A riesgo de resumir en exceso, podría decirse que Un final para Benjamin Walter, de Álex Chico (Plasencia, 1980), es una apuesta y una encrucijada de caminos. Una apuesta, porque su autor embarca al lector en un viaje literario que al final deviene en un ejercicio de autodescubrimiento. Y una encrucijada de caminos, porque para llevar a cabo este viaje, Álex Chico utiliza los recursos de varios géneros narrativos.
El resultado final no es otro que un texto híbrido, fronterizo, que él mismo califica como una «novela de ensayo ficción», y que participa tanto de las memorias personales como de la crónica de viaje, del relato autorreferencial como del ensayo literario. Y todo ello contado desde el cuidado por las formas narrativas que únicamente sabe transmitir la poesía, desde esa querencia por conducir el lenguaje hasta sus límites expresivos, pero sin caer en los excesos del barroquismo ni del hermetismo indescifrable.
Un final para Benjamin Walter (Candaya, 2017) podría definirse como un extenso poema en prosa, o como un ensayo literario sobre las huellas que las lecturas y los viajes dejan en nosotros. Sin negar la validez de ambas definiciones, lo cierto es que el libro es mucho más que eso: un texto de naturaleza heterogénea, cuyo principal atractivo radica precisamente en su carácter indómito, su decidida oposición a dejarse encasillar en alguna de las categorías al uso.
La historia que cuenta es de sobra conocida por un amplio número de lectores. Walter Benjamin protagonizó uno de los capítulos más amargos y siniestros de la historia de la literatura: huyendo de los nazis, en 1940 llegó a Portbou junto a un grupo de refugiados que trataba de cruzar la frontera de España con destino a Portugal y, a partir de ahí, recalar en algún país en el que no fuesen perseguidos. Igual que sus compañeros de viaje, lo único que quería Walter Benjamin era vivir sin la amenaza constante del fanatismo y la destrucción.
Acorralado por el enemigo, asediado por el desánimo y el cansancio y atormentado por sus fantasmas personales, Benjamin decidió poner fin a su vida en la solitaria habitación de la pensión en la que se hospedaba. El grupo de refugiados tenía previsto cruzar la frontera al día siguiente.
Las razones de su suicidio siempre serán motivo de especulación para los historiadores. Lo único que se sabe con certeza es que dejó una maleta llena de manuscritos que nunca llegó a ver publicados. Un montón de papeles sueltos que, a pesar de perfilar una obra a medio hacer, le otorgaron la fama póstuma de haber sido uno de los intelectuales más brillantes y adelantados de su época. A los lectores siempre nos quedará la incógnita de cómo hubiese sido esa obra, apenas esbozada en el momento de su muerte, de haber tenido el tiempo y la paciencia para desarrollarla.
Esta historia ha sido contada en innumerables ocasiones, pero lo importante en este libro es su manera original de narrarla, indagando las pistas de Walter Benjamin en Portbou (y, por ende, en la historia y en la literatura), y las huellas que todo esto deja en la forma de ver el mundo de su autor, cuya narración actúa a su vez como una caja de resonancia de lo acontecido.
De todo esto tuvimos oportunidad de hablar en nuestra conversación con Álex Chico. De Walter Benjamin y de Portbou, por supuesto, pero también de su apuesta por la mezcla de géneros, de la influencia de la poesía en su trayectoria literaria, de cómo han conseguido sobrevivir las revistas literarias a la crisis, de las vicisitudes que atraviesa actualmente el panorama editorial español e internacional y del buen momento que vive el ensayo autobiográfico.
Usted cultiva un género que ha calificado como «novelas de ensayo ficción». ¿Podría explicarnos en qué consiste?
La «novela de ensayo ficción» nace con la voluntad de reunir los géneros que me interesan como lector y como escritor. Esos géneros a los que me refiero son la novela, el ensayo, el diario de viaje, las memorias y la prosa poética. Se trata de un tipo de escritura que se pueda adecuar a todos estos géneros al mismo tiempo. Es cierto que este tipo de escritura exige un esfuerzo por parte del lector, que tiene un papel participativo: al final de la obra tiene que decidir qué género es el que ha estado leyendo, o si ha leído varios al mismo tiempo. También es cierto que al librero le puede generar ciertas dudas su ordenación en las estanterías de la librería, porque es un libro difícil de catalogar.
