Cuando le preguntan a Ángeles Caso cómo le fue posible conciliar su vida familiar con la profesional, contesta sin ambages ni atisbo de vanidad, con un sólido orgullo feminista, que más de una vez tuvo que dejar una frase a medias para cambiar un pañal, para evitar que se le quemara la comida o para hacer algún recado que tenía pendiente.
Añade que ella siempre se quejaba de esa ausencia de tranquilidad que suelen tener las escritoras frente a sus colegas masculinos, que histórica y tradicionalmente han centrado todos sus esfuerzos en sacar su obra adelante, hasta que un día, en el transcurso de una charla que impartía, una lectora le hizo sentir que era afortunada porque la vida se había colado en sus novelas. Y eso se notaba al leerlas.
A partir de entonces comprendió la importancia de que la literatura se contamine del ajetreo de la cotidianidad, de que la vida se mezcle de forma natural con aquello que uno hace, sin estridencias ni subterfugios. Seguramente por eso reclama que la mirada de una escritora nunca podrá ser —ni debería ser— igual a la de un escritor; y califica al Homero de la Ilíada, el de la épica y la guerra, como un «asunto de hombres», a diferencia del Homero del retorno a casa de la Odisea.
Por eso también ha reivindicado de forma tan decisiva el papel de la mujer a lo largo de su obra, tanto en novelas como Contra el viento, ganadora del premio Planeta en 2009, o Donde se alzan los tronos (2012), como en su célebre ensayo Las olvidadas, una historia de mujeres creadoras (2005).
De su trabajo como presentadora del Telediario entre 1985 y 1986, afirma que toda aquella popularidad un tanto impostada la hizo sentirse muy infeliz, entre otros motivos, porque ella nunca fue ni quiso ser periodista de profesión, y porque como historiadora desconfía de las agitaciones y convulsiones del presente. Y zanja definitivamente el tema mientras añade, no sin cierta amargura, que no repetiría la experiencia si pudiese volver atrás en el tiempo.
Sobre la ficción literaria opina que, junto con la música, es uno de los componentes naturales que nos separa del reino animal para convertirnos en seres humanos. Y que el territorio del novelista, a diferencia del ensayista que debe ajustarse a unas reglas más estrechas del género, es el de la libertad absoluta.
El territorio del novelista
es el de la libertad absoluta
A lo largo de su trayectoria ha cultivado diversos géneros literarios como la novela, el relato, el ensayo, el artículo periodístico o la biografía. ¿Qué género le gustaría trabajar que aún no lo haya hecho?
Tengo ganas de hacer algo de teatro. Es cierto que hice un guión de cine hace años, pero me gustaría hacer teatro. Llevo dándole vueltas a esa idea desde hace tiempo, sin llegar a encontrar nunca el momento apropiado para hacerlo.
¿Con cuál de todos estos géneros se siente más cómoda?
El género en el que me siento más cómoda es el ensayo, en el que incluyo también las biografías. En él me siento mucho más segura que en la novela. La novela me hace sufrir: me siento insegura, nunca sé si lo que estoy escribiendo está bien y tengo constantemente la tentación de tirarlo todo a la basura.
En cambio, cuando escribo ensayo, me siento segura de lo que estoy haciendo y simplemente lo disfruto. Soy historiadora, me especialicé en Historia del Arte, y me entusiasma todo lo que implica investigación histórica, revisar fuentes, tirar de hilos, meterme en archivos, etc. Pero ocurre que en España, el género de la no ficción, que es como se le llama ahora —aunque yo prefiero seguir llamándolo «ensayo»—, no es un territorio respetado ni valorado.
También escribió el guión de la película Deseo (2002), de Gerardo Vera. ¿Qué sensaciones le dejó aquella incursión en el mundo del cine?
Me divertí muchísimo. Fue una experiencia muy interesante. Hace muchos años, cuando trabajaba en televisión y pude hacer reportajes y documentales, me di cuenta de que me gustaba pensar la narración en imágenes en vez de pensarla en palabras, y acoplar las palabras a las imágenes. Con el guión me pasó eso: visualizaba la historia en imágenes.
