«Adolescencia en Barcelona hacia 1970»

Ado­les­cen­cia en Bar­ce­lo­na es un frag­men­to de la vida de Lau­ra Frei­xas, con­cre­ta­men­te el que com­pren­de su ado­les­cen­cia, como se reco­ge en el títu­lo, y su pri­me­ra juventud.

Posi­ble­men­te sea en los títu­los bio­grá­fi­cos y en los ensa­yos don­de esta auto­ra ha encon­tra­do un espa­cio pro­pio, don­de que­da defi­ni­da su iden­ti­dad literaria.

Las obras de fic­ción podrían inter­pre­tar­se como una rees­cri­tu­ra de estas ideas, un regre­so cons­tan­te a los temas que le intere­san, avan­zan­do en espi­ral, como ella mis­ma dice citan­do a Ernes­to Sába­to. En ellas fic­cio­na­li­za cues­tio­nes pre­via­men­te vivi­das y medi­ta­das, ya sea en pri­me­ra per­so­na o en el entorno feme­nino inves­ti­ga­do expre­sa­men­te para ello.

La lec­tu­ra de Ado­les­cen­cia en Bar­ce­lo­na resul­ta fun­da­men­tal para cono­cer algu­nas de las cla­ves que lue­go se verán refle­ja­das tan­to en su obra de fic­ción, espe­cial­men­te en las nove­las, como en su obra ensa­yís­ti­ca. Sin embar­go, el lec­tor que solo se acer­que a la auto­ra a tra­vés de este títu­lo, podrá dis­fru­tar de una escri­tu­ra hones­ta y una his­to­ria con dos pro­ta­go­nis­tas: la joven Lau­ra, y la situa­ción que vivía el país hacia los años seten­ta. Impo­si­ble sepa­rar una de la otra: per­so­na­je y momen­to his­tó­ri­co van de la mano, lo que con­vier­te este libro en el rela­to de una generación.

La escri­tu­ra de Ado­les­cen­cia es des­ga­rra­do­ra y de una fran­que­za bru­tal. Frei­xas rea­li­za un aná­li­sis de esos años de su vida que tuvie­ron como tras­fon­do una épo­ca que mar­có no solo su juven­tud, sino tam­bién la de un país duran­te varias gene­ra­cio­nes. A la dic­ta­du­ra fran­quis­ta, asfi­xian­te y reac­cio­na­ria, se le suma el hecho de ser mujer, un agra­van­te en todos los perio­dos his­tó­ri­cos pero, espe­cial­men­te, en una épo­ca de repre­sión como la narra­da. Tal vez de ahí su rotun­di­dad y la nece­si­dad de auto­afir­ma­ción que se des­pren­den de estas páginas.

En este libro habla de su fami­lia, de su doble ori­gen —cas­te­llano y cata­lán — , de las dife­ren­cias entre ellos; de cómo nació su gus­to por la lite­ra­tu­ra, de la con­di­ción de ser mujer, de su des­cu­bri­mien­to del sexo, de cómo cam­bió la con­cep­ción del mismo.

Resul­ta evi­den­te la for­tu­na que tuvo al ingre­sar en el Liceo Fran­cés —un peque­ño oasis en medio de aquel pára­mo cul­tu­ral que era la Espa­ña del momen­to— y que vino acom­pa­ña­da de la posi­bi­li­dad de via­jar a París cuan­do era ape­nas una estu­dian­te. Esa expe­rien­cia per­so­nal nos ayu­da a com­pren­der la tre­men­da dife­ren­cia entre la Espa­ña en la que vivía y la Fran­cia que ado­ra­ba. Una Fran­cia libre y moder­na, y una Espa­ña que más que con­ge­la­da en el tiem­po, des­pués de haber vivi­do una bre­ve repú­bli­ca, se había vuel­to ran­cia, cadu­ca y retró­gra­da. Un país con cen­su­ra y ausen­cia de liber­tad don­de la joven pelea­ba, no tan­to por los idea­les de una gene­ra­ción, sino por vivir su pro­pia juventud.

Tam­bién nos habla de la rela­ción con su madre y de su gus­to por las nove­las fran­ce­sas, que la intro­du­je­ron en el mun­do de la lite­ra­tu­ra y que, al mis­mo tiem­po, mar­có la dis­tan­cia con su pro­ge­ni­to­ra, por­que habi­ta­ba ese espa­cio lejano pro­pio de la fic­ción. En un ejer­ci­cio de aná­li­sis solo logra­do gra­cias al paso del tiem­po, Lau­ra Frei­xas admi­te que su mayor deseo fue con­ver­tir­se en libro, en escri­to­ra, para lograr la aten­ción de la madre, a la que siem­pre sin­tió inalcanzable.

Su madre era una gran lec­to­ra y la hija enten­dió des­de un prin­ci­pio que resi­día en un mun­do invi­si­ble para los demás, un espa­cio don­de tan­tas muje­res se sumían para ser todo lo que su día a día no les per­mi­tía ser. Su cono­ci­mien­to del mun­do va, en con­se­cuen­cia, ínti­ma­men­te liga­do a la literatura.