En este sentido, me gusta considerar que un escritor debe aspirar no tanto a llenar una balda entera de la estantería, sino a que sus libros sean capaces de saltar de balda en balda. Como propuesta literaria, me interesa mucho el uso de todos aquellos géneros que uno tiene a su alcance para contar una historia, reflexionar sobre un suceso o un lugar.
¿Cómo es compatibilizar en un mismo texto todos estos géneros, aparentemente disímiles, sin que esto afecte a la coherencia del conjunto?
Al principio puede parecer contradictorio utilizar todos estos géneros que son un tanto asociables, por decirlo de alguna manera, pero es posible hacerlo porque, a medida que uno escribe el libro, van surgiendo ciertos hilos internos que le proporcionan coherencia a la escritura del texto y al conjunto de la obra.
La idea que hay detrás de este planteamiento es componer un texto híbrido, a medio camino entre muchos géneros, en el que uno no tenga por qué renunciar a ninguno en particular, sino que tenga la libertad de ponerlos a todos al servicio de un interés común, que no es otro que volcar toda la educación cultural y sentimental que llevamos a cuestas.
En un artículo suyo en el que ofrece algunas pistas sobre las posibilidades de este tipo de narrativa, se remonta a Platón como el creador de este invento…
Es que Sócrates nunca escribió nada y casi todo lo que nos ha llegado de su figura y de su filosofía ha sido a través de la obra de Platón. Pues bien, esta es una actitud muy típica de la «novela de ensayo ficción», en la que no importa tanto la verdad como la verosimilitud. Como decía Juan Goytisolo, un relato de ficción verosímil vale más que cien verdades. Mis textos se encuentran dentro de esta corriente, pues intento recoger en ellos lo que se supone que han dicho otros.
Para referirme a este tipo de obras, prefiero utilizar términos como «hipótesis», «probabilidades» o «conjeturas» que el concepto puro de «ficción», porque aquellos permiten filtrar por la imaginación del autor ciertos datos objetivos, de tal forma que al final cuenta menos la propia historia que la motivación que nos ha conducido a ella: lo que importa no es tanto el tesoro como la búsqueda del mismo.
Suena a una propuesta de lectura y relectura constante de la tradición…
Completamente. De hecho, creo que no he hecho otra cosa que esa relectura en mi trayectoria literaria. En un libro anterior, por ejemplo, he escrito un poema en el que me imaginaba un viaje entre Patrick Modiano y W. G. Sebald; o he releído la obra de Álvaro Valverde a partir de sus propias palabras; o he reinterpretado la obra de Edward Hooper y de Sean Scully. Con esto quiero decir que este es un tema recurrente en mi trayectoria.
En definitiva, de lo que se está hablando en todos estos textos es de mi propia identidad ligada a diferentes manifestaciones artísticas que le han influido. Y no hablo únicamente de la escritura (por ejemplo, Edward Hooper y Sean Scully son pintores). Dicho con otras palabras, se trata de explorar cómo la escritura, o el arte en general, sirven para explicarme a mí mismo y para explicar lo que hay a mi alrededor.
Dentro de esta manera de concebir la tradición y la tarea del escritor, como una constante reelaboración de la misma, ¿dónde queda la originalidad del autor?
En un libro mío titulado Sesenta y cinco momentos de un escritor de postdatas (La isla de Siltolá, 2016), me invento un personaje y una serie de libros de lo que extraigo una serie de fragmentos. Uno de esos fragmentos dice algo así como que la originalidad de un escritor consiste en pasar como propias las citas ajenas, y que el lector piense que ha sido el primero en decirlas. La idea de esta manera de concebir el quehacer literario es releer la tradición y actualizarla: la modernidad no se encuentra tanto en copiar, sino en aquellas razones que nos han llevado a copiar o a emular a un autor determinado. En este sentido, todos los autores que leemos son actuales.