También me pareció ilusionante el trabajo en equipo. Cuando haces un guión tienes que tener en cuenta las aportaciones de otras personas como el director, el productor o los actores. Tener en cuenta todas estas opiniones y, a la vez, mantener el nivel de tu trabajo, fue muy estimulante para mí.
¿Se ha planteado ceder los derechos de alguna de sus novelas para llevarlas al cine?
A priori no me lo he planteado. Tampoco vendería los derechos de mis novelas de cualquier manera. Dependería de la propuesta, de quién fuese el director, de la interpretación que hagan de mi novela para convertirla en una película. Pero ocurre que el mundo del cine no se ha interesado por mis novelas. Hubo un intento con El resto de la vida, pero que al final no resultó.
Quizás el cine necesita historias con más acción que la que se encuentra en mis novelas, que son más reflexivas, más intimistas, en las que no pasan demasiadas cosas importantes. De hecho, un importante productor de cine leyó Contra el viento, la novela que ganó el premio Planeta, con la idea de hacer una película sobre ella, y me dijo que «en ella no pasa nada». Sus palabras a mí me parecieron un halago.
Buena parte de sus novelas están basadas en hechos y episodios de la historia. ¿Qué aporta la visión de la literatura a la narración de los hechos históricos?
Como historiadora, tengo muy claro lo que supone el género del ensayo y, por otra parte, como novelista, tengo muy claro lo que supone la novela. Con esto quiero decir que intento no mezclar los dos géneros. Incluso me molesta cuando le ponen a alguna de mis novelas el adjetivo «histórica»: no existe la «novela histórica», o todas las novelas son históricas. Hay historias y personajes que me dan juego literario para hacer ficción, y hay otros que me dan juego para hacer ensayo.
¿En qué sentido dice que «le dan juego»?
En realidad, cuando he utilizado algún personaje histórico para hacer novela, lo he hecho casi como una excusa. No se trata de que haya intentado en esas novelas reconstruir un período histórico con ansiedad arqueológica, sino que son personajes que me han dado juego para reflexionar sobre cuestiones que me interesaban en ese momento. No concibo mis novelas como una simple historia, sino que son una reflexión sobre algo que me preocupa, como la soledad, el poder, la valentía. Podría decirse que mis novelas son una ilustración en torno a una reflexión. Y en ocasiones me sirvo para esas reflexiones de personajes históricos. Por eso no establezco una diferencia entre las novelas que transcurren en el pasado y las que transcurren en el presente.
Mis novelas son una ilustración
en torno a una reflexión
También ha escrito dos biografías extensas, una sobre Elisabeth, la emperatriz de Austria-Hungría, y otra sobre Verdi. ¿Qué le atrajo de estas figuras históricas aparentemente tan diferentes?
En los dos casos me atrajo algo parecido. Para empezar, son dos personajes rebeldes. De Elisabeth, su rebeldía profunda, su amor por la libertad, el hecho de que fuese lo contrario de esa imagen de Sissi —el estereotipo de la princesa decimonónica— que nos ha sido transmitida a través de las películas. Realmente ella fue una mujer rebelde que atrapó toda la libertad que pudo dentro de los límites que tenía, una mujer que escribió poesía antimonárquica a pesar de ser emperatriz.
Y Verdi, además de mi admiración por ser un gran compositor, fue un hombre que salió de una familia humilde de campesinos, al que le impidieron el acceso al conservatorio de Milán cuando era joven —un conservatorio al que, curiosamente, después le pusieron su nombre—, que nunca se plegó a la fama ni a los honores recibidos. Aunque había alcanzado el éxito desde el principio, sus mejores obras fueron escritas al final de su vida. Es decir, pudo haberse limitado a repetir la fórmula del éxito, como hacen tantos creadores y artistas y, sin embargo, permaneció en una búsqueda constante del arte hasta el final de sus días, que es lo que debe ser el trabajo de un creador.
