Da la impresión de que Andrés Trapiello ha cultivado todos los géneros literarios a su alcance para conseguir el que posiblemente sea el objetivo de cualquier escritor: indagar sobre los temas fundamentales que afectan al ser humano desde puntos de vista alternativos y complementarios.
Quizás por eso su escritura y sus lecturas están orientadas siempre con el mismo afán de conocimiento: encontrar la parte invisible de lo visible, el lado misterioso de una realidad múltiple y caótica que solo la literatura es capaz de desocultar. Y quizás también por eso ha trabajado con prodigalidad durante muchos años tanto la novela como la poesía, la escritura de diarios y el columnismo periodístico.
De cada uno de estos géneros aprovecha su lenguaje específico para adaptarlos a su manera de expresar la realidad, que no es otra que hacerlo con la mayor naturalidad posible, pegado a la inmediatez de lo que está vivo, sin que se note el carácter artificioso de la literatura.
Afirma que las grandes novelas nos aportan personajes de ficción en los que nos reconocemos —cita el caso paradigmático de Don Quijote—, y que podemos llegar a considerar con más entidad y presencia real en nuestras vidas que las personas de carne y hueso.
En esto consiste, precisamente, el milagro de la literatura según Trapiello: en la facultad de doblar la vida. Esa vida que se nos da de una determinada manera, pero que los escritores pueden devolver multiplicada a través de sus ficciones literarias.
La originalidad es ser fiel al origen
A lo largo de su trayectoria literaria ha cultivado diversos géneros literarios como la poesía, la novela, los diarios personales o el ensayo. ¿Cómo sabe Andrés Trapiello si la idea que le ronda la cabeza va a convertirse en alguno de estos géneros?
Supongo que por pura intuición. En el arte y en la literatura la intuición es fundamental. En un primer momento tienes algo que se te da y lo desarrollas ciegamente por intuición. Luego, cuando eso ya está más o menos esbozado, viene la disciplina de darle a cada cosa su propio lenguaje. Por ejemplo, el lenguaje del ensayo requiere un desarrollo del pensamiento y de formalización que no requiere la poesía. La novela también necesita una amplitud de voz y de personajes que en la poesía son eludidos. Pero el arranque, la parte más importante, es siempre el mismo. Luego el tratamiento va a depender de una cierta escuela y se deja en manos del oficio.
Creo que por encima de todos los géneros tiene predilección por la poesía. ¿Qué significa la poesía para Andrés Trapiello?
La poesía es algo que deberíamos buscar en todo lo que hacemos. Es el último reducto de la verdad, tanto de todo aquello que modifica nuestra percepción del mundo como de cualquier texto que uno escriba. La poesía es una especie de verdad revelada, una verdad instantánea que percibimos de un solo golpe. Es un chispazo, un relámpago, un enorme resplandor entre dos nadas que deja en nosotros la sensación de que se nos ha enseñado mucho a pesar de su brevedad. Quizás por eso es la forma más rápida de conocimiento, aquello que no necesita de argumentación.
La poesía es el último
reducto de la verdad
¿Y en qué sentido ha afirmado que «la poesía es el cultivo de la naturalidad»?
No sólo la poesía, sino que toda literatura debería ser el cultivo de la naturalidad. Porque la naturalidad nos remite directamente a la naturaleza, a lo que está vivo. El «arte artístico», como lo llamaba Ramón Gaya, es otra cosa: es un arte más mecánico, más elaborado, más cocido. En cambio, la naturalidad exige una cierta inmediatez y no traicionar aquello que sentimos, no ocultarlo con demasiados formalismos.
La naturalidad es el no creer que te están contando algo artificioso, sino que haya una cierta frescura en el decir, que llegue un momento en que no sabes si te están contando un poema o un relato porque aquello que te están contando es fundamentalmente verdad. Y la verdad da igual que venga vestida de diversos ropajes. Al final lo único que importa es aquello que se cuenta y el alma que trae consigo. De modo que todo el arte debería tener como primera virtud la naturalidad.
También ha dicho que «la novela es un camino que debe recorrerse con el candil de la poesía». ¿De qué manera diría que influye la poesía en sus novelas?
No sólo en las novelas, sino también en los ensayos y en los artículos de periódico. Es una voluntad que deberíamos tener los escritores. Todo debería tener esa especie de luz, ese candil de Diógenes que busca la humanidad de todo ello. Buscar con esa luz una verdad especial, que quizás está más escondida que las demás, porque es una verdad donde no llega toda la luz de los focos. La luz de un reflector no siempre llega al último rincón. A veces el último rincón lo ilumina mejor una luciérnaga que consigue meterse por la quebradura de una peña o por una rotura del muro. La poesía ilumina los últimos lugares a los que no siempre llegan las grandes luces.