¿Está relacionado todo esto con un cierto agotamiento de las formas narrativas tradicionales?
Puedo coincidir contigo en que el libro parece una crítica a las formas narrativas tradicionales y a la distinción entre géneros literarios tal y como los conocemos en la actualidad, pero lo cierto es que en ningún momento hubo una vocación crítica previa. Si el libro se dio así, fue fruto de la pura casualidad.
Si la reducimos al máximo, la escritura consiste en tener algo que decir y encontrar la mejor manera de hacerlo. Y eso es lo que he intentado conseguir con Un final para Benjamin Walter: buscar la mejor manera de contar la historia que tenía dentro de mí. Creo que los géneros están para mezclarlos entre sí, y que este libro es un buen ejemplo de ello. Pero toda la reflexión sobre este tema casi ha sido posterior, y muy poco o casi nada durante la elaboración de un libro como este.
¿Podríamos concluir que el principal objetivo de este género renovado es el hecho de transmitir una experiencia única e intransferible, algo así como un «mirarse en el espejo»?
Creo que esa voluntad de «mirarse en el espejo» siempre ha estado, de manera consciente o inconsciente, en aquello que he escrito. Es cierto que hay un proceso de autorreflexión o de autoconocimiento sobre lo que me sucede, y que incluye elementos como los lugares donde me sucede o las obras de un autor relacionado con esos lugares. La idea es que una historia como la de Walter Benjamin, que sucedió hace setenta años, puede hablar de mí o de la sociedad en la que vivo.
Lo que no me atrevería a decir es que haya habido una voluntad previa que pretenda encontrar eso antes de sentarse a escribir. Como decía antes, no importa tanto el interés por un autor como Benjamin, sino los motivos por los que me encierro en una habitación y trato de narrar toda la memoria acumulada sobre ese autor.
¿Es a esto a lo que se refiere cuando ha afirmado que «la literatura únicamente podemos afrontarla con más literatura?
En efecto. Después de escribir el libro, mientras hacía presentaciones y charlaba con los lectores, me di cuenta de que Un final para Benjamin Walter es un libro sobre la propia escritura, sobre una identidad ligada a la escritura, sobre los motivos que nos empujan a escribir. Puede ser que ese deseo estuviese de forma inconsciente antes del acto mismo de la escritura, pero ese deseo se ha verbalizado después de la publicación del libro.
Este planteamiento es interesante no solo por su reelaboración del pasado, sino porque plantea muchas posibilidades insólitas de la creación literaria con respecto al futuro…
Aquí me gustaría aclarar dos cosas. En primer lugar, la idea de Benjamin de que «el paisaje es una cueva llena de citas», en alusión a que todo cuanto nos rodea es susceptible de ser leído a través tanto de citas ajenas o prestadas, como de textos propios. En segundo lugar, algo de lo que me di cuenta escribiendo Un final para Benjamin Walter, y no es otra cosa que a través del pasado podemos entender el presente.
Es en el pasado donde se encuentran las claves para entender el presente que nos rodea y, de esa manera, encaminar mejor el futuro. No estoy diciendo que haya que darle al pasado más importancia que al presente, pero sí es cierto que el pasado (bien sea individual o social) nos genera una cierta identidad. De eso me di cuenta visitando el pueblo de Portbou y releyendo los libros de Walter Benjamin.
¿Cómo nace la idea de un libro tan peculiar como este?
Lo cierto es que surge de una imposibilidad. Mi intención inicial era escribir una novela negra (de corte detectivesco o policíaco) sobre las últimas horas de Walter Benjamin en Portbou. Pero me di cuenta de que no tengo las herramientas lectoras ni creadoras para generar un texto con semejantes características. T. S. Eliot afirmaba que «la poesía es sacarle partido a una mala situación», y eso es lo que me ha pasado a mí en este caso: yo quería narrar la historia de una determinada manera, pero me di cuenta de que esta nunca llegaba a funcionar porque no contaba con la formación necesaria.