¿Cambia el proceso de documentación para escribir una biografía como las anteriores respecto de una novela que bucea en los hechos históricos como Donde se alzan los tronos (2012)?
Sí, porque la documentación para las novelas la utilizo a mi antojo. A pesar de lo que pueda parecerle a los lectores, en la novela no me documento demasiado y manejo los datos a mi conveniencia porque no se trata de reflejar los hechos fielmente. Parto de unos hechos, me inspiran, pero a partir de ahí hago con ellos lo que quiero. Como novelista mi territorio es el de la libertad absoluta. En cambio, cuando trabajo como historiadora soy lo más rigurosa y exigente que sea posible, y realizo un trabajo de investigación muy intenso.
En su último libro, Las casas de los poetas muertos (2013) realiza una semblanza de algunos de los poetas españoles más importantes al hilo de la visita a sus casas. ¿Qué fue lo que le impulsó a trabajar en este proyecto?
Era un proyecto que tenía en la cabeza desde hacía mucho tiempo. Consistía en unir dos aspectos que me interesan mucho: por un lado, la personalidad de estos poetas que fueron escritores en una España muy dura —y creo que al final del libro queda este sabor amargo—, y luego unir todo eso con un ámbito como el de la casa, el espacio que uno habita.
Un ámbito imprescindible para entender la vida de estos poetas, pero al mismo tiempo, como se menciona en el libro, poco valorado en ocasiones por las instituciones…
Sí, es cierto. Por ejemplo, la pensión de Antonio Machado en Segovia, que se conserva prácticamente intacta, fue gracias al trabajo de particulares, amigos y compañeros de Machado que decidieron alquilar y luego comprar ese espacio a la propietaria para mantenerlo tal como estaba. El caso de Lorca es el mismo. Y el de Rosalía de Castro también. Al final, estas son las casas más bonitas porque realmente mantienen el toque personal y el recuerdo de la vida real de estos poetas. Las otras, que son más institucionales, también lo son en su contenido.
Este país ha sido muy cruel con los creadores y, en general, con aquellos que se han atrevido a pensar por su cuenta, con los que no se han sometido a los poderes —por ejemplo, el de la Iglesia, que ha sido tremendo en España—. Pero sigue pasando también ahora: los desobedientes, los heterodoxos, siguen sin estar bien vistos.
Una constante en su obra parece ser el papel de la mujer, en especial el de las mujeres creadoras como se puede apreciar en su ensayo Las olvidadas (2005). ¿Trata de reivindicar su literatura este papel de la mujer en la sociedad?
Yo diría que sí, que lo he asumido como un empeño personal a través de mi vida y de lo que escribo. Por ejemplo, este ensayo del que hablas creo que le ha servido a mucha gente para descubrir toda una genealogía de mujeres valientes, intelectual y artísticamente valiosas, que no han pasado a los libros de historia porque la historia ha sido escrita por hombres y han borrado a las mujeres de sus índices. Creo que no sólo a través de este libro, sino también a través de artículos y conferencias he contribuido a poner el foco de luz sobre mujeres que han sido radicalmente olvidadas, y en muchos casos a propósito.
Las novelas son una reflexión
sobre la condición humana
Usted presentó el Telediario de TVE durante los años 1985 y 1986. ¿Qué sensaciones guarda en la memoria de aquella experiencia?
Algunas muy malas y otras muy buenas. Las buenas se refieren a la parte de las relaciones personales, sobre todo la que se refiere a las amistades que hice en aquellos tiempos y que sigo conservando, por ejemplo, cito a María Escario, a Olga Viza, a Elena Sánchez, a Concha García Campoy, que desgraciadamente nos dejó hace poco. Pero siempre he dicho que a mí no me gustaba nada la televisión. Aterricé allí por casualidad después de tres años buscando trabajo, por una serie de rebotes de la vida y sin que tuviera nada que ver conmigo. Odiaba ser conocida, someterme a las interminables sesiones de maquillaje y parecer siempre una chica estupenda, cuando en realidad no lo soy. Odié aquel trabajo y las consecuencias que tuvo en mi vida privada. Si salvamos la parte de las amistades que hice, siempre he afirmado que si volviera atrás en el tiempo no volvería a aceptar ese trabajo.