Per­tur­ba­dor es el aná­li­sis que hace de la dife­ren­cia entre los hom­bres y las muje­res. Y su lucha como mujer joven por rom­per con las nor­mas esta­ble­ci­das: el mode­lo de mujer vigen­te en ese tiem­po era el de espo­sa a la som­bra, inca­paz de hacer una vida sin estar suje­ta a los cáno­nes esta­ble­ci­dos, dura­men­te cri­ti­ca­da si se atre­vía a intentarlo.

En un inten­to por com­ba­tir esa idea, sere­mos tes­ti­gos del sal­to al otro extre­mo: la liber­tad sexual malen­ten­di­da, de la que eran más víc­ti­mas que bene­fi­cia­rias pues el pla­cer no tenía lugar por­que nun­ca se había habla­do de ello, y el úni­co obje­ti­vo era rom­per con todo lo pres­cri­to has­ta el momen­to. Una nue­va gene­ra­ción que, como cual­quier otra, que­ría mar­car dis­tan­cias con las anteriores.

A la joven Lau­ra le sor­pren­día, ade­más, cómo las muje­res acep­ta­ban ese papel secun­da­rio, esa edu­ca­ción diri­gi­da a cui­dar de otros, a hacer­les la vida más cómo­da a los hom­bres —mari­dos, her­ma­nos, padres— para que ellos pudie­ran ocu­par­se de lo ver­da­de­ra­men­te impor­tan­te: la eco­no­mía, la polí­ti­ca, el arte. Le lla­ma­ba la aten­ción esa apa­ren­te acep­ta­ción sumi­sa y las con­se­cuen­cias que traía: un ren­cor sor­do, la insa­tis­fac­ción silen­cio­sa e, inevi­ta­ble­men­te, la explo­sión final en for­ma de llan­to y gri­tos. Todo ello se expli­ca­ba como sín­to­mas de neu­ro­sis feme­ni­na o «ner­vios», sin dar­le mayor rele­van­cia. Las muje­res esta­ban suje­tas a esa posi­ción por una tri­ple cade­na: las leyes —que tar­da­ron en reco­no­cer su auto­no­mía — , la edu­ca­ción y la reli­gión. El tri­den­te que se ase­gu­ra­da la con­ti­nui­dad del mode­lo impues­to y que con­si­de­ra­ba «la femi­ni­dad como una minusvalía».

Son espe­cial­men­te reve­la­do­res los capí­tu­los fina­les que dedi­ca a su ale­ja­mien­to de las mili­tan­cias. Aque­llas carre­ras ante los gri­ses de su épo­ca uni­ver­si­ta­ria, más por diver­sión que por con­vic­ción —algo de lo que posi­ble­men­te ni ellos mis­mos serían cons­cien­tes— aque­lla lucha obre­ra que, en reali­dad, le era com­ple­ta­men­te aje­na y de la que solo tenía cono­ci­mien­to a tra­vés de las muje­res que tra­ba­ja­ban en su casa; aque­lla revo­lu­ción a la que, con el tiem­po, vio las cos­tu­ras patriar­ca­les y las tre­men­das con­tra­dic­cio­nes. Ese mun­do de rebel­día se fue dilu­yen­do a medi­da que entra­ba en la edad adul­ta, espe­cial­men­te tras su vuel­ta al país en el año 81, des­pués de su estan­cia en París.

La lec­tu­ra de esta obra supo­ne un encuen­tro con una épo­ca vital que reco­no­ce­re­mos fácil­men­te como con­fu­sa y con­tra­dic­to­ria, pero lo que la hace espe­cial­men­te intere­san­te para los lec­to­res de hoy es el con­tex­to his­tó­ri­co y la coin­ci­den­cia de que tam­bién el país esta­ba pasan­do una suer­te de ado­les­cen­cia, una épo­ca car­ga­da de con­tra­rie­da­des, con las rémo­ras de un pasa­do inme­dia­to que con­de­na­ban —aún— a la mujer a un papel secun­da­rio y a la inca­pa­ci­dad para desa­rro­llar su vida con independencia.

De la mis­ma mane­ra que una joven de quin­ce o die­ci­sie­te años no dis­po­nía de las herra­mien­tas nece­sa­rias para afron­tar su exis­ten­cia, tam­po­co el país pare­cía tener la madu­rez pre­ci­sa para ofre­cer una exis­ten­cia jus­ta y dig­na a las per­so­nas que lo habi­ta­ban. Y esos dos aspec­tos de una mis­ma his­to­ria están muy bien enla­za­das en esta obra: por un lado, la per­so­nal y con­cre­ta de una ado­les­cen­te y, por otro, la del país en el que se desa­rro­lla la pri­me­ra. Se cuen­tan dos his­to­rias que, en reali­dad, son una. Inevi­ta­ble sen­tir­se refle­ja­do o ajeno a ellas pero nun­ca indiferente.

*Ado­les­cen­cia en Bar­ce­lo­na hacia 1970. Lau­ra Freixas.
Edi­cio­nes Des­tino (Bar­ce­lo­na, 2007).

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