Traté de aceptar esas limitaciones de las que partía y adaptarlas a una estructura con la que yo me sintiese más cómodo. Entonces pensé que para que funcionase, esa estructura debía estar relacionada con la formación lectora y creativa que había tenido hasta ese momento. En definitiva, como señala T. S. Eliot, traté de sacarle partido a una mala situación y llevé la historia que quería contar al territorio fronterizo de la literatura híbrida, un lugar en el que me siento más cómodo como lector y como escritor.
¿Qué fue lo que le atrajo de la figura de un autor como Walter Benjamin?
Lo que me interesa de él es su universo literario o narrativo, la composición de su obra tomada como un todo. También me interesa el hecho de que se puede abordar desde múltiples disciplinas, como la filosofía, las bellas artes, la filología, la sociología, la política, la religión, etc. Me fascina esa capacidad interdisciplinar para atraer a lectores de diferentes ámbitos. Como lector, puedes sumergirte tanto en el París de Baudelaire como en la figura de Mickey Mouse, en sus epifanías como en sus cuadernos de notas, en sus reproducciones técnicas como en sus reflexiones filosóficas.
Esta enorme heterogeneidad (que han conseguido muy pocos autores), me parece importante que sea subrayada, sobre todo, si tenemos en cuenta la potencia y la profundidad con las que aborda cualquiera de estos temas. Puede que Walter Benjamin sea uno de los autores más interdisciplinares que existen. Me pasa con él que no suelo recordar con exactitud si una frase suya pertenece a Calle de sentido único o al Libro de los pasajes. Muchas veces tengo esa especie de marasmo o de confusión en la cabeza. Tampoco pretendo ser un experto en su obra ni hago una aproximación académica a sus textos.
Cambiando de tercio, hay en este libro una cierta «poética de los lugares», una declaración de cómo algunos lugares (en este caso, se trata de Portbou) son capaces de tener una gran influencia sobre nosotros…
Es cierto. De hecho hay una frase en el libro que dice algo así como «Fui a Portbou para encontrar a Walter Benjamin y lo que me encontré fue el escenario donde transcurrieron las últimas horas de la vida de este escritor». Y esta es, a su vez, una idea muy benjaminiana. En algún punto de su obra, refiriéndose a los historiadores, Benjamin viene a decir algo así como que «quien no sea capaz de dar cuenta del lugar en el que encontró un hallazgo, no habrá entendido nada». Lo realmente importante son las capas que recubren ese misterio.
Me interesa mucho indagar en aquellas características de un espacio que determinan nuestra manera de entender el mundo y de trasladarlo al papel. Es una obsesión que ya figura en mi primer libro de poemas. No solo me interesa el lugar en sí, sino también, e incluso diría que sobre todo, la deslocalización o la desposesión de ese lugar.
¿A qué se refiere con esa «deslocalización de un lugar»?
Es que mi historia personal está condicionada por este hecho. Yo nací en Plasencia (Extremadura), me fui a Barcelona y luego volví a Plasencia. Pero es que, también en Barcelona, viví una situación semejante: yo vivía a las afueras de Barcelona, en un barrio que se llama La Verneda, y tenía que ir todos los días a un colegio que estaba en el centro de Barcelona. Es decir, que cada día pasaba de las afueras al centro de Barcelona, y viceversa. Aquellos tránsitos, aquellos viajes larguísimos en tren y en metro, con transbordos constantes, el hecho de no ser del todo de un barrio ni del otro, no ser de un sitio concreto ni del otro, produjeron en mí una profunda deslocalización e influyeron en mi manera de ver el mundo. Al final, resultó que no terminaba de ser de ningún sitio: no era de aquí ni de allá.
De forma un tanto metafórica, diría que todo lo que he hecho posteriormente es tratar de darle una explicación narrativa o literaria a esa desubicación. No es casualidad que los autores que más me han interesado son aquellos que han tratado de forma exquisita esa relación (o, en este caso, esa falta de relación) con el lugar, como es Álvaro Valverde, al que he leído mucho a lo largo de mi vida. Es un tema que me sigue obsesionando bastante. Supongo que esa deslocalización permeó en mí y que eso se ha trasladado después, quizás de forma un tanto freudiana, a mis libros.