Yo quería ser escritora desde pequeña, mi padre era catedrático de literatura y me enseñó a amar la literatura desde que yo tenía tres años. Crecí leyendo El poema de mio Cid, El lazarillo de Tormes, cuya primera edición crítica que se hizo en España era de mi padre. Crecí amando desde muy pequeña los libros y a los escritores y yo quería ser como esa gente que escribía.
Suele escribir artículos periodísticos en el Magazine de La Vanguardia. ¿Qué le aportan estos artículos periodísticos a nivel personal y profesional?
En realidad no son artículos periodísticos, sino más bien reflexiones sobre la vida. A veces esas reflexiones coinciden con la actualidad periodística, y otras veces no. Además, no pueden ser artículos periodísticos porque los entregamos con dieciocho días de antelación y es imposible ligarlos a la actualidad. Son un ejercicio muy valioso, que te mantiene obligada a escribir cada quince días, incluso en épocas en las que no estás escribiendo un proyecto largo, a imponerme esa disciplina de pensar un tema, explicarlo lo mejor posible, buscar las palabras precisas para contarlo.
Me he dado cuenta, sobre todo en los últimos años, de que es un privilegio tener un espacio de comunicación como ese —hay mucha gente que daría lo que fuese por tenerlo—. Es un privilegio que se ha convertido al mismo tiempo en un compromiso con la sociedad: creo que tengo una enorme responsabilidad, no sólo con mis lectores, sino con otras personas que no tienen voz y a las que yo puedo prestársela para denunciar ciertas cosas, sobre todo en los momentos que estamos viviendo.
También suele colaborar en el programa «La Mirada» de Àngels Barceló, en la Cadena Ser.
Soy una persona muy sociable y, a veces, la soledad del escritor cuesta mucho. Por eso me encanta ir a la radio y charlar, aunque sea por un breve espacio de tiempo. Pero no establezco diferencias entre esta colaboración en la radio y la del periódico que mencionabas antes. Básicamente me aportan lo mismo: un privilegio al mismo tiempo que una responsabilidad. Utilizo estas ventanas para hablar de las cosas que están pasando, y me sorprendo de que haya muchos escritores ajenos a esta preocupación, cuando ellos también tienen la posibilidad de tener un espacio o una ventana de este tipo. Me pregunto cómo consiguen permanecer en ese estado cuando están ocurriendo tantas cosas a nuestro alrededor.
¿Qué influencia ejerció su padre a la hora de convertirse en novelista?
Toda. Cuando éramos muy pequeños, mi padre nos reunía a su alrededor a sus cuatro hijos y nos contaba cuentos que eran las historias de Ulises, de Alonso Quijano, del lazarillo [de Tormes], y también nos recitaba el Romancero. Eso fue lo que a mí y a todos mis hermanos nos enamoró de la literatura. Y me recuerdo a mí misma, con tres o cuatro años, pensando que quería causar en los demás la misma emoción que provocaban en mí estas historias que contaba mi padre. De hecho, ya escribía a los ocho años.
No sólo el amor por la literatura viene de la influencia de mi padre. También mi amor por la música, por el arte, por la naturaleza. Y algo muy importante: tener un comportamiento ético en la vida, respetarte a ti mismo y respetar tus principios. Mi padre nos enseñó que eso era infinitamente más valioso que el dinero o el éxito.
¿Qué es lo que mueve a Ángeles Caso a escribir?
