vin­di­ca­ti­vo de sus artícu­los publi­ca­dos en pren­sa y de sus inter­ven­cio­nes en la radio deno­ta una per­so­na com­pro­me­ti­da con las deman­das socia­les y las injus­ti­cias. Y opi­na que el poder polí­ti­co debe­ría des­cen­tra­li­zar­se para favo­re­cer al ciudadano.

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