¿Es como si la pertenencia, o la no-pertenencia en este caso, a un lugar determinase de alguna manera nuestra forma de ser?
Creo que era Pessoa el que hablaba de que el ser humano estaba constituido por una especie de «confederación de almas». De manera análoga a la de Pessoa, yo también considero que el ser humano es algo así como una «confederación de lugares». Por eso ocurre (y lo conecto con el tema anterior), que las razones de tu viaje no están dónde tú pensabas, sino en la puerta de al lado. Yo entiendo así el motivo del viaje, del tránsito y de la movilidad: se trata de una especie de azar provocado que nunca sabes dónde te va a conducir.
¿Qué fue lo que encontró o lo que ocurrió en Portbou en ese «azar provocado» para cambiar la perspectiva de su investigación?
Me di cuenta de que la verdadera historia no estaba únicamente en Benjamin (en dilucidar qué fue lo que ocurrió en esas últimas horas de su vida), sino en cómo ese pueblo fronterizo que es Portbou nos sigue interpelando en el presente. Es decir, de qué manera Portbou sigue hablando de nosotros como sociedad, como cultura, como política, etc. En esencia, esa es la motivación de la historia que quería narrar, aunque luego se despliegue hacia múltiples ramificaciones y convoque otros vértices.
Su obra contiene una prosa poética que realza el tono intimista y confesional de la narración. ¿Cómo influye su faceta como poeta en su manera de escribir prosa?
Este libro le debe mucho a una cierta educación poética, que fue mi primera formación literaria. Bien sea un artículo para una revista, una crónica, una novela o un simple cuaderno de notas, a mí me parece que todo lo que escribo tiene ese marcado tono poético. No sé si responde a una voluntad previa, pero sí es cierto que hay una apuesta decidida por construir un universo literario en el que puede entrar cualquier cosa.
En el caso de Un final para Benjamin Walter, no sé si lo hubiese escrito de no haber publicado los libros anteriores de poemas; pero lo que sí tengo claro es que, si no hubiese publicado aquellos libros de poemas, este libro sería completamente distinto.
Quizás debido a ese tono poético, da la sensación de que es un libro sin un final concreto, que podría haber continuado casi de forma indefinida…
Hay un punto en el que me planteé concluir el libro, tal vez porque lo que iba a contar de más podía formar parte de otro libro, con otras inquietudes, otros temas y otros personajes. Pensé que esa extensión era la adecuada para narrar o poetizar la historia que pretendía contar.
Desde enero de 2006 publica en su blog Isla de Elca. ¿Qué le aporta la escritura en internet?
Es un blog que en su momento tuvo una importancia muy grande para mí, pero que ahora ha pasado a un segundo plano: se actualiza con mucha menos frecuencia, recibe menos visitas, etc. Cuando se creó era una plataforma muy interesante porque me permitía estar en contacto con muchos lectores y opinar sobre temas variados. Sobre todo, me permitía poder publicarlos, porque hubiese sido muy difícil publicarlos en otros medios.
Fue una experiencia muy grata, pero reconozco que lo he dejado de actualizar con tanta frecuencia como al principio (aunque subo algún artículo de vez en cuando). Me temo que esto no solo me ha pasado a mí, sino que le ha sucedido también a otros muchos autores. Desgraciadamente hay muy pocos autores de los que empezaron hace tiempo que lo sigan manteniendo con regularidad. Álvaro Valverde quizás sea la excepción a esta regla.
Desde hace mucho tiempo usted pertenece al Consejo de Redacción de la Revista Quimera. ¿Qué es lo que le ha aportado este observatorio privilegiado?