Siempre he creído que los escritores somos lectores más ambiciosos y más vanidosos que el resto. En mi caso, lo que me mueve a escribir es la necesidad de reflexionar sobre la condición humana. El escritor es alguien al que le mueve esa reflexión desde tiempos de Homero: ¿qué es el ser humano?, ¿qué hacemos?, ¿por qué hacemos lo que hacemos?, ¿por qué somos tan malos o tan buenos?, creo que son los grandes interrogantes que seguimos preguntándonos después de tanto tiempo, y con ese componente añadido de ambición y de vanidad, el escritor intenta transmitir esa reflexión a los demás.
Después de más de una quincena de libros publicados, ¿tiene alguna espina clavada?
Además de algunos proyectos truncados como, por ejemplo, una novela que se me atascó en la página ciento cinco y que nunca he podido recuperar, algo que llevo muy mal es la actitud de algunos críticos que se han empeñado desde el principio en mirarme como la «petarda de la tele». Yo dediqué a la televisión dos años de mi vida, y antes y después de esa etapa he hecho otras muchísimas cosas, pero hay gente que sigue empeñada en tratarme como una «famosa del mundo de la tele», que además escribe «libritos». Esa mirada condescendiente que me dedican algunos me ofende mucho y me molesta.
¿Diría incluso que su paso por televisión ha lastrado su carrera literaria?
Absolutamente. Al principio seguramente me ayudó a que me publicaran mi primer libro, a que los colegas de los medios de comunicación me prestaran atención y, quizás, a que alguien comprase algún libro mío porque conocía mi cara. Pero creo que en términos generales, en vez de ayudarme, me ha perjudicado.
¿Y su mayor motivo de satisfacción durante todo este tiempo?
El haber podido dedicarme a lo que quería desde que era pequeña: escribir, publicar mis libros y vivir de la escritura.
Foto de Ángeles Caso: Rubén Benítez Florido.
LAS CLAVES DE ÁNGELES CASO
. La importancia de la lectura. Para Ángeles Caso leer es hacer un paréntesis en la vida cotidiana. Entre sus preferencias, asegura leer más biografías y libros de ensayo que novelas.
. Pacto de verosimilitud entre autor y lector. La ficción literaria establece un pacto entre el autor y el lector, mediante el cual el lector deposita su confianza en lo que le cuenta el autor. De ahí que el autor tenga que conseguir la mayor verosimilitud posible dentro de su propia obra.
. Diferencia sustantiva entre la ficción literaria y el ensayo. Cuando el autor se sienta a escribir debe tener presente los límites y las dificultades de cada género. La documentación para un ensayo o para una biografía es mucho más intensa y exhaustiva que para una novela, en la que el escritor puede jugar con los hechos y deformarlos a su antojo.
. Literatura sin etiquetas. Le irritan los géneros añadidos a la novela. Por ejemplo, le parece absurdo hablar de «novelas históricas», pues todas las novelas son históricas. Y asegura que nunca ha pretendido escribir «novelas arqueológicas» que reflejen meticulosamente los hechos. La libertad, en el territorio de la novela, es absoluta.
. No es lo mismo «literatura feminista» que «literatura y feminismo». Al desconfiar de las etiquetas, no cree que exista una «literatura feminista», pero sí una realidad descrita desde el punto de vista de las mujeres, que es necesariamente diferente al de los hombres. El mundo de las mujeres había sido descrito tradicionalmente desde el punto de vista masculino. Cita como ejemplo El Quijote, en el que lo femenino representado por el personaje de Dulcinea es contemplado como ausencia. Muchas escritoras han reproducido los roles masculinos porque los principios éticos y estéticos han sido marcados por los hombres, pero desde hace un tiempo las mujeres han empezado a escribir historias de mujeres.
. El poder, mejor cuanto más cercano al ciudadano. El tono reivindicativo de sus artículos publicados en prensa y de sus intervenciones en la radio denota una persona comprometida con las demandas sociales y las injusticias. Y opina que el poder político debería descentralizarse para favorecer al ciudadano.