¿Tiene esto relación con el «principio de indecidibilidad» con el que afirma escribir todas sus novelas?
La indecidibilidad es casi el principio de verosimilitud, es decir, la imposibilidad de decidir si aquello que leemos es real o ficción. Este es el señuelo principal para que funcione aquello que te están contando.
¿Qué le ha aportado a su trayectoria profesional un libro como Las armas y las letras?
Es un libro de encargo que, cuando yo lo escribí, ya sabía más o menos lo que quería contar en él. A lo largo de su escritura he modificado algunas opiniones que tenía al respecto. Algunas de las cosas eran más graves de las que yo esperaba y otras menos graves de lo que imaginaba.
Para mí era algo elemental porque estaba familiarizado con las vidas de estos escritores en un período como el de la Guerra Civil, pero lo que me parecía más importante era contárselo a los demás, porque me daba la impresión de que mucha gente no sabía lo que iba a contarles o tenía ideas bastante equivocadas o no formuladas.
Toda literatura debería ser
el cultivo de la naturalidad
¿A qué ideas equivocadas se refiere?
Por ejemplo, la idea de que los escritores que ganaron la guerra perdieron los manuales de literatura. Pero al mismo tiempo, los escritores que la perdieron, por el mero hecho de perderla, pasaron a formar parte de los manuales de literatura. Y hubo otros escritores que perdieron la guerra y también los manuales de literatura, como Chaves Nogales. Esa es una de las verdades que mucha gente no sabía.
Otra de las cosas que la gente no sabía o creía de manera equivocada es que con la República no estaban los mejores escritores, como se ha dicho durante muchos años. Los mejores escritores estaban en los dos bandos. A mí me gustan mucho Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, pero no me gustan menos Azorín, Ortega y Gasset, Gómez de la Serna o Baroja. Ni siquiera me parecen inferiores. Por ejemplo, Unamuno no me parece inferior ni superior a Juan Ramón Jiménez o a Machado, sino que están en el mismo plano o tienen el mismo valor. La gente creía exactamente lo contrario: que la República contó con los mejores escritores, pero esto no fue exactamente así. Contó con algunos de los mejores, pero otros de los mejores apoyaban al otro bando.
Sus novelas a menudo bucean en la historia. ¿Qué puede aportar la novela a los hechos históricos que relata?
Yo creo que es una cierta mirada, un intento honesto de aportar un poco de sentido a lo que no lo tiene. La vida no tiene sentido: es una suma de hechos más o menos caóticos, que los tomamos en un punto y los dejamos en otro sin algún arreglo posible; no hay causas ni consecuencias, es una amalgama de hechos sin sentido. Lo que hace la novela es dotar de un sentido a esa amalgama de hechos. Y ese es un objetivo legítimo.
No es legítimo cuando aplicamos ese principio de sentido a la historia, porque nos da unos resultados fabulosos, pero que no tiene ninguna base en la realidad. La base del nacionalismo es precisamente esa, contar a la gente lo que ha sucedido en la historia conforme a una idea de progreso: «nosotros somos un pueblo, somos mejores que los demás, nos han agraviado, todo lo que vivimos es fruto de una maquinación contra nosotros, tenemos la obligación de acabar esta obra llevando a la gente a un final feliz de emancipación…», pero todo esto es mentira. En este sentido, la ficción de la novela, que es legítima porque ayuda a poner orden a este caos de hechos que es la realidad, puede salvar a menudo de la ficción de la historia, que no es legítima, porque conduce al horror, a la sangre, al Holocausto, a los crímenes.
La verdad da igual que venga vestida
de diversos ropajes
¿Cómo le surgió la idea de publicar sus diarios novelados con el título Salón de los pasos perdidos?
Este es un proyecto muy antiguo, desde hace veinticinco años, que he ido haciendo poco a poco. He explicado alguna vez que era la puerta falsa para entrar en la novela. Yo no había escrito una novela y creía que era muy difícil. En aquel momento no tenía la seguridad de poder terminar una novela porque no sabía si realmente tenía cosas que contar como novelista. Pero inmediatamente me acordé de aquella frase de Galdós que dice «por donde quiera que el hombre vaya, lleva consigo su novela», y yo me dije «soy un hombre que va por la vida, por lo tanto, llevo conmigo mi novela, y la novela más cercana que tengo soy yo».
Así empezó todo: contando una vida próxima, que es la mía, pero curiosamente no contando mi vida, sino contando aquello que le sucede a mi vida, y yo como espectador o como personaje de salida que observa la vida de los demás. Por tanto, es una novela en la que se cuenta básicamente la vida de los otros.