Diría que esta colaboración con Quimera me ha regalado una cierta educación, un aprendizaje, una formación literaria. A la redacción de la revista llegan muchos libros, lo cual nos permite estar al día de las novedades editoriales, sobre todo en español. Ese observatorio te permite tomar el pulso al estado de la literatura actual a través de recomendaciones, entrevistas, reseñas, artículos. Como lector, las propuestas que me resultan más interesantes son los textos híbridos que no se agotan en un único género y que apuestan por diferentes formas de contar. Como te comentaba antes, eso ya está sucediendo en la literatura actual. Quizás no esté ocurriendo a través de la novela tradicional, sino con textos un poco anfibios que beben de fuentes y de tradiciones literarias diferentes. Se trata de un momento muy sugerente. Y no me refiero únicamente a la literatura española, sino a la literatura en español que se está escribiendo en Latinoamérica.
¿Qué puede decirnos sobre ese tema?
Ya el año pasado, que estuve en Colombia, y también este año, en el que he estado en Ecuador hace muy poco, he tenido la oportunidad de darme cuenta de algo muy importante: que tanto los escritores de este lado del océano como los del otro lado tenemos que quitarnos muchos prejuicios. Me refiero, por ejemplo, al prejuicio que tienen algunos autores latinoamericanos de que necesitan publicar en España para poder entrar en el mercado europeo y formar parte de un cierto canon universal. Creo sinceramente que esas fronteras ya están diluidas. O también al prejuicio de que en España se sigue escribiendo un tipo de novela que podríamos calificar como «decimonónica», al estilo más tradicional (con planteamiento, nudo y desenlace).
Lo ideal sería que se fomentara el contacto entre las dos orillas gracias a las posibilidades que ofrece tener un idioma común. Es muy enriquecedor viajar de vez en cuando de un lado al otro porque te permite estar en contacto con todo tipo de literatura. De este último viaje a Ecuador, por ejemplo, me he traído algunos nombres (sobre todo, de autoras), porque creo que la literatura ecuatoriana está viviendo un momento álgido, con propuestas muy interesantes.
¿Por ejemplo?
Por ejemplo, hay nombres ya consolidados aquí, como el de Mónica Ojeda. Pero también hay otros que van a venir y van a pegar muy fuerte.
Después de la crisis económica, ¿a qué retos se enfrenta la publicación de revistas literarias?
Yo creo que siempre habrá un espacio para las revistas literarias. Es cierto que la literatura se ha diversificado, que no hay un único modelo, que por todo hay que pagar un precio y que hay que aplicar un filtro aún más estrecho que el que aplicábamos antes (debido, entre otros factores, a la irrupción de páginas con contenidos culturales de calidad). Cada revista ocupa su propia parcela y despliega sus recursos a su manera. Por ejemplo, yo sigo leyendo con mucho gusto revistas que se editan en papel como Cuadernos hispanoamericanos, Librújula o Turia. Son revistas que siguen aportando muchas ideas y contenidos. No hay por qué pensar que se encuentran en horas bajas.
Quimera sigue manteniendo ese pulso con la crisis tratando de diversificar y ampliar la propuesta literaria, no solo en el caso de la literatura europea, sino también de la latinoamericana, a través de charlas, entrevistas, encuentros, etc. Hemos elaborado dosieres sobre literatura noruega, danesa, ecuatoriana, argentina, cubana, etc. Hay una cierta vocación de universalizar, de dar a conocer lo que hacen todos.
¿Y cómo ve a los otros autores que están publicando o ya han publicado propuestas como la suya?
Es muy difícil ofrecer una respuesta clara a esta pregunta. Lo que sí te puedo decir es que el ensayo español está viviendo un buen momento. No se trata de un ensayo de tipo académico, con numerosas notas a pie de página, etc., sino un ensayo híbrido, de corte autobiográfico, muy maleable, en el que se dejan ver las trazas del autor. Te pongo tres ejemplos: Jordi Carrión, con Librerías (Anagrama, 2013) y con Barcelona. Libro de los pasajes (Galaxia Gutenberg, 2017); Sergio del Molino, con La España vacía (Turner, 2016) y con Lugares fuera de sitio (Espasa Calpe, 2018); y Marta Rebón, con En la ciudad líquida (Caballo de Troya, 2017). Estos son autores representativos del buen momento que está atravesando el ensayo español.
*Fotografía del autor © Javiera Gaete Fontirroig.
Editorial Candaya (Barcelona, 2017)