También cultiva el columnismo periodístico desde hace muchos años ¿Qué le aporta la escritura de esos artículos más pegados a la inmediatez del momento?
En realidad no creo que los artículos periodísticos sean muy diferentes de lo que son mis diarios o mis novelas. Es cierto que quizás dedique en ellos una mayor atención a temas universales que interesen a más gente. Son suplementos que van a leer miles de personas y por eso me ocupo de temas más generales. Pero el punto de vista es exactamente el mismo: tratar de que el lector, una vez que haya terminado el artículo, reflexione sobre lo que acaba de leer y vea una dimensión nueva que tal vez no se le había ocurrido. Es decir, intentar que el artículo se pueda leer por lo menos dos veces el mismo día que lo has leído o incluso algunos años después. Es tratar de levantar la realidad con la poesía.
¿Qué es lo que mueve a Andrés Trapiello a escribir?
Uno trata de explicarse los tres o cuatro enigmas que le inquietan, que son al mismo tiempo los enigmas que nos inquietan a todos: el tiempo, la muerte, el amor, por qué nos cuesta tanto ser felices y armonizarnos con los otros seres humanos, por qué los débiles siempre se llevan la peor parte, hasta dónde llega el compromiso de mejorarnos.
¿Y qué busca en la lectura?
Como todo el mundo, en la lectura busco otras vidas, y busco la mía en otras vidas porque nos hace mejores, nos ayuda a vernos mejor. En esto hay una mezcla que es muy bonita: nos fascina, nos subyuga y al mismo tiempo nos consuela. Desde Aristóteles está formulado de esta manera: el escribir es una especie de enseñanza deleitando o de deleite enseñando. En la lectura buscamos deleitarnos mientras aprendemos o aprender mientras nos deleitamos.
En la lectura buscamos deleitarnos
mientras aprendemos
¿El Andrés Trapiello de su primera novela, La tinta simpática, se reconoce en el Andrés Trapiello de Ayer no más?
Sí. Soy un escritor que siempre ha escrito las mismas cosas casi desde el mismo punto de vista. Uno de mis libros se llama precisamente El mismo libro, porque tengo la sensación de haber escrito el mismo libro una y otra vez. No creo en el concepto de originalidad que ha consagrado la modernidad. Para mí la originalidad no tiene nada que ver con la novedad, ni con el hecho de que todo sea estrambótico o extravagante. La originalidad es ser fiel al origen, y el origen es siempre el mismo. Si eres fiel al origen acabas pareciéndote siempre, porque el origen no cambia y, además, es una cosa que reconoce todo el mundo.
Después de tantos años de trayectoria literaria, ¿qué se lleva en el baúl de los recuerdos?
Me considero un escritor muy vitalista que ha celebrado la vida, la naturaleza, con un impulso cervantino y galdosiano que ha estado atento a lo mejor de la vida. Y en mis libros trato de recoger todos esos momentos gozosos y de celebración.
* Fotos de Andrés Trapiello: Rubén Benítez Florido.
LAS MÚLTIPLES FACETAS LITERARIAS DE ANDRÉS TRAPIELLO
. Poesía. Para Andrés Trapiello es una especie de verdad revelada, casi sagrada, que no necesita de demostraciones ni de argumentaciones ulteriores, como si fuese un relámpago de luz cegadora en medio de una inmensa oscuridad. En su afán de serle fiel por encima de cualquier otra consideración, Trapiello trata de impregnar de poesía no sólo todo lo que escribe, sino también todo lo que hace, como una impronta o huella que permanece en todos los ámbitos de la vida.
. Novela. A diferencia de la poesía, es como un tren de largo recorrido, una construcción de aliento prolongado que trata de dar sentido a lo que no lo tiene, la vida misma, que se manifiesta de forma caótica y desordenada.
. Diarios. Titulados de forma elocuente Salón de los pasos perdidos, como aquellos salones de tránsito en los antiguos palacetes que conducían siempre a otros salones más importantes. Fueron su «puerta falsa» para acceder a la novela que no sabía cómo escribir. En contra de lo que cabría esperarse de estos textos tan personales, que se «escriben como diarios y se publican como novelas» y a los que califica como «auténtica novela en marcha», y de los que lleva dieciocho volúmenes publicados hasta el momento, no tratan de transmitir las intimidades de su vida, sino la vida de los otros contemplada desde su perspectiva.
. Los artículos periodísticos. Ligados necesariamente a la inmanencia del presente, tratan de inspirar nuevos motivos de reflexión para lectores que quizás busquen una forma singular de ver las cosas.
NOSTROMO
Entrevista a Andrés TrapielloFragmentos del programa emitido en La 2 de TVE el 25 de noviembre de 2010. Andrés Trapiello conversa con Montse Busquets e Ignacio Vidal-Folch.